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El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 216. Cuentos de Hombres Lobos

El Guerrero Caído.

La tarde se sentía pesada en la sede de la Purga. Vambertoken, Asha y María, bajo la voluntad de Asha, estaban presentes en el centro de comunicaciones, con Fabián y Julián de pie, esperando instrucciones. Ambos hombres del Vaticano sabían que la misión que les asignaría Vambertoken no sería sencilla. Andrés Rojas, el fanático religioso que había causado tantos problemas al Vaticano, era un objetivo delicado. Aunque era un cazador brillante, su imprudencia y su desconexión con las políticas de la Iglesia lo convertían en una amenaza para las mismas instituciones que alguna vez lo entrenaron.

Vambertoken, imperturbable como siempre, se dirigió a ambos con su fría voz.

—”Andrés Rojas es el regalo perfecto para mantener nuestras relaciones con el Vaticano… Ha sido un problema para ellos durante demasiado tiempo,” —dijo Vambertoken, mientras sus ojos recorrían la sala con una calma calculadora—. “Es hora de que lo ‘resolvamos’.”

El ambiente en la sala se tensó, pero Fabián mantuvo su rostro sereno. Sabía lo que esta misión significaba, y la responsabilidad que cargaba en sus hombros. Julián, por otro lado, intercambió una breve mirada con su compañero. Ambos sabían que el reto no solo sería físico, sino también moral.

—”¿Y cuál es el plan?” —preguntó Julián, siempre directo.

Vambertoken sonrió levemente, como si disfrutara del desafío que enfrentaban.

—”Es simple: encontrarlo, hacer que vuelva con vida o… asegurarse de que no vuelva a causar más problemas.”

La frialdad de esas palabras dejó claro que la muerte de Andrés era una opción sobre la mesa. Pero para Fabián, un hombre de fe, esa no era la primera opción. Sabía que Andrés había sido un guerrero como ellos, con su propio sentido de justicia, aunque desviado. Pero la fe de Fabián era firme. Él estaba convencido de que siempre hay un camino de redención.

Asha, por su parte, no podía dejar pasar la oportunidad de intervenir. Se acercó con elegancia, sus ojos brillando con esa mezcla de locura y control que siempre la acompañaba.

—”Queridos Fabián, Julián,” —dijo con un tono juguetón pero venenoso—, “¿no es emocionante saber que tienen la oportunidad de cazar a alguien como Andrés Rojas? Alguien que ha desafiado las reglas de nuestra querida Iglesia… y que podría desafiarte a ti, querido Fabián. ¿No sientes el peso de esa responsabilidad?” —susurró con una sonrisa que no prometía nada bueno.

Fabián mantuvo su mirada firme, sin dejarse intimidar.

—”Archicondesa Asha,” —dijo Fabián, sin emoción, usando el título con el mínimo respeto que la situación requería—, “mi fe es mi guía. Lo que deba suceder, sucederá, y será lo que Dios quiera.”

Pero dentro de María, una tormenta se desataba. Bajo la voluntad de Asha, no podía reaccionar ni mostrar su angustia. Sabía lo que estaba en juego. Sabía lo peligroso que era Andrés Rojas, y lo que podría significar para Fabián y para Julián enfrentarse a él. Temía por su amado, pero el control que Asha tenía sobre ella la dejaba completamente impotente. Su mente se agitaba entre la preocupación y la sumisión, atrapada en ese ciclo interminable de control.

—”Confío en que cumplirán con éxito esta misión,” —dijo Vambertoken, cortando la tensión con su tono implacable—. “Andrés Rojas es un peón que debemos eliminar o controlar. No lo tomen a la ligera.”

El silencio volvió a caer en la sala, mientras Fabián y Julián intercambiaban una última mirada antes de partir. Sabían que la misión no sería fácil, pero también sabían que la fe era su escudo más poderoso. Lo que no sabían era si, al final, Andrés Rojas aceptaría ser “salvado” o si los obligaría a derramar su sangre.

Asha, con su perversidad característica, observaba cómo los dos hombres salían de la sala. Su sonrisa apenas se dibujó en su rostro, satisfecha con el desafío que les había sido puesto. En el fondo, disfrutaba del peligro que representaba Andrés, pero también sabía que Vambertoken tenía un plan claro.

Y mientras ellos partían hacia lo desconocido, María permanecía atrapada en su interior, incapaz de actuar, incapaz de proteger a Fabián de los horrores que podrían estar por venir.

Julián y Fabián salieron de la sede de la Purga, caminando en silencio por las calles de la ciudad, ambos con la mente cargada de pensamientos. La misión que les había sido encomendada no era solo una prueba de habilidad, sino una confrontación con todo lo que creían. El nombre de Andrés Rojas resonaba en sus mentes como un eco inquietante, como una amenaza que no solo representaba peligro físico, sino un desafío moral.

Fabián fue el primero en romper el silencio.

—”Andrés Rojas… No hay forma de llamarlo de otra manera, ¿verdad?” —murmuró con un tono cansado, casi resignado—. “Es un loco. Un asesino que ha usado la fe como excusa para justificar su sed de sangre. No se detendrá ante nada.”

Julián asintió lentamente, su rostro endurecido por la preocupación.

—”He oído historias. Muchas. Hablan de él como si fuera una fuerza imparable, alguien que no hace distinciones entre quienes buscan redención y quiénes no. Si eres sobrenatural, eres su presa. No importa si has renunciado a la violencia, no importa si solo quieres vivir en paz. Para Andrés, eres culpable por existir.”

El peso de esas palabras flotó entre ellos. Ambos hombres de fe sabían lo que representaba enfrentar a alguien como Andrés. Era, de algún modo, un reflejo distorsionado de ellos mismos: cazadores de lo sobrenatural, pero en lugar de justicia, él buscaba solo destrucción.

—”¿Y qué hacemos, Julián?” —preguntó Fabián, con una mirada perdida en el horizonte—. “¿Lo convencemos de que está equivocado? ¿Lo enfrentamos? ¿Lo… matamos? No es tan simple como decidirlo ahora. La fe no es algo que se pueda imponer.”

Julián frunció el ceño, consciente del dilema que enfrentaban. Andrés no era solo un loco peligroso, sino un hombre de fe desviado, alguien que había corrompido la misión que se les había confiado a los cazadores. Pero el problema era que, en su locura, seguía siendo muy poderoso. Desafiarlo sería enfrentarse a una fuerza de destrucción que ya no respetaba las reglas de la Iglesia ni las leyes de los hombres.

—”Matarlo sería fácil,” —dijo Julián en voz baja—. “Pero no sé si podría vivir con ello. No sé si eso nos hace mejores que él. Andrés… ha perdido el camino, pero ¿quiénes somos nosotros para decidir cuándo un hombre debe morir? Es un regalo envenenado del Vaticano, y lo sabemos. Si lo traemos de vuelta, lo seguirán usando, y si lo matamos… cargaremos con eso.”

Fabián se detuvo un momento, procesando esas palabras. Sabía que su compañero tenía razón. El Vaticano había confiado en ellos para llevar a cabo esta misión, pero también estaba claro que esperaban que hicieran lo que fuera necesario para “resolver” el problema que Andrés representaba. Lo que no les habían dicho era cómo hacerlo.

—”Es un cazador, igual que nosotros. Y esa es la parte más aterradora,” —murmuró Fabián—. “No es solo un loco. Tiene experiencia, tiene poder. Y más que eso, tiene convicción. Cree que está haciendo lo correcto. Enfrentarlo no será solo una cuestión de habilidad, será una lucha entre lo que creemos y lo que él cree.”

Julián asintió, pero su rostro reflejaba algo más profundo. No solo era el dilema de Andrés lo que pesaba en su mente. También estaba el hecho de que su hija, Laura, inevitablemente se enteraría de todo lo que estaba sucediendo. Sabía que tarde o temprano tendría que explicarle a ella las decisiones que había tomado, las que había evitado, y las consecuencias que eso traería.

—”Laura tendrá que saberlo,” —dijo Julián, rompiendo el silencio nuevamente—. “Tendrá que saber lo que estamos haciendo. No puedo ocultárselo. Si Andrés cae, ella se preguntará qué sucedió realmente, y si lo traemos de vuelta, también querrá respuestas. Nada de esto será sencillo.”

Fabián miró a su amigo con comprensión. Él también sabía lo que significaba cargar con esas decisiones, y cómo afectaría a quienes amaban. María, aunque bajo la voluntad de Asha, seguramente lo observaría todo desde las sombras, impotente para intervenir pero plenamente consciente de los riesgos que corría su amado. Y eso lo atormentaba más que cualquier otra cosa.

—”Lo que más me preocupa no es lo que Andrés pueda hacernos físicamente,” —dijo Fabián, con una gravedad que parecía pesar más que el aire mismo—. “Lo que me preocupa es lo que su locura pueda hacerle a nuestra fe. Él es la manifestación de lo que pasa cuando el poder se usa sin amor, sin misericordia, solo con odio. Si no somos cuidadosos… podríamos terminar como él.”

Julián lo miró con dureza.

—”No lo permitiremos, Fabián. No somos como él. Nunca lo seremos.”

Fabián cerró los ojos un momento, dejando que el viento fresco de la tarde acariciara su rostro. Sabía que Julián tenía razón. No eran como Andrés. Pero también sabía que enfrentarlo sería una prueba más grande de lo que cualquiera de ellos había anticipado. Una prueba de su fe, de su humanidad, y de su capacidad para discernir entre la justicia y la venganza.

Finalmente, abrió los ojos y miró a su amigo.

—”Entonces, lo intentaremos. Trataremos de traerlo de vuelta, si es posible. Pero si no lo es… no dejaremos que se convierta en algo peor de lo que ya es.”

Julián asintió lentamente.

—”Que así sea. Que nuestra fe nos guíe.”

Ambos continuaron su camino, sabiendo que los próximos días serían decisivos no solo para la misión, sino para el destino de sus propias almas. Andrés Rojas no era solo una amenaza física, sino un espejo distorsionado que podría arrastrarlos a la oscuridad si no mantenían firme su fe.

Y en el fondo, ambos sabían que esta misión, más que cualquier otra, pondría a prueba todo lo que eran.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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