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En una pintoresca granja, rodeada de verdes colinas y campos dorados, vivía un grupo de animales que, aunque diferentes entre sí, compartían una vida tranquila y armoniosa. La granja era un lugar especial, donde cada amanecer traía consigo nuevas aventuras y aprendizajes.

El gallo, llamado Galo, era el encargado de despertar a todos con su potente canto. Galo era conocido por su sabiduría y siempre tenía un consejo para quien lo necesitara. Sin embargo, su sabiduría no provenía de los libros ni de largas horas de estudio, sino de su capacidad para observar y aprender de su entorno.

Un día, mientras el sol comenzaba a asomarse en el horizonte, Galo notó algo inusual. En el establo, la vaca Clarita parecía preocupada. Clarita era una vaca amable y generosa, siempre dispuesta a ayudar a los demás. Galo decidió acercarse para ver qué sucedía.

—Buenos días, Clarita —saludó Galo con su habitual entusiasmo—. ¿Qué te preocupa?

Clarita levantó la cabeza y suspiró profundamente.

—Buenos días, Galo. Estoy preocupada porque no puedo encontrar la solución a un problema que tengo. He buscado en todos los lugares obvios, pero no encuentro la respuesta.

Galo, con su mirada penetrante, observó a Clarita y le dijo:

—A veces, la sabiduría no se encuentra en los lugares obvios. Tal vez debas buscar en lugares inesperados.

Clarita asintió, aunque no estaba del todo convencida. Decidió seguir el consejo de Galo y comenzó a explorar la granja en busca de respuestas. Primero, se dirigió al campo de maíz, donde encontró a la oveja Lana, que estaba pastando tranquilamente.

—Hola, Lana —dijo Clarita—. ¿Has visto algo inusual por aquí?

Lana levantó la cabeza y sonrió.

—Buenos días, Clarita. No he visto nada fuera de lo común, pero he aprendido que a veces las respuestas están más cerca de lo que pensamos.

Clarita agradeció a Lana y continuó su búsqueda. Se dirigió al estanque, donde los patos nadaban alegremente. Allí, encontró al pato.   Pato, que siempre tenía una historia interesante que contar.

—Hola, Pato —saludó Clarita—. Estoy buscando una respuesta a un problema. ¿Has visto algo que pueda ayudarme?

Pato se rió y respondió:

—Buenos días, Clarita. A veces, las respuestas están en los lugares más inesperados. Tal vez debas mirar más allá de lo evidente.

Clarita comenzó a darse cuenta de que todos los animales le daban el mismo consejo. Decidió regresar al establo y reflexionar sobre lo que había aprendido. Mientras caminaba, observó el paisaje con nuevos ojos, buscando detalles que antes había pasado por alto.

Al llegar al establo, se encontró con Galo, que la esperaba pacientemente.

—¿Encontraste lo que buscabas? —preguntó Galo.

Clarita sonrió y respondió:

—Creo que sí, Galo. Me he dado cuenta de que la sabiduría no siempre se encuentra en los lugares obvios. A veces, debemos mirar más allá y aprender a ver lo que está oculto a simple vista.

Galo asintió, satisfecho con la respuesta de Clarita.

—Exactamente, Clarita. La verdadera sabiduría está en aprender a ver más allá de lo evidente y en estar abiertos a nuevas perspectivas.

Mientras Clarita reflexionaba sobre las palabras de Galo, un suave murmullo llegó a sus oídos. Provenía del rincón más alejado del establo, donde una pequeña ratoncita llamada Rita estaba ocupada construyendo su nido con hojas y ramitas. Rita era conocida por su ingenio y su habilidad para encontrar soluciones creativas a los problemas.

Intrigada, Clarita se acercó a Rita y la saludó con una sonrisa.

—Hola, Rita. ¿Qué estás haciendo?

Rita levantó la vista y sonrió de vuelta.

—Hola, Clarita. Estoy construyendo un nuevo nido. ¿En qué puedo ayudarte?

Clarita suspiró y explicó su dilema.

—He estado buscando una solución a un problema, pero no la encuentro en los lugares obvios. Todos me dicen que busque en lugares inesperados, pero no sé por dónde empezar.

Rita, con su mirada astuta, pensó por un momento antes de responder.

—A veces, las respuestas están justo frente a nosotros, pero no las vemos porque estamos buscando algo específico. ¿Has intentado observar las cosas desde una perspectiva diferente?

Clarita se quedó pensativa. Nunca había considerado mirar las cosas desde otro ángulo. Decidió seguir el consejo de Rita y comenzó a observar su entorno con una nueva perspectiva. Notó cómo las sombras del establo cambiaban con la luz del sol, cómo las hojas crujían bajo sus pezuñas y cómo el viento susurraba secretos entre los árboles.

De repente, algo llamó su atención. En un rincón del establo, escondido entre las sombras, había un pequeño libro cubierto de polvo. Clarita se acercó y lo recogió con cuidado. Al abrirlo, descubrió que era un viejo diario, lleno de notas y dibujos de un granjero que había vivido allí muchos años atrás.

El diario contenía historias y lecciones aprendidas a lo largo de los años, y Clarita se dio cuenta de que había encontrado una fuente de sabiduría inesperada. Emocionada, comenzó a leer en voz alta, compartiendo las historias con los demás animales de la granja.

Galo, que había estado observando desde la distancia, se acercó y sonrió.

—Parece que has encontrado algo valioso, Clarita.

Clarita asintió, con los ojos brillando de emoción.

—Sí, Galo. Este diario está lleno de sabiduría y enseñanzas. Nunca habría pensado en buscar aquí, pero gracias a todos ustedes, he aprendido a ver más allá de lo obvio.

Galo asintió, satisfecho.

—La sabiduría no siempre se encuentra en los lugares obvios. A veces, debemos estar dispuestos a explorar y a ver el mundo con nuevos ojos.

Clarita sonrió, agradecida por la lección aprendida. Sabía que, a partir de ese día, siempre buscaría la sabiduría en los lugares más inesperados y compartiría sus descubrimientos con los demás.

Clarita, con el viejo diario en sus manos, decidió que debía compartir las historias con todos los animales de la granja. Así que, una tarde, reunió a todos en el establo. El gallo Galo, la oveja Lana, el pato.   Pato, y la ratoncita Rita se sentaron alrededor de Clarita, expectantes.

“Hoy les leeré una historia sobre un granjero llamado Don Tomás,” comenzó Clarita, abriendo el diario en una página marcada con una hoja seca. “Don Tomás era conocido por su gran sabiduría y su habilidad para resolver problemas de maneras inesperadas.”

Mientras Clarita leía, los animales escuchaban atentamente. La historia narraba cómo Don Tomás había enfrentado una sequía que amenazaba con destruir sus cultivos. En lugar de buscar soluciones en los métodos tradicionales, Don Tomás había observado a los animales del bosque y había aprendido de ellos. Notó que los castores construían diques para almacenar agua y decidió hacer lo mismo en su granja. Gracias a su ingenio, logró salvar sus cultivos y asegurar el alimento para todo el invierno.

Al terminar la historia, Clarita cerró el diario y miró a sus amigos. “¿Ven? Don Tomás encontró la solución observando a los castores, algo que nadie más había pensado hacer.”

Galo asintió con una sonrisa. “La sabiduría de Don Tomás nos enseña que a veces las respuestas están en los lugares más inesperados.”

La oveja Lana, siempre curiosa, preguntó: “¿Y qué más historias hay en ese diario, Clarita?”

Clarita sonrió. “Hay muchas más, Lana. Pero creo que debemos aprender de esta primero. ¿Qué les parece si intentamos aplicar esta lección en nuestra granja?”

Los animales estuvieron de acuerdo y decidieron que cada uno buscaría una manera de observar su entorno desde una nueva perspectiva. La oveja Lana comenzó a observar cómo las hormigas trabajaban juntas para llevar comida a su hormiguero. El pato Pato se fijó en cómo los peces nadaban en el estanque, moviéndose en perfecta sincronía. Y la ratoncita Rita, siempre ingeniosa, empezó a estudiar las estructuras de los nidos de los pájaros.

Cada uno de ellos encontró pequeñas pero valiosas lecciones en sus observaciones. Lana aprendió sobre la importancia del trabajo en equipo, Pato descubrió la belleza de la coordinación, y Rita se maravilló con la arquitectura natural.

Clarita, por su parte, decidió seguir explorando el diario de Don Tomás, convencida de que aún había mucho más por descubrir. Y así, la granja se llenó de una nueva energía, una curiosidad renovada y una sabiduría que iba más allá de lo evidente.

Los días pasaron y la granja se llenó de una atmósfera de descubrimiento y aprendizaje. Cada animal, inspirado por las historias de Don Tomás, buscaba nuevas formas de aplicar la sabiduría encontrada en los lugares más inesperados. Clarita, con el diario siempre a su lado, continuaba leyendo y compartiendo las lecciones con sus amigos.

Una mañana, mientras Clarita paseaba por el campo, se encontró con un problema que parecía no tener solución. Un gran árbol había caído, bloqueando el camino principal que conectaba la granja con el pueblo cercano. Los animales dependían de ese camino para llevar sus productos al mercado y obtener suministros esenciales.

Preocupada, Clarita reunió a todos los animales en el establo para discutir el problema. “Necesitamos despejar el camino, pero este árbol es demasiado grande para moverlo entre todos,” dijo con un suspiro.

Galo, siempre sabio, sugirió: “Recordemos las lecciones de Don Tomás. Tal vez la solución no esté en la fuerza, sino en la estrategia.”

La ratoncita Rita, con su ingenio habitual, propuso: “¿Y si utilizamos el principio de los castores? Ellos construyen diques y mueven troncos mucho más grandes que ellos.”

Los animales se miraron entre sí, intrigados por la idea. Decidieron trabajar juntos y aplicar lo que habían aprendido. Primero, observaron cómo los castores utilizaban ramas y piedras para mover los troncos. Luego, comenzaron a recolectar materiales similares alrededor de la granja.

La oveja Lana y el pato Pato se encargaron de reunir ramas fuertes y resistentes. Clarita y Galo buscaron piedras grandes y planas que pudieran servir de palanca. Rita, con su tamaño pequeño pero gran inteligencia, dirigió las operaciones, asegurándose de que cada material estuviera en el lugar correcto.

Con todo listo, los animales comenzaron a trabajar en equipo. Utilizaron las ramas como palancas y las piedras como puntos de apoyo. Poco a poco, el gran árbol comenzó a moverse. Fue un trabajo arduo y requirió de mucha coordinación, pero los animales no se dieron por vencidos.

Finalmente, después de mucho esfuerzo, lograron despejar el camino. Los animales celebraron su éxito, agradecidos por la sabiduría que habían encontrado en las historias de Don Tomás y en la observación de la naturaleza.

Clarita, exhausta pero feliz, dijo: “Hemos aprendido que la verdadera sabiduría no siempre se encuentra en los lugares obvios. A veces, debemos mirar más allá y estar abiertos a nuevas perspectivas.”

Galo asintió con orgullo. “Hoy hemos demostrado que, con ingenio y trabajo en equipo, podemos superar cualquier obstáculo.”

Los animales regresaron a sus tareas diarias, pero con una nueva comprensión y aprecio por el conocimiento que los rodeaba. La granja, ahora más unida que nunca, se convirtió en un lugar donde la curiosidad y la sabiduría florecían en cada rincón.

Clarita, con el diario de Don Tomás en sus manos, sabía que aún había muchas más lecciones por descubrir. Y así, la vida en la granja continuó, llena de aventuras y aprendizajes, siempre guiados por la sabiduría encontrada en los lugares más inesperados.

Con el camino despejado y la granja funcionando en armonía, los animales continuaron aplicando las lecciones del diario de Don Tomás. Un día, Clarita encontró una página especialmente interesante. En ella, Don Tomás hablaba sobre la importancia de compartir el conocimiento y cómo cada ser, por pequeño que fuera, tenía algo valioso que enseñar.

Inspirada por esta nueva lección, Clarita decidió organizar una reunión especial en la granja. Invitó a todos los animales, grandes y pequeños, a compartir sus propias experiencias y conocimientos. El establo se llenó de entusiasmo y curiosidad mientras los animales se preparaban para la gran reunión.

El primer en hablar fue Galo, el gallo sabio. “He aprendido que la sabiduría no solo se encuentra en los libros, sino también en la observación y la experiencia diaria,” dijo. “Cada amanecer, al cantar, observo cómo la luz del sol ilumina la granja y nos da un nuevo comienzo.”

Luego, la oveja Lana compartió su experiencia. “He observado a las hormigas y he aprendido sobre la importancia del trabajo en equipo. Juntas, pueden lograr cosas increíbles que una sola no podría.”

El pato Pato, con su voz alegre, añadió: “Los peces en el estanque me han enseñado sobre la coordinación y la armonía. Nadan juntos, moviéndose como uno solo, y eso les permite sobrevivir y prosperar.”

Finalmente, la ratoncita Rita, siempre ingeniosa, dijo: “He estudiado los nidos de los pájaros y he aprendido sobre la arquitectura natural. Cada nido está diseñado para proteger y cuidar a los más pequeños, y eso es algo que todos podemos aplicar en nuestras vidas.”

Clarita, emocionada por las historias de sus amigos, tomó la palabra. “Hoy hemos aprendido que cada uno de nosotros tiene algo valioso que compartir. La sabiduría no siempre se encuentra en los lugares obvios, pero si estamos dispuestos a escuchar y aprender de los demás, podemos descubrir grandes tesoros.”

Los animales aplaudieron y se sintieron más unidos que nunca. La granja se convirtió en un lugar de constante aprendizaje y cooperación, donde cada día traía nuevas lecciones y descubrimientos.

Clarita, con el diario de Don Tomás en sus manos, sabía que aún había muchas más historias por descubrir y compartir. Y así, la vida en la granja continuó, llena de aventuras y aprendizajes, siempre guiados por la sabiduría encontrada en los lugares más inesperados.

Con el espíritu de cooperación y aprendizaje en su punto más alto, la granja se convirtió en un lugar donde cada día traía nuevas oportunidades para descubrir y compartir sabiduría. Un día, mientras Clarita exploraba el diario de Don Tomás, encontró una historia que hablaba sobre la importancia de la comunidad y cómo cada miembro tiene un papel crucial en el bienestar de todos.

Decidida a poner en práctica esta lección, Clarita propuso un proyecto comunitario: construir un jardín de flores y vegetales que beneficiara a todos los animales de la granja. La idea fue recibida con entusiasmo, y pronto, todos se pusieron manos a la obra.

Galo, con su conocimiento del sol y las estaciones, sugirió el mejor lugar para plantar el jardín. “Aquí, donde el sol brilla más fuerte durante el día, nuestras plantas crecerán sanas y fuertes,” explicó.

Lana, con su experiencia en el trabajo en equipo, organizó a los animales en grupos para diferentes tareas. “Unos se encargarán de preparar la tierra, otros de plantar las semillas, y otros de regar y cuidar las plantas,” dijo con determinación.

Pato, siempre observador, propuso un sistema de riego inspirado en los movimientos de los peces en el estanque. “Podemos crear canales que lleven el agua a todas las plantas, asegurándonos de que ninguna se quede sin riego,” sugirió.

Rita, con su ingenio, diseñó pequeñas estructuras para proteger las plantas jóvenes de los vientos fuertes y las lluvias intensas. “Estos refugios ayudarán a nuestras plantas a crecer fuertes y saludables,” explicó.

Con todos trabajando juntos, el jardín comenzó a tomar forma. Día tras día, los animales se turnaban para cuidar de las plantas, asegurándose de que recibieran suficiente agua y sol. A medida que las primeras flores y vegetales comenzaron a brotar, la granja se llenó de colores y aromas que alegraban a todos.

Un día, mientras Clarita observaba el jardín en plena floración, se dio cuenta de cuánto habían logrado juntos. “Este jardín es un símbolo de nuestra cooperación y sabiduría compartida,” dijo emocionada. “Cada uno de nosotros ha contribuido con algo único y valioso.”

Galo, Lana, Pato y Rita asintieron, sintiéndose orgullosos de lo que habían logrado. “Hemos aprendido que, al trabajar juntos y compartir nuestros conocimientos, podemos crear algo hermoso y duradero,” dijo Galo.

El jardín no solo proporcionó alimentos frescos y flores hermosas, sino que también se convirtió en un lugar de encuentro y reflexión para todos los animales de la granja. Cada tarde, se reunían allí para compartir historias, aprender unos de otros y disfrutar de la belleza que habían creado juntos.

Clarita, con el diario de Don Tomás en sus manos, sabía que aún había muchas más lecciones por descubrir y compartir. Pero por ahora, estaba contenta de ver cómo la sabiduría encontrada en los lugares más inesperados había transformado su hogar.

Y así, la vida en la granja continuó, llena de aventuras, aprendizajes y una comunidad más unida que nunca. La moraleja de la historia quedó grabada en el corazón de cada animal: la verdadera sabiduría no siempre se encuentra en los lugares obvios, pero con curiosidad, cooperación y una mente abierta, se pueden descubrir grandes tesoros y un pasaje abierto al conocimiento.

La moraleja de esta historia es que la sabiduría no siempre se encuentra en los lugares obvios.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡hasta muy pronto! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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