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‘El cazador de almas perdidas’. Creepy pasta 22.

El asalto a Fontibon parte 2.

La oscuridad era casi palpable en las profundidades de la sede de la Muerte Plata. Los pasillos, en su mayoría abandonados, resonaban con los ecos de la batalla que se desarrollaba en sus entrañas. Drex, con la respiración pesada y la mano firmemente aferrada a su chokuto, avanzaba junto a su equipo, consciente de que lo peor aún estaba por venir.

El Regente, que había liderado a su propio grupo en otra parte del edificio, se reunió con ellos en un cruce de caminos, su imponente figura irradiando una autoridad incuestionable. Había un brillo peligroso en sus ojos, una señal de que estaba preparado para desatar todo su poder si era necesario. A su lado, Tiranus, con su presencia masiva y su control sobre las llamas, parecía un titán esperando la orden para desatar su furia. Diana, aunque aún tambaleante, tenía un destello en sus ojos que indicaba que estaba lista para otra ronda de carnicería.

—El corazón de esta guarida está más cerca de lo que creemos—, dijo el Regente, su voz resonando con gravedad—. Pero no debemos subestimar lo que nos espera. Ya hemos perdido a demasiados.

Drex asintió, su mente afilada y calculadora sopesando cada palabra. Sabía que estaban en el umbral de la verdadera batalla, una que probaría hasta el límite a cada uno de ellos. A su lado, los jóvenes licántropos, Sergio y Valentina, se preparaban para lo que vendría. Sergio, con su enfoque en las artes mentales y psíquicas, ya estaba evaluando el terreno, mientras que Valentina ajustaba las correas de sus ametralladoras, su rostro mostrando una calma fría y calculada.

Las Trampas de la Muerte Plata.

El avance por los pasillos continuó en silencio, solo roto por el eco de sus pasos y el ocasional crujido de las paredes viejas. Drex podía sentir la tensión en el aire, una señal de que la Muerte Plata estaba preparando algo. No tardaron mucho en encontrar la primera trampa. A medida que se acercaban a una intersección, el suelo bajo ellos cedió repentinamente, revelando una serie de estacas de plata afiladas que se alzaron desde el piso.

—¡Atrás!—, gritó Drex, pero su advertencia llegó un segundo demasiado tarde.

Uno de los licántropos más jóvenes no fue lo suficientemente rápido y fue empalado por las estacas antes de poder transformarse o escapar. Su grito de agonía resonó en la sala, seguido por el ruido seco de su cuerpo desplomándose.

—¡Maldición!—, murmuró Tiranus, sus ojos brillando con furia.

El Regente, con un movimiento fluido de su mano, usó su telequinesis para cerrar la trampa, haciendo que las estacas volvieran a su posición original. La mirada en su rostro era de pura determinación.

—Debemos seguir adelante. No podemos permitirnos más retrasos—, dijo con una autoridad incuestionable.

La trampa había cobrado una víctima, pero no detendría su avance. El equipo continuó, ahora más alerta que nunca. A medida que avanzaban, Valentina detectó la presencia de cables sutilmente ocultos en las sombras, cables que estaban conectados a una serie de explosivos de plata. Con una destreza impresionante, cortó los cables sin detonar los explosivos, asegurando un paso seguro para el grupo.

Sin embargo, el verdadero peligro se encontraba más adelante.

El Regreso de los Nigromantes.

Cuando el equipo llegó a una amplia sala, oscura y apenas iluminada por un tenue resplandor, Drex sintió una fuerte presencia maligna en el aire. No estaba solo en esa percepción; todos los licántropos lo sintieron. El olor a muerte impregnaba la sala, y pronto descubrieron por qué.

Un segundo Nigromante, mucho más poderoso que el primero, emergió de las sombras. Sus ojos rojos brillaban con una malicia oscura, y su boca se curvó en una sonrisa de triunfo. A su lado, el cadáver del primer Nigromante yacía en el suelo, inmóvil.

—¡No!—, exclamó Drex, al darse cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir.

El segundo Nigromante comenzó a recitar un oscuro conjuro en una lengua antigua, levantando las manos hacia el cadáver de su predecesor. La tierra bajo el cuerpo se agitó, y en cuestión de segundos, el primer Nigromante volvió a la vida, aunque no como un ser consciente, sino como un no-muerto controlado por el poder del segundo. Sus ojos, ahora vacíos y sin alma, se abrieron, y un aura de oscuridad comenzó a emanar de su cuerpo.

—Esto va a complicarse—, murmuró Tiranus, preparándose para un combate brutal.

El segundo Nigromante no se detuvo allí. Con un gesto, comenzó a levantar los cuerpos de los caídos en la batalla anterior. Los cadáveres de los vampiros, licántropos y humanos que habían perecido bajo el filo de la chokuto de Drex y las habilidades de Tiranus y Diana, se alzaron, ahora como marionetas controladas por el poder oscuro del Nigromante.

El Regente decidió que era momento de actuar con toda su fuerza. Levantó ambas manos y recitó un hechizo en un idioma arcano, su voz resonando con poder. Tres espectros elementales comenzaron a materializarse a su alrededor: uno de fuego, otro de hielo y el tercero de viento. Los espectros emitieron un grito ensordecedor, y se lanzaron hacia los enemigos resucitados, iniciando una feroz batalla en el centro de la sala.

El Poder del Ursarii.

Mientras los espectros y los no-muertos luchaban, Drex y su equipo avanzaron hacia la siguiente sala, conscientes de que el verdadero peligro aún los aguardaba. El corazón de la sede de la Muerte Plata estaba cerca, y podían sentirlo. Finalmente, llegaron a una gran cámara, iluminada por antorchas que lanzaban sombras inquietantes en las paredes de piedra.

Allí, en el centro de la cámara, se encontraba el Ursarii. Era una bestia masiva, un hombre con la apariencia y fuerza de un oso, pero con la inteligencia y astucia de un humano. Su piel estaba cubierta de cicatrices, y sus ojos brillaban con un odio profundo y arraigado. En su pecho colgaban una serie de talismanes, cada uno emitiendo un tenue resplandor.

—Así que finalmente han llegado—, dijo el Ursarii con una voz gutural—. Han venido a morir como los cobardes que son.

Drex no se dejó intimidar por sus palabras. Sabía que estaban ante un enemigo formidable, pero no tenía otra opción que enfrentarlo.

—Tú eres el líder de la Muerte Plata—, dijo Drex, aunque una parte de él dudaba de esta afirmación—. Vamos a terminar con esto ahora.

El Ursarii soltó una carcajada que resonó en la cámara, un sonido que era más animal que humano.

—Yo no soy el líder—, dijo con desdén—. Pero soy quien acabará con ustedes.

Con un rugido, el Ursarii activó uno de sus talismanes, y su cuerpo comenzó a crecer, aumentando en tamaño y fuerza. Cada talismán que activaba amplificaba sus habilidades físicas, volviéndolo más rápido, más fuerte, y más letal.

El Regente, con sus espectros elementales aún luchando en la sala anterior, sabía que debía enfrentarse a esta amenaza con todo lo que tenía. Extendió sus manos y lanzó un rayo de hielo hacia el Ursarii, con la intención de congelarlo en su lugar. Pero el Ursarii, con una velocidad impresionante, esquivó el ataque y se lanzó hacia adelante con una fuerza brutal.

El impacto fue devastador. El Ursarii golpeó al Regente con la fuerza de un ariete, enviándolo volando hacia una de las paredes de piedra. El Regente se levantó, sacudiéndose el polvo, pero su expresión era de pura determinación.

—Esto termina ahora—, dijo, con una voz que resonaba con poder.

El Regente invocó a sus espectros elementales, que se materializaron a su lado. Los espectros se lanzaron contra el Ursarii, pero este, con una fuerza abrumadora, los derribó uno por uno. No era una simple bestia; era una máquina de destrucción, impulsada por su odio hacia los licántropos.

Drex se lanzó al ataque, su chokuto cortando el aire en un arco mortal. Logró golpear al Ursarii en el costado, pero el talismán que llevaba amortiguó el golpe, impidiendo que la espada penetrara profundamente. El Ursarii contraatacó con una furia inhumana, y Drex apenas pudo esquivar el golpe, que hizo añicos el suelo donde había estado parado.

Tiranus, viendo la dificultad de la situación, decidió usar todo su poder. Con un rugido de desafío, desató una oleada de llamas que envolvieron al Ursarii. El calor era tan intenso que las piedras en las paredes comenzaron a agrietarse, pero el Ursarii, protegido por sus talismanes, resistió el ataque con una tenacidad impresionante.

Mientras tanto, Sergio y Valentina trabajaban en conjunto para debilitar al Ursarii. Sergio usó sus habilidades mentales para confundir al enemigo, haciéndolo ver ilusiones de ataques desde todas direcciones. El Ursarii, por un momento, pareció desorientado, lo que le dio a Valentina la oportunidad de vaciar una ráfaga de balas de sus ametralladoras en su cuerpo. Las balas perforaron su piel, pero el daño fue menor, nuevamente gracias a los talismanes protectores.

El Regente, sabiendo que el tiempo se agotaba, invocó una última habilidad. Con un grito que resonó en toda la cámara, convocó a un espectro elemental de pura energía, un ser de luz que se lanzó contra el Ursarii con una fuerza devastadora. El impacto fue tan poderoso que el suelo bajo ellos se agrietó, y el Ursarii fue lanzado hacia atrás, chocando contra la pared opuesta.

Pero incluso entonces, el Ursarii no se rindió. Se levantó, sus ojos llenos de odio, y activó los tres últimos talismanes. Con un sonido de rompimiento, los talismanes liberaron su poder, invocando a tres golems masivos, hechos de piedra y metal. Los golems, sin emociones y sin piedad, se lanzaron hacia el equipo de licántropos, sus cuerpos pesados golpeando el suelo con cada paso.

La Batalla Final.

El enfrentamiento con los golems fue brutal. Cada golpe que estos seres lanzaban tenía la fuerza de un martillo gigante, y sus cuerpos eran casi indestructibles. Tiranus, usando su telequinesis, logró desviar algunos de los ataques, pero los golems eran persistentes. Uno de los jóvenes licántropos, que intentó enfrentarse a uno de ellos, fue aplastado bajo su peso, su vida apagándose en un instante.

Sergio, con su enfoque en las habilidades mentales, trató de influir en los golems, pero sus mentes eran demasiado primitivas, demasiado básicas para ser controladas. Sin embargo, logró desviar la atención de uno de los golems hacia otro, creando una breve distracción que permitió al equipo reorganizarse.

Valentina, con sus ametralladoras, disparaba en ráfagas controladas, apuntando a las articulaciones de los golems en un intento de ralentizarlos. Aunque las balas no causaban un daño significativo, lograban interferir en sus movimientos, lo que les daba a los demás licántropos la oportunidad de atacar.

El Regente, comprendiendo que necesitaban terminar la batalla rápidamente, invocó todo su poder. Con un grito de guerra, lanzó un torrente de llamas y hielo hacia los golems, combinando sus habilidades en un ataque devastador. El fuego y el hielo se entrelazaron, creando un torbellino de destrucción que envolvió a los golems y al Ursarii.

Drex, viendo su oportunidad, se lanzó hacia el Ursarii una vez más. Esta vez, con toda su fuerza, dirigió su chokuto hacia el pecho del Ursarii, apuntando a uno de los talismanes. La espada penetró profundamente, rompiendo el talismán y liberando una explosión de energía que sacudió toda la cámara. El Ursarii soltó un rugido de agonía, su cuerpo comenzando a desmoronarse bajo el poder de la espada de Drex.

Finalmente, el Ursarii cayó, su cuerpo destrozado y sus talismanes destruidos. Los golems, sin su maestro, se quedaron inmóviles, como estatuas abandonadas.

El Fin del Combate.

La cámara quedó en silencio, solo rota por el sonido de las respiraciones pesadas de los sobrevivientes. Habían perdido a varios de los suyos, pero la Muerte Plata había sido derrotada. O al menos, eso parecía.

Antes de que pudieran relajarse, un sonido metálico resonó en la cámara. Dos figuras emergieron de las sombras, vestidos con trajes negros y portando insignias de Oricalco en sus pechos.

—Llegamos tarde, parece—, dijo uno de ellos, su voz cargada de sarcasmo.

Drex levantó la vista, sus ojos entrecerrados.

—¿Oricalco? ¿Qué hacen aquí?

El otro agente, más serio, dio un paso adelante.

—Estamos aquí para asegurarnos de que la Muerte Plata sea erradicada completamente. Y para asegurarnos de que no queden cabos sueltos.

Drex no pudo evitar sentir una inquietud creciente. Oricalco no intervenía a menos que algo muy grande estuviera en juego. Y si estaban allí, significaba que la verdadera batalla aún no había terminado.

—¿Hay algo más que deberíamos saber?—, preguntó Drex, aunque en el fondo ya conocía la respuesta.

El agente serio asintió.

—El líder real de la Muerte Plata no está aquí. Esto fue solo una distracción. Y me temo que la verdadera amenaza está mucho más cerca de lo que creen.

Drex intercambió miradas con Tiranus, Diana, y el Regente. Habían sobrevivido a una batalla brutal, pero sabían que lo que venía a continuación sería aún peor.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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