El amanecer en Puma Punku iluminaba las ruinas, y su luz dorada acariciaba las piedras antiguas, las cuales parecían vibrar con el eco de un tiempo lejano. En un rincón apartado, lejos de la actividad y las preparaciones del campamento, Fabián y María se encontraban en la intimidad de su piel, envueltos en una fina sábana que apenas los cubría del fresco matutino.
El viento frío recorría sus cuerpos desnudos, pero ellos permanecían juntos, el calor compartido de sus cuerpos era un refugio que desafiaba la soledad de las ruinas. María se acurrucaba contra el pecho de Fabián, con su mirada perdida en las luces del amanecer que se reflejaban en sus ojos. Era un momento íntimo y breve, robado entre la locura y el caos de la misión.
María fue la primera en hablar, su voz suave pero cargada de una tensión oculta. “Fabián… hay algo de lo que tenemos que hablar.” Ella lo miró directamente, con la sinceridad y la vulnerabilidad que solo mostraba en esos momentos.
Fabián la observó, sus ojos reflejaban la misma ternura y calma de siempre. “Lo sé. No hemos tenido tiempo desde que volví del Vaticano, y tú has estado con Asha. ¿Qué sucede?”
María respiró hondo, buscando las palabras. “Le pedí a Asha el elixir de la eterna juventud. Lo hice para mí… y para ti.”
Fabián frunció levemente el ceño, pero no interrumpió. Sus manos acariciaron el rostro de María, invitándola a continuar. “¿Por qué lo pediste?”
María bajó la mirada un instante, sus dedos acariciando el brazo de Fabián con un toque casi ansioso. “Tatiana lo recibió primero. Asha se lo dio para que ella y Drex fueran herramientas eternas de su Seraph. Y no pude evitar pensar… ¿por qué no nosotros también?” Sus ojos se encontraron con los de Fabián, y en ellos había una mezcla de amor y celos que no podía esconder. “No quiero envejecer. No quiero perderte. Quiero que seamos eternamente jóvenes, juntos, como lo somos ahora.”
Fabián suspiró, sintiendo el peso de sus palabras. “María, entiendo por qué lo pediste, y agradezco que lo hayas hecho por nosotros. Pero la eternidad es algo más que una vida sin fin. Es una responsabilidad, una carga. Significa que cada día seríamos herramientas eternas, quizás no solo de Asha, sino de algo más.”
María sacudió la cabeza, sus ojos se llenaron de una urgencia que Fabián no había visto antes. “No quiero ser una herramienta de nadie, Fabián. Solo quiero que seamos nosotros, para siempre. Sin temer al tiempo, sin que nada ni nadie nos separe. Ver a Tatiana recibirlo me hizo darme cuenta de que eso era lo que quería, porque quiero conservar esto… conservarnos a nosotros, tal como somos ahora.”
Fabián la miró con un amor profundo, pero también con la seriedad que siempre lo caracterizaba. “María, lo que me estás pidiendo es un regalo y una prueba de amor que no puedo tomar a la ligera. Si decides que lo haremos, estoy contigo. Pero no quiero que la decisión venga solo de un impulso, o por miedo a lo que pueda pasar.”
María apretó sus manos, sus ojos se llenaron de determinación. “Lo hice por amor, sí, pero también por miedo. Miedo a perderte, miedo a que el tiempo y las circunstancias nos cambien. No quiero perder lo que somos ahora. Te amo, Fabián, y quiero que este momento sea eterno.”
Fabián acarició su mejilla, inclinándose para besarla con suavidad. “Te amo, María. Y si esta es tu decisión, la tomaré contigo. Pero hay algo más que veo en tus ojos, algo que me has estado guardando.”
María desvió la mirada, un rastro de incomodidad la recorrió. “Es sobre… Valeria Dupont.”
Fabián se quedó en silencio, sus ojos se suavizaron, pero la seriedad no desapareció. “La periodista.”
María asintió, sus dedos jugueteando nerviosamente con la sábana que los cubría. “Cada vez que la veo contigo… cada vez que veo cómo te mira, me invade algo que no puedo controlar. Sé que es parte de su trabajo, seguirte, escribir sobre ti como ‘el Caballero Santo’. Pero Fabián, no parece solo trabajo. La forma en que te observa, la manera en que se acerca… siento que quiere algo más.”
Fabián dejó escapar un suspiro, pero su mirada nunca se apartó de la de María. “Entiendo lo que sientes, pero tienes que saber que mi lealtad y mi corazón te pertenecen a ti, María. Valeria es solo alguien que cumple su labor. Es su trabajo, y yo no puedo evitar que ella se acerque. Pero no hay nada más, nada que tú debas temer.”
María volvió a mirarlo, sus ojos mostraban el conflicto interno que llevaba. “No puedo evitarlo. No puedo evitar sentir que cada vez que estás cerca de ella, es como si me arrancaran algo. Sé que no debería sentirme así, pero… no lo soporto.”
Fabián la tomó entre sus brazos, abrazándola mientras el sol seguía ascendiendo en el horizonte. “Te entiendo, María. Y lamento que algo así te cause dolor. Pero debes saber que no hay nadie que pueda ocupar tu lugar. Mi fe y mi amor por ti son inquebrantables.”
María se aferró a él, encontrando en su abrazo la calma que tanto buscaba. “Solo prométeme que siempre estaremos así, sin importar lo que pase.”
Fabián la besó en la frente, cerrando los ojos mientras la luz del amanecer los envolvía. “Te lo prometo, María. Siempre, pase lo que pase, te elegiré a ti.”
En ese momento, todo lo demás quedó en suspenso. Los peligros que les aguardaban en Puma Punku, las intrigas y los sacrificios de la Purga, todo se desvaneció, dejándolos a ellos, en la quietud de un amanecer que prometía una eternidad juntos.
La luz del amanecer acariciaba las ruinas de Puma Punku, bañando las piedras antiguas con un brillo dorado y suave. En ese rincón escondido, protegido de la actividad del campamento, Fabián y María compartían un momento de intimidad, envueltos en la calidez de sus cuerpos desnudos y en la ternura de un instante que parecía eterno. Pero, a medida que las primeras luces del día se elevaban, también lo hacía la tensión en las palabras que compartían.
Fabián, con sus brazos rodeando el cuerpo de María, la miró con una mezcla de amor y preocupación. “María… ¿realmente temes tanto envejecer?”
María, que había estado acariciando el pecho de Fabián, se detuvo. Sus ojos buscaron los de él, y en su mirada se vislumbró algo oscuro y tembloroso. “No es solo envejecer, Fabián. Es perderte, es perder lo que tenemos ahora.”
Fabián frunció el ceño, intentando comprender la intensidad de su miedo. “Pero el tiempo es parte de la vida, es lo que nos hace humanos. ¿Tienes tanto miedo de perder esto que quieres aferrarte a algo tan… eterno?”
María sintió cómo las palabras se le atascaban en la garganta, y sus manos, que hasta ahora habían sido suaves, se aferraron a Fabián con más fuerza. “No entiendes, Fabián. De solo pensar en que un día no podré sentirte así, como te siento en este momento, me llena de terror. ¿Y si un día nuestras manos no se encuentran, o mis ojos ya no ven el amor en los tuyos?” Su voz se quebró, y en su tono había un rastro de desesperación.
Fabián la abrazó con más fuerza, intentando calmar la angustia que sentía en cada una de sus palabras. “María, estamos juntos ahora. Y no importa lo que el tiempo nos traiga, siempre encontraremos la manera de seguir adelante.”
María negó con la cabeza, como si no pudiera aceptar esa idea. “Pero, ¿por qué arriesgarnos, Fabián? Tenemos la oportunidad de ser eternamente jóvenes, de quedarnos así para siempre.” Su voz se suavizó, pero en su tono había algo nuevo, algo que parecía surgir desde lo más profundo de su miedo. “Si Tatiana y Drex lo hicieron, nosotros también podemos hacerlo. No es tan complicado.”
Fabián la miró en silencio, sus ojos buscando entender la creciente urgencia en los de María. “¿Y qué pasa si aceptar ese elixir nos ata a Asha y Vambertoken para siempre? Seríamos sus herramientas eternas, como lo son Tatiana y Drex.”
María desvió la mirada por un instante, la sombra de las ruinas cubriendo parte de su rostro mientras su expresión se endurecía, casi imperceptiblemente. “¿Y qué importa eso? Asha y Vambertoken ya controlan nuestras vidas de una manera u otra. ¿Qué diferencia haría aceptarlo oficialmente?”
Fabián sintió un escalofrío ante la indiferencia con la que María hablaba del tema, pero intentó mantener la calma. “María, vender nuestra eternidad por algo tan efímero como la juventud… ¿eso es lo que quieres?”
María se apartó un poco, sentándose y envolviéndose en la sábana mientras lo miraba con intensidad. “¿Y si es lo único que nos asegura estar juntos?” preguntó, y en su voz había una mezcla de pasión y determinación. “¿Qué importa lo que ellos nos pidan a cambio, si al final somos tú y yo, jóvenes y hermosos por siempre?”
Fabián la observó, notando un cambio sutil en ella. Era como si la vanidad, y algo más profundo, hubieran comenzado a brotar en su interior. “María… ¿esto es lo que realmente quieres? ¿O es lo que te han hecho desear?”
María lo miró con una intensidad que no había mostrado antes. “Es lo que quiero. No me importa lo que Asha y Vambertoken hagan, siempre que tú y yo podamos tener esto para siempre.” Sus palabras salieron rápidas, y al decir “mi Fabián”, casi en un susurro, había algo en su tono que recordaba, apenas, el estilo de Asha.
Fabián, aun con el amor que le profesaba, sintió una inquietud. “¿Estás dispuesta a ser algo más que nosotros mismos por eso? ¿A ser una herramienta eterna, a servir sus propósitos sin cuestionar?”
María lo tomó de la mano, sus ojos suplicantes. “Fabián, ¿no entiendes? No me importa lo que tengamos que hacer. Si ese es el precio para asegurarme de que siempre seremos tú y yo, estoy dispuesta a pagarlo.”
Fabián suspiró, y acarició su mejilla con suavidad, sus ojos reflejando la preocupación que empezaba a crecer en su corazón. “Prométeme que lo harás por nosotros, y no porque sientas que este amor necesita algo más que lo que ya tenemos.”
María, con una sonrisa que tenía un matiz de la vieja dulzura que siempre había tenido, se inclinó para besarlo suavemente. “Lo prometo, Fabián. Todo lo que hago, lo hago por nosotros.”
El amanecer continuó su ascenso, envolviendo a la pareja en una luz dorada, pero en el aire flotaba un eco de decisiones futuras, de eternidades que aún no habían decidido asumir. Por un momento, todo parecía tranquilo, pero en las palabras de María, y en sus ojos, empezaba a vislumbrarse un cambio, una vanidad creciente que nacía del miedo y de la influencia de aquellos a los que había jurado servir.
El amanecer en las ruinas de Puma Punku continuaba extendiéndose, iluminando las piedras rotas y el suelo con un brillo cálido que contrastaba con la frialdad de lo que estaban por enfrentar. En su rincón apartado, Fabián y María permanecían en la intimidad de sus cuerpos entrelazados, intentando encontrar una calma en medio de la incertidumbre.
María se recostó nuevamente sobre el pecho de Fabián, dejando que el momento de discusión se disolviera en la quietud del amanecer. “Tal vez… tal vez podamos hablar de esto después de la misión,” dijo en voz baja, su aliento rozando la piel de Fabián.
Fabián asintió, acariciando su espalda con una ternura que intentaba calmar las aguas revueltas en el corazón de María. “Tienes razón. No es algo que debamos decidir ahora, con todo lo que se avecina. Pero, pase lo que pase, lo haremos juntos.”
Ella levantó la cabeza para mirarlo, y en sus ojos había una mezcla de amor y determinación. “Juntos, Fabián. Siempre.”
Se besaron suavemente, sellando la promesa de continuar la conversación una vez que la misión terminara. Sabían que lo que se avecinaba en Puma Punku podría cambiarlo todo, pero en ese momento, lo único que querían era aferrarse a la certeza de estar juntos.
Con un último suspiro compartido, ambos comenzaron a levantarse, cubriéndose con la sábana antes de ponerse sus ropas habituales, volviendo al papel que tenían que desempeñar. Dejaron atrás la calidez del amanecer y el rincón privado, caminando lado a lado hasta la zona central del campamento donde el resto del equipo se estaba reuniendo.
Tatiana, en el centro, ya estaba organizando a todos. Su postura mostraba la seguridad de alguien acostumbrada a liderar, y sus ojos se movían rápidamente, evaluando la preparación de cada miembro. Cuando vio que Fabián y María se acercaban, asintió levemente antes de comenzar a explicar el plan.
“Atención, todos,” anunció, su voz firme y autoritaria. “Nos acercamos al primer punto de entrada en las ruinas. Esta misión requiere precisión y rapidez; no podemos permitirnos errores.” Tatiana desplegó un mapa sobre una de las rocas, señalando con precisión las áreas que cada equipo cubriría. “Fabián, tú y Andrés liderarán el grupo de vanguardia. María, estarás conmigo y Drex en la cobertura del perímetro.”
Fabián y María intercambiaron una última mirada antes de asentir, preparados para asumir sus roles. Las palabras que habían compartido seguían en el aire, pero sabían que debían dejar todo eso de lado, al menos por ahora. La misión era su prioridad, y su amor y decisiones tendrían que esperar hasta que Puma Punku dejara de ser una amenaza.
La luz del amanecer se fue alzando mientras el equipo se movilizaba, y Fabián y María, hombro con hombro, se prepararon para lo que sería una de las pruebas más grandes que habían enfrentado.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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