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En una pintoresca granja, era un lugar muy armónico, con una gran energía, que parecía tener imanes para atraer todo ser que se encontraba cerca, rodeada de verdes colinas y campos dorados, vivía un joven llamado Tomás. Tomás era un niño curioso, en su carita con muchas pecas y lleno de energía, siempre dispuesto a explorar cada rincón de la granja de su abuelo. La granja era un lugar mágico para él, con sus animales, árboles frutales y el suave murmullo del arroyo que la atravesaba.

Una mañana, mientras el sol apenas comenzaba a asomarse en el horizonte, Tomás se despertó con una idea brillante. Había escuchado historias sobre un tesoro escondido en algún lugar de la granja, un tesoro que, según decían, solo podía ser encontrado por aquellos que demostraran una gran paciencia. Decidido a encontrarlo, Tomás se vistió rápidamente y salió corriendo hacia el establo.

Allí, su abuelo, el señor Pedro, estaba alimentando a las gallinas. El abuelo Pedro era un hombre sabio y paciente, conocido por su habilidad para resolver cualquier problema con calma y serenidad. Al ver a Tomás tan emocionado, el abuelo sonrió y le preguntó:

—¿Qué te trae tan temprano por aquí, Tomás?

—Abuelo, quiero encontrar el tesoro escondido de la granja. ¿Me ayudarías a buscarlo? —respondió Tomás con los ojos brillantes de emoción.

El abuelo Pedro se acarició la barba pensativamente y luego dijo:

—Claro, Tomás. Pero debes saber que encontrar ese tesoro no será fácil. Requerirá mucha paciencia y perseverancia. ¿Estás dispuesto a intentarlo?

Tomás asintió con entusiasmo, sin dudarlo ni un segundo. El abuelo Pedro le entregó una pequeña pala y juntos comenzaron su búsqueda. Primero, se dirigieron al huerto, donde los árboles frutales estaban cargados de manzanas y peras. El abuelo le explicó a Tomás que cada árbol había crecido gracias a la paciencia y el cuidado constante.

—Mira estos árboles, Tomás. Cada uno de ellos comenzó como una pequeña semilla. Con el tiempo, y con mucha paciencia, se convirtieron en estos grandes y fuertes árboles que ves ahora. El tesoro que buscas es similar. No aparecerá de inmediato, pero si eres paciente, lo encontrarás.

Tomás escuchó atentamente las palabras de su abuelo mientras cavaba alrededor de los árboles, buscando alguna pista del tesoro. Pasaron horas y no encontraron nada, pero Tomás no se desanimó. Sabía que debía seguir intentándolo.

Después de un largo día de búsqueda, el abuelo Pedro sugirió que descansaran y continuaran al día siguiente. Tomás, aunque cansado, estaba decidido a seguir adelante. Esa noche, mientras se acurrucaba en su cama, pensó en las palabras de su abuelo y se prometió a sí mismo que no se rendiría.

Al día siguiente, Tomás y su abuelo continuaron su búsqueda en el establo, donde las vacas y los caballos descansaban tranquilamente. El abuelo Pedro le contó a Tomás cómo cada animal en la granja requería paciencia y cuidado diario. Tomás observó cómo su abuelo alimentaba a los animales con calma y dedicación, y comprendió que la paciencia era una virtud esencial en la vida en la granja.

Al tercer día de búsqueda, Tomás y su abuelo Pedro decidieron explorar el viejo granero, un lugar lleno de herramientas antiguas y recuerdos de tiempos pasados. Mientras caminaban entre las pilas de heno y los viejos arados, el abuelo Pedro le contó a Tomás historias sobre cómo la granja había sido construida con esfuerzo y dedicación.

—Tomás, cada rincón de esta granja tiene una historia. Todo lo que ves aquí es el resultado de años de trabajo y paciencia. El tesoro que buscas no es solo algo material, sino también el aprendizaje y la experiencia que adquieres en el camino.

Tomás, aunque un poco impaciente, comprendió la importancia de las palabras de su abuelo. Mientras buscaban en el granero, encontraron una vieja caja de madera. Tomás la abrió con entusiasmo, pero dentro solo había algunas herramientas oxidadas y un cuaderno viejo. Desanimado, Tomás miró a su abuelo, quien le sonrió y le dijo:

—No te desanimes, Tomás. Cada paso que das te acerca más a tu objetivo. La paciencia es la clave.

Decidieron tomar un descanso y se sentaron bajo el gran roble que se encontraba en el centro de la granja. El abuelo Pedro sacó de su bolsillo una pequeña bolsa de semillas y comenzó a plantarlas en el suelo. Tomás lo observó con curiosidad y le preguntó:

—Abuelo, ¿por qué plantas esas semillas ahora?

—Estas semillas, Tomás, son un recordatorio de que todo en la vida requiere tiempo para crecer. Si las cuidamos con paciencia, algún día se convertirán en hermosas flores. Lo mismo ocurre con el tesoro que buscas. Debes ser paciente y perseverante.

Tomás asintió, comprendiendo cada vez más la lección que su abuelo intentaba enseñarle. Decidió que, en lugar de buscar frenéticamente el tesoro, disfrutaría del proceso y aprendería todo lo que pudiera de su abuelo y de la granja.

Al día siguiente, Tomás y su abuelo se dirigieron al campo de maíz. Mientras caminaban entre las altas plantas, el abuelo Pedro le explicó cómo cada mazorca de maíz había crecido gracias al cuidado constante y la paciencia. Tomás se maravilló al ver cómo el campo estaba lleno de vida y color, y comprendió que la paciencia realmente podía traer grandes recompensas.

De repente, Tomás tropezó con algo duro en el suelo. Al mirar más de cerca, vio que era una pequeña caja de metal medio enterrada. Con la ayuda de su abuelo, la desenterraron y la abrieron con cuidado. Dentro de la caja, encontraron una nota escrita a mano que decía:

“Para aquellos que han demostrado paciencia y perseverancia, este es el verdadero tesoro: el conocimiento y la sabiduría adquiridos en el camino.”

Tomás sonrió al leer la nota y miró a su abuelo con gratitud. Había aprendido una valiosa lección sobre la importancia de la paciencia y cómo, a veces, el verdadero tesoro no es algo material, sino las experiencias y aprendizajes que obtenemos en el camino.

Tomás y su abuelo Pedro continuaron su búsqueda del tesoro con renovada determinación. A pesar de no haber encontrado nada tangible hasta ahora, Tomás empezaba a entender que la paciencia era una virtud esencial. El abuelo Pedro, siempre sabio y sereno, decidió llevar a Tomás a un lugar especial en la granja: el jardín de las flores.

El jardín de las flores era un rincón mágico de la granja, lleno de colores y aromas que encantaban los sentidos. Pedro le explicó a Tomás que cada flor en ese jardín había sido plantada con amor y cuidado, y que había requerido tiempo y paciencia para florecer. Tomás observó las flores y se maravilló de su belleza, comprendiendo que nada valioso se lograba de la noche a la mañana.

Mientras caminaban por el jardín, Pedro le contó a Tomás una historia sobre una flor muy especial llamada la Flor de la Paciencia. Esta flor, según la leyenda, solo florecía una vez cada diez años, y su belleza era incomparable. Pedro había plantado una semilla de esta flor hacía muchos años, y estaba seguro de que pronto florecería. Tomás, intrigado, decidió que quería ver esa flor con sus propios ojos.

Día tras día, Tomás y su abuelo cuidaban del jardín, regando las plantas y quitando las malas hierbas. Tomás aprendió a disfrutar de cada momento, observando cómo las flores crecían y cambiaban con el tiempo. Sin embargo, la Flor de la Paciencia aún no mostraba señales de florecer. A veces, Tomás se sentía impaciente y frustrado, pero su abuelo siempre estaba allí para recordarle que la paciencia era la clave.

Un día, mientras estaban en el jardín, Pedro le mostró a Tomás una pequeña planta que apenas asomaba del suelo. “Esta es la Flor de la Paciencia,” dijo Pedro con una sonrisa. “Ha tardado mucho en crecer, pero pronto florecerá.” Tomás miró la planta con asombro y decidió que seguiría cuidándola con dedicación.

Pasaron semanas y meses, y Tomás continuó cuidando del jardín con su abuelo. Cada día, la pequeña planta crecía un poco más, y Tomás sentía una gran satisfacción al ver su progreso. Aprendió a valorar el proceso y a disfrutar de cada pequeño avance. La espera se convirtió en una parte importante de su vida, y Tomás empezó a entender que la verdadera recompensa no era solo la flor, sino todo lo que había aprendido y experimentado en el camino.

Finalmente, un día de primavera, Tomás y su abuelo fueron al jardín y encontraron que la Flor de la Paciencia había florecido. Era una flor de una belleza indescriptible, con pétalos de colores brillantes que parecían brillar bajo el sol. Tomás se sintió abrumado por la emoción y comprendió que todo el esfuerzo y la espera habían valido la pena. La flor era un símbolo de su paciencia y perseverancia, y Tomás supo en ese momento que había encontrado un tesoro mucho más valioso que cualquier objeto material.

Después de haber visto florecer la Flor de la Paciencia, Tomás se sintió inspirado y lleno de energía. Sin embargo, su abuelo Pedro le recordó que la búsqueda del tesoro aún no había terminado. Había más lecciones que aprender y más caminos por recorrer. Decidieron continuar su búsqueda en el bosque cercano a la granja, un lugar lleno de misterios y maravillas.

El bosque era un lugar mágico, con árboles altos y frondosos que parecían tocar el cielo. Mientras caminaban, Pedro le contó a Tomás sobre los animales que vivían allí y cómo cada uno tenía su propio ritmo y tiempo. Le explicó que la naturaleza no se apresura, y que todo tiene su momento perfecto para suceder. Tomás escuchaba atentamente, absorbiendo cada palabra de su abuelo.

Un día, mientras exploraban el bosque, encontraron un claro donde había un viejo roble. Pedro le dijo a Tomás que ese roble era uno de los árboles más antiguos del bosque y que había visto muchas estaciones pasar. Decidieron descansar bajo su sombra y Pedro le contó a Tomás una historia sobre un joven ciervo que había aprendido la importancia de la paciencia.

La historia hablaba de un ciervo que quería ser el más rápido del bosque. Todos los días practicaba y corría, pero siempre se frustraba porque no lograba ser tan rápido como deseaba. Un día, el ciervo se encontró con una tortuga que le enseñó a disfrutar del proceso y a ser paciente. Con el tiempo, el ciervo no solo se volvió más rápido, sino también más sabio y feliz. Tomás se sintió identificado con el ciervo y comprendió que la paciencia no solo era importante para encontrar el tesoro, sino también para disfrutar de la vida.

Mientras continuaban su búsqueda, Tomás y Pedro encontraron un pequeño arroyo. Decidieron seguir su curso, creyendo que podría llevarlos a algo interesante. El sonido del agua corriendo era relajante y Tomás se sintió en paz. De repente, vieron algo brillante en el agua. Al acercarse, descubrieron que era una pequeña caja de metal, similar a la que habían encontrado en el campo de maíz.

Con emoción, Tomás abrió la caja y encontró otra nota. Esta decía: “La paciencia no solo te lleva a tu destino, sino que también te enseña a disfrutar del viaje.” Tomás sonrió, comprendiendo que cada paso de su búsqueda había sido una lección valiosa. La verdadera recompensa no era solo el tesoro, sino todo lo que había aprendido y experimentado junto a su abuelo.

Decidieron regresar a la granja, sintiéndose más cerca que nunca. Tomás se dio cuenta de que la paciencia le había enseñado a valorar cada momento y a disfrutar del tiempo que pasaba con su abuelo. Al llegar a la granja, Pedro le dijo a Tomás que el verdadero tesoro siempre había estado allí: en las experiencias compartidas, en las lecciones aprendidas y en el amor y la sabiduría que habían cultivado juntos.

Tomás miró a su abuelo con gratitud y comprendió que la paciencia no solo le había llevado a encontrar el tesoro, sino que también le había enseñado a ser una mejor persona. Decidió que, a partir de ese día, siempre recordaría la importancia de ser paciente y disfrutar del viaje de la vida.

Al regresar a la granja, Tomás y su abuelo Pedro se sentaron en el porche, observando el atardecer. El cielo se pintaba de colores cálidos y suaves, y una brisa fresca acariciaba sus rostros. Tomás, con la pequeña caja de metal en sus manos, reflexionaba sobre todo lo que había aprendido durante su búsqueda.

Pedro, con una sonrisa sabia, le dijo: “Tomás, la paciencia es una virtud que no todos poseen, pero aquellos que la cultivan encuentran tesoros más valiosos que el oro. Has demostrado una gran paciencia cuidando de la Flor de la Paciencia y explorando el bosque conmigo. ¿Qué has aprendido de todo esto?”

Tomás miró a su abuelo y respondió: “He aprendido que la paciencia no solo me ayuda a alcanzar mis metas, sino que también me enseña a disfrutar del proceso. Cada momento, cada pequeño avance, es una parte importante del viaje. La verdadera recompensa no es solo el tesoro al final, sino todo lo que experimentamos y aprendemos en el camino.”

Pedro asintió, satisfecho con la respuesta de su nieto. “Exactamente, Tomás. La vida está llena de desafíos y momentos de espera, pero si somos pacientes y disfrutamos del viaje, encontraremos tesoros en cada paso. La Flor de la Paciencia es un símbolo de eso. Florece solo cada diez años, pero su belleza es incomparable. Así es la vida, las cosas más valiosas requieren tiempo y dedicación.”

Tomás abrió la pequeña caja de metal y encontró dentro una semilla dorada. “¿Qué es esto, abuelo?” preguntó, intrigado.

Pedro sonrió y explicó: “Esa es una semilla de la Flor de la Paciencia. Ahora es tu turno de plantarla y cuidarla. Será un recordatorio constante de la importancia de la paciencia y de las lecciones que has aprendido. Cada vez que te sientas impaciente o frustrado, recuerda esta semilla y todo lo que representa.”

Tomás tomó la semilla con cuidado y la guardó en su bolsillo. “Gracias, abuelo. Prometo cuidar de esta semilla y seguir aprendiendo sobre la paciencia.”

Pedro abrazó a su nieto y juntos observaron cómo el sol se ocultaba en el horizonte. La granja, el jardín y el bosque eran testigos de su viaje y de las valiosas lecciones aprendidas. Tomás sabía que, aunque su búsqueda del tesoro había terminado, su viaje de aprendizaje y crecimiento apenas comenzaba.

Después de plantar la semilla de la Flor de la Paciencia en el jardín, Tomás y su abuelo Pedro decidieron dar un último paseo por el bosque. Querían despedirse de los lugares que habían visitado y agradecer a la naturaleza por las lecciones aprendidas. Mientras caminaban, Tomás notó algo brillante entre los arbustos.

“Abuelo, mira eso,” dijo Tomás, señalando el objeto brillante. Pedro se acercó y, con cuidado, apartó las ramas. Descubrieron una pequeña caja de madera decorada con intrincados grabados. Tomás la abrió con emoción y encontró dentro un pergamino antiguo.

“¿Qué dice, abuelo?” preguntó Tomás, ansioso por saber el contenido del pergamino.

Pedro desenrolló el pergamino y leyó en voz alta: “La paciencia es la llave que abre las puertas del verdadero tesoro. Aquellos que esperan con sabiduría y amor encontrarán recompensas más allá de sus sueños.”

Tomás sonrió, comprendiendo que el mensaje del pergamino era una confirmación de todo lo que había aprendido. “Abuelo, creo que este es el verdadero tesoro. No es solo una caja o una flor, sino el conocimiento y la sabiduría que hemos ganado.”

Pedro asintió, orgulloso de su nieto. “Tienes razón, Tomás. La paciencia nos ha enseñado a valorar cada momento y a encontrar belleza en el proceso. Este pergamino es un recordatorio de que el verdadero tesoro está en nuestro corazón y en nuestras experiencias.”

Mientras regresaban a la granja, Tomás y Pedro se encontraron con algunos animales del bosque que habían conocido durante su búsqueda. El ciervo, la tortuga y otros animales se acercaron, como si quisieran despedirse. Tomás se sintió agradecido por la compañía y las lecciones que cada uno de ellos le había brindado.

Al llegar a la granja, Pedro le entregó el pergamino a Tomás. “Guárdalo bien, Tomás. Este pergamino es un símbolo de todo lo que has aprendido y de la importancia de la paciencia. Cada vez que lo leas, recuerda nuestro viaje y las valiosas lecciones que hemos compartido.”

Tomás tomó el pergamino con reverencia y lo guardó junto a la semilla de la Flor de la Paciencia. Sabía que estos objetos serían un recordatorio constante de su aventura y de las enseñanzas de su abuelo.

Con el tiempo, la semilla de la Flor de la Paciencia comenzó a crecer en el jardín de Tomás. Cada día, él la cuidaba con amor y dedicación, recordando las palabras de su abuelo y las lecciones aprendidas en su búsqueda. La flor se convirtió en un símbolo de paciencia y perseverancia, inspirando a todos los que la veían.

Tomás creció y se convirtió en un joven sabio y paciente, siempre dispuesto a compartir sus conocimientos con los demás. La granja se convirtió en un lugar de aprendizaje y crecimiento, donde niños y adultos venían a escuchar las historias de Tomás y a aprender sobre la importancia de la paciencia.

Pedro, orgulloso de su nieto, observaba cómo Tomás transmitía las lecciones que él mismo le había enseñado. Sabía que el legado de la paciencia continuaría a través de las generaciones, floreciendo como la Flor de la Paciencia en el jardín.

Y así, la historia de Tomás y su abuelo Pedro se convirtió en una leyenda en la comunidad, recordando a todos que la paciencia no solo trae grandes recompensas, sino que también enriquece nuestras vidas de maneras inimaginables. La verdadera recompensa no está en el destino, sino en el viaje y en las lecciones aprendidas a lo largo y gran verde que había en el camino.

La moraleja de esta historia es que ser paciente puede traer grandes recompensas.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡hasta muy pronto! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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