‘El cazador de almas perdidas’. Creepy pasta 29.
El Asalto a Mocoa Parte 6.
El Clímax: El Desenlace de la Batalla.
La grieta se cerraba lentamente, pero no sin una feroz resistencia. La energía oscura luchaba con cada centímetro que la grieta se reducía, enviando oleadas de poder sombrío que sacudían los cimientos del vestíbulo. Los espectros, cada vez más frenéticos, atacaban con una violencia desmedida, conscientes de que su tiempo se acababa.
Drex, jadeando por el esfuerzo, se mantuvo firme, bloqueando los ataques de los espectros que intentaban interrumpir el conjuro final. A su lado, Tiranus, a pesar de estar agotado, continuaba lanzando ráfagas de fuego para mantener a raya a los enemigos, mientras que Diana, con su agilidad incomparable, cortaba a través de los espectros con una precisión mortal.
La luz que emanaba de la esfera de cristal se intensificó aún más, y por un momento, parecía que la grieta finalmente cedería. Pero justo cuando parecía que la victoria estaba al alcance, una explosión de energía oscura emanó desde el centro de la grieta, lanzando a todos hacia atrás con una fuerza devastadora. Drex sintió como si hubiera sido golpeado por un martillo gigante; su cuerpo fue lanzado contra una pared, donde cayó al suelo, aturdido y herido.
Al levantar la vista, Drex vio cómo la grieta comenzaba a expandirse nuevamente, como si intentara abrirse de par en par. Los espectros restantes comenzaron a emitir un grito inhumano, un coro de desesperación que resonaba con una fuerza abrumadora en el vestíbulo. Todo parecía perdido, y el pánico comenzaba a instalarse en los guerreros de Oricalco.
Fue entonces cuando las paredes del vestíbulo temblaron de nuevo, pero esta vez no por el poder oscuro. Un estruendo ensordecedor, acompañado por el sonido de botas marchando al unísono, llenó el aire. Las puertas del vestíbulo se abrieron de golpe, y por ellas irrumpió un ejército, un contingente de guerreros de Oricalco, encabezados por Vambertoken en persona.
Vambertoken avanzó al frente de su ejército, su presencia imponiendo un silencio mortal en el vestíbulo. El vampiro archiconde emanaba un aura de poder absoluto, su mirada fija en la grieta que intentaba resistirse a la luz de la esfera. A su alrededor, sus guerreros tomaron posiciones, estableciendo un perímetro alrededor de los heridos y exhaustos miembros del equipo de Drex.
—¡Este es el final!—, exclamó Vambertoken, su voz resonando con una autoridad que no admitía dudas—. ¡No permitiremos que estas criaturas profanen nuestro mundo por más tiempo!
Con un gesto de su mano, Vambertoken desató una oleada de energía vampírica que se extendió por todo el vestíbulo, envolviendo a los espectros y aplastándolos bajo el peso de su poder. Los gritos de las criaturas se desvanecieron en un instante, sus formas disolviéndose en la nada mientras la energía de Vambertoken las destruía sin piedad.
Los guerreros de Oricalco, siguiendo la señal de su líder, lanzaron un asalto final sobre la grieta. Con una precisión militar, atacaron al unísono, combinando su poder para golpear la grieta con todo lo que tenían. La grieta, golpeada por la energía combinada de Oricalco, comenzó a cerrarse de nuevo, esta vez con más rapidez y sin la misma resistencia.
Drex, apoyado por Tiranus y Diana, observó con asombro mientras la grieta se reducía, sus bordes temblando y retorciéndose antes de cerrarse finalmente con un destello de luz pura. El vestíbulo quedó sumido en un silencio sepulcral, roto solo por la respiración pesada de los sobrevivientes.
Vambertoken se acercó a Drex, su mirada fría pero cargada de respeto.
—Has hecho bien—, dijo Vambertoken—. Todos ustedes lo han hecho. Pero ahora debemos asegurarnos de que esto no vuelva a ocurrir.
Drex, agotado pero aliviado, asintió. Sabía que la batalla había sido ganada, pero también comprendía que el peligro aún acechaba en las sombras. La Muerte Plata había sido derrotada, pero los secretos oscuros que habían intentado desatar seguirían siendo una amenaza.
—Lo que sea necesario—, respondió Drex, su voz firme a pesar del cansancio.
Vambertoken asintió y se giró hacia sus guerreros, su voz resonando con autoridad.
—¡Sellaremos este lugar y aseguraremos que ningún rastro de esa grieta quede!—, ordenó—. Este lugar será purificado y destruido si es necesario. No dejaremos que esta oscuridad corrompa nuestro mundo.
Los guerreros de Oricalco comenzaron a moverse, siguiendo las órdenes de su líder mientras se preparaban para sellar y purificar el vestíbulo. Drex, Tiranus, y Diana, junto con los demás sobrevivientes, fueron llevados a un lugar seguro donde pudieran recuperarse.
Epílogo: Una Victoria a un Alto Costo.
Horas más tarde, mientras la luz del amanecer comenzaba a filtrarse por las ruinas de Cañaveral, Drex, Tiranus y Diana se reunieron en las afueras del edificio, observando cómo los últimos vestigios de la Muerte Plata eran eliminados por los guerreros de Oricalco. La victoria había sido amarga y había costado la vida de muchos buenos soldados, pero sabían que habían hecho lo necesario para proteger su mundo.
—Lo hemos logrado—, murmuró Diana, su voz cargada de una mezcla de alivio y tristeza—. Pero a un precio muy alto.
—La lucha siempre tiene un precio—, respondió Tiranus, apoyado en su espada mientras observaba las ruinas—. Pero al menos hemos evitado algo peor.
Drex se mantuvo en silencio por un momento, su mirada fija en el horizonte, donde las primeras luces del día comenzaban a iluminar la selva que rodeaba Mocoa. Sabía que esta victoria, aunque crucial, era solo una en una guerra que aún no había terminado.
—Debemos estar preparados para lo que venga después—, dijo finalmente Drex, girándose hacia sus compañeros—. La Muerte Plata puede haber sido derrotada, pero las sombras aún se mueven en el mundo. Debemos estar listos para enfrentarlas cuando resurjan.
Vambertoken se acercó en ese momento, su figura imponente proyectando una larga sombra en el suelo. Observó a los tres guerreros con una expresión indescifrable antes de hablar.
—Este no es el fin—, dijo, su voz resonando con la certeza de quien ha visto mucho más de lo que podría imaginarse—. Pero por ahora, descansen. Habrá otras batallas, pero han ganado el derecho a recuperarse.
Con esas palabras, Vambertoken se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el interior de la base, dejando a Drex, Tiranus y Diana reflexionando sobre lo que había sucedido.
La batalla había terminado, pero el eco de lo ocurrido en ese vestíbulo resonaría en sus mentes durante mucho tiempo. Sabían que en su mundo, la paz era siempre temporal, y que las sombras siempre encontrarían la manera de volver. Pero mientras estuvieran juntos, lucharían para mantener la oscuridad a raya.
El vestíbulo en ruinas, donde la batalla más intensa de sus vidas había tenido lugar, ahora estaba sumido en un silencio sepulcral. Los cuerpos de los caídos, tanto amigos como enemigos, yacían esparcidos por el suelo mientras los guerreros supervivientes de Oricalco se reunían lentamente, recuperando el aliento y evaluando sus heridas. La grieta en la realidad había sido sellada, pero la sensación de peligro persistía en el aire, como un eco que se negaba a desvanecerse.
Drex, Tiranus y Diana, aunque agotados, sabían que aún no podían permitirse el lujo de relajarse. A pesar de la victoria, la Muerte Plata seguía siendo una amenaza, y lo que habían descubierto en esa batalla no hacía más que aumentar la gravedad de la situación.
Pasaron varios minutos antes de que la calma retornara, y mientras los primeros rayos del amanecer comenzaban a iluminar las montañas distantes, Vambertoken reapareció, su figura imponente atravesando las puertas del vestíbulo con una autoridad que no admitía dudas.
—Drex, Tiranus, Diana—, llamó con su voz profunda y resonante—. Deben acompañarme. Hay algo que necesitamos discutir de inmediato.
Los tres intercambiaron miradas, sabiendo que la batalla no había terminado completamente en su mente. Con pasos firmes, se acercaron a Vambertoken, cuyas facciones mostraban un aire de preocupación, algo raro en el líder vampiro.
Vambertoken los guió a través de los pasillos oscuros y dañados de la base, hasta llegar a una sala apartada, lo suficientemente lejos de los restos de la batalla como para permitirles hablar sin interrupciones. Una vez dentro, Vambertoken se giró hacia ellos, su expresión más sombría que nunca.
—La Killa Rawa no está aquí—, dijo sin preámbulos, sus palabras cayendo como una sentencia—. Nuestros esfuerzos por destruir esta base de la Muerte Plata han sido exitosos, pero el objetivo principal, el Disco Lunar, no fue encontrado en este lugar.
El impacto de las palabras de Vambertoken fue inmediato. Drex sintió una oleada de frustración y preocupación al darse cuenta de lo que esto significaba. La Killa Rawa, un objeto de inmenso poder y valor histórico, seguía en manos de la Muerte Plata, y eso significaba que la amenaza no solo persistía, sino que podría estar creciendo en algún otro lugar.
—¿Entonces, dónde está?—, preguntó Tiranus, su tono tenso mientras intentaba mantener la calma.
Vambertoken soltó un suspiro, un sonido que rara vez se escuchaba de sus labios.
—No lo sabemos con certeza—, admitió—. Pero hemos recibido informes que indican que la Muerte Plata ha trasladado varios de sus recursos más valiosos a sus bases en Ecuador y Perú. Es probable que la Killa Rawa haya sido enviada a una de esas dos ubicaciones para evitar que cayera en nuestras manos.
Diana frunció el ceño, su mente ya trabajando para procesar la nueva información.
—Entonces tendremos que seguir adelante—, dijo con determinación—. Si la Killa Rawa está en Ecuador o Perú, debemos estar preparados para lanzar un ataque allí antes de que la Muerte Plata tenga la oportunidad de utilizarla.
Vambertoken asintió lentamente, su mirada fija en los tres guerreros frente a él.
—Así es—, confirmó—. Pero la situación es complicada. La Muerte Plata ha demostrado ser más astuta y resistente de lo que anticipamos. Atacar esas bases requerirá una planificación cuidadosa y recursos que ya se están movilizando. Pero sepan esto: el Consejo Vampírico y Oricalco no descansarán hasta que esa amenaza sea completamente erradicada.
El peso de sus palabras llenó la habitación. Drex, Tiranus y Diana sabían que el camino por delante sería largo y peligroso, pero también sabían que no podían detenerse ahora. Demasiado estaba en juego.
—Por ahora—, continuó Vambertoken—, la prioridad es descansar y recuperarse. Han hecho mucho hoy, y lo que viene será aún más exigente.
El amanecer comenzaba a asomar en el horizonte, y con él, Vambertoken sintió la urgencia de retirarse antes de que la luz del sol lo debilitara.
—Pueden dirigirse a los aposentos del Consejo Vampírico en el Barrio Sancancio de Mocoa—, dijo mientras se preparaba para marcharse—. Es un lugar seguro donde podrán recuperarse adecuadamente. Descansen lo necesario, porque pronto necesitaré que estén en plena forma para la siguiente fase de esta guerra.
Con esas palabras, Vambertoken les dio una última mirada antes de girarse y desaparecer en las sombras, dejando a Drex, Tiranus y Diana con la tarea de procesar todo lo que había sucedido y lo que aún quedaba por hacer.
El Viaje a Sancancio.
Después de la partida de Vambertoken, los tres guerreros salieron del edificio destruido y subieron a los vehículos de Oricalco que los esperaban. La atmósfera en el vehículo era pesada, cargada de silencio y pensamientos no expresados. Cada uno de ellos estaba inmerso en sus propias reflexiones, sabiendo que esta era solo una pausa en una guerra mucho más grande.
El viaje a Sancancio fue breve, pero el cansancio y el peso de los eventos recientes hacían que cada kilómetro pareciera eterno. Cuando finalmente llegaron al barrio, un lugar discreto y apartado, fueron recibidos por miembros del Consejo Vampírico que los guiaron hasta una residencia segura. Era una mansión antigua, rodeada de altos muros y protegida por múltiples barreras mágicas que aseguraban su privacidad y seguridad.
Una vez dentro, los guerreros fueron conducidos a habitaciones separadas, cada una equipada con todo lo necesario para descansar y curar sus heridas. La mansión estaba diseñada para ofrecer tranquilidad, con un ambiente sereno y silencioso que contrastaba con la brutalidad de la batalla que acababan de librar.
Drex entró en su habitación y, por primera vez en horas, se permitió relajarse. Se dejó caer en una silla junto a una ventana que daba al patio interno de la mansión, observando cómo las primeras luces del amanecer tocaban las hojas de los árboles. Sentía el peso del cansancio en cada músculo, pero su mente seguía corriendo, repasando todo lo que había sucedido y lo que aún estaba por delante.
Reflexión y Preparativos.
Tiranus, en su habitación, se sentó en el borde de la cama, mirando las cicatrices en sus manos, recordatorios de la intensidad del combate. Sabía que la batalla había sido dura, pero también sabía que había sido necesaria. Cada sacrificio, cada golpe recibido, era un paso más hacia la erradicación de la Muerte Plata. Pero la ausencia de la Killa Rawa lo inquietaba. El objeto tenía un poder que no podía permitirse que cayera en las manos equivocadas.
Diana, por su parte, se tumbó en la cama de su habitación, permitiendo que el cansancio finalmente la alcanzara. Su cuerpo estaba magullado, pero su espíritu seguía fuerte. Sabía que había mucho que hacer, pero por primera vez en lo que parecía una eternidad, cerró los ojos y dejó que el sueño la reclamara.
Las horas pasaron lentamente en la mansión del Consejo Vampírico, y aunque el mundo exterior seguía su curso, para Drex, Tiranus y Diana, el tiempo parecía haberse detenido. Era un momento de tregua, un respiro en medio de la tormenta.
Sin embargo, sabían que esta paz era solo temporal. La verdadera batalla aún estaba por venir, y cuando llegara el momento, estarían listos para enfrentarse a cualquier desafío que el destino les deparara.
Con ese pensamiento, Drex finalmente se permitió descansar, sabiendo que, aunque el día había sido largo, el camino que tenían por delante sería aún más arduo. Pero mientras estuvieran juntos, sabían que podían enfrentarlo, y que no dejarían que la oscuridad prevaleciera.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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