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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 290.

La Destrucción en La Floresta.

La discoteca en La Floresta estaba sumergida en luces de neón y música atronadora. El ambiente dentro vibraba con energía, pero esa misma noche, los vampiros separatistas que se ocultaban allí estaban a punto de enfrentarse a una fuerza que no podrían prever. Afuera, Drex, Alexia, Tyrannus, Diana, y Olfuma estaban listos para el ataque. El tiempo de la espera había terminado.

Raúl, observando desde lo alto en su forma de águila, captó la situación. Todo estaba alineado. Cuando descendió con gracia en su forma humana, hizo una señal, y los licántropos entraron en acción. Los vampiros separatistas, aunque en mayor número, no estaban listos para el caos que estaba por desatarse.

Drex fue el primero en avanzar, su figura parcialmente transformada. La puerta trasera se abrió de golpe bajo su fuerza, y entró en el corazón de la discoteca con pasos seguros. Los vampiros que estaban dispersos comenzaron a armarse, algunos sacando cuchillos y otros cargando armas de plata. Pero Drex no titubeó. Se lanzó hacia el primer vampiro que intentó atacarlo con un cuchillo, desgarrándole el pecho con un solo movimiento de garras, mientras el cuerpo del separatista caía pesadamente al suelo.

En la puerta principal, Alexia comenzaba a transformarse. Su tamaño aumentó mientras sus músculos crecían, su cuerpo cubierto de un grueso pelaje que la hacía parecer una bestia de proporciones monstruosas. Su rugido resonó por toda la discoteca, haciendo que los separatistas más cercanos se detuvieran por un segundo. Fue suficiente para que Alexia cargara hacia adelante, aplastando al primer vampiro bajo su puño con tal fuerza que el suelo crujió bajo el impacto. Sin darle un segundo de tregua, Alexia arrancó a otro vampiro que había intentado dispararle con una pistola, rompiendo su columna en un solo movimiento y lanzando su cuerpo como si fuera un muñeco de trapo.

Diana, completamente en su elemento, se movía en el centro del combate. Sus espadas gemelas danzaban en sus manos, cortando y destrozando a los separatistas que se atrevían a acercarse. Giraba, se agachaba, saltaba hacia atrás y hacia adelante, cada movimiento acompañado de una risa desquiciada que llenaba el aire. Su hoja cortó limpiamente el cuello de un vampiro mientras sus colmillos asomaban bajo la luz de las estroboscópicas luces. Dos separatistas intentaron rodearla, pero Diana se impulsó hacia adelante con una velocidad endiablada, atravesando el pecho de uno con su espada mientras decapitaba al otro de un giro.

—¡Esto es lo que he estado esperando! —gritó Diana, disfrutando del frenesí mientras un torrente de sangre le salpicaba la cara. Saltó hacia un balcón donde un vampiro intentaba dispararle con una ballesta, lo derribó con un golpe de su espada y, con una sonrisa desquiciada, lo lanzó al vacío.

En medio de todo, Tyrannus desató su furia elemental. Con ambas manos encendidas en llamas, creó una enorme bola de fuego que giraba sobre sus palmas. Al lanzarla, la bola impactó en un grupo de vampiros, estallando en una explosión que iluminó la discoteca con un rugido. Los cuerpos en llamas se retorcían en el suelo, sus gritos de agonía apenas audibles sobre la música. Tyrannus, imparable, levantó ambas manos hacia el techo y lanzó una oleada de fuego que envolvió a otros separatistas que intentaban dispararle con pistolas y ballestas de plata.

—¡Quemen! —gritó Tyrannus, mientras las llamas crecían con cada nuevo ataque.

Drex, ya completamente transformado, se lanzó contra un grupo que intentaba escapar. Con su enorme cuerpo cubierto de pelaje, desgarraba a los vampiros con una facilidad abrumadora. Un vampiro logró dispararle en el brazo con una bala de plata, pero Drex apenas reaccionó. Agarró al tirador por la cabeza y lo lanzó contra una columna, el sonido de huesos rompiéndose resonó mientras el cuerpo caía sin vida. Drex siguió avanzando, aplastando a otros vampiros que intentaban detenerlo.

Pero en medio del caos, Sergio Pedrosa estaba observando desde las sombras. Sabía que sus posibilidades eran escasas, pero no era un vampiro cualquiera. Con un hechizo rápido, Pedrosa se volvió invisible, deslizándose entre la multitud de cuerpos destrozados mientras se dirigía hacia la salida lateral.

—¡Pedrosa está escapando! —rugió Alexia, sus ojos licántropos captando el movimiento sutil del hechizo.

Olfuma no necesitó más señales. El rastro de Pedrosa estaba claro en su mente, y con un rugido que vibró en el aire, salió disparada hacia la salida. Su transformación fue instantánea, su cuerpo se alargó, sus músculos se hincharon y sus garras crecieron afiladas. Olfuma se lanzó hacia el exterior con una velocidad devastadora.

Pedrosa, creyendo que había logrado escapar, sintió el aire frío de la noche en su cara, pero no duraría mucho. Apenas tuvo tiempo de girarse cuando Olfuma cayó sobre él desde las sombras. Sus garras se hundieron profundamente en los hombros de Pedrosa, tirándolo con violencia al suelo.

—No irás a ninguna parte —gruñó Olfuma, con su voz alterada por la rabia y la bestia que llevaba dentro. Pedrosa, debilitado por el golpe, intentó lanzar otro hechizo, pero Olfuma lo golpeó en la cabeza, dejándolo aturdido.

Mientras tanto, dentro de la discoteca, el combate comenzaba a terminar. Diana estaba cubierta de sangre y su risa resonaba mientras miraba los cuerpos sin vida a su alrededor. Tyrannus apagaba lentamente las llamas que aún ardían en sus manos, mientras Drex salía del combate, cubierto de la sangre de los separatistas.

Raúl, ahora en su forma humana, aterrizó cerca de Olfuma. Observó con aprobación cómo ella mantenía a Pedrosa atrapado bajo sus garras.

—Buen trabajo —dijo Raúl, su voz calmada pero firme.

Drex, aún en su forma licántropa, se acercó con lentitud, sus ojos fijos en Pedrosa, el vampiro que creía que podría escapar. Tyrannus, con restos de fuego aún bailando en sus manos, esbozó una sonrisa de satisfacción.

—Sabía que lo atraparías, Olfuma. Eres una cazadora nata.

Diana, su sonrisa desquiciada aún brillando en su rostro, caminó hacia Olfuma y le dio un leve golpe en el hombro.

—Lo hiciste, pequeña. Nadie escapa de la manada.

Olfuma respiraba con fuerza, pero su control sobre Pedrosa no flaqueaba. Sabía que lo necesitaban vivo, pero la bestia dentro de ella aún rugía con hambre de más. Pedrosa, derrotado y humillado, no tenía escapatoria. Y Olfuma entendía que esta cacería había sido solo el principio de lo que estaba destinada a ser.

La captura había sido un éxito, pero el peso de la tensión seguía en el aire. El cuerpo de Sergio Pedrosa estaba inmovilizado bajo las garras de Olfuma, que aún luchaba por controlar sus instintos. Olfuma, a pesar de su reciente éxito, estaba profundamente agitada. El instinto primal de la bestia en su interior rugía por devorar el corazón del brujo vudú, pero ella sabía que no debía hacerlo. No era el momento de celebrar aún.

Diana, siempre cerca de su pupila, la observaba con una sonrisa retorcida de orgullo. El brillo desquiciado en sus ojos nunca desaparecía del todo, pero esta vez había algo más. Diana sabía lo que era estar al borde de perder el control, de ceder ante los impulsos más oscuros de su naturaleza. Y por eso estaba justo al lado de Olfuma, lista para intervenir si era necesario.

—Controla esa hambre, pequeña —susurró Diana, su tono suave pero lleno de poder—. Has ganado esto, lo sabes, pero no dejes que la bestia te consuma ahora. Hoy, eres más que eso.

Olfuma apretaba los dientes, sintiendo cómo sus garras seguían hundiéndose en el cuerpo de Sergio Pedrosa, sus ojos brillando con una mezcla de furia y deseo. Era difícil, casi imposible, pero no podía fallar ahora. No frente a Diana, no después de haber demostrado que podía ser parte de algo más grande que su instinto animal.

—Lo… lo tengo bajo control —murmuró Olfuma, más para convencerse a sí misma que a los demás.

Diana, satisfecha, sonrió aún más. —Sabía que lo harías. —Le dio una palmada en la espalda, un gesto rudo pero cariñoso, casi maternal en su propio estilo desquiciado—. Esta cacería es tuya. Y nadie podrá quitarte eso.

Mientras tanto, Tyrannus observaba desde una corta distancia. No se acercó inmediatamente a Olfuma; ese era el momento de Diana y de su pupila. En lugar de eso, sus ojos se desviaron hacia Alexia, que había mantenido su distancia del grupo.

Alexia había sido feroz en la batalla, pero Tyrannus sabía que la verdadera lucha que enfrentaba no estaba en el combate, sino en su propio interior. Había luchado para demostrar que podía ser digna de confianza, pero los lazos rotos de la manada no se curaban tan fácilmente. Tyrannus reconocía su esfuerzo, pero también sabía que la aceptación de la manada no dependía solo de él. Diana y Tatiana seguían siendo las claves para su regreso.

Raúl, como líder del equipo, se acercó a Sergio Pedrosa, su cara seria y concentrada. Sabía que, aunque habían capturado al brujo, no era tiempo de relajarse.

—Pedrosa aún tiene trucos bajo la manga —dijo Raúl mientras observaba las manos de Sergio, siempre cuidadoso con sus movimientos. No se trataba de fuerza física, sino de la magia oscura que el brujo podía desatar en cualquier momento si bajaban la guardia—. Tyrannus, necesitamos llevarlo al centro de operaciones cuanto antes. No debemos darle tiempo para intentar nada.

Tyrannus asintió y se giró hacia Drex y Olfuma.

—Olfuma, has hecho un buen trabajo, pero ahora déjalo. —El tono de Tyrannus era firme pero comprensivo. Sabía que era difícil para ella soltar a su presa—. Raúl tomará el control de aquí en adelante.

Olfuma respiró hondo, sus músculos tensos, y finalmente soltó a Sergio, apartando sus garras. Retrocedió un paso, aún temblando por el esfuerzo de contener su hambre.

Raúl, con autoridad, movió a su equipo para asegurar a Sergio Pedrosa. Él lideraba con claridad, su enfoque en la misión, asegurándose de que nada interfiriera con la captura. Drex, con su cuerpo aún en parte transformado, mantenía una vigilancia constante, listo para intervenir si el brujo intentaba algo.

Mientras todo esto ocurría, Tyrannus se acercó a Alexia, manteniendo su tono bajo y serio, pero no condescendiente.

—Alexia, has demostrado fuerza hoy, pero sé que no es suficiente para ti —dijo, sus ojos fijos en los de ella.

Alexia apartó la mirada por un momento, sabiendo que Tyrannus podía ver a través de ella. La frustración, la rabia, el deseo de pertenecer estaban presentes en cada uno de sus movimientos.

—Lo sé —respondió ella con un suspiro, su tono lleno de resignación—. Sé que no basta con luchar. No basta con ganar una batalla. Lo que hice… abandonar a Drex… es algo que nunca podré borrar.

Tyrannus asintió lentamente, reconociendo el dolor en su voz.

—Es cierto, no lo borrarás —admitió, sin suavizar las palabras—. Pero lo que sí puedes hacer es reconstruir la confianza que rompiste. Diana y Tatiana aún tienen sus dudas, y lo sabes. Pero lo que vi hoy… me dice que no te has rendido.

Alexia levantó la mirada, encontrando los ojos de Tyrannus. Había algo en sus palabras que le dio un pequeño rayo de esperanza, pero sabía que el verdadero desafío estaba por venir.

—No lo haré —dijo finalmente, con determinación.

Tyrannus le dio una palmadita en el hombro, no con la familiaridad que tenía con los otros, pero lo suficiente como para mostrar que veía algo en ella.

—Te corresponde a ti hacer que lo que vimos hoy sea el comienzo de algo más grande. No será fácil… pero nada lo es con la manada.

Mientras Raúl y el equipo preparaban a Sergio para su traslado, Tyrannus se unió a Diana y Olfuma, que ahora parecían más tranquilas.

—Es hora de llevar esto al centro de operaciones —dijo Tyrannus, su voz firme mientras

dirigía la manada a la siguiente fase de su misión.

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