‘El cazador de almas perdidas’. Creepy pasta 23.
Retorno a la Guarida del Lobo.
La noche había sido larga y brutal. Drex, junto con los sobrevivientes del asalto a la sede de la Muerte Plata en Fontibón, se dirigían de regreso a la Guarida del Lobo. El trayecto, normalmente corto, se sentía interminable debido al cansancio extremo que pesaba sobre sus cuerpos. Cada paso era una lucha contra la gravedad, una batalla interna para no ceder ante el agotamiento que los envolvía.
El Regente, siempre imponente, caminaba con una rigidez que traicionaba su propia fatiga. Había desatado su poder en el combate, y aunque su rostro no mostraba signos de debilidad, Drex sabía que hasta él estaba llegando al límite. A su lado, Tiranus, con los restos de su ropa aún humeando por el fuego que había manipulado, y Diana, que aún luchaba por mantener a raya a la bestia interior, mantenían el paso con una determinación que solo los más fuertes podían mostrar en momentos así.
Sergio y Valentina, los dos novatos que habían sobrevivido, los seguían de cerca. Sus rostros estaban pálidos, y la adrenalina de la batalla comenzaba a desvanecerse, dejando tras de sí un vacío de agotamiento y dolor. Habían probado su valía, pero la realidad de lo que habían enfrentado estaba apenas comenzando a asentarse en sus mentes.
Cuando finalmente llegaron a la entrada oculta de la Guarida del Lobo, Drex sintió un alivio inmediato, aunque sabía que el descanso sería breve. Las puertas de piedra se abrieron con un crujido sordo, revelando la oscuridad familiar del interior. La Guarida, con sus muros tallados con runas antiguas y el aire pesado de secretos, era tanto un refugio como una prisión para aquellos que la habitaban.
Un Lugar de Poder y Secretos.
Dentro, la Guarida del Lobo estaba extrañamente silenciosa. Los licántropos que no habían participado en la misión mantenían su distancia, conscientes del estado de sus compañeros. El aire estaba cargado de una tensión apenas contenida, como si todos esperaran alguna noticia, algún desenlace que aún no se había manifestado.
Drex intercambió una mirada con el Regente, ambos entendiendo que tenían cosas que atender antes de poder siquiera pensar en descansar. Sin mediar palabra, los dos se dirigieron a la sala de comunicaciones, un espacio protegido por magia y tecnología, diseñado para permitir comunicaciones seguras con aliados y contactos en todo el mundo.
Al entrar, Drex sintió cómo el cansancio parecía retroceder, reemplazado por la necesidad de respuestas. Sabía que había mucho en juego, y que la información que obtenía en este momento podría ser vital para las próximas acciones.
—Llamaré a María primero—, dijo Drex, su voz baja pero firme.
El Regente asintió, dándole espacio para hacerlo. Drex se acercó al panel de control y marcó el número que le había dado María. La conexión fue rápida, y pronto la pantalla mostró el rostro familiar de María González, su expresión mostrando alivio al ver a Drex.
—Drex—, dijo ella, con una leve sonrisa—. Me alegra verte bien.
Drex asintió, aunque la fatiga era evidente en su rostro.
—¿Cómo estás?—, preguntó, manteniendo su tono neutral, pero con una preocupación genuina en sus palabras.
María suspiró ligeramente antes de responder.
—Estoy bien, Drex. La recuperación fue más rápida de lo que esperábamos. La herida ya sanó por completo, y mis poderes están volviendo a su nivel normal.
Drex notó la sombra de algo más en su mirada, algo que ella no había mencionado todavía.
—Hay algo más, ¿verdad?—, insistió, sabiendo que María rara vez ocultaba información, pero también sabiendo que a veces las noticias eran difíciles de compartir.
María asintió lentamente.
—La sacerdotisa con la que tuviste que lidiar… ella era parte de la Mano de Plata. Y ese objeto que se llevaron de las pirámides, el disco… es el Killa Rawa, el Disco Lunar.
Drex frunció el ceño, sintiendo una punzada de reconocimiento.
—¿El Disco Lunar? He oído hablar de él, pero pensé que era solo un mito.
—No es un mito—, respondió María, su tono serio—. El Killa Rawa es real, y es extremadamente poderoso. Se dice que contiene un mapa, uno que lleva al altar del Killa Watana, un lugar sagrado y muy antiguo. La leyenda cuenta que fue allí donde la Luna fue atada al horizonte, y que la entrada a Paititi, la ciudad perdida, está escondida en ese altar, solo visible para la Luna.
Drex sintió que su corazón se aceleraba. Paititi, la legendaria ciudad de oro, había sido objeto de innumerables búsquedas a lo largo de los siglos. Pero la idea de que estuviera vinculada a un lugar tan sagrado, y a un artefacto tan poderoso, complicaba aún más las cosas.
—Eso significa que la Mano de Plata no solo busca poder… buscan algo más grande, algo que podría cambiar el equilibrio de todo—, murmuró Drex, más para sí mismo que para María.
María asintió, su expresión grave.
—Tatiana ha sido asignada por Oricalco para erradicar a la Mano de Plata en Cali. Parece que las cosas se están moviendo rápidamente en todo el país.
—¿Tatiana?—, Drex se sorprendió un poco—. Eso es… interesante. ¿Por qué ella?
—Oricalco tiene sus razones, supongo—, dijo María, con una leve sonrisa que no alcanzó sus ojos—. Pero eso significa que estaré aquí sola por un tiempo. Aunque… alguien vino a verme hace poco. Fabian.
El nombre de Fabian hizo que Drex enderezara su postura, prestando aún más atención.
—¿Fabián estuvo contigo?—, preguntó, tratando de mantener la calma en su voz.
—Sí—, respondió María—. No se quedó mucho tiempo, pero dijo que debía ir a Bogotá. Debería estar llegando en cualquier momento, si no es que ya llegó.
Drex asintió, procesando la información. Algo no encajaba del todo, pero no tenía tiempo para analizarlo ahora.
—Gracias, María. Me alegra saber que estás bien—, dijo finalmente, su tono más suave.
—Cuídate, Drex—, respondió ella—. Y ten cuidado. Las cosas están más complicadas de lo que parecen.
Con eso, la pantalla se apagó, dejando a Drex con sus pensamientos. Se volvió hacia el Regente, que había estado observando en silencio.
—Es tu turno—, dijo Drex, apartándose para darle espacio al Regente.
El Regente se acercó al panel y estableció una conexión con Vambertoken. La imagen del vampiro apareció en la pantalla, su rostro inmutable pero sus ojos brillando con un conocimiento profundo.
—Regente—, dijo Vambertoken, con un tono que bordeaba en la cortesía—. Veo que la misión fue un éxito.
—Así es—, respondió el Regente, su voz resonante—. La sede de la Muerte Plata en Fontibón ha sido destruida. Sin embargo, hemos sufrido bajas significativas, y el verdadero líder de la organización no estaba presente.
Vambertoken asintió, como si ya supiera todo eso.
—Lo imaginaba. Pero no se preocupe, la información que obtuvimos es invaluable. Es un paso crucial para la erradicación de esta amenaza. Su trabajo no ha terminado, sin embargo. Necesito que usted, junto con Drex, Diana y Tiranus, se dirijan inmediatamente a Mocoa. Parece que la Mano de Plata está concentrando sus fuerzas allí, en un punto que podría convertirse en el epicentro de sus operaciones en Ecuador y Perú.
El Regente asintió, aceptando la orden sin cuestionarla. Drex, que había estado escuchando, sintió una oleada de frustración. Sabía que no tendría tiempo para descansar, pero no pudo evitar sentir que estaban siendo manipulados en una partida de ajedrez mucho más grande de lo que podían imaginar.
—Lo que necesite, Vambertoken—, respondió el Regente, mostrando la lealtad que había demostrado durante años.
La comunicación con Vambertoken terminó, y Drex sintió que era momento de hacer su propia llamada. Sin perder tiempo, marcó el número de Fabián, sabiendo que la conversación que se avecinaba no sería fácil.
Fabián contestó después de varios tonos, y Drex notó un ligero tono de tensión en su voz.
—Drex—, dijo Fabián, en un tono que mezclaba cansancio y urgencia—. Me alegra que me hayas llamado.
—Fabián, ya estoy de vuelta en la Guarida del Lobo. María me dijo que estabas en Bogotá—, comenzó Drex, tratando de mantener la conversación en un tono neutral.
—Sí, estoy aquí—, respondió Fabián—. Pero hay cosas que necesito atender antes de poder reunirme contigo. Te llamaré cuando termine con este asunto urgente.
El tono de Fabián sugería que había algo más de lo que no estaba diciendo, pero Drex decidió no presionarlo. Sabía que Fabián siempre tenía razones para lo que hacía, y si no estaba listo para compartir más, no serviría de nada insistir.
—De acuerdo—, dijo Drex—. Solo ten cuidado, Fabián. Las cosas se están complicando más de lo que parece.
—Lo sé—, respondió Fabián, su tono algo distante—. Lo sé demasiado bien. Hablaremos pronto, Drex.
La llamada terminó, dejando a Drex con más preguntas que respuestas. Pero antes de que pudiera reflexionar más sobre la conversación, el Regente lo llamó.
—Drex, necesito que hables con Vambertoken una vez más. Parece que tiene algo que quiere discutir contigo personalmente—, dijo el Regente, su expresión inusualmente seria.
Drex asintió y se acercó nuevamente al panel. La imagen de Vambertoken apareció una vez más en la pantalla, su rostro tan imperturbable como siempre.
—Drex—, comenzó Vambertoken, su tono más directo—. Quiero saber si notaste algo… peculiar durante el enfrentamiento en Fontibón.
Drex frunció el ceño, repasando mentalmente la batalla. Había sido intensa, brutal, pero no recordaba nada inusualmente fuera de lugar, hasta que…
—Los agentes de Oricalco—, dijo de repente—. Los dos que aparecieron al final… eran parte del equipo que estuvo en la cacería del devorador en Perú.
Vambertoken asintió lentamente, como si confirmara algo que ya sabía.
—Exactamente—, dijo el vampiro—. Oricalco tiene ojos en todas partes, pero su interés en estos asuntos ha crecido recientemente. Debes saber que Fabián está preparando un posible asalto en mi contra, y también ha estado tomando precauciones por si alguien de la Guarida se vuelve hostil. No lo culpo, claro, solo está cumpliendo órdenes del Vaticano.
Drex sintió que una oleada de emociones lo atravesaba, pero mantuvo la calma exterior. Fabián, su viejo amigo, estaba preparándose para una posible confrontación, y Vambertoken estaba al tanto de todo.
—Drex—, continuó Vambertoken, su tono ligeramente más suave—, no tomes esto como una advertencia o una amenaza. Simplemente quiero que estés consciente de la situación. No estoy en guerra con Oricalco, y ciertamente no estoy en guerra con el Vaticano. Pero necesito que entiendas que las cosas están cambiando rápidamente, y no todos los cambios son para mejor.
Drex asintió lentamente, comprendiendo la gravedad de las palabras de Vambertoken. La situación se estaba volviendo cada vez más complicada, y él estaba atrapado en el centro de algo mucho más grande de lo que había imaginado.
—Lo entiendo—, respondió Drex, su voz firme.
—Bien—, dijo Vambertoken—. Entonces sabes lo que debes hacer. Mocoa es tu próximo destino. Mantén los ojos abiertos y, Drex, ten cuidado con en quién confías.
La pantalla se apagó, y Drex se quedó en silencio por un momento, procesando todo lo que había ocurrido. Finalmente, se volvió hacia el Regente, que lo observaba con una expresión que mezclaba comprensión y determinación.
—Vambertoken ha ofrecido pagarte el doble de lo acordado anteriormente—, dijo el Regente, su tono definitivo—. Así que ahora seguirás sus órdenes directamente. Y Tiranus y Diana también irán contigo, pero no estarán a tus órdenes. Serás parte de este equipo, pero no su líder.
Drex abrió la boca para objetar, pero el Regente levantó una mano para detenerlo.
—Esto es lo que se ha decidido, Drex. Y sabes tan bien como yo que no tenemos tiempo para discutirlo. La situación es crítica, y necesitamos estar preparados para cualquier cosa.
Drex asintió, sabiendo que el Regente tenía razón, aunque no le gustara.
—Entendido—, dijo finalmente, su tono resignado pero determinado.
El Regente lo miró con firmeza antes de hablar por última vez.
—Buena suerte, Drex. La necesitarás.
Con eso, Drex se despidió del Regente y salió de la sala de comunicaciones, sintiendo el peso de lo que estaba por venir. Sabía que Mocoa sería un desafío aún mayor, pero también sabía que no tenía otra opción que enfrentarlo de frente.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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