El cazador de almas perdidas – Creepypasta 289.
La Caza Comienza.
Las luces amarillentas de los faroles apenas iluminaban las calles del barrio La Floresta en Quito. El equipo de Raúl se movía con sigilo entre las sombras de los edificios coloniales, sus pasos ligeros apenas perceptibles en el pavimento húmedo. Tyrannus, Drex, Diana, Olfuma, y Alexia seguían de cerca al prisionero, manteniéndose a una distancia segura. El hombre, completamente convencido de su libertad, caminaba sin preocuparse, ajeno a la cacería que estaba ocurriendo detrás de él.
Olfuma estaba en su elemento. Su olfato captaba cada partícula en el aire: el sudor del prisionero, el leve perfume de los peatones cercanos, el aroma a especias que salía de los puestos de comida callejera. Pero su atención estaba fija en una sola cosa: el rastro de su objetivo. Cada giro que tomaba el prisionero, cada paso más rápido o más lento, ella lo percibía antes que nadie.
—Está acelerando —susurró Olfuma, apenas girando la cabeza hacia Raúl. Su olfato le decía que el prisionero estaba inquieto, quizás acercándose al lugar acordado.
Raúl, un Skinwalker con la capacidad de transformarse en varias criaturas, no solo confiaba en los sentidos mejorados de los licántropos, sino que también podía sentir el flujo de energía animal en su entorno. Sus ojos brillaban con una intensidad sobrenatural mientras observaba el comportamiento del prisionero desde la distancia. Su habilidad como rastreador se complementaba perfectamente con los instintos de los licántropos.
—No nos acerquemos demasiado —advirtió Raúl, utilizando su vínculo con los animales de la zona para estar alerta ante cualquier peligro imprevisto—. Hay algo más moviéndose por aquí, algo… que no es humano.
Diana, con su naturaleza protectora, no podía dejar de observar a Olfuma con una mezcla de orgullo y cariño. Más que una discípula, Olfuma era como una hija para ella, alguien a quien había tomado bajo su ala y transformado con sus propias manos. Ver cómo florecía en una cazadora excepcional la llenaba de una satisfacción que pocos entenderían.
—Eres increíble, Olfuma —murmuró Diana, su voz cargada de afecto—. Siempre sabía que estarías lista para esto.
Olfuma no respondió, pero su concentración en la misión era la mayor muestra de gratitud que podía ofrecer. Sus sentidos se afinaban con cada paso, guiando al grupo con una precisión asombrosa.
Mientras tanto, Alexia caminaba un poco más atrás, en silencio. Su mirada se mantenía fija en Drex y la forma en que interactuaba con la manada. El dolor se hacía cada vez más agudo en su pecho. Había abandonado a Drex mucho tiempo atrás, y ahora, viendo la cercanía que él y Tatiana habían desarrollado, empezaba a comprender que quizás había cometido un error irremediable. Y esa cercanía entre Diana y Olfuma le recordaba lo que había perdido: la aceptación de una familia, la lealtad de una manada que ahora parecía tan lejana.
El equipo llegó al cruce de Av. Isabel La Católica y Calle Francisco Salazar, justo en los límites de La Floresta. Raúl, siempre calculador, levantó una mano para que el grupo se detuviera. El prisionero había disminuido la velocidad de sus pasos. Estaba cerca de su destino.
—Esperen —murmuró Raúl, sus ojos clavados en la figura del prisionero—. Nos mantenemos a distancia hasta que se reúna con Pedrosa. No podemos arriesgarnos a un movimiento prematuro.
A lo lejos, el sonido de música se filtraba desde una discoteca cercana. Olfuma levantó la cabeza ligeramente, sus sentidos captando más detalles de los que cualquier otro podría.
—Es una discoteca… y él ya está dentro —confirmó Olfuma, señalando el edificio de luces parpadeantes en la Calle Toledo—. El rastro sigue fresco. Pedrosa está allí.
Raúl asintió. El plan de Tatiana había sido claro desde el principio: debían esperar hasta confirmar la presencia de Sergio Pedrosa antes de actuar. Con los licántropos rodeando todas las salidas, era cuestión de tiempo antes de que atraparan a su presa.
—Nos movemos —ordenó Raúl en voz baja—. Cubran todas las salidas y manténganse en las sombras.
El equipo se dispersó con precisión milimétrica, posicionándose alrededor de la discoteca. Drex, siempre alerta, cubría la parte trasera mientras Tyrannus y Diana se encargaban de las entradas laterales. Olfuma, con su olfato en alerta, estaba lista para cualquier cambio en el ambiente.
Raúl, transformándose sutilmente en un águila pequeña, elevó su cuerpo y voló hacia la parte alta de la discoteca, observando desde una posición estratégica. Su transformación le permitía tener una visión aérea clara del lugar, uniendo sus habilidades con las de los licántropos para asegurarse de que nadie pudiera escapar sin que ellos lo supieran.
A unos diez minutos de distancia, el equipo de Lía se movía por las calles del barrio Bellavista, rumbo a La Floresta. Lía, Anuel, Violeta, y Óscar avanzaban con rapidez, conscientes de que ellos eran el equipo de apoyo en caso de cualquier imprevisto.
Para Lía, esta misión lo significaba todo. Después de siglos al servicio de la familia Vambertoken, esta era su oportunidad de demostrar su verdadero valor.
El equipo de Lía avanzaba con rapidez por las calles del barrio Bellavista, a pocos minutos de llegar a La Floresta, donde el equipo de Raúl ya había rodeado la discoteca en la que el prisionero se encontraba con Sergio Pedrosa. Aunque estaban algo más rezagados, ellos tenían una misión igualmente crítica: apoyar la cacería desde las sombras y asegurarse de que no hubiera ningún imprevisto.
Lía, al frente del grupo, mantenía el paso firme, pero su mente estaba ocupada con más que solo los detalles tácticos de la misión. Para ella, este era más que un trabajo de campo; era su oportunidad de demostrar, después de siglos de servicio a la familia Vambertoken, que estaba lista para algo más grande.
De repente, Lía frenó el paso y giró para encarar a su equipo: Anuel, Violeta, y Óscar.
—Escuchen, sé que esta misión no es cualquier misión —comenzó, su tono serio pero cargado de determinación—. Para mí, significa más de lo que pueden imaginar. He pasado siglos al servicio de la familia Vambertoken, y esta es la primera vez que siento que realmente tengo algo más que probar. No podemos fallar.
Violeta, quien, aunque era humana, había demostrado su valía una y otra vez, dio un paso adelante, asintiendo mientras mantenía contacto visual con Lía. Había algo en el tono de Lía que la hacía entender lo personal que era todo esto para ella.
—Lía, todos sabemos lo importante que es para ti —dijo Violeta, tratando de transmitirle algo de tranquilidad—. Hemos entrenado para esto, y confío en que lo lograremos. Pedrosa no tiene ninguna oportunidad contra nosotros.
Anuel, siempre el más tranquilo del grupo, intercambió una mirada rápida con Óscar antes de hablar.
—No estamos aquí solo por la misión. Estamos aquí por ti —dijo Anuel, su voz serena pero con un dejo de camaradería—. Hemos estado contigo desde hace mucho, y no vamos a dejar que algo salga mal esta vez.
Óscar, quien se había mantenido en silencio hasta ese momento, finalmente habló, con un tono más informal pero cargado de apoyo:
—Lía, no necesitas hacer todo esto sola. Somos tu equipo. Si alguien la va a cagar, al menos que seamos todos juntos, ¿no? —dijo con una sonrisa de lado, tratando de aligerar la tensión.
Lía no pudo evitar sonreír ante el comentario de Óscar. Aunque a menudo su grupo tenía una forma poco convencional de enfrentarse a las cosas, sabía que podía confiar en ellos. Era una especie de familia disfuncional, pero una que funcionaba cuando realmente importaba.
—Tienen razón —dijo Lía, tomando un respiro profundo—. Esta es nuestra oportunidad, no solo mía. Pedrosa va a caer, y cuando lo haga, no habrá dudas de que este equipo está listo para lo que sea. —Sus palabras eran firmes, pero había algo más en sus ojos. Un brillo que hablaba de una necesidad más profunda, un ansia de redención y éxito.
El grupo retomó la marcha, avanzando con determinación hacia la discoteca. Mientras caminaban, Violeta, que normalmente se mantenía algo más reservada, se acercó a Lía y bajó la voz.
—Lía, sé que esto es enorme para ti. Pero recuerda que no puedes cargar todo el peso sola. Confía en nosotros. Podemos hacerlo juntos.
Lía la miró un segundo, y asintió levemente. Sabía que Violeta, aunque humana, tenía razón. Durante mucho tiempo había sentido que la responsabilidad de todo recaía sobre sus hombros, pero ahora, más que nunca, sabía que necesitaba confiar en su equipo.
El camino hacia la discoteca se hacía cada vez más corto. Las luces del barrio La Floresta estaban cada vez más cerca, y el sonido distante de la música de la discoteca comenzaba a resonar en el aire. Pronto estarían donde debían estar. La cacería estaba a punto de comenzar.
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