Cuentos de Hombres Lobos 224 La Reunión de la Discordia

El cazador de almas perdidas – Creepypasta 224. Cuentos de Hombres Lobos

La Reunión de la Discordia.

Andrés caminaba por los pasillos oscuros de la base de la Purga, con la asignación de Tatiana en su mente. Sabía que este era un paso más en su camino hacia la redención, y en su fervor fanático, veía todo como una parte del plan divino de Fabián, al que consideraba una encarnación casi sagrada, como si de Cristo mismo se tratara. Para Andrés, Fabián era el líder que lo guiaría hacia la expiación total de sus pecados.

Mientras avanzaba hacia el área de entrenamiento donde se encontraría con su nuevo escuadrón, se cruzó con Oscar en uno de los pasillos. Oscar, con sus ojos fríos y la misma expresión desafiante que siempre había tenido, lo observó en silencio antes de que una media sonrisa apareciera en su rostro.

—Así que, el cazador del Vaticano termina aquí —dijo Oscar, con una voz cargada de ironía—. Pensé que los tuyos no durarían en la Purga.

Andrés apretó los dientes, recordando su enfrentamiento con Oscar años atrás, cuando este todavía era parte de Muerte Plata. Fue una batalla intensa a tres bandas, y aunque habían sobrevivido, ambos bandos habían sufrido bajas significativas. La tensión entre ellos era innegable.

—Ahora, estamos en el mismo bando —respondió Andrés, manteniendo la calma—. Las cosas cambian.

Oscar soltó una risa seca. —Veremos cuánto has cambiado, cazador. Algunos fantasmas no se olvidan tan fácilmente.

Andrés no respondió. Sabía que era inútil discutir. Este era un paso en su expiación, y los enemigos del pasado eran parte de esa prueba divina que Fabián le había encomendado.

Finalmente, Andrés llegó al área de entrenamiento, donde se encontró con su nuevo escuadrón. En su mente, seguía el convencimiento de que Julián, siendo el mentor de Fabián, también era una pieza clave en esta misión. Otra herramienta en las manos del elegido, pensaba Andrés, convencido de que Julián, al igual que él, era parte de ese propósito divino.

Lo primero que notó en el lugar fueron dos figuras: Diana y Tiranus, los licántropos del equipo. Ambos lo miraron con desconfianza. Andrés sintió sus miradas como cuchillos, y aunque su postura se mantenía firme, sabía que sus acciones pasadas como cazador no serían olvidadas tan fácilmente.