La sede de operaciones de Oricalco estaba en su máximo ajetreo, y Tatiana tenía que retomar el control absoluto de sus unidades. Después de los eventos en Pumapunku y todo lo que implicó el despliegue de poder con el Tótem, era momento de poner orden en las tropas y ajustar los equipos.
Entre los nombres que aparecían en su lista, uno seguía llamando su atención: Alexia. Ya había hablado con ella desde que llegó, pero no le había asignado equipo alguno debido a la urgencia de la misión en Pumapunku. Ahora, era momento de tomar una decisión.
Tatiana se levantó de su escritorio y se dirigió al patio de entrenamiento, donde sabía que Alexia pasaba gran parte de su tiempo mientras esperaba una asignación. La encontró practicando, sus movimientos fluidos pero precisos, evidenciando la experiencia que tenía. Tatiana se plantó frente a ella con los brazos cruzados, esperando a que Alexia se detuviera.
—Alexia, —dijo con un tono firme—, ya es momento de que te asigne un equipo.
Alexia dejó de entrenar y se giró para mirarla, limpiándose el sudor de la frente. —Ya era hora, Tatiana. Llevaba tiempo esperando una respuesta.
—No me malinterpretes, —contestó Tatiana, con la mirada fija en la de Alexia—, no fue porque no tuviera opciones, sino porque tengo claro a quién debo confiarle cada unidad.
Alexia levantó una ceja, claramente percibiendo la frialdad en las palabras de Tatiana. —Y supongo que me vas a enviar con los tuyos.
Tatiana negó con la cabeza. —No. Te asignaré al equipo de Raúl, junto con la manada y Fabián. Pero quiero que quede claro algo desde el principio: esa no es tu manada.
Alexia cruzó los brazos, tensando los hombros. —Entiendo. —Pero su tono cargaba una mezcla de desafío y resentimiento.
Tatiana avanzó un paso, su expresión era fría y profesional. —No te confundas, Alexia. Esto no se trata de darle la bienvenida a alguien porque sí. Oricalco no funciona así. Aquí, los lazos de la manada son sagrados, y tú no formas parte de ellos. No en este momento.
Alexia apretó la mandíbula. —¿Es por lo de Drex?
—Parte de eso, —admitió Tatiana, sin rodeos—. Pero también se trata de que no puedo permitir que alguien que ha estado tanto tiempo fuera de nuestras filas se integre sin más. No tenemos razones para confiar en ti. —La miró con una intensidad que no dejaba lugar a dudas—. Así que, si te asigno con Raúl y el resto, será para que demuestres que puedes ser útil para Oricalco. Ni más, ni menos.
Alexia la miró fijamente, y durante un instante, pareció a punto de responder con algo mordaz. Pero, en lugar de eso, su expresión se suavizó, y asintió con la cabeza.
—Haré lo necesario para ganarme un lugar, Tatiana. —Su tono mostraba una determinación clara, pero también algo de cautela.
Tatiana no dejó pasar la oportunidad para marcar su autoridad. —Espero que así sea, porque aquí, en Oricalco, no hay espacio para los errores. Si quieres estar en un equipo, hazlo valer.
Alexia inclinó levemente la cabeza, una señal de respeto, pero sin perder esa chispa desafiante en sus ojos. Tatiana sabía que Alexia tenía potencial, pero eso no significaba que fuera a confiar en ella de inmediato.
—Te enviaré los detalles de la misión que tendréis con Raúl, y espero que te adaptes rápido. No tendré paciencia con retrasos ni problemas internos, —advirtió Tatiana antes de girarse para volver a su oficina.
—Lo haré, —fue la única respuesta de Alexia mientras observaba cómo Tatiana se alejaba.
Minutos después, mientras Tatiana regresaba a su oficina para continuar con las asignaciones, Andrés se acercó, con el rostro serio y una expresión cargada de preocupación.
—Tatiana, ¿tienes un momento?
Tatiana se detuvo y asintió. —Dime, Andrés. ¿Qué ocurre?
Andrés pareció dudar un momento, pero luego tomó aire y soltó las palabras de golpe. —Quiero pedirte que me reasignes al equipo de Lía.
Tatiana lo observó con curiosidad y algo de sospecha. —¿Por qué quieres hacer ese cambio?
—Por Violeta. —Andrés bajó la mirada—. Es una página en blanco ahora, y nadie va a preocuparse por ella. Yo fui quien la entregó al Vaticano. Todo lo que le pasó es mi culpa. Si alguien debe estar con ella, soy yo.
Tatiana se cruzó de brazos, analizando las palabras de Andrés. —¿Estás seguro de lo que estás pidiendo? Unirte a ese equipo no va a cambiar lo que pasó.
Andrés asintió lentamente. —Lo sé. Pero si tengo la oportunidad de hacer algo para redimirme, aunque sea un poco, es esto. No puedo dejarla sola.
Tatiana suspiró. Sabía que Andrés estaba cargando con un peso que le costaría soltar, pero también entendía su motivación. —Está bien. Haré el ajuste, pero quiero que hables con Olfuma. Ella ha pasado por lo mismo que Violeta, y puede darte una perspectiva sobre cómo manejarlo.
Andrés parecía dudar un momento, pero asintió. —Gracias, Tatiana. —Antes de irse, se detuvo y agregó—. Sé que he decepcionado a Fabián, y entiendo si prefieres que no me cruce con él por ahora.
Tatiana lo miró con seriedad. —No puedes evitarlo para siempre, Andrés. Pero por ahora, concéntrate en Violeta y en encontrar una forma de redimirte.
Con eso, Andrés se retiró, y Tatiana volvió a su oficina, sintiendo el peso de las decisiones que estaba tomando. Sabía que muchos en Oricalco cargaban con sus propios demonios y secretos, pero era su responsabilidad mantener el equilibrio.
Oricalco era un lugar de luchas constantes, no solo contra fuerzas externas, sino también contra las sombras internas que perseguían a cada miembro.
Andrés caminaba con cautela, sintiéndose fuera de lugar en la zona de entrenamiento de la manada. Sabía que para llegar a Olfuma, tendría que entrar en territorio licántropo, un territorio que no conocía y que, hasta ese momento, no entendía. Había seguido el consejo de Tatiana, pero apenas estaba comenzando a comprender las dinámicas que existían entre los licántropos.
Cuando cruzó el umbral del área designada para ellos, sintió que algo cambiaba en el aire. El ambiente se volvió denso, y las miradas se dirigieron hacia él. Tyrannus y Diana detuvieron su entrenamiento, sus ojos fijos en el intruso. Diana fue la primera en avanzar, con un paso firme y agresivo, mientras Tyrannus se mantenía observando, preparado para intervenir si era necesario.
—¿Qué hace aquí? —preguntó Diana, su voz cargada de una furia contenida. Sus ojos se clavaron en Andrés, evaluando si su presencia representaba una amenaza.
Andrés sintió el peso de esas miradas, pero no entendía del todo la intensidad con la que lo observaban. —Solo vengo a hablar con Olfuma, —dijo con voz firme, intentando mantener la calma, aunque por dentro estaba nervioso.
Diana soltó una risa seca, como si la respuesta fuera una ofensa. —¿Crees que es así de simple? ¿Que cualquiera puede acercarse a uno de los nuestros? —preguntó, con los ojos brillando de advertencia.
Tyrannus, quien permanecía un poco más atrás, observando a Andrés con una mirada evaluadora, se adelantó un paso. —Aquí, nadie se acerca a un miembro de la manada sin nuestro permiso. Y menos ahora que Olfuma está en sus primeras etapas con nosotros.
Andrés levantó las manos en señal de paz, sintiendo la presión de las miradas. —Entiendo… pero no sé a quién más acudir. Necesito su ayuda. —No estaba seguro de qué más decir; no tenía nada que ofrecer a cambio, y lo que estaba pidiendo no tenía garantías.
Diana lanzó una mirada a Tyrannus, esperando su decisión. Como líder de la manada, él tenía la última palabra. Tyrannus lo consideró un momento y, finalmente, asintió levemente.
—Si Olfuma quiere hablar contigo, será bajo nuestra vigilancia, —dijo, su voz grave y autoritaria—. Pero recuerda, un solo paso en falso y lo pagarás.
Andrés asintió, sintiéndose agradecido, pero al mismo tiempo consciente de que cualquier error podría costarle caro.
Diana llamó a Olfuma, quien se acercó con pasos cautelosos. Aún estaba en proceso de adaptarse, aprendiendo de Diana y Tyrannus, y cada paso que daba era bajo la protección y guía de la manada. Cuando vio a Andrés, lo miró con curiosidad, pero no con la hostilidad que los demás mostraban.
—Olfuma, —dijo Diana, con un tono firme—, este extraño dice que quiere hablar contigo. ¿Estás segura de que quieres escucharlo?
Olfuma dudó un momento, mirando a Diana como si buscara aprobación. Aunque su memoria había sido borrada, algunos fragmentos de su pasado parecían persistir, y algo en su interior le decía que conocía a Andrés de alguna manera. Cuando estaba en sus primeros días en la purga, había pensado que él era su amigo, alguien que la comprendía, aunque ahora esos recuerdos estaban fragmentados y difusos.
Finalmente, Olfuma asintió. —Quiero escuchar lo que tiene que decir.
Diana miró a Tyrannus, quien asintió, dándole la aprobación. —Cinco minutos, —dijo Diana, sin apartar la mirada de Andrés—. Y nosotros estaremos aquí.
Andrés asintió, agradecido por la oportunidad. Se acercó un poco más a Olfuma, pero aún sintiéndose bajo la constante vigilancia de la manada.
—Gracias por dejarme hablar contigo, Olfuma. Sé que no es fácil, —dijo en voz baja—. Solo quiero saber cómo puedo ayudar a alguien como tú.
Olfuma lo observó, sin entender del todo a qué se refería. —¿Ayudar? —preguntó, su voz suave, pero con un toque de confusión.
Andrés asintió, intentando explicarse. —Hay alguien… Violeta. Ella está en blanco, como tú. —Al ver la mirada perdida en Olfuma, se dio cuenta de que su intento de conectar con ella era más complicado de lo que había pensado. Ella no recordaba ni entendía lo que él estaba diciendo.
Olfuma parpadeó, mirando a Diana como si buscara una guía para entender. Diana asintió, dándole la señal de que siguiera hablando si lo deseaba.
—No sé cómo… —Andrés dudó, sintiendo que no tenía las palabras correctas. Su voz se volvió un murmullo—. Solo sé que, si hay algo que puedas decirme, algo que te haya ayudado a ti, me gustaría saberlo.
Olfuma se encogió de hombros, un gesto casi inocente. —No sé. Solo hago lo que me dicen. Diana y Tyrannus me cuidan y me enseñan lo que debo hacer para sobrevivir. Si ella está como yo, tal vez… —miró a Diana con una expresión que casi parecía una súplica—, debería tener una manada.
Andrés sintió el peso de esa verdad. Los licántropos se unían por sus lazos, por la confianza y lealtad que compartían entre ellos. Pero Violeta no tenía una manada, y él, que había sido parte de su destrucción, no sabía cómo reconstruir algo tan fundamental.
Diana miró a Olfuma con una mezcla de orgullo y aprobación. —Está aprendiendo rápido, —dijo en un tono bajo a Tyrannus.
Tyrannus asintió. —Sí, y lo está haciendo bien. Pero Andrés, —lo señaló con un dedo, sus ojos encendidos de advertencia—, recuerda, esto es solo porque Olfuma quiso hablar contigo. La próxima vez, asegúrate de entender que nuestra manada no acepta a cualquiera. Aquí, todo se gana con lealtad, no con palabras.
Andrés asintió, agradecido, pero también sabiendo que las palabras de Tyrannus eran una advertencia. Diana se volvió hacia él una última vez.
—Ve y no olvides lo que aprendiste hoy. Si te atreves a cruzar este territorio sin permiso, la próxima vez no seremos tan amables.
Con esa última advertencia, Andrés se retiró, sintiéndose aliviado por haber tenido esa pequeña conversación, pero consciente de que aún no entendía del todo la complejidad y la fuerza de la manada.
Andrés salió del territorio de la manada con el corazón en un puño. Aunque había conseguido hablar con Olfuma, las respuestas que le dieron no eran las que esperaba. Estaba más confundido que antes, y no entendía completamente lo que había aprendido sobre los licántropos. Lo único que le quedaba claro era que su misión no iba a ser fácil.
De vuelta en los pasillos de la sede, se dirigió al ala de asignación de equipos, donde Lía y su equipo se encontraban preparando las misiones del día. Llevó a Violeta—o lo que quedaba de ella—consigo. La joven estaba ausente, sin señales de vida en sus ojos; solo lo seguía porque él la guiaba. Andrés sintió un nudo en el estómago al verla así, sabiendo que había sido responsable de gran parte de su dolor.
Cuando encontró a Lía, la líder del equipo lo miró con curiosidad. No había recibido información detallada sobre Andrés, solo que había sido reasignado por Tatiana. Andrés tomó un respiro antes de hablar.
—Lía, sé que no he estado aquí mucho tiempo, y esto puede parecer un poco extraño, pero… Tatiana me asignó a tu equipo. —Hizo una pausa, mirando a Violeta—. Traje a Violeta. La razón es que… —dudó un momento—, le hicieron algo similar a lo que le pasó a Olfuma. Ya no es la misma. Es una página en blanco.
Lía lo observó en silencio, procesando lo que había dicho. Miró a Violeta, tratando de entender la magnitud de lo que le contaba. —¿Y qué se supone que debo hacer con eso? —preguntó, algo desconcertada.
Andrés negó con la cabeza. —No lo sé. Pero pensé que tú podrías saber qué hacer o a quién acudir. Estoy perdido.
Lía se quedó pensativa unos segundos. La situación era complicada, y no tenía la menor idea de cómo manejar algo así. Pero sabía que, en Oricalco, la clave era aprovechar los recursos disponibles.
—La verdad, no tengo idea de qué hacer con esto, —admitió finalmente—. Pero si alguien en este equipo sabe algo sobre adaptarse a una situación como esta, es Drex. Ve y búscalo. Tal vez él tenga una respuesta para ti, o al menos un camino que seguir.
Andrés asintió, sintiéndose un poco más aliviado al tener una dirección clara. Lía no tenía todas las respuestas, pero le estaba dando la oportunidad de buscar una solución.
—Gracias, Lía, —respondió con un gesto de gratitud—. Iré a buscarlo ahora mismo.
Lía le dio un leve asentimiento antes de regresar a sus tareas. Andrés, con Violeta a su lado, comenzó a caminar por los pasillos en busca de Drex, con la esperanza de que esta vez, las respuestas fueran un poco más claras. Aunque, en su interior, sabía que las cosas en Oricalco nunca serían sencillas.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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