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El Cazador de Almas Perdidas – Creepy pasta 51.

La Alianza Impensada.

El silencio del jet privado de Vambertoken era tan pesado como la oscuridad que envolvía la cabina. Drex observaba el exterior por la pequeña ventana, mientras en sus manos descansaban cinco cargadores llenos de balas de mercurio, brillando con una frialdad que solo un cazador como él podía apreciar.

Cinco veces más caras, tres veces más letales —dijo Vambertoken con un tono monótono, sin apartar la mirada del horizonte nocturno—. Estas balas pueden atravesar a cualquier vampiro como si fuera mantequilla. No espero problemas, pero siempre es mejor estar preparado.

Drex cargó un cartucho en su 9mm modificada, sintiendo el peso de las balas letales en la mano. Sabía que esas balas, aunque raras y caras, eran igual de efectivas contra humanos. El mercurio era tan mortífero como la plata, pero mucho más volátil y difícil de conseguir. No eran simples herramientas de caza; eran un arma de guerra, y Drex lo entendía bien.

—¿Y qué debería esperar en esta reunión con el Papa? —preguntó Drex mientras aseguraba su pistola en la funda.

—El Vaticano no es el problema principal —respondió Vambertoken, con una calma calculada—. Lo que realmente me preocupa es el Consejo de Ancianos Vampíricos y los separatistas que se extienden por Latinoamérica. Desde la Patagonia hasta México, esa plaga crece, y si no los detenemos, no solo el Consejo caerá… sino también el Vaticano.

La gravedad en la voz de Vambertoken hizo que Drex sintiera un escalofrío. El vampiro nunca hablaba sin un propósito claro, y ahora estaba dejando claro que el conflicto que se avecinaba iba mucho más allá de simples guerras territoriales.

—Nos dirigimos a uno de los lugares más vigilados del mundo —dijo Vambertoken—, pero nadie debe saber que estamos allí. La discreción será absoluta.

Drex asintió, consciente de la importancia de cada palabra. El misterio que envolvía la misión solo aumentaba su inquietud, pero también sabía que estaba acostumbrado a caminar en la sombra de lo imposible.

El Viaje Secreto al Vaticano.

El jet privado de Vambertoken aterrizó en una pista secreta en las afueras de Roma. No hubo luces ni personal de tierra visible. Todo el proceso fue meticulosamente planeado para evitar cualquier tipo de atención no deseada. A Drex le llamó la atención la eficiencia con la que todo se desarrollaba; incluso en tierra, la discreción era absoluta.

Fueron escoltados en vehículos negros sin marcas, cruzando las oscuras calles de Roma hasta los confines subterráneos del Vaticano. Nadie se acercó ni hubo preguntas, solo el silencio y la constante vigilancia de los agentes de Oricalco, quienes mantenían una formación cerrada alrededor de Vambertoken.

Drex mantuvo su 9mm modificada lista, observando todo a su alrededor con desconfianza. Sabía que cualquier movimiento en falso podría costarles caro, y estaba preparado para lo que fuera necesario.

Cuando llegaron a las puertas subterráneas del Vaticano, la tensión en el aire aumentó. Los guardias del Vaticano, con sus lanzas ceremoniales y sus rostros tensos, intentaron acercarse, pero los agentes de Oricalco formaron una barrera impenetrable. El choque entre las dos facciones fue casi palpable, cada uno midiendo al otro con desconfianza.

Un maestro santo del Vaticano, un hombre de imponente presencia y rostro severo, dio un paso al frente, decidido a escoltar a Vambertoken personalmente. Pero antes de que pudiera acercarse, Drex ya había desenfundado su pistola, colocando el cañón de su 9mm modificada frente a la cabeza del maestro.

—No te acerques —dijo Drex con frialdad, su mirada fija y su pulso constante.

El maestro santo se detuvo, levantando las manos en señal de paz, pero la tensión no disminuyó.

—Drex, baja el arma —ordenó Vambertoken con voz firme pero calmada—. No necesitamos enemigos innecesarios aquí.

Drex mantuvo la pistola levantada por un segundo más, antes de bajarla lentamente. Los ojos del maestro santo no dejaron de observarlo, pero el respeto en su gesto era claro. Sabía que Drex no era un simple guardaespaldas; era un cazador entrenado, y su presencia allí hablaba por sí misma.

La Llegada al Vaticano.

Las profundidades del Vaticano eran un laberinto de túneles y pasillos oscuros. A pesar de ser uno de los lugares más vigilados del mundo, Vambertoken se movía con la naturalidad de alguien que había recorrido esas tierras antes. Drex lo seguía de cerca, siempre alerta.

El gran salón del Vaticano, donde los Maestros Nobles, Maestros Santos y el mismo Papa los esperaban, estaba cargado de una solemnidad que pocos lugares podían igualar. Era un lugar donde el poder espiritual y político de la Iglesia convergían, y Vambertoken lo sabía bien.

Seraph Vambertoken II, descendiente directo de Zakfig y Lunwox Vambertoken, avanzó hasta el centro del salón. Los altos cargos de la Iglesia lo observaban con atención, conscientes de que algo monumental estaba a punto de ser revelado.

El Papa, desde su trono elevado, mantenía una expresión neutra, pero sus ojos no dejaban de estudiar cada movimiento del vampiro. Era la primera vez en siglos que un vampiro cruzaba las puertas del Vaticano por su propia voluntad, y todos sabían que eso solo podía significar una cosa: algo grande estaba por suceder.

Vambertoken se inclinó levemente en señal de respeto antes de hablar.

—He venido a este lugar sagrado no solo como representante del Consejo de Ancianos Vampíricos, sino como un aliado en la lucha contra una amenaza común. Los separatistas que se extienden desde la Patagonia hasta los desiertos del norte de México están organizados, y su único objetivo es destruir el Consejo de Ancianos y, eventualmente, debilitar al Vaticano.

Un murmullo recorrió el salón. Los Maestros Santos y Nobles intercambiaron miradas de preocupación, mientras el Papa mantenía su compostura, esperando más detalles.

—He sido testigo de cómo la Iglesia ha perdido poder en muchas partes del mundo, salvo en Latinoamérica, donde su influencia todavía es fuerte. Sin embargo, si los separatistas logran derrocar al Consejo, no tengan duda de que el Vaticano será el siguiente en caer. Por eso estoy aquí, para solicitar su apoyo logístico y financiero para erradicar esta amenaza antes de que sea demasiado tarde.

Las palabras de Vambertoken resonaron en el gran salón. El Papa, tras unos segundos de silencio, tomó la palabra.

—Es valiente de tu parte venir aquí, Vambertoken —dijo el Papa con una voz grave—, pero me pregunto, ¿por qué vienes al Vaticano y no al Consejo de Ancianos Vampíricos, donde tus propios padres, Zakfig y Lunwox, son miembros fundadores?

Vambertoken mantuvo su calma habitual, pero había un brillo calculador en sus ojos.

—Porque lo que estoy a punto de solicitar va más allá de lo que el Consejo puede otorgar. Este problema es tan grande que requiere una respuesta conjunta, y las leyes del Consejo de Ancianos Vampíricos me exigen tener una contraparte para solicitar una purga a toda Latinoamérica.

El impacto de esas palabras dejó a muchos en la sala en shock. La mención de una purga a nivel continental no era algo que se tomara a la ligera.

La tensión en la sala aumentó de manera palpable ante la mención de una purga continental. Los Maestros Santos y Nobles susurraban entre sí, inquietos por las implicaciones de semejante solicitud. Las palabras de Vambertoken habían logrado lo que él pretendía: sacudir los cimientos de la seguridad con la que el Vaticano se había protegido hasta ese momento. La amenaza separatista, que hasta entonces parecía lejana, ahora se presentaba como un peligro inminente.

El Papa lo observaba en silencio, como si ponderara cada palabra, cada acción futura que se derivaría de este encuentro.

—Una purga de esa magnitud requeriría un veedor —dijo el Papa finalmente, con un tono grave—. Y dudo que haya alguien aquí que quiera cargar con semejante responsabilidad. ¿Realmente crees que alguno de mis Maestros Nobles tomará ese papel?

Vambertoken sonrió ligeramente, como si hubiera estado esperando esa pregunta. Hizo una pausa deliberada antes de responder, sus ojos recorriendo la sala con calma.

—Propongo al Noble Maestro que presentó el voto de no confianza sobre mí en el pasado: Julián. —Vambertoken dejó caer el nombre con precisión, como si fuera un golpe medido en el ajedrez de poder que estaba jugando. El ambiente se tensó aún más. La mención de Julián no era casual, y todos en la sala lo sabían.

El Papa levantó la cabeza ligeramente, observando al Maestro Noble Julián, que permanecía en su asiento, impasible ante la propuesta. Sin embargo, algo en sus ojos indicaba que sabía que este momento llegaría. Con un movimiento lento y calculado, Julián se levantó de su asiento y se dirigió al Papa con una reverencia respetuosa.

—Su Santidad, estoy listo para aceptar cualquier misión que me encomiende —dijo Julián, su voz clara y firme.

El Papa, después de unos segundos de reflexión, hizo un gesto de asentimiento. El desafío estaba puesto, y la decisión había sido tomada. Julián sería el veedor de la purga que Vambertoken proponía, un hecho que causó aún más susurros entre los presentes. Vambertoken, por su parte, observaba a Julián con la mirada de un cazador que acababa de colocar una trampa cuidadosamente.

—Muy bien, Maestro Julián —dijo el Papa finalmente—. Asumirás esta responsabilidad, y en tu nombre se llevará a cabo esta misión. Pero, Vambertoken, antes de que demos nuestro apoyo logístico y financiero, necesitamos saber qué beneficios recibirá el Vaticano de esta campaña.

El vampiro avanzó un paso más, su presencia imponente dominando la sala.

—Le ofrezco al Vaticano la posibilidad de integrar sus propias unidades a la nueva fuerza de Oricalco que estoy formando —dijo Vambertoken, con una claridad que no dejaba lugar a dudas—. Un ejército conjunto entre vampiros y el Vaticano, algo que fortalecerá ambas partes ante la amenaza separatista. Y les garantizo que con su apoyo, el Consejo de Ancianos Vampíricos quedará en deuda con el Vaticano por siglos.

El Papa lo observó con interés renovado. La idea de reconstruir una fuerza militar vinculada a la Iglesia, algo que no se había hecho desde tiempos antiguos, era tentadora. Sin embargo, no sería un proceso fácil, y lo sabía bien.

—Es una oferta peligrosa —murmuró el Papa—, pero los tiempos lo requieren. El Vaticano te apoyará, Vambertoken, pero deberás conseguir el territorio de la purga por tu cuenta. No intervendremos en la obtención de tierras ni en las disputas territoriales que se avecinen.

Vambertoken inclinó la cabeza en señal de respeto, aceptando las condiciones. Había conseguido lo que había venido a buscar: el respaldo del Vaticano.

—Hay algo más —continuó Vambertoken, con un brillo calculador en los ojos—. Traigo conmigo a un prisionero que posee información vital sobre los separatistas, un doble funcionario de Muerte Plata y Ragnarok. Pero lo que busco para él no es castigo, sino absolución.

El Papa frunció el ceño ante la mención de la palabra absolución, y la sala estalló en murmullos de asombro e incredulidad. Absolver a un ser sobrenatural era algo inaudito, un procedimiento equivalente a un exorcismo, pero destinado a devolver al individuo a su forma humana. Nadie en siglos había solicitado semejante cosa en el Vaticano, y mucho menos un vampiro.

—¿Absolución? —preguntó el Papa, incrédulo—. ¿Estás sugiriendo que este prisionero quiere expiar sus pecados y convertirse en humano de nuevo?

—Exactamente, Su Santidad —respondió Vambertoken, manteniendo su tono solemne—. Pero lo que es más importante, este prisionero conocía las bases secretas del Ministerio Vampírico Colombiano, información que ni yo, como alto funcionario del Consejo Sudamericano de Vampiros, conocía. Él era un doble agente, trabajando tanto para Muerte Plata como para Ragnarok. Si logramos que se confiese y acepte la absolución, revelará toda la verdad.

Los murmullos en la sala crecieron, y la incredulidad era palpable en los rostros de los Maestros Santos y Nobles. Sin embargo, el Papa permaneció pensativo, considerando cada palabra cuidadosamente.

—Presentar una prueba tan contundente ante nosotros, incluso antes de realizar la absolución, es un acto de valor, Vambertoken —dijo finalmente el Papa—. No me cabe duda de que no te arriesgarías si no estuvieras seguro de tus palabras.

Vambertoken asintió, comprendiendo que el Papa ya había tomado una decisión. La situación era crítica, pero su estrategia estaba funcionando. Sin embargo, el Papa no podía dejar pasar la oportunidad de cuestionar una última cosa.

—Una pregunta más —dijo el Papa, inclinándose hacia adelante—. ¿Por qué no acudiste primero al Consejo de Ancianos Vampíricos, donde están tus propios padres, Zakfig y Lunwox? ¿Por qué arriesgarte a venir aquí, al Vaticano?

La sonrisa de Vambertoken era calculada, fría.

—Saldré de aquí para reunirme con ellos, Su Santidad, pero este problema es tan grande que necesitaré el apoyo del Vaticano para erradicarlo por completo. Además, las leyes del Consejo me exigen tener una contraparte, y no hay mejor aliado que el Vaticano para una purga de esta magnitud.

El impacto de esas palabras fue inmediato. Los Maestros Santos y Nobles intercambiaron miradas nerviosas, mientras el Papa observaba a Vambertoken con renovada atención. Sabía que la propuesta del vampiro iba más allá de lo que parecía a simple vista, y la mención de una purga continental era algo que no podía ignorarse.

—Entonces, Vambertoken —dijo el Papa finalmente, levantándose de su asiento—, el Vaticano te apoyará. Pero recuerda, deberás obtener el territorio de purga por ti mismo. Y, además, te concedo esto.

El Papa tomó un medallón de oro antiguo, con símbolos romanos y grabados sagrados, y lo entregó a Vambertoken. El peso del medallón representaba algo más que apoyo: era un símbolo de que el mismísimo Papa respaldaba sus palabras y su misión.

Vambertoken recibió el medallón de oro con una inclinación respetuosa, comprendiendo el poder simbólico que representaba. El respaldo del Papa no era solo un gesto formal; era un emblema de autoridad, una señal que le otorgaba un poder que ningún vampiro había tenido en siglos. El Papa había confiado en él, en su misión y en la necesidad urgente de detener a los separatistas en Latinoamérica.

La tensión en la sala era palpable mientras Vambertoken aseguraba el medallón en su túnica oscura. Los ojos de los Maestros Nobles y Maestros Santos seguían cada uno de sus movimientos. Sabían que, aunque el Papa había otorgado su apoyo, lo que se avecinaba sería una de las misiones más peligrosas que la Iglesia había enfrentado en siglos.

—Gracias por su confianza, Su Santidad —dijo Vambertoken con una leve inclinación—. Este medallón será la prueba de que el Vaticano respalda nuestra causa. No dejaré que esta alianza caiga en saco roto.

El Papa asintió, su expresión grave pero decidida.

—Tienes mi palabra, Vambertoken. El Vaticano cumplirá su parte. Ahora, te corresponde a ti y a tus aliados asegurar que esta misión se lleve a cabo como hemos discutido.

Con el medallón en su posesión y la promesa de apoyo del Vaticano, Vambertoken dio media vuelta, preparándose para la salida. Los Maestros y los guardias del Vaticano permanecieron inmóviles mientras el vampiro, acompañado por Drex y los agentes de Oricalco, salía del gran salón.

Pero antes de que pudiera dar más de unos cuantos pasos hacia la salida, un ataque súbito interrumpió el silencio solemne. Tres jóvenes aprendices de un Maestro Santo, embriagados por la arrogancia y el desprecio hacia los vampiros, se lanzaron contra Vambertoken con lanzas de plata y crucifijos bendecidos, gritando insultos contra él.

—¡Inmundo! —gritó uno de ellos—. ¡No mereces estar aquí, maldito hijo de la oscuridad!

Drex, quien estaba ya anticipando algún tipo de provocación, reaccionó en un parpadeo. Con una precisión y rapidez sobrehumanas, desenfundó su 9mm modificada y disparó tres veces, una bala de mercurio para cada uno de los aprendices. Las balas silbaron en el aire y atravesaron el pecho de los jóvenes agresores antes de que siquiera tuvieran la oportunidad de reaccionar.

Cayeron al suelo de mármol, sus cuerpos desmoronándose bajo el impacto de las balas. La letalidad del mercurio hizo el resto, y en cuestión de segundos, todo había terminado.

El eco de los disparos resonó en el salón, y un silencio ensordecedor cayó sobre la sala. Todos los presentes, incluso el Papa, observaron en asombro la precisión brutal de Drex. Los cuerpos de los aprendices yacían en el suelo, y Vambertoken no había movido ni un solo músculo. Su fría mirada se posó sobre los cadáveres antes de volver a dirigirse al Papa.

—Mis disculpas por este inconveniente —dijo Vambertoken con voz tranquila—. Agradezco su hospitalidad, Su Santidad, pero debo recordarles que, aunque nuestra alianza es firme, no toleraré ningún ataque hacia mí o mis aliados.

El Papa, aunque visiblemente molesto por la osadía de los aprendices, asintió lentamente.

—No debería haber sucedido, Vambertoken. Lamentamos profundamente este acto impulsivo. Los responsables serán castigados debidamente. Tienes mi palabra.

Drex, sin decir nada, guardó su arma, aún con los ojos fijos en los cuerpos caídos. Sabía que el ataque no había sido más que una pequeña muestra de la resistencia que enfrentarían. Los fanáticos, aquellos que no veían más allá de su odio hacia los vampiros, serían solo un obstáculo menor comparado con lo que vendría.

Vambertoken, con una leve inclinación de cabeza, dio por finalizado el encuentro. El anillo de seguridad de Oricalco se reagrupó a su alrededor, escoltándolo de vuelta a los vehículos que lo llevarían de regreso a su jet privado.

La Salida del Vaticano.

La salida de Vambertoken y Drex del Vaticano fue tan discreta como su llegada. Sin embargo, el aire estaba cargado de una tensión palpable, como si cada paso hacia la libertad estuviera lleno de peligros invisibles. Los agentes de Oricalco se aseguraron de que ningún otro ataque los sorprendiera en el último momento. Vambertoken, mientras tanto, caminaba con la calma imperturbable de quien sabe que la victoria está al alcance de su mano.

El jet privado los esperaba en una pista oculta a las afueras de Roma, igual de invisible para las miradas curiosas. Drex observó a su alrededor con una cautela natural, sabiendo que siempre existía la posibilidad de un último intento por detenerlos.

—Hemos conseguido lo que vinimos a buscar —dijo Vambertoken mientras abordaban el avión—. El Papa nos ha otorgado su respaldo, y ahora, con este medallón, el Consejo de Ancianos Vampíricos no podrá negarse a lo que estamos a punto de hacer.

Drex asintió, aunque no pudo evitar notar una sombra de duda en la voz de Vambertoken. Sabía que las cosas no serían tan fáciles como parecían. Los separatistas no se detendrían simplemente porque el Vaticano y el Consejo estuvieran involucrados. De hecho, esto solo podía significar que la guerra que se avecinaba sería aún más brutal y devastadora de lo que ambos habían anticipado.

—¿Y qué hay del prisionero? —preguntó Drex, su mente volviendo a la misión que les aguardaba en Latinoamérica—. ¿Lo dejarás aquí?

Vambertoken sonrió ligeramente, una sonrisa que no alcanzó sus ojos.

—El prisionero ya está en las manos del Vaticano. La absolución será un proceso largo y doloroso, pero revelará toda la verdad que necesitamos. Y cuando lo haga, el Consejo no tendrá más remedio que seguir nuestro plan. Todo está a punto de comenzar, Drex. La verdadera batalla empieza ahora.

Próximos pasos: La purga en Latinoamérica.

De vuelta en el jet, Drex reflexionaba sobre lo que había ocurrido. El asesinato de los tres aprendices, la tensa reunión con el Papa, y la mención de una purga que abarcaría toda Latinoamérica. Todo indicaba que la situación era mucho más grave de lo que parecía en un principio.

A medida que el avión despegaba, Drex miró el horizonte, sabiendo que lo que les esperaba en las próximas semanas no sería fácil. Los separatistas, organizados y letales, no caerían sin presentar una feroz resistencia.

—¿Estás listo? —preguntó Vambertoken, rompiendo el silencio—. Esto es solo el comienzo, Drex. La verdadera guerra aún no ha comenzado.

Drex asintió, ajustando su 9mm, sabiendo que la próxima vez que la desenfundara no sería solo para salvar a un aliado, sino para eliminar a sus enemigos de una vez por todas.

Con el jet en el aire y sus destinos marcados, la purga en Latinoamérica estaba a punto de desatarse.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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