Las sombras se alargaban sobre las instalaciones de la Purga mientras el sol se ocultaba en el horizonte. Era una tarde como cualquier otra para la mayoría de los operativos, pero para los miembros de la manada, era el preludio de un ritual ancestral. La expectación vibraba en el aire, como si las mismas paredes de la sede sintieran la energía que se desataba lentamente en el interior de sus ocupantes.
Olfuma, con sus ojos grandes y llenos de una inocencia inusual en su naturaleza de licántropa recién transformada, caminaba por los pasillos, buscando a cada miembro de la manada. Había sentido esa llamada interna, ese rugido en lo profundo de su ser, que le indicaba que la cacería estaba por comenzar. Diana le había advertido que, cuando llegara el momento, debía pedirle a cada miembro de la manada que la acompañara, pues así marcaban el vínculo que los unía. Pero, en el fondo, un miedo infantil le pesaba; temía que alguno de ellos no quisiera unirse a ella en este ritual.
Se detuvo frente a la puerta de la sala de entrenamiento, donde sabía que Tyrannus estaría. Respiró hondo y empujó la puerta con lentitud. El líder de la manada levantó la vista, sus ojos azules brillando bajo la luz artificial. Al verla, esbozó una sonrisa tranquila.
—¿Ha llegado el momento, Olfuma? —preguntó, con un tono que mostraba la calma y la seguridad que solo un líder podía proyectar.
Olfuma asintió con nerviosismo, sus manos jugueteando con las mangas de su chaqueta. —Sí… siento el hambre. —Hizo una pausa, tragando saliva—. Y… me gustaría que me acompañaras, Tyrannus.
Tyrannus soltó una risa suave, caminando hacia ella y colocando una mano sobre su hombro. —Eso ni se pregunta, pequeña. —La calidez en su voz la reconfortó—. Toda la manada está lista para esto.
Animada por las palabras de Tyrannus, Olfuma fue en busca del siguiente miembro, Diana. La encontró en uno de los patios exteriores, practicando movimientos rápidos con sus espadas cortas, sus ojos encendidos por la adrenalina. Al verla, Diana detuvo sus movimientos y la observó con esa intensidad que la caracterizaba.
—Diana, —dijo Olfuma, mordiéndose el labio—, siento… la llamada. Y quiero que vengas conmigo.
Diana esbozó una sonrisa salvaje, sus colmillos apenas visibles. —¿Crees que me perdería algo así? —bajó las espadas y se acercó, inclinándose un poco para mirarla a los ojos—. Esta es tu cacería, pero es la cacería de todos. —Le dio un toque suave en la frente—. Estoy contigo.
El alivio se extendió por el rostro de Olfuma, y una alegría desconocida la llenó mientras buscaba a los demás. Drex fue el siguiente. Nunca había estado en una manada antes de unirse a ellos, pero al verla llegar y escuchar sus palabras, sus ojos se iluminaron con algo que él mismo no entendía del todo.
—Claro que sí, Olfuma. —La miró con la misma intensidad con la que enfrentaba las misiones, pero esta vez, sus ojos mostraban calidez—. Esto es lo que significa ser parte de algo más grande. No estás sola.
Tatiana, por su parte, estaba en la oficina, revisando documentos cuando Olfuma entró. Al verla, Tatiana supo de inmediato de qué se trataba. Se levantó con una sonrisa y abrió los brazos para recibirla en un abrazo.
—Lo supe desde que te vi. Hoy es el día. —Tatiana acarició suavemente el cabello de Olfuma—. Por supuesto que voy contigo. Es un honor que me permitas formar parte de este momento.
Olfuma sonrió, sintiéndose más segura con cada respuesta positiva que recibía. La manada no solo estaba dispuesta a acompañarla, sino que todos habían estado esperando este momento con ansias. Aquel miedo de que alguien la rechazara se disolvió, reemplazado por un sentimiento cálido y reconfortante. Ya no se sentía sola; todos los miembros de la manada estaban ahí para ella, unidos como uno solo.
Cuando se reunió con la manada completa en el punto de partida, justo en las afueras de la Purga, la luna ya comenzaba a alzarse en el cielo, reflejando sus rayos en los ojos de los licántropos reunidos. Tyrannus, Diana, Drex, y Tatiana la miraban con orgullo y expectación. Este era el momento en el que ella, como nuevo miembro, formaría parte de su historia ancestral.
Olfuma respiró hondo, sintiendo el latido de su bestia alinearse con el de la manada. Cada uno de ellos sentía lo mismo; una sincronía que iba más allá de lo físico. Era algo que los conectaba en lo profundo, en sus almas.
—Estamos listos —dijo Tyrannus, con una voz que retumbó en el aire nocturno—. Y esta noche, Olfuma, serás uno de los nuestros.
Olfuma sonrió, por primera vez sintiéndose verdaderamente en casa.
La luna llena brillaba alta en el cielo mientras la manada se reunía en el claro. Olfuma, al frente de todos, miraba a Diana, su mentora, quien le había explicado la tradición de los licántropos recién convertidos: cinco cacerías guiadas, cinco lecciones de sus compañeros, y cinco corazones que le corresponderían.
—Esta noche será tu prueba —dijo Diana, sus ojos brillando intensamente—. Cada uno de nosotros te enseñará algo que deberás aplicar en cada cacería. Aprenderás, te adaptarás y lo dominarás.
Olfuma tragó saliva, sintiendo la presión en su pecho. Sabía que la manada estaba ahí para apoyarla, pero también para asegurarse de que ella cumpliera con su parte. Esta noche, cada cacería tendría un propósito.
Tatiana, montada en su motocicleta, se encargó de guiar a la manada en la primera etapa. Las ruedas levantaban polvo mientras ella avanzaba por el sendero. —Yo guiaré el camino y te mostraré cómo cubrir tus huellas. Es vital que nadie sepa que estuvimos aquí. —dijo, manteniendo su mirada fija en el horizonte, utilizando sus habilidades de clarividencia para anticipar cualquier peligro.
Olfuma la siguió junto a los otros miembros de la manada, observando cómo se desplazaba entre los árboles, siguiendo el camino marcado por Tatiana. El olor de los humanos era intenso. Diana le indicó la primera presa, un campista solitario en el borde del claro.
—Este será asistido —le dijo Diana, susurrando con firmeza—. Te mostraré cómo acercarte sin ser vista.
Olfuma se deslizó entre las sombras, su forma licántropa se movía en silencio. Los ojos de Diana la guiaban, susurrándole cuándo moverse y cómo atacar. Cuando llegó el momento, Olfuma saltó, hundiendo sus garras en el pecho del hombre y arrancando el corazón palpitante. Los gritos se desvanecieron en la noche, y Diana sonrió, satisfecha.
—Bien hecho, pero esto es solo el inicio. Ahora, sin mi ayuda, te toca. Debes aprender a cazar sola.
La segunda cacería fue liderada por Tyrannus. Con su presencia imponente, señaló otro grupo de excursionistas. —La clave es ser veloz y preciso. La bestia debe ser instintiva. —le dijo, mostrando la forma en que debía abalanzarse desde las sombras.
Olfuma siguió las instrucciones de Tyrannus, corriendo junto a él hasta que encontró a su siguiente presa, un hombre apartado del grupo. Esta vez, el salto fue suyo y la emboscada perfecta. Sintió el poder de su forma licántropa expandirse mientras mordía y desgarraba el corazón de su objetivo.
Tyrannus asintió, satisfecho. —Es el instinto el que te guía. No lo olvides.
En la tercera cacería, fue el turno de Drex. Su brutalidad y fuerza eran inigualables, y su lección fue clara. —La fuerza es importante, pero debes controlarla. No siempre se trata de destruir, sino de hacer un ataque limpio y rápido.
Olfuma observó con atención cómo Drex cazaba. En un movimiento ágil, él se lanzó y atrapó a su objetivo, desgarrando el corazón sin esfuerzo. Ahora le tocaba a ella. Inspirada por sus enseñanzas, Olfuma aplicó la técnica, ajustando su fuerza y precisión. Cuando el corazón estuvo en sus manos, Drex le dio una palmada en el hombro. —Eso es. Eres más fuerte de lo que crees, pero es la precisión lo que importa.
La cuarta cacería fue diferente. Tatiana, ahora en su motocicleta, guió a Olfuma mientras la manada se mantenía en las sombras. —Ahora verás cómo encubrir. Eliminar todo rastro es igual de importante que la caza misma.
Tatiana le enseñó a Olfuma a usar las hojas, a cubrir las huellas y a manipular los elementos del entorno para disimular la presencia de la manada. La cacería fue limpia y sin errores. Olfuma aprendió a moverse como un espectro y a dejar la escena sin dejar rastro.
—La discreción es poder —le dijo Tatiana—. Un cazador invisible es un cazador eterno.
La quinta y última cacería fue la más desafiante. Diana lideró a Olfuma a un terreno más complicado, un pequeño grupo de senderistas. Esta vez, Olfuma debía actuar completamente sola, aplicando todas las lecciones aprendidas.
Diana se quedó atrás, observando. Olfuma sintió el peso de la responsabilidad, pero recordó cada lección. Se deslizó por las sombras, sus sentidos afinados, y en un instante, atrapó a su presa, arrancando el corazón. La cacería fue perfecta.
La manada se reunió en el claro final, aullando en señal de victoria. Diana, con orgullo, le dijo a Olfuma. —Esta noche has demostrado que eres una de nosotros. Tus habilidades se han forjado en la caza. La manada te reconoce.
Tyrannus, con una sonrisa feroz, agregó. —Has hecho más que cazar; has aprendido lo que significa ser uno con la manada.
La luna estaba en su punto más alto cuando la manada se reunió para la culminación del ritual. Olfuma, con su cuerpo cubierto de rastros de la cacería, miraba a sus compañeros, expectante. Diana, su mentora, dio un paso adelante, con una sonrisa que ocultaba un toque de orgullo y ferocidad.
—Has cumplido con tu parte, Olfuma. Ahora es nuestro turno —dijo Diana, sus ojos fijos en la joven licántropa—. Esta es la verdadera esencia de la manada: alimentarse juntos, compartir el festín de la caza como un solo ser, y agradecer a quien nos da la oportunidad de hacerlo.
Tyrannus fue el primero en acercarse a Olfuma. Con su presencia imponente, se inclinó, mostrando respeto. —Gracias por la caza —murmuró antes de desgarrar un trozo del corazón de la presa que Olfuma había traído. Al hacerlo, levantó la cabeza y aulló, un rugido que resonó por el claro y que marcó el inicio de la ceremonia.
Uno por uno, los integrantes de la manada se acercaron a Olfuma para darle las gracias y tomar su porción del corazón, como dictaba el ritual. Drex, con una mirada seria pero cargada de respeto, se inclinó ante ella. —Hoy demostraste que mereces estar aquí. —Sus palabras eran sinceras, y, al tomar su porción, se unió al aullido de Tyrannus.
Tatiana, aunque humana, no se quedó fuera. Había sido una parte esencial del crecimiento de Olfuma y de la manada misma. Conducir la cacería en su motocicleta la había puesto al frente, y ahora, el momento final del ritual también la involucraba. Con un gesto suave, Diana la invitó a acercarse.
—Es tu turno, Tatiana. Como parte de esta manada, debes aceptar el vínculo y tomar lo que Olfuma ha traído. El ritual se completa cuando todos se alimentan, y tú no eres la excepción.
Tatiana respiró hondo, sabiendo lo que esto significaba. Ella, una humana, aceptando el corazón cazado por la manada. Su clarividencia y su sincronía con Drex le habían permitido estar cerca de ellos como nadie más, pero esto era distinto. Era el momento de demostrarse a sí misma y a la manada que su lugar era legítimo.
Olfuma le extendió el corazón, sus ojos grandes y brillantes, cargados de la confianza que había ganado esa noche. Tatiana, con determinación, se arrodilló ante ella, tomando el trozo que le correspondía. —Gracias por este honor, Olfuma. —dijo, sintiendo la fuerza de la manada pulsando en sus venas mientras tomaba un bocado. Aulló con ellos, sintiéndose más parte de esa unión que nunca.
Diana, satisfecha, completó el círculo, inclinándose ante Olfuma y tomando su parte final del corazón. La manada aulló en conjunto, un rugido que resonó y vibró en las montañas, mientras la luna iluminaba su festín.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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