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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 315.

La Noche del Descontrol Parte 4.

El caos había estallado en la fiesta. Diana, la fuerza salvaje e imparable, ya había

reclamado a sus primeras presas. Violeta y Anuel se encontraban entre los cuerpos

dispersos en el salón, recuperándose del paso de la licántropa sobre ellos. Pero Diana no

se detuvo allí. En su segundo asalto, se lanzó contra Lía, Andrés y Óscar. Anuel, la

anfitriona, quien había caído bajo el dominio feroz de la licántropa, quería

desesperadamente retomar el control de su fiesta.

Lía y Óscar, apenas recuperándose del embate de Diana, intentaban procesar lo que

acababa de suceder. Lía estaba atrapada en una tormenta de emociones: ver a Óscar en

manos de Diana, llevándolo al límite, le había dejado una herida difícil de ignorar. Sabía que

ella también había estado con alguien más, pero ver a su pareja con otra, especialmente

con alguien tan indomable como Diana, la desgarraba por dentro.

Óscar, por su parte, estaba en silencio. Sabía que habían cruzado ciertas fronteras en la

fiesta, pero, a pesar del caos y la confusión, su vínculo con Lía seguía siendo lo único que

lo anclaba. Aunque se habían reconocido a través de los antifaces, la intensidad de lo

ocurrido con Diana seguía resonando en su mente.

A unos metros de ellos, Violeta se apoyaba contra una columna, recuperándose del

impacto de Diana, pero su plan no había cambiado. El hecho de haber sido “presa” de la

licántropa solo había retrasado lo inevitable: Andrés estaba en el salón, y Violeta había

decidido que esta noche iba a tener respuestas.

Andrés, a pesar del agotamiento, seguía allí. Violeta lo había identificado desde el

comienzo del evento inaugural. Sabía quién era él, aun cuando los antifaces hacían que

todos los demás cuerpos fueran un misterio. Sabía que Andrés no había abandonado el

salón, y que estaba recuperándose también de lo que Diana le había hecho.

Este era su momento. Violeta, aunque aún sentía los efectos del encuentro con Diana, se

encaminó hacia Andrés con pasos decididos. Su mente no estaba en lo que había pasado

entre ellos antes, ni en los fragmentos del pasado que intentaba recomponer. Esta noche

tenía un objetivo: Andrés.

Se inclinó sobre él, su respiración ya más tranquila, su cuerpo aún vibrante por los restos de

la lujuria que impregnaba el aire.

—Andrés —le susurró, con la voz cargada de determinación—. Sabes lo que sigue,

¿verdad?

No había lugar para dudas en su tono. Esta era la razón por la que había venido aquí en

primer lugar, y no iba a permitir que un “ataque” de Diana la desviara de lo que quería

lograr.

Andrés, aún recuperándose, alzó la vista hacia ella. No podía ver su rostro por el antifaz,

pero reconocía la energía, la intensidad en su voz. Sabía que este momento llegaría.

Violeta se acercó más, sin detenerse. Había sido paciente hasta ahora, pero no más. Este

era el punto de la noche en que todo debía caer en su lugar.

—Voy a ser suficiente para ti, Andrés —murmuró mientras sus labios se acercaban a su

cuello—. Vas a olvidarte de todo lo demás.

El calor de la fiesta envolvía el salón, pero para Violeta, la sensación de tener a Andrés

bajo ella era lo único que importaba. A pesar de todo lo que había pasado, y de los éxtasis

que Diana había provocado, su deseo de enfrentarlo no había desaparecido. Estaba ahí,

consumiéndola mientras se movía sobre él, buscando respuestas tanto físicas como

emocionales. Andrés era la clave de algo en su vida, lo sabía, aunque no entendiera

completamente por qué. Y ahora que lo tenía bajo su control, no iba a soltarlo.

Violeta, con los movimientos de su cuerpo todavía llenos de la lujuria que recorría el salón,

comenzó a desahogar lo que realmente la quemaba por dentro. El placer seguía presente,

pero no podía ignorar la frustración que la consumía, y sabía que Andrés tenía que

entenderlo.

—Hace poco… encontré algo… —jadeó, su voz mezclada con el placer y la rabia mientras

sus caderas seguían moviéndose, aplastándolo más contra ella—. Una pesadilla… una que

me mostró algo de antes… de antes de que me borraran la memoria. —Cada palabra que

pronunciaba salía acompañada de un gemido, su cuerpo temblando mientras intentaba

mantener el control sobre sí misma.

Andrés cerró los ojos, tratando de encontrar un respiro, pero el ritmo de Violeta no se lo

permitía. Sentía la presión física y emocional al mismo tiempo, y aunque sus manos

intentaban sujetarla, no podía detener lo que estaba a punto de decir.

—Tú… —murmuró ella, su respiración pesada, casi como si las palabras le dolieran—. Tú

estabas en esa pesadilla. Estabas allí… en mi vida antes de todo esto. Y aún no puedo

recordar cómo ni por qué, pero sé que eras parte de ello.

Andrés sintió que el peso de su culpa lo aplastaba aún más que el cuerpo de Violeta.

Sabía que había formado parte de su caída, pero escuchar esas palabras mientras su

cuerpo respondía sin control lo hacía sentir aún más deshecho. Violeta no había terminado.

—Y, sin embargo… —gimió, su frustración creciendo junto con el placer—. No importa lo

que haga… ¡siempre está ella!

Andrés abrió los ojos, desconcertado, y los gemidos de Violeta se volvieron más intensos,

mientras su cuerpo seguía moviéndose, cada vez más rápido.

—Laura —espetó Violeta entre jadeos—. Siempre es Laura. Aunque no sé qué te une a

ella, sé que ella sigue en tu cabeza.

Andrés intentó hablar, pero la fuerza de Violeta encima de él y el caos de su mente lo

mantenían atrapado. No era amor lo que lo conectaba con Laura; sabía eso muy bien. Lo

que lo consumía era la incomprensión, la duda que no lo dejaba en paz: ¿cómo podía

Laura sentir algo por él después de todo lo que había hecho? ¿Cómo podía desearlo

cuando él había sido la causa de su sufrimiento? La pregunta lo carcomía desde dentro.

—No es amor… —susurró Andrés, su voz quebrada por la culpa y el deseo—. No sé

cómo… ella puede siquiera… pensar en mí así.

Violeta lo escuchó, pero no era suficiente. Sabía que Laura no significaba amor para

Andrés, pero también sabía que ella seguía siendo una presencia que él no podía dejar

atrás. Violeta sentía que, sin importar cuánto lo intentara, nunca podría ser suficiente. Y eso

la enfurecía más que cualquier cosa.

—¿Por qué no soy suficiente? —gimió, su voz entrecortada mientras seguía moviéndose

encima de él, buscando algo más que placer—. ¿Qué tiene ella que yo no tengo? —Cada

palabra salía entre gemidos, pero cargada de una rabia que se mezclaba con su necesidad

física de dominarlo en ese momento—. ¡Estoy aquí, Andrés! ¡Deja de pensar en ella!

Andrés intentó detenerla, sus manos subiendo por sus brazos, pero su fuerza se estaba

desmoronando. Violeta estaba rompiéndolo desde dentro, y no sabía cómo detener ese

colapso. Sabía que había cruzado una línea. Todo lo que había jurado, sus votos, su vida,

todo se había desmoronado en esta fiesta. No había vuelta atrás.

El aire cargado de la fiesta seguía vibrando, y los cuerpos a su alrededor seguían

moviéndose en el desenfreno, pero para Violeta, la escena era completamente distinta.

Andrés, quien había sido un hombre casto al iniciar la noche, estaba ahora bajo ella,

exhausto, roto, y completamente vulnerable. Su cuerpo aún respondía a los movimientos de

Violeta, mientras ella se desahogaba sobre él, disfrutando del poder que sentía al tenerlo

rendido a su merced.

Después de todo lo que había pasado esa noche, después de haber sido “presa” de Diana,

ahora era su momento de tomar el control total, de hacer que Andrés entendiera lo que ella

necesitaba. Mientras sus caderas seguían moviéndose sobre él, Violeta dejaba escapar

gemidos de placer, su cuerpo aún temblando por el éxtasis que había alcanzado tantas

veces esa noche. Pero no era solo el placer físico lo que buscaba. Sabía que en ese

momento, Andrés ya no estaba resistiendo. Él había perdido todo lo que lo definía, y eso le

daba a ella el control absoluto.

—Está bien… —murmuró Andrés, su voz rota, apenas un susurro. Su cuerpo ya no podía

resistir más, ni física ni emocionalmente—. Ya no importa.

Violeta, aún jadeando, miró hacia abajo, sorprendida por lo que había escuchado. Había

esperado que Andrés luchara más, que intentara resistir, pero lo que veía ahora era un

hombre que finalmente había cedido. Él estaba roto, y aunque algo en ella quería seguir

empujándolo al límite, también entendió que esto era lo que había estado buscando.

Andrés ya no era el hombre casto y rígido que había sido al principio de la noche. Había

cruzado todas las fronteras.

Los movimientos de Violeta se volvieron más lentos, pero más profundos. Disfrutaba del

momento, sintiendo cada reacción de Andrés, cada temblor en su cuerpo. Había sido un

cazador de brujas, un hombre de principios férreos, y ahora estaba completamente a su

disposición. El poder de esa realización la hacía sentir invencible.

—Dime… —murmuró Andrés, mientras su respiración se entrecortaba por el esfuerzo—.

¿Qué es lo que realmente quieres de mí?

Su tono no era de resistencia, ni de desafío. Era la voz de alguien que había aceptado su

derrota, alguien que sabía que ya no tenía nada más que ofrecer salvo lo que Violeta

quisiera de él. Violeta, al escucharlo, sintió una oleada de satisfacción. No solo física, sino

emocional. Lo tenía exactamente donde quería.

Se inclinó hacia él, sus pechos rozando su torso mientras seguía cabalgándolo lentamente,

sus labios cerca de su oído.

—Quiero que me veas —dijo entre jadeos, su voz cargada de lujuria y frustración—. Que

entiendas que soy suficiente para ti. Que no soy solo una sombra de tu pasado… soy quien

está aquí, ahora.

Andrés cerró los ojos, sus manos subiendo lentamente por los muslos de Violeta, sintiendo

cómo su cuerpo seguía vibrando sobre él. Ya no tenía fuerza para resistirse. Sabía que

había perdido lo poco que le quedaba de control, y ahora lo único que le quedaba era ceder

completamente a lo que ella estaba pidiendo.

—Lo intentaré… —murmuró, con un tono grave, su voz cargada de cansancio y una

aceptación derrotada—. Pero ya no queda nada de mí.

Violeta, al escucharlo, sintió una mezcla de triunfo y frustración. Sabía que Andrés estaba

roto, pero lo que quería era más que su rendición. Quería ser suficiente para él, quería que

él dejara de lado las sombras que lo habían perseguido toda la noche y la viera a ella,

completamente. Sabía que Andrés estaba luchando internamente, pero no podía dejar que

eso la detuviera.

—Entonces, deja de resistir… —susurró, su voz más suave ahora, mientras aumentaba el

ritmo de sus movimientos, buscando ese clímax final—. Solo… déjate llevar.

Andrés, ya sin fuerzas para resistir, dejó escapar un gemido de aceptación. Su cuerpo se

movía con el de Violeta, y en ese momento, supo que no había más vuelta atrás. El hombre

que había sido, el cazador, el hombre de fe… todo había quedado atrás. Ahora solo

quedaba Violeta, el placer, y el vacío que había en su interior.

Violeta, sintiendo cómo Andrés cedía por completo, dejó escapar un gemido final,

alcanzando el clímax una vez más. Su cuerpo temblaba, pero esta vez, no era solo por el

placer físico. Era el conocimiento de que había tomado todo lo que Andrés tenía para

ofrecer. Y aunque aún quedaba mucho por resolver, en ese momento, era suficiente para

ella.

Mientras el eco de sus gemidos llenaba el salón, Violeta permaneció sobre él, con el cuerpo

aún vibrante, pero con una sonrisa satisfecha en los labios. Había llegado a donde quería, y

aunque sabía que Andrés seguía luchando internamente, ahora él estaba completamente

bajo su control.

El aire estaba impregnado de lujuria, los cuerpos se movían al ritmo del caos que reinaba

en la fiesta. Los antifaces hacían su trabajo a la perfección: bajo ellos, nadie podía

distinguirse, salvo por la Perfecta forma masculina o femenina de los cuerpos. Para todos,

excepto Lía y Óscar, que a pesar de la confusión reinante, se reconocían mutuamente,

sabiendo con certeza quién era quién. Sin embargo, esa conexión no traía calma a Lía. Las

imágenes de Óscar con otras mujeres seguían retumbando en su mente, mientras su

cuerpo, aún sensible por el último cuarteto, reaccionaba ante las sensaciones que la

rodeaban.

Anuel, por otro lado, ya había tenido suficiente de ser la presa en su propia fiesta. Toda la

noche había estado bajo el control de otros, y eso no iba a continuar. Era la anfitriona, y su

reputación exigía que recuperara el dominio. Bajo el anonimato del antifaz, no importaba

quién era quién. Todo lo que veía eran cuerpos, y había uno que llamaba su atención.

Lía, aún tambaleándose en un estado entre el placer y la confusión emocional, sintió la

presencia de Anuel acercándose. Antes de que pudiera reaccionar, sintió unas manos

deslizarse sobre su piel, reclamándola con firmeza. No sabía quién la tocaba, pero el ritmo

implacable de la fiesta y la atmósfera cargada la arrastraban nuevamente al centro de la

vorágine.

Anuel, sin saber quién era Lía, pero reconociendo el cuerpo femenino bajo sus manos,

sonrió con satisfacción. Su voz, cargada de una nueva determinación, llegó suavemente al

oído de Lía.

—Es hora de que las cosas cambien, ¿no crees? —murmuró Anuel, sin perder el ritmo.

Sentía el poder regresar a sus manos, sabiendo que ahora era su turno para tomar el

control.

Óscar, quien observaba la escena, no tardó en unirse. Sabía que el cuerpo femenino que

Anuel reclamaba era el de Lía, y aunque las imágenes de ella con otros hombres seguían

doliéndole, había aceptado que la noche era un juego de caos. No había reproches, no en

esta fiesta. Solo el reconocimiento mutuo entre ellos lo mantenía anclado.

Las manos de Anuel siguieron recorriendo el cuerpo de Lía, sus movimientos decididos

pero sensuales. Lía dejó escapar un gemido, su mente aún luchando con las imágenes de

Óscar con Diana, pero su cuerpo cedía al placer. Sabía que Óscar estaba cerca, sabía que

la miraba, y la idea de él viéndola en esta situación la confundía aún más, pero no podía

detenerse.

Anuel, sin darse cuenta del drama emocional que se desarrollaba entre los dos, solo

disfrutaba del control que había recuperado. Sus manos atrajeron a Óscar, sin saber su

identidad, solo sabiendo que era un cuerpo masculino listo para unirse a la escena que ella

había decidido orquestar.

—Ustedes dos conmigo —dijo Anuel con una sonrisa de satisfacción, guiando los cuerpos

de ambos hacia el centro del salón. Aunque no conocía sus identidades, la intensidad del

momento era lo único que importaba.

Óscar, atrapado en la tensión de la situación, colocó sus manos sobre Lía. Sabía quién era

ella, y el simple hecho de tocarla le daba una sensación de seguridad en medio del caos.

Lía, al sentir el toque familiar de Óscar, cerró los ojos, permitiendo que el peso de la noche

se desvaneciera en la ola de sensaciones que Anuel estaba desatando sobre ellos.

Pero las emociones no se podían acallar tan fácilmente. Mientras los cuerpos se

entrelazaban, Lía seguía siendo acosada por las imágenes de Óscar con alguien más, de

Diana llevándolo al límite. Su mente quería resistirse, quería reclamar, pero su cuerpo no le

daba opción. En medio del placer, sentía el dolor de compartirlo.

—Deja de pensar, Lía —murmuró Óscar, sabiendo que ella estaba atrapada en su propia

tormenta interna. Sus palabras eran suaves, intentando tranquilizarla—. Estamos aquí,

juntos.

El ambiente en la sala estaba impregnado de lujuria, los cuerpos moviéndose al compás del

caos. A pesar de los antifaces que ocultaban las identidades, Lía y Óscar se reconocían

entre sí. Pero esa conexión que siempre había sido su ancla ahora estaba cargada de

tensión. Lía, atrapada en las imágenes de Óscar con otras personas, luchaba con el

conflicto interno que la atormentaba. Aunque su cuerpo, sensible por todo lo que había

vivido en la fiesta, aún respondía al deseo, su mente seguía atrapada en la confusión.

Mientras intentaba procesar esas emociones, Anuel apareció de nuevo. La anfitriona de la

fiesta había sido presa de los demás durante toda la noche, pero ahora se acercaba con un

propósito distinto. Sin saber que Lía y Óscar se reconocían, se lanzó hacia ellos, decidida a

tomar el control. No era necesario saber quién era quién. Solo quería reclamar lo que

consideraba suyo.

Anuel deslizó sus manos por el cuerpo de Lía con una seguridad implacable, sus

movimientos decididos. Aunque no podía ver su rostro, podía sentir la intensidad en sus

reacciones, y eso la impulsó aún más. Óscar, al ver cómo Anuel tomaba a Lía, supo que

no podía quedarse al margen. Aunque las imágenes de Lía con otros hombres también le

atormentaban, el momento lo absorbió por completo, y dejó que su cuerpo se uniera al de

ellas.

Lía, sintiendo las manos de Anuel por todo su cuerpo, dejó escapar un gemido ahogado. La

intensidad de lo que estaba sucediendo comenzaba a desmoronar las barreras que había

intentado construir en su mente. Aunque su corazón seguía atrapado en las imágenes de

Óscar con otras, su cuerpo cedía a la presión del momento.

Anuel, sin detenerse, murmuró suavemente al oído de Lía.

—Ya es hora de que dejes de resistir. Esta es mi fiesta, y yo decido quién toma el control

—sus palabras eran como órdenes, exigiendo rendición.

Óscar, viendo cómo Lía reaccionaba, se acercó más, sus manos uniéndose a las de Anuel

sobre el cuerpo de Lía. Sabía que ella lo reconocía, que compartían esa conexión que el

anonimato de los antifaces no podía borrar. Pero también sabía que la noche había

cambiado todo entre ellos. Las reglas ya no importaban. Todo lo que quedaba era el

presente, y ese presente estaba marcado por el deseo.

—Estoy aquí —le susurró Óscar a Lía, su aliento rozando su cuello—. Solo nosotros.

Lía sintió el toque de Óscar, y aunque su cuerpo respondió automáticamente, su mente

seguía luchando con las emociones confusas que la acosaban. Sabía quién la tocaba, pero

las imágenes de él con otras mujeres aún la perseguían. Quería rendirse por completo,

dejarse llevar por el momento, pero esa pequeña resistencia emocional seguía ahí,

persistente, como una espina clavada.

Pero Anuel no le daba tregua. Su cuerpo se movía con fluidez, envolviendo a Lía en un

abrazo de control. Cada toque, cada caricia, estaba diseñado para romper las últimas

barreras de resistencia. Anuel no necesitaba saber las historias detrás de las emociones de

sus compañeros. Lo único que le importaba era que, esta vez, ella mandaba.

Lía, atrapada entre Óscar y Anuel, sintió cómo el placer comenzaba a abrumar sus

sentidos. Las imágenes en su mente se volvían borrosas, lejanas. Los roces de Anuel, la

familiaridad del toque de Óscar, todo conspiraba para llevarla al borde. Su cuerpo, cansado

de la resistencia, finalmente comenzó a rendirse por completo.

Los tres cuerpos se movían al unísono, una sinfonía de suspiros y gemidos que llenaba el

aire. Óscar podía sentir la tensión en Lía, pero también sabía que estaban más allá de las

palabras. En este momento, lo único que importaba era lo que estaban compartiendo.

Finalmente, Lía dejó escapar un gemido más profundo, su cuerpo cediendo por completo al

clímax. Las emociones que la habían atormentado se desvanecieron, al menos

temporalmente, en el torbellino de placer que la inundaba. Óscar, sintiendo la liberación en

ella, se dejó llevar, alcanzando su propio clímax poco después.

Anuel, satisfecha con el resultado de su intervención, sonrió para sí misma. Había

retomado el control. Había orquestado ese momento y, aunque no conocía las identidades

detrás de los cuerpos, había cumplido su propósito. La fiesta era suya de nuevo.

Lía, sin fuerzas para pensar más, se dejó caer en el suelo, agotada, pero por primera vez

en toda la noche, con una sensación de alivio. No había resuelto nada, no realmente. Pero

al menos, por un momento, las imágenes se habían desvanecido.

La atmósfera en la sala seguía cargada de tensión y lujuria. Los gemidos y suspiros de los

demás participantes resonaban por todo el lugar, envolviendo a los tres en una nube de

deseo que parecía no tener fin. Lía y Óscar apenas habían terminado de compartir ese

momento bajo la guía de Anuel, y aunque la intensidad del clímax había relajado sus

cuerpos por unos segundos, la noche estaba lejos de terminar.

Lía, ahora más consciente de su propio poder y del control que Anuel había ejercido sobre

ella, sintió algo moverse en su interior. Las imágenes de Óscar con otras personas seguían

presentes, pero ahora se mezclaban con algo más oscuro. Anuel había desatado algo en

ella. Y aunque Lía siempre había sido la que compartía su espacio con Óscar, ahora quería

darle una lección. Había estado en el centro de todo antes, pero esta vez, ella quería el

control.

Anuel, por su parte, observaba a los dos con una sonrisa traviesa. Sentía el cambio en la

energía de Lía. Sabía que la vampira estaba comenzando a ceder a sus impulsos más

profundos. Sin pensarlo mucho, se acercó a Lía, sus ojos brillando con una idea. Si habían

compartido ese momento con Óscar, ahora era el turno de hacer que él sintiera lo que ellas

querían. Después de todo, Anuel no era del tipo de persona que se quedaba esperando, y

si la fiesta era suya, entonces todos los participantes también lo serían.

Sin intercambiar palabras, pero con una comprensión tácita, Lía y Anuel se acercaron

lentamente hacia Óscar, quien aún estaba atrapado entre la satisfacción y el agotamiento.

La sensación de alivio apenas comenzaba a asentarse en él, cuando sintió la presión de

ambas mujeres girando su atención hacia él.

Óscar abrió los ojos, notando de inmediato la nueva tensión en el aire. Lía, que hacía un

momento parecía rendida a las sensaciones, ahora lo miraba con una intensidad diferente,

una mezcla de desafío y deseo. Anuel, por otro lado, mantenía esa sonrisa depredadora

que había mostrado durante toda la noche.

—¿Pensabas que habíamos terminado contigo? —murmuró Anuel, sus manos

comenzando a deslizarse por el pecho de Óscar.

Lía, que permanecía cerca de él, inclinó su cabeza, su respiración aún agitada, pero su

mente mucho más clara. Había algo en Óscar que quería reclamar, y si había estado

compartiéndolo toda la noche, ahora quería ser quien dictara las reglas. No era suficiente

con haber sido el centro del cuarteto, ni haber compartido ese último momento. Quería más.

Necesitaba tomar de él lo que había estado sintiendo.

—No hemos terminado —susurró Lía, su voz baja, pero cargada de deseo y algo más

oscuro.

Óscar los miró a ambas, sintiendo la presión creciente de sus cuerpos acercándose a él. A

pesar del agotamiento, la situación lo atrapaba de nuevo, su cuerpo respondiendo a las

sensaciones que comenzaban a recorrer su piel. Pero había algo distinto en el toque de Lía.

La familiaridad de sus manos no traía consuelo esta vez. Había algo más profundo, una

emoción que él no podía descifrar completamente.

Anuel, por su parte, disfrutaba del momento. Sus manos continuaban moviéndose con

destreza, manteniendo a Óscar atrapado en el juego que ella había iniciado. Sus dedos se

deslizaban con precisión, arrancando suspiros de él, mientras Lía se unía a ella. Ambas lo

envolvían, dejando claro que ahora era su turno de ser el centro del ataque.

Óscar, atrapado entre el placer y la confusión, sintió cómo el control se le escapaba. Lía,

con una mirada que combinaba dolor y deseo, lo dominaba de una manera que él no había

anticipado. Era como si todo lo que había sucedido en la noche culminara en este momento.

Las dudas que habían pasado por su mente, las imágenes de Lía con otros, el conflicto

interno que lo había atormentado, todo parecía evaporarse ante el toque incesante de

ambas mujeres.

—No… puedo… —intentó decir Óscar, su voz rota por la intensidad del momento.

Pero Anuel lo silenció con un dedo en sus labios, una sonrisa de satisfacción en su rostro.

—No tienes que hacer nada más que disfrutar, Óscar —dijo ella, mientras sus manos

continuaban reclamando su cuerpo, moviéndose en perfecta sincronía con las de Lía.

Lía, por su parte, sabía que este momento era suyo. Aunque había compartido a Óscar

antes, aunque había sentido celos y dolor, ahora lo reclamaba. Sus manos lo recorrían, pero

su mente aún estaba atrapada en los recuerdos de él con Diana. Esto era algo más que

placer. Era una forma de recuperar algo que sentía que había perdido. Óscar estaba bajo

su control, y no pensaba dejarlo ir tan fácilmente.

Anuel y Lía lo llevaron más allá del límite, sus cuerpos sincronizados, sus intenciones

claras. Óscar, a pesar de su agotamiento, no podía hacer nada más que rendirse al placer

que ellas le ofrecían. El control que había creído tener se había desvanecido por completo.

La sonrisa de Anuel se amplió mientras sentía cómo Óscar finalmente cedía por completo.

Este era su juego, su fiesta, y ahora, tanto Lía como Óscar estaban bajo su mando.

La noche seguía avanzando, pero para Óscar, el tiempo parecía detenerse mientras las dos

mujeres lo dominaban, llevándolo más allá de lo que había imaginado.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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