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En la pintoresca granja de Lola, situada en el corazón de una gran pradera, todos los animales vivían en armonía. La granja era un lugar lleno de vida y color, con su huerto bien cuidado, sus campos verdes y un acogedor establo donde todos los animales encontraban refugio. Sin embargo, en este idílico lugar existía una rivalidad legendaria entre el gato Juancho y el ratón Jonás.

Juancho era un gato elegante y astuto, con un pelaje negro brillante y ojos amarillos que brillaban como el sol. Era conocido por su agilidad y su capacidad para escabullirse sin ser visto. Lola, la dueña de la granja, lo adoraba y siempre le daba las mejores golosinas y el lugar más cómodo junto a la chimenea para dormir.

Jonás, por otro lado, era un pequeño ratón gris con ojos vivaces y una mente ingeniosa. Aunque era pequeño, su valentía y astucia lo hacían destacar. Vivía en un rincón del establo, donde había construido un hogar acogedor con trozos de paja y restos de tela.

Desde que Juancho y Jonás se encontraron por primera vez, una rivalidad natural surgió entre ellos. Juancho veía a Jonás como un intruso y una molestia, mientras que Jonás veía a Juancho como un peligro constante del que debía protegerse. A pesar de sus diferencias, ambos animales compartían una característica en común: una gran inteligencia.

Una mañana de primavera, mientras el sol despuntaba en el horizonte y los primeros rayos iluminaban la granja, Lola salió a alimentar a los animales. Los pollos cacareaban alegremente, los cerdos gruñían de felicidad y las vacas mugían suavemente. Juancho, como de costumbre, estaba en su puesto de vigilancia en el granero, observando todo con sus ojos atentos. Jonás, por su parte, estaba ocupado recolectando semillas y nueces para su despensa.

—¡Hoy es un buen día para atrapar a ese ratón! —murmuró Juancho para sí mismo mientras se estiraba y se preparaba para su ronda matutina.

Jonás, que siempre estaba alerta, escuchó el murmullo de Juancho y decidió estar más atento que de costumbre. Sabía que su enemigo no descansaría hasta atraparlo, y debía usar toda su astucia para mantenerse a salvo.

El primer encuentro del día no tardó en ocurrir. Jonás estaba a punto de llevar una nuez grande a su escondite cuando vio la sombra de Juancho acercándose. Con un rápido movimiento, dejó la nuez y se escondió detrás de un montón de paja.

—Te tengo, ratón —dijo Juancho mientras se abalanzaba sobre la paja.

Pero Jonás era demasiado rápido. Saltó y corrió hacia un pequeño agujero en la pared, riéndose de la frustración de Juancho.

—Tendrás que ser más rápido que eso, gato —dijo Jonás, provocando a su rival desde la seguridad de su escondite.

La rivalidad entre Juancho y Jonás no pasaba desapercibida para los otros animales de la granja. Todos sabían que estos dos siempre estaban ideando nuevas maneras de superarse el uno al otro. Sin embargo, a pesar de sus diferencias, había una extraña conexión entre ellos. Ambos sabían que, de alguna manera, su constante competencia los hacía más fuertes y astutos.

Una tarde, mientras Lola se ocupaba de sus tareas diarias, ocurrió algo inesperado. Una tormenta fuerte comenzó a formarse en el horizonte. Los cielos se oscurecieron y el viento comenzó a soplar con fuerza, haciendo que los árboles se balancearan peligrosamente. Los animales de la granja se refugiaron rápidamente en el establo, donde Lola los mantenía seguros y protegidos.

Juancho, que se encontraba fuera cazando ratones, se dio cuenta de la tormenta demasiado tarde. El viento lo empujaba de un lado a otro y apenas podía mantenerse en pie. Desesperado, buscó un refugio rápido. Vio un pequeño agujero en el suelo, lo suficientemente grande para un ratón, y sin pensarlo dos veces, se metió en él.

Para su sorpresa, el agujero lo llevó directamente al hogar de Jonás. El pequeño ratón estaba acomodado en su rincón cuando de repente vio la familiar silueta de su enemigo.

—¿Qué haces aquí, gato? —preguntó Jonás, sorprendido y desconfiado.

—La tormenta… Necesito refugio —respondió Juancho, jadeando por el esfuerzo de luchar contra el viento.

Jonás, aunque todavía desconfiado, sabía que la tormenta era demasiado peligrosa como para dejar a alguien afuera, incluso si ese alguien era su rival.

—Está bien —dijo Jonás finalmente—. Puedes quedarte aquí hasta que pase la tormenta. Pero solo hasta entonces.

Juancho asintió, agradecido por la hospitalidad inesperada. Los dos enemigos se sentaron en silencio, escuchando el aullido del viento y el estruendo de los truenos. La situación era extraña para ambos, pero algo en la atmósfera les hizo reflexionar sobre su constante rivalidad.

—¿Por qué siempre estamos peleando, ratón? —preguntó Juancho después de un rato—. ¿No te cansas de correr y esconderte?

—¿Y tú? —replicó Jonás—. ¿No te cansas de perseguirme todo el tiempo?

Ambos se quedaron en silencio, pensando en las palabras del otro. La tormenta afuera seguía rugiendo, pero dentro de la pequeña guarida, un entendimiento comenzaba a formarse.

—Supongo que siempre he visto esto como un juego —dijo Juancho finalmente—. Algo que me mantiene alerta y me da un propósito.

—Y yo —respondió Jonás—. He aprendido a ser más astuto y valiente gracias a nuestras carreras y escondites.

La tormenta continuó durante toda la noche, pero dentro del pequeño refugio, el gato y el ratón comenzaron a ver su rivalidad bajo una nueva luz. No era solo una competencia destructiva; había algo más profundo, una especie de respeto mutuo que ambos habían ignorado hasta ese momento.

Cuando la tormenta finalmente amainó al amanecer, Juancho y Jonás salieron de la guarida. La granja estaba cubierta de ramas caídas y hojas esparcidas, pero el sol brillaba de nuevo, trayendo un nuevo día.

—Gracias por dejarme quedarme, Jonás —dijo Juancho sinceramente—. Aprecio tu hospitalidad.

—De nada, Juancho —respondió Jonás con una sonrisa—. Tal vez nuestra rivalidad no tiene que ser siempre destructiva. Quizás podamos encontrar una manera de coexistir en paz.

Con esas palabras, el gato y el ratón se despidieron y se dirigieron a sus respectivos lugares en la granja. Aunque la rivalidad no desaparecería de la noche a la mañana, había una nueva comprensión entre ellos. Sabían que, aunque diferentes, podían encontrar una manera de respetarse y tal vez incluso ayudarse mutuamente.

Y así, en la granja de Lola, comenzó un nuevo capítulo en la vida de Juancho y Jonás. Un capítulo donde la rivalidad no significaba enemistad, sino una oportunidad para crecer y aprender juntos. Los otros animales de la granja observaron con asombro y admiración cómo estos dos rivales naturales comenzaban a cambiar, demostrando que, a veces, incluso las rivalidades más arraigadas pueden transformarse en algo positivo y constructivo.

La rivalidad entre Juancho y Jonás, aunque atenuada por la experiencia compartida durante la tormenta, continuaba siendo una parte integral de la vida en la granja de Lola. Ambos habían acordado tratar de coexistir en paz, pero viejos hábitos eran difíciles de romper.

Una mañana soleada, mientras los primeros rayos del sol pintaban de dorado el paisaje, Lola salió con su canasta para recoger los huevos frescos de las gallinas. Los animales ya estaban despiertos y ocupados con sus rutinas diarias. Juancho, como siempre, vigilaba desde su puesto estratégico en el granero. Jonás, por su parte, estaba revisando su despensa para asegurarse de tener suficiente comida para el día.

Esa misma mañana, un evento inesperado sacudió la tranquilidad de la granja. Apareció un nuevo animal, un perro pastor llamado Bruno, que Lola había traído para ayudar a cuidar a las ovejas. Bruno era un perro grande y fuerte, con un carácter amable pero una energía inagotable. Su llegada cambió la dinámica en la granja y no pasó mucho tiempo antes de que su presencia afectara la vida de Juancho y Jonás.

Bruno, con su instinto protector, pronto notó la constante tensión entre el gato y el ratón. Aunque su intención era buena, Bruno decidió intervenir y tratar de resolver la rivalidad a su manera.

—¡Hola, amigos! —dijo Bruno un día mientras Juancho acechaba cerca de la despensa de Jonás—. He notado que siempre están peleando. ¿Por qué no intentan trabajar juntos en lugar de estar siempre en conflicto?

Juancho y Jonás intercambiaron miradas. La sugerencia de Bruno parecía razonable, pero la idea de cooperar aún les resultaba extraña y un poco incómoda.

—No sé, Bruno —respondió Jonás, dudando—. Juancho siempre me persigue. No veo cómo podríamos trabajar juntos.

—Y tú siempre te escapas, Jonás —dijo Juancho—. Eso hace que el juego sea más interesante, pero también más frustrante.

Bruno los miró con paciencia y una sonrisa en su hocico.

—¿Por qué no intentan algo simple? —propuso—. Hoy, trabajen juntos para recoger la comida de toda la granja. De esa manera, verán que pueden lograr más unidos que separados.

Aunque ambos estaban escépticos, decidieron darle una oportunidad a la idea de Bruno. Esa tarde, Juancho y Jonás se encontraron en el granero para planificar cómo recolectar la comida para los animales de la granja. Jonás, con su tamaño pequeño y agilidad, podía llegar a lugares donde Juancho no podía. Juancho, con su fuerza y destreza, podía cargar cosas que Jonás no podría mover.

Comenzaron su tarea en el huerto, donde recogieron zanahorias y calabazas. Jonás se metía entre las plantas, recogiendo las zanahorias más pequeñas y llevándolas a una canasta que Juancho sostenía. Luego, Juancho usaba su fuerza para arrancar las calabazas más grandes del suelo.

—Esto no es tan malo —comentó Juancho mientras acomodaba una calabaza en la canasta—. Somos más eficientes de lo que pensaba.

Jonás asintió, sudando un poco por el esfuerzo, pero sonriendo también.

—Sí, es sorprendente lo que podemos hacer juntos.

Después de recolectar en el huerto, se dirigieron al campo de maíz. Allí, Juancho trepó por los tallos altos para alcanzar las mazorcas maduras, mientras Jonás recogía las que habían caído al suelo.

—Ten cuidado, Juancho —dijo Jonás desde abajo—. No queremos que te caigas.

—Tranquilo, ratón —respondió Juancho con una sonrisa—. Soy un gato, trepar es lo mío.

El trabajo conjunto continuó durante el día, y al caer la tarde, tenían una gran cantidad de alimentos recolectados para los animales de la granja. Bruno, que había estado observando desde la distancia, se acercó para felicitar a ambos.

—¡Excelente trabajo, amigos! —exclamó—. Sabía que podían hacerlo.

Lola, al ver la cantidad de comida recolectada, quedó impresionada.

—¡Qué maravilla! —dijo con una sonrisa—. No sé qué ha cambiado entre ustedes, pero estoy muy contenta de verlos trabajar juntos.

Esa noche, mientras descansaban después de un día de trabajo duro, Juancho y Jonás reflexionaron sobre su experiencia. Habían logrado más en un día trabajando juntos que en semanas de rivalidad.

—Quizás Bruno tenía razón —dijo Jonás mientras mordisqueaba una semilla—. No siempre tenemos que pelearnos.

—Tal vez —respondió Juancho, estirándose en su lugar junto a la chimenea—. Pero aún creo que un poco de competencia no nos hará daño.

Ambos rieron, entendiendo que, aunque su rivalidad podría suavizarse, no desaparecería por completo. La clave estaba en encontrar un equilibrio entre competencia y cooperación.

Con el tiempo, la relación entre Juancho y Jonás evolucionó. Aunque aún disfrutaban de sus juegos de persecución y escondite, también comenzaron a buscar más oportunidades para trabajar juntos. Descubrieron que, combinando sus habilidades y talentos, podían enfrentar cualquier desafío que la granja les presentara.

Un día, un grupo de zorros intentó colarse en la granja para robar huevos. Juancho y Jonás, alertados por Bruno, decidieron unirse para proteger a las gallinas. Jonás se escabulló por los agujeros más pequeños para asustar a los zorros desde dentro, mientras Juancho, con su agilidad y fuerza, los enfrentaba directamente.

—¡Fuera de aquí! —gruñó Juancho, sus ojos brillando con determinación.

Jonás, desde su posición estratégica, añadió:

—¡No tienen ninguna oportunidad contra nosotros!

Los zorros, sorprendidos por la coordinación entre el gato y el ratón, se retiraron rápidamente. Los animales de la granja, que habían observado la valentía de Juancho y Jonás, los aclamaron como héroes.

Lola, orgullosa de sus animales, les preparó un festín especial esa noche. Mientras disfrutaban de su merecida recompensa, Juancho y Jonás intercambiaron una mirada de comprensión y respeto mutuo.

—Hemos recorrido un largo camino, Jonás —dijo Juancho, saboreando un trozo de carne.

—Así es, Juancho —respondió Jonás, mordisqueando un pedazo de queso—. Y creo que esto es solo el comienzo.

La granja de Lola se convirtió en un lugar donde la cooperación y la competencia sana coexistían en armonía. Juancho y Jonás demostraron que, incluso los más acérrimos rivales, podían encontrar una manera de trabajar juntos para el bien común. Su historia se convirtió en una leyenda en la granja, inspirando a otros animales a valorar tanto la colaboración como la competencia constructiva.

La vida en la granja de Lola continuó tranquila, aunque nunca aburrida, gracias a la constante dinámica entre Juancho y Jonás. La historia de su cooperación durante la tormenta y la defensa contra los zorros había unido a los animales de la granja, inspirándolos a colaborar y apoyarse mutuamente.

Una tarde cálida, mientras el sol se ponía, tiñendo el cielo de colores anaranjados y púrpuras, Lola reunió a los animales para darles una noticia importante. Bruno, el perro pastor, estaba a su lado, meneando la cola con entusiasmo.

—Queridos amigos —dijo Lola, acariciando la cabeza de Bruno—, tengo algo muy emocionante que contarles. He decidido que vamos a participar en la Feria Anual de Granjas, que se celebrará en el pueblo vecino.

Los animales murmullaron entre sí, emocionados, pero también un poco nerviosos. La Feria Anual de Granjas era un evento muy importante, donde las granjas competían en diferentes categorías, desde el mejor producto agrícola hasta demostraciones de habilidades de los animales.

—Quiero que todos trabajemos juntos para prepararnos —continuó Lola—. Vamos a demostrar que somos una granja unida y fuerte. Juancho y Jonás, tengo una tarea especial para ustedes.

Juancho y Jonás se miraron con curiosidad mientras se adelantaban para escuchar la tarea que Lola les asignaría.

—Quiero que participen en la competencia de habilidades de animales —dijo Lola—. He pensado que, con su ingenio y destreza, podrían crear un espectáculo impresionante trabajando juntos.

Juancho y Jonás intercambiaron una mirada de sorpresa. La idea de participar en un espectáculo juntos era algo que nunca habrían imaginado, pero después de todo lo que habían pasado, sabían que podían hacerlo.

—¡Aceptamos el desafío! —dijo Jonás, decidido.

—Sí, trabajaremos en equipo —añadió Juancho, con una sonrisa confiada.

Los días siguientes estuvieron llenos de preparación y práctica. Juancho y Jonás idearon un número que combinaba sus habilidades únicas. Jonás, con su tamaño pequeño y agilidad, realizaría trucos y acrobacias, mientras que Juancho, con su fuerza y destreza, lo acompañaría con saltos y movimientos elegantes.

Bruno, siempre el mediador y entrenador, los ayudaba a perfeccionar sus actos. Aunque había algunos momentos de frustración y desacuerdo, cada día se sentían más sincronizados y confiados en su capacidad de trabajar juntos.

Finalmente, llegó el día de la Feria Anual de Granjas. El ambiente estaba lleno de emoción y expectación. Los campos alrededor del pueblo se habían convertido en un bullicioso recinto ferial, con puestos de comida, juegos y una gran carpa central donde se llevarían a cabo las competencias.

Lola, acompañada de Bruno, guió a sus animales hasta el recinto ferial. Juancho y Jonás estaban nerviosos pero decididos a dar lo mejor de sí. Cuando llegó el momento de su actuación, Lola les deseó suerte y los vio con orgullo mientras se preparaban para entrar en el escenario.

—Recuerden —dijo Bruno—, trabajen juntos y confíen en sus habilidades. ¡Ustedes pueden hacerlo!

El presentador anunció su entrada, y los espectadores aplaudieron mientras Juancho y Jonás aparecían en el escenario. La música comenzó a sonar, y ambos se lanzaron a su actuación con energía y confianza.

Jonás empezó con una serie de saltos y giros acrobáticos, corriendo entre los obstáculos y mostrando su agilidad. Juancho lo seguía de cerca, realizando elegantes movimientos y saltos precisos. Juntos, crearon una coreografía impresionante que combinaba destreza, velocidad y coordinación.

El público observaba con asombro y aplaudía con entusiasmo. Cada truco era más audaz que el anterior, y la sincronización entre el gato y el ratón era perfecta. Cuando Jonás dio un gran salto y Juancho lo atrapó en el aire, los espectadores estallaron en vítores y aplausos.

Al finalizar su actuación, Juancho y Jonás se inclinaron ante el público, respirando con fuerza, pero sonriendo de oreja a oreja. Habían dado lo mejor de sí mismos y la respuesta del público era la recompensa perfecta.

—¡Increíble! —exclamó el presentador—. ¡Nunca habíamos visto una colaboración tan asombrosa entre un gato y un ratón!

Lola, con lágrimas de orgullo en los ojos, aplaudió junto con los demás. Bruno, sentado a su lado, ladró alegremente en señal de aprobación.

Al final del día, cuando se anunciaron los resultados, Juancho y Jonás fueron declarados ganadores de la competencia de habilidades de animales. Recibieron un trofeo brillante y una gran cesta de golosinas, que compartieron con los demás animales de la granja.

De regreso a casa, la atmósfera en la granja estaba llena de alegría y camaradería. Juancho y Jonás habían demostrado que, a pesar de sus diferencias, podían lograr grandes cosas trabajando juntos. Su historia de rivalidad convertida en amistad inspiró a todos los animales de la granja a valorar la cooperación y la colaboración.

Esa noche, mientras descansaban después de un día tan emocionante, Juancho y Jonás reflexionaron sobre todo lo que habían vivido.

—¿Quién lo hubiera pensado? —dijo Jonás, mordisqueando una semilla—. Un gato y un ratón ganando una competencia juntos.

—Sí, es increíble lo que podemos lograr cuando dejamos a un lado nuestras diferencias —respondió Juancho, estirándose cómodamente.

Bruno, que estaba cerca, añadió:

—Ustedes son la prueba de que la rivalidad no siempre debe ser destructiva. A veces, puede llevar a algo maravilloso.

Y así, en la granja de Lola, la historia de Juancho y Jonás se convirtió en una leyenda que se contaba una y otra vez. Los animales aprendieron que, aunque la rivalidad es natural, la verdadera fuerza reside en la capacidad de trabajar juntos, respetar las diferencias y encontrar el valor en la cooperación.

La moraleja de esta historia es que la rivalidad no siempre debe ser destructiva.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡hasta muy pronto! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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