El cazador de almas perdidas – Creepypasta 277.
El Castigo de Repetir.
El salón de entrevistas de la sede de la Purga estaba preparado con la elegancia y precisión que la ocasión merecía. Fabián, el “caballero santo”, conocido en el Vaticano por su incansable lucha contra lo sobrenatural y su devoción absoluta a la fe, iba a ser entrevistado por Valeria Dupont, la periodista estrella de Roma. María, impecablemente arreglada, lucía un vestido negro que había escogido junto a Fabián el día anterior. Pero a pesar de verse radiante, su atención no estaba en su apariencia, sino en la interacción que se desarrollaba ante sus ojos.
Valeria llegó con una sonrisa encantadora, su presencia imponente llenando el espacio. Alta, esbelta, con un vestido ajustado que abrazaba su figura, se acercó a Fabián con la elegancia de una predadora segura de sí misma. Para María, era evidente que Valeria no solo estaba interesada en la historia de fe de Fabián; había algo más en su mirada, algo más íntimo.
—“Fabián, es un honor estar aquí hoy,” —comenzó Valeria con una sonrisa calculada. —“Tu historia ha capturado los corazones de muchos en el Vaticano. Eres visto como un faro de esperanza, un guerrero de Dios que no solo lucha contra las criaturas de la oscuridad, sino que también las convierte al cristianismo.” Su tono era suave, envolvente, cada palabra dirigida con un propósito claro.
Fabián respondió con su acostumbrada modestia. —“Solo soy un servidor del Señor. Todo lo que hago es para glorificar Su nombre,” —dijo, inclinando la cabeza en señal de respeto.
Desde su lugar, María sintió un nudo en el estómago. Cada palabra de Valeria, cada sonrisa, cada mirada hacia Fabián la llenaba de una tensión creciente. Las insinuaciones apenas veladas de la periodista no pasaban desapercibidas para ella, y era evidente que Valeria no iba a detenerse ahí.
La entrevista avanzaba, y Valeria se inclinaba cada vez más hacia Fabián, sus preguntas haciéndose más personales, más invasivas. María podía sentir el calor subiendo por su cuello y rostro. Intentaba controlar sus emociones, pero cada palabra de Valeria era como una cuchillada.
—“Cuéntame, Fabián, ¿cómo es tu rutina diaria? Eres un hombre de gran disciplina. ¿Qué te mantiene tan fuerte, tanto física como espiritualmente?” —preguntó Valeria, su sonrisa llena de insinuaciones.
Fabián, imperturbable, respondió con la serenidad de siempre. —“Mi rutina es sencilla. Comienzo el día con oración, agradeciendo al Señor por cada nuevo día. Luego, desayuno ligero: fruta, pan, algo que me permita estar alerta para las tareas del día.”
Pero Valeria no parecía satisfecha. Su tono se volvió más íntimo, sus ojos fijos en Fabián como si buscaran algo más profundo. —“Debe ser agotador, Fabián. Me pregunto, ¿hay algún salmo que recites en tus momentos más oscuros? ¿Algo que te dé fuerza cuando enfrentas lo peor de lo sobrenatural?”
—“El Salmo 23 ha sido mi guía en los momentos más oscuros. ‘El Señor es mi pastor, nada me faltará’. Recitar esas palabras me da la fortaleza que necesito para seguir adelante,” —respondió Fabián, manteniendo la calma.
Pero cuando Valeria deslizó su mano por el brazo de Fabián, la ira de María comenzó a desbordarse. Y cuando la periodista se inclinó y le robó un beso en la mejilla, fue demasiado.
María explotó.
—“¿Cómo te atreves?” —gritó, su voz temblando de furia. —“¿Cómo te atreves a insinuarte así a un hombre que ha hecho votos de castidad?”
El aire en la sala se congeló. Valeria, sorprendida, giró lentamente hacia María, y una sonrisa burlona se dibujó en su rostro.
—“Querida,” —respondió Valeria con tono condescendiente. —“¿De verdad crees que esos votos significan algo? Un hombre tan maravilloso como Fabián está destinado a cosas grandes. Y cuando llegue a su verdadera posición de poder, tendrá a quien quiera. Los votos son solo palabras, y tarde o temprano, se rompen.”
Las palabras de Valeria fueron la chispa que encendió la tormenta en María. Con un grito de rabia, María levantó la mano, canalizando la magia de sangre que corría por sus venas. Un aura carmesí se formó alrededor de sus dedos, y en un segundo, lanzó un ataque que envolvió a Valeria.
Valeria quedó inmovilizada, sus ojos abiertos de par en par por el shock. Apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que el hechizo la golpeara con fuerza, haciéndola caer inconsciente al suelo. El impacto resonó en la sala, y Fabián se levantó de inmediato, su rostro pálido de preocupación.
—“¿Qué has hecho, María?” —preguntó Fabián, con la voz tensa mientras se arrodillaba junto a Valeria.
—“No podía soportarlo más,” —murmuró María, todavía respirando con dificultad, su cuerpo temblando de rabia. —“Tenía que detenerla.”
Fabián revisó el pulso de Valeria, y tras unos segundos, asintió. —“Está viva. Pero esto… esto podría arruinar todo.”
María, aún enfadada, sabía que Fabián tenía razón. El ataque había sido impulsivo, y ahora debían encontrar una solución. Mientras observaba el cuerpo inerte de Valeria, tomó una decisión.
—“Voy a arreglarlo,” —dijo María, su tono más controlado ahora. Se acercó lentamente a Valeria, y esta vez no usó su magia de sangre, sino su clarividencia. Con sus habilidades de visión, María podía no solo ver el futuro, sino manipular la memoria de aquellos a quienes tocaba. Alargó su mano, colocándola suavemente sobre la frente de Valeria, y cerró los ojos.
El proceso fue inmediato. Los recuerdos de Valeria comenzaron a desvanecerse de su mente. Cada palabra que había dicho, cada insinuación que había hecho, y el ataque de María se disolvieron en el vacío de su memoria. El hechizo era preciso, borrando lo necesario sin dejar rastro.
Cuando Valeria comenzó a moverse de nuevo, María se apartó rápidamente, observando el resultado de su trabajo.
Valeria abrió los ojos lentamente, parpadeando mientras trataba de entender lo que había pasado. Se llevó una mano a la cabeza, confusa.
—“¿Qué pasó?” —preguntó, con una voz débil. —“Creo que me desmayé…”
Fabián, con rapidez y calma, respondió. —“Te desmayaste, Valeria. Parece que fue por el agotamiento del viaje. Nos diste un buen susto, pero estás bien ahora.”
Valeria, aún desconcertada pero aceptando la explicación, se reincorporó lentamente. María observaba en silencio, asegurándose de que no hubiera ningún indicio de que recordara lo sucedido.
Sin embargo, Valeria no perdió tiempo. A pesar del desmayo que acababa de sufrir, su espíritu profesional prevalecía. Sonrió débilmente y volvió a ajustar sus papeles. —”Lo siento mucho por este incidente. Parece que el cansancio me venció… pero creo que deberíamos comenzar la entrevista desde el principio, si te parece bien, Fabián.”
El corazón de María se hundió. No había escapatoria. Tendría que revivir todo. Valeria no recordaba nada, pero todo lo que María había soportado antes volvería a repetirse.
Fabián asintió, sin tener otra opción. —”Claro, Valeria.”
Y así comenzó todo de nuevo. Valeria hizo las mismas preguntas, con la misma sonrisa coqueta, y Fabián respondió de nuevo con su calma inquebrantable. María, que había liberado su rabia una vez, ahora tenía que contenerse, obligada a revivir su infierno personal. Vería cómo Valeria volvía a inclinarse hacia Fabián, cómo lo tocaba, cómo
El ambiente en la sala de entrevistas se había enfriado tras el desmayo de Valeria Dupont, pero la tensión se mantenía firme en el aire. María, con el corazón aún acelerado por la ira contenida, observaba cómo la periodista se recuperaba lentamente, aunque ahora tenía que enfrentarse a una versión más atrevida y peligrosa de Valeria. Fabián, siempre sereno, estaba al borde de otra incómoda repetición de la entrevista, pero esta vez, Valeria parecía haber redoblado sus insinuaciones.
—”Oh, Fabián,” —murmuró Valeria en un tono mucho más suave que antes, como si el desmayo hubiera amplificado su vulnerabilidad—. “Siento haberme desmayado así, pero… todavía me siento un poco débil… ¿podrías…?”
Su mano temblorosa se extendió hacia él, pidiendo ayuda de una manera que María reconoció como calculada. Valeria, visiblemente afectada por el supuesto cansancio, se llevó la otra mano al cuello, abanicándose ligeramente con los dedos, como si no pudiera respirar bien.
Fabián, siempre educado y caballeroso, se inclinó hacia ella, listo para ayudar, aunque evidentemente incómodo con la situación.
—”Por favor, Fabián,” —continuó Valeria, su voz apenas un susurro—, “no sé si es el aire o el estrés del viaje, pero… me cuesta respirar… ¿podrías ayudarme a desabrochar un poco mi blusa?”
La petición cayó como un rayo en la sala. María sintió un estallido de rabia mezclado con incredulidad. Era obvio que la periodista estaba jugando con los límites, forzando una situación mucho más íntima de lo necesario. Valeria, con las manos aún en su cuello, hizo un gesto tímido, dejando que una parte de la blusa revelara ligeramente su escote.
Fabián, sin perder su compostura, titubeó un momento, pero accedió por cortesía. —”Está bien, te ayudaré,” —dijo con voz firme, acercándose para desabrochar con cuidado el primer botón de la blusa de Valeria. Su contacto fue mínimo, pero Valeria cerró los ojos y dejó escapar un suspiro que era claramente más de lo que la situación ameritaba.
María apretó los puños con fuerza. Sus instintos gritaban por intervenir, por lanzar de nuevo su magia de sangre y hacerla caer otra vez, pero sabía que no podía. Había prometido controlarse esta vez. Pero esa promesa se sentía cada vez más frágil.
Valeria, ahora más cómoda, continuó la entrevista como si nada hubiera pasado, pero la atmósfera había cambiado completamente. Sus ojos brillaban con una nueva picardía mientras ajustaba su postura, cruzando las piernas de manera deliberadamente provocativa.
—”Sabes, Fabián, siempre he admirado tu dedicación y disciplina,” —dijo Valeria, su tono más bajo, casi íntimo—. “Pero hay algo que siempre me ha intrigado. Un hombre como tú, tan cercano a Dios… debe tener momentos en los que siente la tentación, ¿no?”
Fabián, quien estaba acostumbrado a preguntas difíciles, mantenía la calma, pero María pudo notar un leve gesto de incomodidad. —”Todos enfrentamos pruebas, Valeria,” —respondió—. “Pero la fe me mantiene firme.”
Valeria sonrió, como si hubiera estado esperando esa respuesta. —”Y dime, Fabián,” —continuó, inclinándose un poco más hacia él, mostrando más piel de la que debería ser necesaria para una entrevista—, “en esos momentos, ¿qué te ayuda a resistir? ¿Qué es lo que te mantiene tan fuerte?”
El silencio en la sala se hizo pesado. María apenas podía contenerse. Valeria estaba jugando con fuego, y Fabián, aunque mantenía su compostura, no podía evitar sentirse cada vez más atrapado en la trampa que ella estaba tendiendo.
Pero Valeria no había terminado. Decidida a empujar aún más los límites, volvió a tocar el tema del evento de caridad en Roma.
—”Sabes,” —dijo, su tono aún más insinuante—, “en cinco días será el evento de caridad para los niños en Roma. Me encantaría que estuvieras allí conmigo.” Sus dedos acariciaron suavemente el brazo de Fabián, deslizándose apenas de manera perceptible. —”Imagina… tú y yo, juntos, en una causa tan noble. Estoy segura de que todos te adorarían, Fabián. Y no solo los niños…” —Su voz se deslizó en ese último comentario, dejando claro que sus intenciones iban mucho más allá de la caridad.
Fabián se apartó sutilmente, incómodo con la cercanía y las insinuaciones. —”Sería un honor asistir, si mi agenda lo permite,” —respondió con su acostumbrada formalidad, pero sin comprometerse demasiado.
Valeria sonrió, satisfecha con su aparente victoria. María, sin embargo, estaba al borde de perder el control. Cada palabra de Valeria, cada gesto coqueto y provocador, era una daga en su paciencia. La arrogancia de la periodista no conocía límites, y María lo sabía. Sabía que Valeria estaba probando los bordes de lo que podía permitirse, empujando la situación más allá de lo que ya había soportado antes.
—”Oh, Fabián,” —continuó Valeria, fingiendo cansancio de nuevo—, “espero que puedas venir. Realmente… me haría sentir mejor saber que estarás allí. Después de todo, tú eres un caballero… y yo necesitaría a alguien que me cuide.”
La sonrisa que acompañó sus palabras fue suficiente para que María sintiera que sus entrañas ardían. Era descarado. Valeria lo estaba haciendo deliberadamente frente a ella, probando los límites de Fabián y la paciencia de María. Sin embargo, la rabia y el impulso de intervenir fueron reemplazados por una certeza más fría: no podía actuar como la primera vez. No podía permitirse otro arrebato de furia.
Fabián, notando la incomodidad de la situación, se mantuvo cortés pero distante. Valeria seguía sonriendo, sus ojos fijos en él, disfrutando del poder que sentía tener en ese momento.
María, a duras penas, lograba mantener el control. Sabía que cualquier movimiento en falso podría acabar en un desastre mayor. La entrevista tenía que llegar a su fin, y ella debía soportarlo hasta entonces.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Valeria se levantó, satisfecha con la entrevista, aunque claramente su objetivo había sido más que profesional. Fabián se despidió cortésmente, y María dejó escapar el aire que no se había dado cuenta de que estaba conteniendo. Valeria se volvió hacia Fabián una vez más antes de salir, con una sonrisa coqueta en los labios.
—”Nos vemos en Roma, Fabián,” —dijo con un tono dulce, y luego salió de la sala, dejando a María y Fabián solos con el peso de lo que acababa de suceder.
María seguía furiosa, pero esta vez, se sintió aliviada de haber logrado contenerse. Sin embargo, las palabras de Valeria seguían resonando en su mente, y sabía que no sería la última vez que enfrentaría a esa arpía.
Fabián, mirando a María, suspiró con alivio. —”Lo lograste,” —murmuró.
María asintió, pero sus ojos brillaban con la rabia que había reprimido todo el tiempo. —”Esa mujer… no sabe con quién se está metiendo.”
Ambos sabían que el desafío apenas comenzaba.
Mientrasl eco de los pasos de Valeria Dupont se desvanecía por los pasillos de la sede de la Purga. La tensión en la sala de entrevistas no desaparecía, aunque el principal motivo de incomodidad acababa de salir. María, con los brazos cruzados y la mandíbula apretada, intentaba calmarse. Fabián, de pie junto a ella, también seguía tensado por lo ocurrido. Aunque la entrevista había terminado, ambos sabían que lo que había pasado no se podía olvidar tan fácilmente.
—”Pensé que no terminaría nunca,” —murmuró Fabián, soltando un suspiro mientras se pasaba una mano por el cabello.
María guardaba silencio. Había soportado demasiado, había sido provocada más allá de sus límites, pero de alguna manera, había logrado contenerse… hasta el último momento. El ataque a Valeria había sido una explosión inevitable, pero el hecho de haber borrado sus recuerdos con la clarividencia había evitado lo peor. Al menos, por ahora.
Pero antes de que pudiera procesar del todo lo que había ocurrido, la puerta se abrió de golpe.
Tatiana entró en la habitación, con una mezcla de autoridad y familiaridad en su rostro. Su porte era imponente, propio de la Directora General de Oricalco, pero también estaba teñido de algo más personal. Era evidente que no solo venía como líder, sino también como hermana mayor preocupada.
Su mirada azul se posó en ambos, y de inmediato notó la tensión que flotaba en el aire. Como responsable de la seguridad de Valeria, Tatiana sabía que algo había pasado. No hacía falta ser clarividente para ver que la situación no había sido normal.
—”Vi a Valeria salir,” —comenzó, su tono firme pero no frío—, “y aunque parecía estar bien, hay algo que no me cuadra. María, Fabián, ¿qué ocurrió aquí?”
El silencio que siguió fue denso. María evitó la mirada de su hermana por un segundo, pero sabía que no podría ocultar lo que había pasado. Tatiana siempre había sido perspicaz, y no era la primera vez que María mostraba señales de querer atacar a Valeria. Fabián, queriendo suavizar la situación, intentó interceder.
—”Hubo un pequeño incidente durante la entrevista…” —comenzó, pero Tatiana lo interrumpió con un gesto de su mano.
—”No quiero rodeos, Fabián. Esto es serio,” —dijo, con ese tono autoritario que hacía que cualquiera se detuviera en seco. Luego, su mirada se centró completamente en María—. “Y tú… eres mi hermana. Así que, por favor, habla. Sabes que no puedes esconderme nada.”
María tragó saliva. Sabía que Tatiana la conocía mejor que nadie, y por mucho que quisiera ocultar lo ocurrido, sabía que no podía. El instinto de Tatiana era afilado, y además, no había forma de engañarla.
—”No fue un incidente pequeño,” —admitió María, con la voz tensa—. “Valeria… ella… fingió un desmayo.”
Tatiana entrecerró los ojos, confusa por un segundo. —”¿Fingió un desmayo?”
Fabián asintió. —”Sí, al principio pensé que era real, pero luego me pidió que la ayudara a desabrocharse la blusa porque no encontraba aire…”
Tatiana levantó una ceja. —”¿Desabrocharse la blusa? ¿Aquí, durante la entrevista?” Su tono era incrédulo, pero no sorprendida. Sabía que Valeria era audaz, pero esto estaba más allá de lo que esperaba. Sus ojos se volvieron hacia María de nuevo—. “¿Y entonces qué hiciste tú?”
El momento de la verdad había llegado. María sabía que no podía dar más rodeos. Tatiana era su hermana, pero también era la líder de Oricalco, y merecía saber la verdad.
—”No aguanté más,” —dijo María en voz baja, sus manos temblando ligeramente—. “Usé la magia de sangre para dejarla inconsciente. No podía soportar verla insinuándose a Fabián de esa manera, jugando con él como si fuera su marioneta.”
El silencio que siguió fue pesado. Tatiana respiró hondo, tratando de digerir lo que acababa de escuchar. Había esperado algo fuerte, pero no tan directo. Valeria Dupont, una periodista de renombre, había sido atacada en la sede de la Purga. La situación era peligrosa.
Pero Tatiana, además de ser la líder, era una hermana protectora. Se acercó lentamente a María, su expresión suavizándose un poco.
—”María…” —su voz fue más suave, más comprensiva—. “Sabes que no puedes dejar que te provoque así. Valeria es una manipuladora, siempre lo ha sido, pero no puedes rebajarte a su nivel.”
María asintió, sintiendo las lágrimas de frustración arder detrás de sus ojos. No quería llorar, no frente a Tatiana, pero la vergüenza y la rabia se mezclaban dentro de ella. Había fallado. Había hecho exactamente lo que había dicho que no haría.
—”Lo sé,” —dijo María, con un hilo de voz—. “Pero… después de lo que hizo, no podía detenerme.”
Tatiana suspiró. —”Y entonces, ¿qué pasó después?”
—”Le borré los recuerdos,” —admitió María con un susurro. —”Usé mi clarividencia para borrar todo lo que pasó. Valeria no recordará nada del ataque. Para ella, solo fue un desmayo.”
Tatiana se quedó en silencio por unos segundos, evaluando las consecuencias. Por un lado, estaba aliviada de que no hubiera pruebas del ataque, pero por otro, sabía que este comportamiento no podía repetirse. Valeria era una periodista poderosa, y aunque María había evitado lo peor, la situación seguía siendo peligrosa.
—”¿Estás segura de que borraste todo?” —preguntó finalmente Tatiana, sin dejar rastro de duda en su voz.
María asintió, más segura esta vez. —”No recordará nada. Ni lo que dijo, ni lo que hizo. Está limpio.”
Tatiana la observó unos momentos más, luego asintió lentamente. Se acercó un paso más y puso una mano en el hombro de María, un gesto que era tanto de apoyo como de advertencia.
—”Eres mi hermana,” —dijo Tatiana con firmeza pero con cariño—. “Y sabes que siempre estaré aquí para ti. Pero tienes que aprender a controlarte. No siempre podré cubrir lo que hagas, María. La próxima vez… la próxima vez podría ser peor.”
María asintió, sabiendo que Tatiana tenía razón. No podía seguir actuando de esa manera, no cuando las repercusiones podían ser tan graves. Tatiana, siempre había sido su roca, su ejemplo de fortaleza, y aunque le dolía decepcionarla, sabía que debía mejorar.
Fabián, quien había estado observando en silencio, finalmente intervino. —”Todo está bajo control por ahora. Valeria no tiene idea de lo que ocurrió. Pero tenemos que ser más cuidadosos de aquí en adelante.”
Tatiana asintió, mirando a Fabián también. —”Así es. Por ahora, descansaremos. Pero si algo así vuelve a ocurrir, no habrá forma de escapar de las consecuencias.”
Con eso, Tatiana dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta. Antes de salir, se detuvo un momento, mirando por encima del hombro hacia María.
—”Si vuelves a sentirte provocada, ven a mí primero, ¿de acuerdo? No quiero perderte por algo que podemos evitar.”
Y sin esperar una respuesta, Tatiana salió de la habitación, dejando a María y Fabián en un silencio pesado. Aunque la tormenta había pasado, sabían que el peligro no había desaparecido del todo. Pero, en la sala, el aire seguía tenso. Fabián se quedó de pie, inmóvil, con la mirada fija en el suelo. María lo observaba en silencio, sabiendo que algo más profundo estaba ocurriendo en su mente. Fabián siempre había luchado con sus votos, pero lo que había pasado durante la entrevista con Valeria parecía haber tocado un nervio más sensible de lo habitual.
Fabián tomó las manos de María, pero esta vez su gesto no fue solo de afecto, sino de alguien que buscaba apoyo mientras enfrentaba una verdad que no quería admitir.
—”Hoy, Valeria me mostró algo,” —comenzó, con la voz tensa—, “algo que llevaba tiempo ignorando o tal vez no quería aceptar.”
María no dijo nada, solo lo escuchó con atención. Sabía que Fabián estaba a punto de decir algo importante, algo que había estado pesando sobre él desde hacía tiempo.
—”Desde el principio,” —continuó, su voz temblando ligeramente—, “me he sentido en paz con nosotros, con nuestro amor. No es a Dios a quien estoy fallando, lo sé. Dios no me castiga por amarte, María. Lo he entendido desde hace tiempo.”
María apretó suavemente sus manos, dándole espacio para seguir.
—”Pero hoy, Valeria me confirmó lo que ya venía sintiendo: el verdadero problema no es con Dios, es con los votos que hice. Con el juramento que yo mismo asumí cuando decidí seguir este camino. Esa es la carga que no he podido dejar atrás.”
Su voz se llenó de dolor, y sus manos temblaban ligeramente. María lo miró con una mezcla de preocupación y comprensión. Sabía que, aunque Fabián había superado la crisis espiritual, el conflicto personal con su propio sentido del deber hacia el Vaticano seguía sin resolverse.
—”Siempre he creído en lo que represento como hombre de fe, como alguien que trabaja para el Vaticano,” —prosiguió, su mirada fija en los ojos de María—. “Los votos que hice, los asumí como sagrados. Juré seguir ese camino, y aunque sé que mi amor por ti no es una traición a Dios, siento que traiciono a lo que juré proteger.”
María escuchaba en silencio, sabiendo lo profundamente arraigado que estaba ese sentido del deber en Fabián. Él siempre había sido fiel a sus promesas, y ahora que veía la hipocresía detrás de los altos cargos, esa fidelidad se tambaleaba.
—”Lo que me duele,” —Fabián continuó, su voz apenas un susurro—, “es darme cuenta de que aquellos que están en lo más alto, aquellos que nos imponen estos votos, no los respetan. Nos hacen prometer algo que ellos no cumplen. Yo he cargado con el peso de mis juramentos, pensando que era lo correcto, mientras ellos los rompen sin siquiera pestañear.”
María vio cómo las lágrimas empezaban a asomar en los ojos de Fabián. Sabía lo mucho que había luchado por reconciliar su amor con su sentido del deber, y ahora, con la revelación de la hipocresía dentro del Vaticano, ese conflicto se hacía aún más doloroso.
—”Todo este tiempo,” —dijo Fabián, apretando los puños—, “he vivido bajo la creencia de que mis votos eran algo sagrado. Que al romperlos, fallaba a algo más grande que yo. Pero lo que Valeria me hizo ver hoy… es que esos votos no son más que una herramienta para controlarnos, para mantenernos atados a una falsa idea de virtud.”
María sintió cómo su corazón se rompía al verlo tan destrozado por esa revelación. Sabía que, para Fabián, ser fiel a sus promesas era una parte fundamental de su identidad, y ahora, ese mismo pilar se tambaleaba.
—”No sé cómo reconciliarme con esto,” —admitió Fabián, su voz quebrándose por la emoción—. “No es a Dios a quien estoy fallando, sino a mí mismo. A lo que creía que representaba. Y ahora, con esta verdad frente a mí… no sé cómo seguir.”
María lo abrazó con fuerza, sin decir nada por un momento. Sabía que no había palabras que pudieran sanar de inmediato esa herida, pero también sabía que estar a su lado era lo único que podía hacer ahora.
—”Fabián,” —susurró María, levantando la cabeza para mirarlo a los ojos—, “tú siempre has sido fiel a lo que crees. No dejes que la hipocresía de los demás destruya tu verdad. Lo que te hace especial no son esos votos rotos por otros, sino tu capacidad de amar y mantenerte firme en lo que es real. Nosotros somos reales. Este amor es real.”
Fabián cerró los ojos, dejando que las lágrimas cayeran mientras la abrazaba con más fuerza. Sabía que María tenía razón, pero la lucha dentro de él seguía siendo feroz.
—”No sé cómo reconciliar este deber que juré proteger,” —murmuró, con la voz rota—, “con lo que ahora sé que está roto en su base.”
María acarició su rostro, limpiando sus lágrimas. —”Tal vez no se trata de elegir entre uno u otro, sino de redescubrir lo que significa ese juramento para ti. No lo que otros hacen, sino lo que tú eliges hacer con él. Porque tú, Fabián, siempre has sido fiel a tu corazón, incluso cuando la culpa te pesaba.”
Fabián la miró, y por primera vez en mucho tiempo, sintió una chispa de claridad en medio del caos. Sabía que este conflicto no se resolvería de inmediato, pero también sabía que, con María a su lado, no tendría que enfrentarlo solo.
—”Ya no más miedo,” —murmuró Fabián, con una sonrisa débil, pero sincera—. “Lo que tenemos es verdadero. Y, aunque los votos que hice ya no signifiquen lo que creía, encontraré una manera de seguir siendo fiel a lo que realmente importa.”
Ambos se abrazaron, compartiendo un momento de paz en medio de la tormenta. Sabían que la lucha de Fabián no había terminado, pero al menos ahora, había comenzado a liberarse de la carga de una falsa virtud, y lo que le quedaba era encontrar su propio camino, uno en el que pudiera ser fiel a su corazón sin traicionar lo que siempre había creído.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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