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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 219. Cuentos de Hombres Lobos

La Decisión Final de Andrés Rojas.

Tras la reunión con Fabián y Julián, Andrés Rojas regresó a su apartamento con una sensación de plenitud y determinación. La conversación con el Caballero Santo Fabián había sido el momento más trascendental de su vida. Por fin todo tenía sentido, todas las dudas, los sacrificios, las interminables batallas contra la oscuridad, habían sido una preparación para esta última misión. Sabía, sin lugar a dudas, que esta sería la misión final de su vida, y que debía entregarse a ella con todo su ser.

Andrés se detuvo en la entrada de su apartamento, mirando con atención el umbral como si cruzarlo significara entrar a un santuario. Entró con paso firme y se dirigió al pequeño altar que había construido con años de devoción. Las figuras de los santos estaban alineadas cuidadosamente, y en el centro, un crucifijo de madera. Se arrodilló ante él, cerrando los ojos y dejando que su mente se aclarara. En ese momento, todo el plan de Dios se reveló ante él.

Esta es la misión que abrirá las puertas del cielo para mí, —murmuró mientras apretaba el rosario en sus manos. — La gloria bendita y los coros celestiales me esperan. Debo seguir a Fabián, hasta el mismísimo infierno si es necesario.

La idea de descender a las profundidades del infierno, de enfrentarse al Vampiro Vambertoken, no lo asustaba. Por el contrario, lo llenaba de una exaltación divina. Creía que, al hacerlo, Cristo mismo lo rescataría de las llamas. Esa sería su recompensa, su redención final, el reconocimiento por su lealtad absoluta y su entrega sin vacilaciones.

Andrés se levantó con una determinación férrea. Se quitó la camiseta, revelando cicatrices de antiguas batallas, y se dirigió al pequeño cofre que guardaba en el rincón de la habitación. Abrió la tapa con cuidado, y dentro, colocadas con precisión casi ritual, estaban sus armas sagradas. Tomó una daga bendita, su favorita, y la sostuvo en sus manos, observando cómo la luz de las velas parpadeaba en la hoja.

Este será mi sacrificio… —murmuró, pasando la mano por el filo. — Voy a entregar mi vida, mi cuerpo y mi alma en esta última batalla.

Andrés sentía que el plan de Dios se desplegaba con claridad. Fabián era el instrumento divino, y él, Andrés, el ejecutor que daría fin a los oscuros designios del vampiro. No había dudas. No había marcha atrás.

Sabía que Vambertoken debía ser destruido. Pero Andrés también sabía que esto no sería solo una misión de carne y hueso; esta sería una guerra espiritual. Debería permitirse caer en las garras del vampiro, fingir estar bajo su control, y en el momento adecuado, con la ayuda de Dios, romper esas cadenas y salvar no solo su alma, sino la de Fabián.

Me entregaré… me perderé en las llamas del infierno para detener al Vampiro, pero Cristo… Él me rescatará.

Respirando profundamente, Andrés se levantó. Con los ojos brillando de fervor religioso, entendió que su destino estaba sellado. Sabía lo que debía hacer. En ese instante, tomó la decisión de seguir a Fabián hasta el fin, hasta donde el plan de Dios lo llevara, y esperaría pacientemente su rescate celestial.

La decisión estaba tomada.

Mientras Fabián y Julián regresaban a la sede de la Purga, el ambiente estaba cargado de tensión. Julián, aunque siempre había sido un hombre firme en su fe, no podía dejar de cuestionar el plan que Fabián había trazado para con Andrés Rojas. La fama de Andrés, el cazador implacable, resonaba en los oídos de Julián como un eco peligroso. Cada historia que había escuchado de ese hombre lo pintaba como un asesino despiadado, capaz de justificar cualquier barbarie bajo la excusa de la fe.

—Fabián, ¿estás seguro de esto? —preguntó Julián, con una mezcla de incertidumbre y respeto—. Andrés no es como nosotros. Es… peligroso. Desprecia a todo lo sobrenatural sin excepción. Incluso la más mínima provocación podría desatar un caos.

Fabián, sereno y con los ojos puestos al frente, no dudó en su respuesta.

—Mi fe en Dios es todo lo que necesito, Julián. No estamos solos en esto. No podría hacer nada de esto sin su voluntad guiando mis pasos. Y lo que estamos haciendo, Julián, no es solo una misión. Es parte del plan divino. Andrés se unirá a nosotros porque así está dispuesto en el gran diseño de Dios.

Julián lo miró de reojo. Había sido su maestro, su guía, pero ahora veía a Fabián con una luz completamente distinta. La fe que irradiaba su alumno era tan inquebrantable que por un momento, Julián sintió que estaba ante algo divino, algo más grande de lo que podía comprender. La forma en que Fabián hablaba, la calma en sus palabras, el brillo en sus ojos… era como si Dios mismo estuviera obrando a través de él.

—Es increíble, Fabián. No sé cómo puedes mantener esta serenidad, esta fe, en medio de tanta oscuridad. —dijo Julián—. No hay forma de que un hombre, sumido en las sombras de la Purga, pueda mantener un espíritu tan puro, tan fuerte… a menos que Dios esté contigo.

Fabián sonrió levemente. Su mente fue a María, su razón de vivir, la manifestación de Dios en su vida.

—Dios está conmigo, Julián, en cada paso. Y cuando regreso a María, cuando la tengo en mis brazos, siento a Dios en nuestro amor. Él está en cada beso que nos damos, en cada promesa de amor eterno que compartimos. Mi fe en Dios y en ella es lo que me sostiene. No hay sombra que pueda apagar eso.

Cuando llegaron a la sede, María los esperaba ansiosa. El corazón de María estaba lleno de incertidumbre, pero al ver a Fabián, todo ese miedo desapareció. Se lanzó a sus brazos, sintiendo el consuelo de tener a su amado de vuelta, sabiendo que, aunque había mucha oscuridad a su alrededor, su amor brillaba con una luz divina que no podía ser apagada.

—Fabián… te tengo de vuelta —susurró María mientras lo abrazaba.

Olfuma, que había estado cerca, observaba la escena con una sonrisa. Ver a María tan feliz la hacía sentir aún más segura. Había algo en esa relación entre María y Fabián que la llenaba de una calidez que no podía explicar.

—María… quiero ser amiga de Fabián también —dijo Olfuma, acercándose con una sonrisa tímida—. Eres mi amiga, y creo que él también puede serlo.

María, con una sonrisa suave y sincera, acarició el rostro de Olfuma.

—Claro que puedes, Olfuma. Fabiola ya no está… ella murió. Tú eres Olfuma ahora, y siempre serás nuestra amiga.

Fabián, mirándolas a ambas, sintió un alivio inmenso. Sabía que lo que María había hecho con Olfuma no era fácil, pero verlas juntas, ver que había paz, le daba esperanza de que tal vez, solo tal vez, algo bueno aún podría salir de toda esa oscuridad.

El resto del equipo de la Purga estaba ansioso por saber lo que había ocurrido con Andrés. Las miradas se dirigían a Julián, quien sabía que era su momento de hablar.

—Andrés aceptó unirse a nosotros —dijo Julián, con una mezcla de asombro y preocupación—. Pero… no fue fácil. Fabián… su fe lo movió. Lo convenció. Pero no puedo decir que esto haya terminado. Andrés es… es un hombre complicado. No podemos bajar la guardia.

El equipo intercambió miradas. Sabían que esto era solo el principio de algo mucho más grande, algo que podría desatar un conflicto que ninguno de ellos estaba listo para enfrentar.

Pero al menos, por ahora, había una sensación de calma. Aunque sabían que la oscuridad nunca estaba lejos, en ese momento sentían que, con la fe inquebrantable de Fabián, estaban más preparados que nunca.

El futuro era incierto, pero juntos, como una familia, enfrentarían lo que viniera.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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