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En la pequeña y vibrante Escuela San Martín, todos los estudiantes sabían quién era Tomás. Con solo diez años, Tomás era el niño más fuerte y atlético de toda la escuela. Era el capitán del equipo de fútbol, el mejor nadador del club de natación, y siempre ganaba las carreras en las competencias escolares. Su fuerza física y habilidades deportivas lo habían convertido en una especie de héroe entre sus compañeros. Todos lo admiraban, y muchos deseaban ser como él.

Tomás era un niño amable y siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás. Cuando algún compañero no sabía cómo hacer un ejercicio en la clase de gimnasia, Tomás estaba ahí para mostrarle la técnica correcta. Si alguien necesitaba ayuda para cargar su mochila o abrir una botella de agua, Tomás siempre tenía una mano amiga. Era tan fuerte y capaz que parecía no necesitar nunca la ayuda de nadie.

Un día, la maestra anunció una nueva competencia escolar: un desafío de obstáculos que requería tanto fuerza como ingenio. El circuito incluía escalar una pared de cuerdas, atravesar un túnel oscuro, saltar sobre una serie de cajas y, finalmente, resolver un complicado rompecabezas en equipo. El ganador sería el equipo que lograra completar el desafío en el menor tiempo posible.

Tomás, como era de esperarse, fue seleccionado para liderar uno de los equipos. Todos en su equipo estaban emocionados y seguros de que ganarían, pues contaban con el más fuerte de la escuela. Sin embargo, la maestra tenía una sorpresa. En lugar de permitir que Tomás eligiera a los miembros de su equipo, asignó a los estudiantes al azar. Así, Tomás terminó con un grupo diverso de compañeros: Lucas, un niño pequeño que prefería leer a hacer deporte; Sofía, una niña que era excelente en matemáticas pero temía a las alturas; y Mariana, que siempre estaba dispuesta a ayudar, aunque a veces se distraía fácilmente.

Tomás miró a su equipo y sonrió. Estaba seguro de que, con su fuerza y habilidades, podrían superar cualquier obstáculo. Comenzó a organizar a su equipo, explicando las estrategias que habían usado en desafíos anteriores. “Yo escalaré la pared de cuerdas rápidamente,” dijo Tomás con confianza. “Lucas, tú te encargarás del túnel. Sofía, tú saltarás las cajas, y Mariana, tú me ayudarás a resolver el rompecabezas al final.”

Sin embargo, cuando comenzó el entrenamiento, las cosas no salieron como Tomás esperaba. Lucas era más lento de lo que pensaba, y a menudo se detenía en medio del túnel, preocupado por los espacios cerrados. Sofía, por su parte, se ponía nerviosa al enfrentarse a las cajas altas, mientras que Mariana parecía distraerse con cada pequeño detalle del circuito. Tomás, acostumbrado a la perfección y la rapidez, comenzó a impacientarse.

“¡Vamos, chicos! ¡Podemos hacerlo mejor!”, decía Tomás, tratando de animar a su equipo. Pero a medida que los días pasaban, comenzó a notar que sus compañeros se volvían más callados y menos entusiastas. La presión que Tomás ejercía sobre ellos los estaba agotando.

Una tarde, después de un entrenamiento particularmente difícil, Lucas se acercó a Tomás con una expresión de preocupación. “Tomás, sé que eres fuerte y muy bueno en esto, pero no creo que esté haciendo un buen trabajo. Tal vez deberías buscar a alguien más para el túnel.”

Tomás se quedó en silencio, sorprendido por la sugerencia de Lucas. “No, Lucas. Eres parte del equipo y juntos vamos a ganar. Solo necesitas esforzarte más,” respondió, tratando de sonar alentador, aunque en su interior comenzaba a dudar.

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Tomás no podía dejar de pensar en lo que Lucas había dicho. Siempre había sido el más fuerte, el más rápido, el más capaz. Pero ahora, por primera vez, se sentía perdido. ¿Y si no lograban ganar la competencia? ¿Y si él no podía liderar a su equipo hacia la victoria? La idea lo inquietaba profundamente.

Al día siguiente, cuando llegó a la escuela, encontró a Sofía sentada en las gradas del gimnasio, mirando las cajas con una expresión de miedo. Tomás se acercó a ella y, por primera vez, no supo qué decir. Sofía lo miró con ojos llenos de lágrimas. “Tomás, no soy como tú. No soy fuerte ni valiente. No sé si puedo hacerlo,” dijo en voz baja.

Tomás sintió un nudo en la garganta. Siempre había sido él quien daba ánimo a los demás, pero ahora, se daba cuenta de que, a pesar de su fuerza, no sabía cómo ayudar a sus compañeros con sus miedos e inseguridades. Se sentó junto a Sofía y suspiró. “No necesitas ser fuerte como yo, Sofía. Todos tenemos nuestras propias fortalezas. Tal vez… tal vez necesitamos encontrar una manera de trabajar juntos.”

Sofía lo miró con sorpresa. Era la primera vez que Tomás no daba una respuesta inmediata y segura. “¿Qué quieres decir?”, preguntó.

“Quizás he estado tratando de hacerlo todo por mi cuenta. Pero no soy bueno en todo. Necesito que ustedes también me ayuden. No podemos ganar si no trabajamos como un equipo de verdad,” confesó Tomás, sintiendo que, por primera vez, estaba siendo realmente honesto.

A partir de ese momento, algo cambió en Tomás. Empezó a escuchar más a sus compañeros, a preguntarles cómo se sentían y qué ideas tenían. En lugar de solo enfocarse en la velocidad y la fuerza, comenzó a valorar la inteligencia de Sofía, la determinación de Lucas y la amabilidad de Mariana. Se dio cuenta de que, aunque era fuerte, necesitaba de los demás para poder superar los desafíos más difíciles.

Juntos, como equipo, comenzaron a practicar de una manera diferente. Se apoyaban mutuamente, compartían ideas y aprendían unos de otros. Y, poco a poco, empezaron a mejorar.

El día de la competencia finalmente llegó, y la Escuela San Martín estaba llena de emoción y bullicio. Los estudiantes se alineaban frente al circuito de obstáculos, que estaba decorado con banderines y colores brillantes. Los padres y maestros se habían reunido para animar a los equipos, y el ambiente era de entusiasmo y expectación.

Tomás y su equipo se encontraban en la zona de preparación, revisando los últimos detalles y ajustando sus estrategias. Tomás miró a Lucas, Sofía y Mariana, y vio que estaban un poco nerviosos, pero también determinados. Habían trabajado duro y, a pesar de los desafíos, habían aprendido a colaborar de una manera que antes no habían considerado.

El primer equipo se alineó para comenzar el desafío. Al sonar la señal, el circuito cobró vida. Tomás miró cómo el primer equipo subía la pared de cuerdas y se movía ágilmente a través del túnel. Luego llegó su turno. Tomás se acercó a sus compañeros y les dio una sonrisa de ánimo. “Recuerden, lo más importante es que trabajemos juntos. Vamos a hacerlo bien.”

El desafío comenzó con el sonido de la bocina. Tomás escaló la pared de cuerdas con una agilidad impresionante. En cuestión de segundos, llegó a la cima y se deslizó hacia abajo con la rapidez que solo él podía demostrar. Desde allí, comenzó a guiar a Lucas hacia el túnel oscuro.

Lucas avanzó con cautela, respirando hondo y enfocándose en cada paso. A medida que avanzaba, Tomás lo observaba, listo para ayudar si era necesario. Aunque Lucas aún estaba nervioso, comenzó a ganar confianza con las palabras de aliento de Tomás. Finalmente, logró atravesar el túnel y llegó a la siguiente estación, donde Sofía estaba esperando.

Sofía estaba parada junto a las cajas, sus ojos mirando con inquietud el obstáculo. El miedo de Sofía a las alturas había sido una preocupación constante durante las prácticas, pero Tomás sabía que su conocimiento y habilidades podían marcar la diferencia. “Sofía, solo piensa en cada caja como un pequeño desafío que puedes superar. Estoy contigo en cada paso del camino.”

Con la guía de Tomás y el apoyo de Mariana, Sofía comenzó a saltar de caja en caja. Aunque al principio se tambaleaba, pronto se dio cuenta de que estaba avanzando y se sintió más segura con cada salto. Su confianza creció, y con la ayuda de Tomás y Mariana, superó el obstáculo.

El equipo continuó a través del circuito, enfrentando el siguiente desafío: el rompecabezas. Aquí es donde Tomás sintió un nuevo tipo de presión. Era una prueba de inteligencia y colaboración, algo que no podía superar solo con fuerza física. Mariana, con su habilidad para resolver problemas y su atención al detalle, se convirtió en una pieza clave en este momento crucial.

El rompecabezas era complejo y requirió de toda la concentración y creatividad del equipo. Tomás, aunque tenía una gran capacidad atlética, no era tan experto en resolver acertijos. Era aquí donde realmente apreciaba las habilidades de sus compañeros. Mariana lideró el proceso, explicando cada pieza y buscando las soluciones correctas. Sofía y Lucas ayudaban a encajar las piezas mientras Tomás se aseguraba de que todos se mantuvieran enfocados y tranquilos.

Sin embargo, la competencia no era fácil. Otros equipos también estaban avanzando rápidamente y parecía que el tiempo se estaba agotando. La presión aumentó, y el equipo de Tomás comenzó a sentir el peso de la competencia. A medida que el rompecabezas se hacía más complicado, comenzaron a cometer errores.

Tomás se sintió frustrado. Aunque había estado guiando a su equipo con calma, la realidad de que podían no ganar comenzó a inquietarlo. “¡Vamos, tenemos que apresurarnos! ¡Estamos perdiendo tiempo!”, exclamó, tratando de apurar a sus compañeros.

Mariana se detuvo un momento y lo miró con preocupación. “Tomás, necesitamos mantener la calma. No podemos apresurarnos sin un plan. Si lo hacemos, podemos cometer más errores.”

Tomás respiró hondo, tratando de calmarse. Se dio cuenta de que había estado enfocándose tanto en la presión de ganar que había olvidado la importancia de la colaboración. Era momento de recordar lo que habían aprendido: no se trataba solo de ser fuerte, sino de trabajar juntos de manera efectiva.

Se dirigió a sus compañeros y les dijo: “Lo siento, he estado tan enfocado en ganar que he olvidado lo que realmente importa. Vamos a trabajar juntos, paso a paso. Mariana, dime cómo podemos resolver esto. Sofía y Lucas, ayúdame a encajar las piezas. Vamos a hacerlo juntos.”

Con un renovado sentido de propósito, el equipo se concentró en el rompecabezas. Mariana dirigió la resolución con calma y claridad, mientras Sofía y Lucas colocaban las piezas con cuidado. Tomás, en lugar de apresurarse, comenzó a apoyar a sus compañeros, elogiando cada pequeño avance y ofreciendo ayuda cuando era necesario.

La colaboración y la paciencia comenzaron a dar frutos. A medida que el rompecabezas se completaba, el equipo de Tomás encontró el patrón correcto y logró armarlo. El tiempo se estaba acabando, pero el esfuerzo y el trabajo en equipo habían llevado al grupo al final del desafío.

Mientras cruzaban la línea de meta, exhaustos pero felices, el equipo se abrazó y celebró su logro. Aunque no sabían si ganarían el primer lugar, sabían que habían hecho su mejor esfuerzo y habían aprendido una valiosa lección.

Tomás se dio cuenta de que la verdadera fuerza no solo se medía en habilidades físicas, sino en la capacidad de confiar en los demás y trabajar juntos. El desafío les había enseñado que incluso los más fuertes necesitan la ayuda de los demás para alcanzar sus metas. La lección de la competencia había sido clara: el verdadero poder estaba en la unidad y la colaboración.

Con una sonrisa en el rostro y un sentimiento de orgullo en el corazón, Tomás miró a sus compañeros y dijo: “Lo hicimos bien. No importa el resultado, aprendimos algo muy importante. Gracias por su ayuda. Sin ustedes, no habríamos llegado hasta aquí.”

El equipo se abrazó nuevamente, sabiendo que lo más valioso de la competencia había sido el crecimiento y la amistad que habían fortalecido. Se dirigieron hacia la ceremonia de premiación con una nueva perspectiva sobre lo que significa ser verdaderamente fuerte.

La ceremonia de premiación estaba en pleno auge. Los equipos se alineaban en el escenario, mientras los padres y compañeros aplaudían y animaban. El ambiente estaba lleno de alegría y emoción, y los estudiantes esperaban ansiosos el anuncio de los resultados.

El equipo de Tomás, aunque había dado lo mejor de sí, no estaba seguro de haber ganado. Sin embargo, sabían que el verdadero premio había sido la experiencia y el aprendizaje que habían obtenido durante el desafío. A medida que los jueces comenzaron a anunciar los ganadores de los diferentes segmentos de la competencia, Tomás y su equipo escuchaban con atención.

Primero se anunciaron los ganadores de la prueba de escalada y el túnel. Luego vinieron las categorías de salto de caja y el rompecabezas. Finalmente, el momento llegó para anunciar al equipo que había completado el circuito en el menor tiempo total. El corazón de Tomás latía con rapidez mientras el presentador abría el sobre con el nombre del equipo ganador.

“Y el equipo ganador del desafío de obstáculos es… ¡el equipo número cuatro!” exclamó el presentador, y el nombre de Tomás y su equipo se escuchó a través del micrófono. El público estalló en vítores y aplausos mientras el equipo de Tomás subía al escenario.

Tomás miró a sus compañeros con una mezcla de sorpresa y felicidad. Sofía, Lucas y Mariana estaban igualmente asombrados, y todos se abrazaron en una celebración llena de entusiasmo. Mientras recibían sus medallas y trofeo, Tomás se dio cuenta de que la verdadera recompensa no era solo el primer lugar, sino la experiencia compartida y la lección aprendida.

Al bajar del escenario, Tomás tomó un momento para reflexionar sobre lo que había pasado. Aunque habían ganado la competencia, se dio cuenta de que la victoria no era solo un trofeo, sino la capacidad de haber trabajado juntos como un verdadero equipo. Habían enfrentado sus miedos, superado obstáculos y se habían apoyado mutuamente en momentos de incertidumbre.

Mientras caminaban hacia la salida, los estudiantes de otras escuelas se acercaron a felicitar a Tomás y su equipo. Había una sensación de respeto y admiración en el aire. Tomás notó que sus compañeros estaban recibiendo elogios por su esfuerzo y colaboración, y no solo por haber ganado.

“¡Gran trabajo, Tomás! ¡Su equipo demostró que la fuerza está en el trabajo en equipo!”, dijo uno de los estudiantes de una escuela rival.

Tomás sonrió agradecido. “Gracias. Fue un esfuerzo de todos. Aprendimos mucho sobre trabajar juntos y apoyarnos mutuamente.”

Esa noche, después de la competencia, Tomás se reunió con su equipo en el parque cercano. Se sentaron en un círculo, rodeados de luces parpadeantes y el suave murmullo de la naturaleza. Tomás miró a sus amigos y sintió una profunda gratitud.

“Quiero decirles que estoy realmente orgulloso de lo que logramos hoy,” comenzó Tomás. “No solo ganamos una medalla, sino que aprendimos algo mucho más importante. Aprendimos que, aunque pueda parecer que tengo mucha fuerza, realmente no podría haber hecho esto sin cada uno de ustedes.”

Lucas, que normalmente era más reservado, sonrió con timidez. “Gracias por confiar en nosotros, Tomás. Al principio estaba nervioso, pero me diste la confianza para superar mis miedos.”

Sofía, que había estado callada durante un momento, añadió: “Y yo también aprendí mucho. Me di cuenta de que, aunque tengo miedo, puedo encontrar apoyo en mis amigos. No solo se trata de saltar las cajas, sino de ser valiente con la ayuda de quienes nos rodean.”

Mariana asintió con entusiasmo. “Y yo descubrí que no tengo que hacerlo todo sola. Juntos, podemos resolver cualquier problema, sin importar cuán difícil sea.”

Tomás miró a sus amigos y sintió una calidez en su corazón. “Estoy muy agradecido de tenerlos a todos como amigos. Hoy no solo ganamos una competencia, sino que también fortalecimos nuestra amistad y aprendimos a ser un verdadero equipo.”

La noche continuó con risas y anécdotas sobre el desafío. Los amigos compartieron historias sobre los momentos difíciles y las pequeñas victorias que habían vivido durante el circuito. El tiempo pasó rápidamente, y todos se dieron cuenta de que lo más valioso de esa experiencia no era el trofeo, sino el crecimiento personal y el compañerismo que habían construido.

Al final de la noche, mientras se despedían y se preparaban para irse a casa, Tomás sintió una sensación de paz y satisfacción. Sabía que, a partir de ahora, no solo sería conocido como el niño más fuerte de la escuela, sino como alguien que entendía el verdadero significado del trabajo en equipo y la importancia de pedir y ofrecer ayuda.

De regreso en casa, Tomás se sentó en su habitación y miró el trofeo en su estante. Aunque era un premio significativo, se dio cuenta de que lo que realmente valoraba era el viaje que había vivido con sus amigos. En su corazón, entendía que incluso los más fuertes necesitan ayuda a veces, y que la verdadera fuerza reside en la capacidad de apoyarse mutuamente.

Tomás guardó el trofeo en su estante con una sonrisa. Miró hacia afuera, al cielo estrellado, y pensó en lo que había aprendido. Sabía que esta lección no solo se aplicaba a las competencias, sino a la vida misma. La verdadera fortaleza no solo radica en la habilidad individual, sino en la capacidad de ser parte de un equipo y de crecer juntos.

Con una última mirada al trofeo, Tomás se preparó para descansar. Sabía que, al día siguiente, cuando volviera a la escuela, habría nuevas oportunidades para aplicar lo que había aprendido. No solo estaba listo para enfrentar nuevos desafíos, sino para hacerlo con la comprensión de que, en cualquier situación, el verdadero poder estaba en la unidad y el apoyo mutuo.

El sol se alzó en el horizonte, y con el nuevo día, Tomás estaba listo para enfrentar el mundo, no solo como el niño más fuerte, sino como un líder que entendía el valor de la colaboración y la importancia de reconocer que incluso los más fuertes necesitan ayuda a veces. Y así, con una sonrisa en el rostro, comenzó su día con un corazón lleno de gratitud y un espíritu renovado para enfrentar lo que viniera.

La moraleja de esta historia es que incluso los más fuertes necesitan ayuda a veces.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡hasta muy pronto! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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