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El Cazador de almas perdidas – Creepypasta 201. Cuentos de Hombres Lobo

El Bautizo de las Sombras.

El crepúsculo caía sobre la Plaza Central del Vaticano, donde se respiraba una atmósfera solemne, casi mística. Era un día especial, un evento de conversión vampírica, un bautizo en el cristianismo para aquellos que alguna vez fueron humanos y que ahora, después de aceptar su condición y el perdón divino, buscaban unirse a la fe. Veinte vampiros convertidos, de miradas oscuras pero serenas, aguardaban su turno frente a una fuente de agua bendita. Julián y Laura, vestidos con sotanas blancas, lideraban el ritual bajo la atenta mirada del Santo Padre.

El evento, aunque transmitido para medios exclusivos, estaba cargado de una belleza oscura, donde la luz del crepúsculo iluminaba a los conversos como si los últimos rayos del sol quisieran tocarlos antes de que la noche los reclamara por completo. El Papa, vestido con su atuendo más solemne, observaba en silencio, consciente de la verdadera naturaleza de lo que ocurría. Mientras los demás celebraban la salvación de estos seres, solo él, Julián y Laura sabían que esto era una fachada cuidadosamente diseñada por la alianza milenaria entre la Iglesia y la familia Vambertoken.

Zakfig Vambertoken, el padre de Seraph Vambertoken Latshiktor, había ayudado a Constantino a fundar la Iglesia Católica. Ese lazo ancestral seguía vigente, y ahora la fachada de los vampiros convertidos servía para encubrir el verdadero propósito de esta alianza. Mientras el Santo Padre bendecía a estos vampiros, cien prisioneros de la más alta seguridad y clandestinidad eran trasladados desde los confines del Vaticano rumbo a La Purga, donde Seraph y Asha los esperaban. Serían sacrificados en nombre de un pacto que solo los más poderosos conocían.

Laura, quien había ayudado a organizar este acto, sentía un nudo en el estómago. Sabía que el evento era una pantalla, pero no podía evitar sentir la contradicción en su interior. Había luchado por creer que su ministerio ofrecía verdadera redención a los vampiros, pero cada vez más era consciente de que esto solo era un juego en el tablero de poder entre la Iglesia y los Vambertoken.

Benedictus sit unusquisque ex vobis qui Christum confitetur, —dijo Julián, mientras derramaba agua bendita sobre la frente de uno de los convertidos. Su voz resonaba con la fuerza de su fe, pero en sus ojos había una tristeza que solo Laura podía entender. Sabía que su padre había hecho grandes sacrificios por ella, y que seguía haciéndolos para protegerla.

Mientras el bautizo continuaba, los medios de comunicación filmaban desde ángulos cuidadosamente elegidos para capturar la solemnidad del evento. Pero tras las cámaras, el Santo Padre observaba con frialdad, consciente de que su participación en este ritual era parte de un trato mucho más oscuro. El Vaticano necesitaba a los Vambertoken, pero a cambio, entregaban estas almas condenadas a un destino mucho peor que la muerte.

Laura, con las manos temblorosas pero el rostro sereno, continuaba su parte en el ritual. Los vampiros se arrodillaban ante ella y su padre, aceptando el agua bendita sobre sus frentes, como si eso pudiera redimirlos. Ella quería creer que había una chispa de esperanza para estos seres, pero sabía que, en lo más profundo, esto solo era parte del juego de poder en el que estaban atrapados.

In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti, —concluyó Julián, dando el último paso del bautizo. La multitud aplaudió suavemente, respetando la solemnidad del momento, pero en la mente de Julián y Laura, el eco de la verdadera oscuridad resonaba más fuerte que cualquier aplauso.

En ese preciso instante, cien prisioneros salían desde el Vaticano, completamente ignorados por todos, rumbo a la sede de La Purga. Nadie en la multitud sabría jamás lo que sucedía en las sombras, y nadie debía saberlo. La alianza entre el Vaticano y los Vambertoken se mantenía oculta, como siempre lo había estado desde los tiempos de Constantino.

El evento terminó, los vampiros convertidos fueron escoltados en silencio, sus rostros serios y, quizás, algo aliviados. Pero para Laura y Julián, el peso de la verdad seguía aplastándolos. Cuando todos los presentes se dispersaron y las cámaras se apagaron, Julián miró a su hija y susurró:

No importa lo que pase, hija mía. Siempre estaré aquí para protegerte, aunque el mundo entero se derrumbe a nuestro alrededor.

Laura asintió en silencio, sabiendo que su padre había sacrificado más de lo que jamás podría imaginar. Ambos, atrapados entre la fe y la oscuridad, caminaron en silencio hacia la sede del ministerio, sabiendo que su verdadero trabajo solo acababa de comenzar.

La tarde había transcurrido en medio de ceremonias solemnes y miradas cómplices. Julián, acompañado por su hija Laura, había vivido uno de los días más trascendentales en mucho tiempo. Pero, al caer la noche y después de una tranquila cena, la realidad oscura de su misión volvió a su mente. Se encontraba rumbo a Cochabamba, cuando su teléfono vibró en el asiento a su lado. Era Vambertoken.

—”El transporte de los prisioneros ha sido un éxito,” —dijo la voz imponente del vampiro al otro lado de la línea—. “El acto salió perfecto, y la fachada ha cumplido su propósito. Estoy satisfecho.”

Julián asintió, aunque Vambertoken no pudiera verlo. Sabía que el éxito del transporte significaba que cien almas estaban en camino a La Purga, condenadas a un destino mucho peor que la muerte. Ese era el precio que había pagado por la seguridad de su hija, por mantenerla a salvo dentro de la sombría red de los Vambertoken.

—”Nos veremos en Cochabamba, en el parque central,” —continuó Vambertoken—. “Ahí te estarán esperando Fabián y… Steven.”

Julián sintió un escalofrío recorrer su espalda. Steven, el escudero de Fabián, estaba muerto. Lo había asesinado Fabián días atrás para evitar un destino aún peor. Pero ahora, su muerte formaba parte de un plan mucho más elaborado.

—”Será la última vez que lo veas,” —dijo Vambertoken, con una nota de crueldad casi imperceptible en su tono—. “Debes escoltar a Asha hasta la nueva sede. El ataque ocurrirá durante el trayecto. Uno de los prisioneros, liberado desde el Vaticano, servirá para ello. Fabián y tú acabarán con él… y el reporte dirá que Steven murió en combate.”

Julián tragó saliva. Sabía que esto iba más allá de la simple manipulación de eventos. Vambertoken estaba orquestando una obra macabra donde la verdad y la mentira se entrelazaban en una danza peligrosa. El plan era perfecto, calculado al detalle. Steven moriría oficialmente, y Fabián ganaría aún más poder e influencia con su nuevo cargo en el Vaticano como Maestro Caballero Santo.

—”Lo entiendo,” —respondió Julián, con voz firme, aunque su mente estaba inundada de dudas. Vambertoken cortó la llamada, dejando a Julián solo con sus pensamientos.

El viaje a Cochabamba se sentía más largo de lo habitual. El peso de lo que estaba por hacer lo aplastaba. Había sacrificado tanto por el bien de su hija, pero cada vez que creía que estaba acercándose a una solución, el abismo de las sombras lo jalaba más hacia dentro.

Finalmente, el parque central de Cochabamba apareció ante sus ojos. Al bajarse del vehículo, Fabián y Steven lo esperaban bajo la tenue luz de las farolas. El viento nocturno soplaba suavemente, moviendo las hojas secas del suelo, pero no había un alma a la vista. Era como si el mismo parque supiera que estaba a punto de ser testigo de algo fuera de este mundo.

Steven, el escudero, se veía tan vivo como siempre, aunque Julián sabía que no era más que una sombra, un cadáver caminante que pronto sería liberado de su falsa existencia. Fabián, por otro lado, lo observaba con una mirada tranquila, consciente del papel que debía desempeñar en este macabro teatro.

—”Es hora,” —dijo Fabián, con voz baja—. “Asha nos espera. Todo está listo.”

Sin más palabras, comenzaron a caminar juntos. El parque se sumió en un silencio aún más profundo a medida que se acercaban al vehículo donde Asha aguardaba. La vampiresa, siempre majestuosa y calculadora, salió del automóvil con una sonrisa fría. Su presencia, como siempre, imponía una autoridad indiscutible.

—”Mis caballeros,” —dijo Asha con una voz que parecía fluir como seda venenosa—. “Esta noche es crucial para todos nosotros. Manténganse atentos.”

Julián y Fabián asintieron, sabiendo que el momento del ataque se acercaba. Mientras escoltaban a Asha a la nueva sede, la tensión creció en el aire. No había lugar para el error. Sabían que uno de los prisioneros liberados estaba por aparecer, su vida ya condenada a ser el chivo expiatorio de todo el plan.

Y entonces, ocurrió.

De entre las sombras, un hombre apareció, rugiendo de desesperación y furia. El prisionero, una vez humano, ahora convertido en un monstruo debido a los experimentos de La Purga, se lanzó hacia ellos. Steven, el escudero caído, fue su primer objetivo. El combate fue brutal, pero breve. Fabián y Julián, actuando con precisión letal, abatieron al prisionero. Pero no antes de que Steven “cayera” en la pelea.

La sangre del prisionero se esparció por el suelo, y el cuerpo inerte de Steven yacía a un lado, su muerte ahora sellada oficialmente.

Asha, observando desde la distancia, sonrió con satisfacción.

—”El informe dirá que Steven murió protegiéndonos,” —dijo Fabián, mientras limpiaba la sangre de sus manos—. “Todo saldrá según lo planeado.”

Julián miró el cuerpo de Steven con una mezcla de tristeza y resignación. Sabía que había sido necesario, pero eso no aliviaba el peso de la culpa. Asha, por su parte, se acercó a ellos, su presencia envolviéndolos en una sensación de inevitable destino.

—”Han hecho bien,” —dijo Asha—. “El plan ha salido perfecto.”

Pero mientras las sombras de la noche los envolvían, Julián no pudo evitar preguntarse cuánto más tendría que sacrificar antes de que todo terminara.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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