El cazador de almas perdidas – 317.
El Orgullo del Instinto.
El eco de las últimas risas y susurros de la orgía de Anuel se había disipado, dejando paso
a una calma inusual. La noche cargada de desenfreno y caos había sido un éxito
descomunal, pero ahora, el amanecer traía una nueva energía. Tyrannus miraba con
orgullo a Olfuma, sabiendo que había enfrentado la mayor prueba hasta ahora y había
salido victoriosa. Durante la orgía, donde los instintos más salvajes podrían haberla
consumido, Olfuma había mantenido el control sin dejar que la bestia tomara el mando. Era
un logro que no muchos licántropos podían presumir.
—Hiciste un trabajo excelente —dijo Tyrannus con una voz tranquila, pero llena de
satisfacción.
Olfuma, aunque orgullosa de sí misma, apenas sonreía. Por dentro, sentía una mezcla de
triunfo y de inquietud. Había resistido, sí, pero sabía que el hambre seguía ahí, latente,
esperando un momento para desbordarse. Y aunque la noche había terminado, el instinto
permanecía aferrado a su piel, reclamando liberación.
Diana apareció en la distancia. Olfuma la olió antes de verla, con su olfato
extraordinariamente agudo. Podía identificar en ella los rastros de muchos de los asistentes
a la fiesta. La joven licántropa sabía que Diana había saciado a la bestia que llevaba dentro,
que su maestra había necesitado ese espacio. Y aunque reconocía el aroma de tantos en
Diana, no sintió celos ni resentimiento, solo una comprensión silenciosa.
Cuando Diana llegó hasta ellos, le dedicó a Olfuma una mirada llena de orgullo.
—Resististe toda la noche —dijo con admiración—. Sabes que no era fácil, pero lo
lograste.
Olfuma inclinó la cabeza, casi avergonzada por el elogio. Quería contarle cómo había
superado cada tentación, cómo había resistido los impulsos más oscuros de la bestia que la
habitaba. Sin embargo, bajo esa capa de orgullo, el hambre seguía viva. Sabía que Diana y
Tyrannus podían verlo en sus ojos, podían sentirlo en su olor. Ninguno de ellos necesitaba
escucharla decirlo.
—Lo sabemos, Olfuma —dijo Tyrannus, percibiendo su lucha interna—. Es por eso que
estamos aquí.
La cacería ya había sido planeada, y Drex y Tatiana estaban en camino para unirse a ellos.
Tyrannus había previsto que la bestia dentro de Olfuma reclamaría su lugar tras haber sido
contenida por tanto tiempo. Esta noche, toda la manada la acompañaría en la cacería, una
forma de ayudarla a liberar lo que no pudo desatar en la orgía.
Drex y Tatiana habían pasado su propia noche privada, alejados del caos. Olfuma lo sabía
sin necesidad de preguntar; su olfato le revelaba más de lo que cualquiera podía ocultar.
Aunque Drex y Tatiana no estuvieron en la fiesta, el rastro que llevaban era inconfundible.
Habían disfrutado su propia versión de intimidad, una que no necesitaba del desenfreno
colectivo. Sin embargo, cuando llegaron, ambos estaban listos para lo que venía. Sabían
que esta cacería no era solo por ellos, sino por Olfuma.
Tatiana, con su conexión cada vez más profunda con Drex, bromeó al notar el aire de
satisfacción que rodeaba a Diana.
—Bueno, al menos alguien supo cómo aprovechar la noche —dijo Tatiana con una
sonrisa astuta, claramente refiriéndose a lo bien que se lo había pasado Diana. Su tono
juguetón, aunque inocente, logró que Diana soltara una risa.
—No lo niego —respondió Diana—. A veces la bestia necesita algo más que el control para
calmarse.
Tatiana, aunque humana, empezaba a desarrollar habilidades propias de los licántropos. Su
olfato era cada vez más agudo, y su sincronía con Drex la acercaba cada vez más a la
manada. Tyrannus y Diana la observaban con asombro y respeto; aunque no llevaba una
bestia en su interior, Tatiana se comportaba como una verdadera licántropa. Para ellos, no
había duda de que era parte de la manada.
El grupo estaba listo para lo que vendría. La cacería no era solo una necesidad, sino una
celebración del crecimiento de Olfuma. Ella y Tatiana serían las líderes, tal como lo habían
sido en la última cacería. Aunque Olfuma había mostrado un control impresionante, la bestia
dentro de ella seguía exigiendo más, y esta cacería sería la oportunidad perfecta para
liberarla completamente.
—¿Estás lista? —preguntó Tyrannus, sabiendo que Olfuma entendía que la cacería no era
solo por ella, sino por toda la manada.
—Sí —respondió con convicción, aunque sabía que la verdadera prueba comenzaba ahora.
El plan estaba claro: cada miembro de la manada obtendría dos corazones. Diez corazones
en total, un banquete que representaba tanto el triunfo como la unidad de la manada.
Mientras se alejaban del lugar donde había tenido lugar la fiesta, Olfuma sonreía. Sentía el
apoyo de todos, y eso la llenaba de satisfacción. Ver cómo todos dejaban a un lado sus
propios planes para acompañarla, le hacían sentir más fuerte, más conectada con su familia
de licántropos.
El grupo caminó en silencio, pero en el aire flotaba un sentimiento de celebración. Esta
cacería sería especial, no solo por el número de corazones, sino por lo que representaba.
Para Olfuma, era una prueba más que debía superar, y para el resto de la manada, una
forma de guiarla y apoyarla en su crecimiento.
Cuando llegaron al borde del bosque, Tatiana hizo otro comentario entre risas.
—Apuesto a que esta vez Diana será más rápida en conseguir sus corazones.
Diana la miró con una sonrisa cómplice, pero no dijo nada. Sabía que esta cacería no era
una competición, sino un momento para liberar lo que quedaba por desatar. Y lo harían
juntos, como una verdadera manada.
La luna se alzaba sobre los cerros de Quito, iluminando la quebrada con su luz pálida. La
ciudad quedaba atrás, lejana y ajena a lo que ocurría en las sombras. Olfuma avanzaba al
frente, sintiendo cada vibración del aire, cada pequeño indicio de vida a su alrededor. A su
lado, Tatiana se desplazaba con la misma fluidez, ajustando el agarre de sus cuchillos.
Sabía que esta noche sería una prueba, tanto para Olfuma como para la cohesión de la
manada.
El olor de los humanos flotaba en el aire, llevándose con él una mezcla de miedo y
despreocupación. A lo lejos, se escuchaban risas y voces que resonaban entre las rocas de
la quebrada.
—Cinco —susurró Olfuma. Sabía que se estaban acercando.
Tyrannus, Drex y Diana tomaron sus posiciones en silencio. No necesitaban señales. Cada
uno sabía lo que debía hacer. El grupo de turistas se encontraba justo a la vuelta,
caminando despreocupadamente por un sendero estrecho.
Tatiana fue la primera en moverse. Sin perder tiempo, lanzó uno de sus cuchillos. El arma
cortó el aire y se hundió en la pierna del último humano, quien cayó al suelo con un grito
ahogado. El pánico se desató en el grupo, pero antes de que pudieran huir, Olfuma ya
había saltado sobre su presa. Sus garras desgarraron el pecho del hombre con precisión. El
primer corazón estaba en sus manos, latiendo todavía, pero Olfuma lo dejó caer al suelo.
Drex, que había estado esperando, avanzó en silencio. Se agachó junto al corazón
palpitante y lo devoró sin vacilar. La energía del corazón fluía por su cuerpo mientras
observaba cómo el resto de la manada se movía.
Tyrannus no se quedó atrás. Con una fuerza imparable, se lanzó sobre otro humano, sus
garras abriéndose paso hasta el pecho. Extrajo el segundo corazón y lo dejó a los pies de
Diana, quien lo recogió rápidamente y lo devoró, sus ojos brillando mientras el poder del
órgano la envolvía.
Tatiana, siempre precisa, abatió a su segunda víctima con un movimiento calculado. El
cuchillo se hundió profundamente, y en cuestión de segundos, extrajo el tercer corazón,
dejándolo para que Tyrannus lo tomara. Él lo devoró con la calma y el control de un líder.
Drex fue el siguiente en atacar. Su presa intentó escapar, pero fue inútil. Con una frialdad
habitual, Drex abrió el pecho del humano y sacó el cuarto corazón, dejándolo en el suelo
para que Tatiana lo reclamara. Ella lo devoró sin dudar, su rostro calmado, pero su cuerpo
vibrando con la energía del corazón.
Con los cuatro primeros corazones consumidos, la manada avanzó por la quebrada, el
olor a sangre fresca llenando el aire. Olfuma olfateó nuevamente, captando el rastro de dos
humanos más, no muy lejos.
—Dos más al sur —dijo en voz baja, y los miembros de la manada se prepararon.
Tatiana se adelantó, moviéndose con agilidad entre las rocas. Con un rápido movimiento,
lanzó su cuchillo, que se hundió en el pecho de uno de los humanos. El cuerpo cayó sin
emitir sonido alguno. Drex, que ya había cazado antes, tomó el quinto corazón y lo devoró,
cerrando su cuota de la noche.
Olfuma, sintiendo el calor de la caza en su piel, saltó sobre el último humano. Lo derribó
con un rugido bajo, y con precisión salvaje, abrió su pecho y sacó el sexto corazón. Esta
vez, no lo dejó para otro. Lo mordió con fuerza, sintiendo cómo la energía llenaba su
cuerpo. El hambre de la bestia comenzaba a calmarse, pero aún faltaba más por cazar.
Avanzaron más profundo en la quebrada, y pronto, Olfuma detectó a tres mujeres que se
acercaban desde el norte. Sus voces rompían el silencio, sin saber que caminaban
directamente hacia el fin.
—Tres mujeres a la vista —informó Olfuma. Esta sería la última etapa de la caza.
Drex fue el primero en moverse, atacando con precisión. Derribó a la primera mujer,
hundiendo sus garras en su pecho. Extrajo el séptimo corazón y lo dejó para que
Tyrannus lo tomara y lo devorara sin perder el ritmo.
Tatiana, mientras tanto, se acercó a la segunda mujer. Con un solo movimiento de su
cuchillo, abrió su torso y sacó el octavo corazón, dejándolo para Drex, quien lo devoró con
calma, cerrando su parte.
Por último, Olfuma se lanzó sobre la tercera mujer. Su cuerpo temblaba por la tensión
acumulada, pero el control seguía firme. Abrió el pecho de su presa y sacó el noveno
corazón, que devoró inmediatamente, sintiendo cómo su cuerpo se llenaba de poder.
Diana, observando con una calma impenetrable, recogió el décimo corazón que había
dejado Tatiana, completando así la caza. Lo devoró con la misma serenidad que había
mantenido toda la noche.
Diez corazones. La caza estaba completa. Dos corazones por cada miembro de la
manada.
El aire frío de la montaña envolvía a la manada mientras se reunían en silencio. La luna,
alta en el cielo, bañaba el terreno con su luz plateada. Tyrannus y Diana intercambiaron
miradas de orgullo antes de acercarse a Olfuma.
—Lo lograste —dijo Tyrannus en voz baja, colocando una mano firme en el hombro de
Olfuma.
Ella asintió, sabiendo que la prueba había sido superada. La bestia dentro de ella estaba
saciada, pero, más importante, bajo control. Con los corazones consumidos y la caza
completada, la manada estaba en paz.
La luna llena estaba en lo alto, derramando su luz sobre la quebrada, donde los miembros
de la manada se reunían después de la caza. El aire estaba denso con el olor a sangre y
carne fresca, mientras la satisfacción de haber devorado los corazones humanos recorría
los cuerpos de los licántropos. Olfuma, con su respiración calmada tras controlar a la
bestia, se encontraba sentada junto a los demás, observando la escena. Era la primera vez
que sentía este tipo de conexión: pertenencia.
Las risas se mezclaban con el aire nocturno, un contraste con la ferocidad que habían
mostrado durante la caza. Tatiana, todavía mordiendo pedazos pequeños del corazón con
sus dedos, estaba manchada de sangre, pero seguía con una sonrisa en los labios. No
tenía la misma capacidad que los licántropos para devorar los corazones de un solo
mordisco, pero no por eso disfrutaba menos del momento.
Diana, aún impregnada del aroma de la orgía reciente, lanzó una mirada divertida hacia
Tatiana, que estaba sentada al lado de Drex. La sangre goteaba de los labios de Tatiana
mientras cortaba un trozo más pequeño del corazón.
—¿Sabes, Tatiana? —dijo Diana con una sonrisa burlona—. Estás más que calificada
para ser una licántropa. Eres más territorial que cualquiera de nosotros. —Hizo una
pausa, fingiendo pensar—. No dejas que Drex haga lo que quiere ni por un segundo.
Tatiana levantó una ceja, sin dejar de masticar, mientras Drex soltaba una risa baja.
—Es que alguien tiene que mantenerlo en línea, —respondió Tatiana, mordiéndose la
lengua, todavía con restos de carne entre los dientes—. Si no lo hago yo, Drex sería una
fuerza de caos constante. —Giró la cabeza hacia él—. Vamos, Drex, admítelo, eres peor
que un cachorro descontrolado.
Drex sonrió, con su característica calma, y asintió levemente.
—Eso es justo lo que me mantiene vivo, bromeó, con un destello de travesura en los
ojos. ¿Quién necesita control cuando la vida es más divertida sin él?
—No contigo, eso está claro, replicó Tatiana, limpiándose los labios con el dorso de la
mano, aún manchada de sangre. De alguna forma, he aprendido a tolerar todas tus
locuras.
Las risas estallaron alrededor. Incluso Tyrannus, siempre más serio y calculador, dejó
escapar una sonrisa, mirando de reojo a Drex. La interacción entre ellos era algo que
siempre había respetado. Tatiana era humana, pero, en todos los aspectos, se había
ganado su lugar en la manada. Era más que eso: era una parte indispensable.
Diana, sin embargo, no estaba lista para dejar el tema. Sabía que podía empujar a Tatiana
un poco más.
—Territorial como una loba. Admito que incluso yo tendría cuidado si intentara cruzar
la línea. —Diana ladeó la cabeza, su tono burlón pero lleno de respeto—. Es que mira a
Drex. Parece tan domesticado. ¿Cómo lo haces, Tatiana?
Tatiana soltó una risa sarcástica, dejando que las palabras flotaran en el aire.
—Domesticado no es, pero he aprendido a manejarlo a mi manera, —respondió
Tatiana, dándole un golpecito en el brazo a Drex. Siempre hay un truco o dos para
mantenerlo en equilibrio.
Olfuma, observando todo, se sintió más relajada de lo que había estado en años. Aunque
no tenía recuerdos de su vida anterior como Fabiola, esta nueva vida en la manada le daba
una sensación de pertenencia. Aquí no era solo una herramienta vacía. Había encontrado
su lugar, su gente, y sentía el calor de la aceptación en cada risa compartida.
De repente, las bromas comenzaron a calmarse. El ambiente festivo dio paso a una
sensación de quietud, pero no incómoda. Tatiana y Drex intercambiaron una mirada, y
aunque el aire aún estaba lleno de risas, había algo en el rostro de Tatiana que mostraba
una ligera incomodidad. Sabía que tenía que compartir algo, pero no estaba segura de
cómo decirlo.
Drex, notando su silencio, enderezó su postura. Aunque era raro que dudara al hablar,
ahora se veía inseguro. Las palabras parecían escaparle. Aclaró la garganta, llamando la
atención del grupo.
—Hay algo que debemos decirles. —El tono serio de Drex captó la atención de todos. El
ambiente, que había sido de bromas y celebración, empezó a cambiar.
Tatiana suspiró y bajó la mirada un segundo. Se pasó la mano por el cabello, nerviosa,
antes de asentir hacia Drex, dándole la señal para continuar.
—Tatiana está… está aprendiendo Atlante.
El silencio cayó como una losa sobre el grupo. El impacto fue inmediato. Tyrannus y Diana
quedaron congelados por un momento, sus expresiones de sorpresa transformándose en
algo mucho más profundo. El Atlante no era solo un idioma cualquiera; era la lengua
perdida de los licántropos, un tesoro de secretos y poder que muy pocos podían
comprender en la era moderna.
Olfuma, que no entendía del todo la magnitud de lo que acababan de decir, se dio cuenta
de la importancia al ver la reacción de sus compañeros. El aire se volvió denso, cargado de
significado.
Tyrannus fue el primero en hablar, pero su voz salió baja, incrédula.
—¿Cómo? —preguntó, sus ojos oscuros fijos en Tatiana. ¿Quién está enseñándote algo
tan antiguo?
Tatiana levantó la vista, todavía incómoda, pero decidió enfrentar la situación de frente.
—Asha, dijo con firmeza, aunque su voz era suave. Fue un regalo de boda. Ella dijo que
si iba a estar con Drex, necesitaría comprender mejor su poder, su origen. Asha está
enseñándome para que pueda leer los antiguos textos y así ayudar a Drex a ser el
monstruo que ellos necesitan para la Purga.
El aire se volvió más pesado. Todos en la manada sabían lo que esto significaba. El Atlante
era más que una lengua. Era la llave a los secretos más antiguos de los licántropos, y muy
pocos fuera de las familias más poderosas, como los Latshiktor, tenían acceso a ese
conocimiento. Lo que Tatiana estaba aprendiendo no solo afectaba a Drex; afectaba a toda
la manada.
Diana, que rara vez perdía la compostura, dio un paso hacia Tatiana, sus ojos brillando de
incredulidad y respeto.
—Tatiana, Esto te conecta a nuestros orígenes de una forma que ni siquiera nosotros
imaginábamos. —Diana hizo una pausa, como si midiera cada palabra—. Esto es…
La seriedad en la voz de Diana se extendió entre todos. Olfuma, aunque no comprendía
todo, podía sentir el peso del momento. Lo que Tatiana estaba aprendiendo cambiaría algo
fundamental en la manada, en su destino.
El aire seguía impregnado de la energía de la caza y la camaradería, pero ahora había una
sensación de que algo más profundo estaba por venir. Algo antiguo, algo poderoso, y todos
sabían que las cosas no serían las mismas.
El viento frío recorrió la quebrada mientras la revelación de Drex aún colgaba en el aire.
Tatiana está aprendiendo Atlante. Para Tyrannus, Diana y Olfuma, aquello ya era
sorprendente, pero no entendían la verdadera magnitud de lo que estaba por venir.
Tyrannus frunció el ceño, sintiendo que había mucho más detrás de esas palabras, algo
que estaba a punto de cambiarlo todo. Sabían del tótem de Drex, sabían que lo había
conseguido a través de un ritual desgarrador. Pero lo que no sabían era lo que significaba
realmente.
Diana, manteniendo su usual actitud astuta y atenta, cruzó los brazos y miró a Tatiana con
sospecha.
—Sabemos que Drex está sincronizado con un tótem. Sabemos del ritual, pero…
¿qué más hay detrás de esto? —preguntó, sabiendo que había algo más profundo por
descubrir.
Tatiana, sintiendo el peso de lo que estaba a punto de decir, tomó un respiro antes de
continuar. Ya no podían ocultarlo más.
—Hay algo que hasta ahora no sabían, —comenzó, mirando a Tyrannus y Diana con
seriedad—. Hemos descubierto cómo los licántropos pueden volverse inmortales.
El silencio fue inmediato y aplastante.
Olfuma se inclinó hacia adelante, incapaz de procesar de inmediato lo que acababa de
escuchar. Para ella, la idea de que los licántropos pudieran volverse inmortales era algo que
nunca había cruzado su mente, algo que solo podría haberse escuchado en viejas
leyendas.
Tyrannus, con una expresión de pura sorpresa, tomó la palabra, su voz cargada de
incredulidad.
—¿Inmortales? ¿Qué estás diciendo, Tatiana? —preguntó, con una mezcla de asombro y
cautela.
Tatiana se mantuvo firme, sabiendo que la verdad era difícil de digerir.
—Cualquier licántropo puede volverse inmortal al sincronizarse con un tótem. —dijo
con claridad, sin dejar margen para malinterpretaciones—. No importa si el tótem es
mayor o menor. El vínculo con el tótem le otorga la inmortalidad al licántropo que lo
posea. Drex es inmortal porque está sincronizado con su tótem.
Las palabras golpearon a Tyrannus y Diana como un puñetazo invisible. La inmortalidad…
algo que solo habían escuchado en rumores y leyendas. Nunca creyeron que fuera posible.
Y ahora, frente a ellos, Drex se había convertido en algo más allá del tiempo.
Diana abrió la boca, pero le costaba articular las palabras. La idea de vivir para siempre, de
no envejecer, de no sucumbir a las heridas del tiempo… era tanto un sueño como una
pesadilla.
—¿Estás diciendo que cualquier licántropo que encuentre un tótem y se sincronice
con él será inmortal? —preguntó Diana, sin quitarle los ojos de encima a Tatiana.
Tatiana asintió, su rostro completamente serio.
—Exactamente. —respondió—. Es por eso que Drex no va a envejecer ni morir como
los demás. La sincronización lo ha vinculado para siempre con el poder del tótem, y
eso lo convierte en inmortal.
El aire se volvió denso, mientras las implicaciones comenzaban a asentar en sus mentes.
Tyrannus, normalmente tan fuerte y centrado, sintió cómo sus pensamientos se
aceleraban. La inmortalidad no era algo que nunca hubiera considerado posible. En su
experiencia, los licántropos envejecían y morían como cualquier otra criatura, aunque
vivieran más tiempo. Pero ahora, el conocimiento de que los tótems podían romper ese ciclo
lo cambiaba todo.
Drex, que había permanecido en silencio hasta ahora, decidió intervenir.
—No fue fácil conseguirlo. —dijo con una voz profunda y grave—. El ritual fue terrible, y
no todos los licántropos pueden soportarlo. No es solo una cuestión de deseo; es un
sacrificio.
Las palabras de Drex dejaron un vacío en el aire. Tyrannus sabía que la inmortalidad
tendría un precio, pero ahora que estaba más cerca de lo que nunca habría imaginado,
empezaba a dudar si ese precio era algo que él o los demás estarían dispuestos a pagar.
Pero antes de que pudiera responder, Tatiana soltó otra revelación.
—Y no es solo Drex. —dijo, haciendo una pausa antes de soltar la bomba final—. Yo
también soy inmortal.
Diana y Tyrannus giraron la cabeza al unísono, sus ojos llenos de incredulidad.
—¿Qué? —dijo Tyrannus, sin poder procesar de inmediato lo que acababa de escuchar—.
¿Tú también?
Tatiana asintió.
—Asha me dio un elixir. Ahora, tanto Drex como yo seremos eternos. Siempre
seremos los agentes de la Purga de Vambertoken.
El silencio fue absoluto. El impacto de sus palabras se sentía como si el aire se hubiera
vuelto más espeso, casi imposible de respirar. Tyrannus nunca había imaginado ser capaz
de presenciar algo así, ni mucho menos estar cara a cara con dos seres que, a partir de
ahora, serían inmunes al paso del tiempo.
Diana, siempre más pragmática, fue la primera en hablar, aunque su voz temblaba
levemente.
—¿Qué significa esto para nosotros? —preguntó, con una mezcla de temor y
curiosidad—. ¿Es posible que encontremos un tótem también? ¿Que la manada entera
pueda alcanzar la inmortalidad?
Tyrannus permaneció en silencio. Las implicaciones de lo que Diana acababa de decir eran
demasiado profundas. Pero también sabía que la inmortalidad traía consigo no solo poder,
sino un peso tremendo. Ser inmortal no era solo vivir para siempre; era cargar con la
eternidad, con el deber de ser parte de algo que trascendía el tiempo y la muerte.
Tatiana miró a Tyrannus, entendiendo lo que rondaba por su mente.
—Es posible, pero no es algo que debamos tomar a la ligera. —advirtió—. El ritual para
sincronizarse con un tótem no es fácil. Drex soportó un sacrificio enorme para
lograrlo. Y aunque la inmortalidad es un regalo poderoso, no es algo que cualquiera
pueda manejar.
El aire se volvió más pesado, lleno de preguntas y miedos no expresados. Tyrannus
finalmente levantó la mirada hacia Tatiana y Drex, consciente de la carga que ambos ahora
llevaban.
—¿Deberíamos hacerlo? —preguntó, su voz seria y reflexiva—. ¿Estamos preparados
para lo que significa volverse inmortal?
La pregunta quedó en el aire, sin respuesta inmediata. Todos sabían que la decisión no era
fácil. La inmortalidad, aunque tentadora, venía con un precio, uno que podría costarles más
de lo que imaginaban.
La caza había terminado, pero el peso de la eternidad ahora colgaba sobre ellos, esperando
una respuesta.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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