El cazador de almas perdidas – Creepypasta 262.
El Orgullo de la Manada.
La sede de La Purga estaba envuelta en un silencio extraño y cargado de tensión. Mientras Drex caminaba hacia el patio, las miradas de los agentes lo seguían como un rastro invisible, llenas de temor y duda. El video del ritual de los 350 corazones había circulado como pólvora, y era claro que todos en la sede habían visto, o intentado ver, el horror que él había desatado en aquella isla. El miedo era palpable; las caras se giraban, los murmullos se intensificaban. Drex no necesitaba escuchar para saber lo que sus compañeros estaban
susurrando.
Sin embargo, en medio de ese mar de miradas temerosas, una risa retumbante rompió el silencio. Diana, con una sonrisa enorme y contagiosa, lo saludó desde el otro lado del patio, haciendo señas para que se acercara. —¡Drex! —gritó, casi con tono de celebración—.
¿Pensabas que te íbamos a dejar solo después de ver eso?
Tiranus, a su lado, le dio una palmada en la espalda a Diana y soltó una carcajada. —¡Claro que no! Si algo hemos aprendido de ese video es que tú eres más que solo un licántropo, hermano. —Le hizo un gesto a Drex para que se acercara—. Ven, que hoy lo celebramos.
Drex sintió cómo la tensión en su cuerpo se desvanecía al acercarse a los suyos. La manada siempre estaba ahí, sin juzgar, sin temor. En sus ojos no había miedo, solo orgullo y camaradería. Al llegar, Diana y Tiranus lo abrazaron con fuerza, como un hermano que regresa de la batalla.
—Lo que hiciste fue algo que pocos podrían soportar, Drex —dijo Diana con admiración—. Alimentarse de esa cantidad de corazones durante siete días… cualquier otro licántropo habría perdido el control y se habría convertido en un devorado.
—Es un milagro que estés aquí y que sigas siendo el mismo —agregó Tiranus, con una sonrisa—. Pero eso solo demuestra lo fuerte que eres. Eres un licántropo increíble, Drex.
¡Esto es motivo de celebración!
Olfuma, que observaba desde un costado, se acercó con una mirada de admiración.
Siempre atenta a las lecciones de su maestra, Diana, aún estaba en proceso de aprender a controlar su hambre y sus transformaciones. Al ver lo que Drex había logrado, no pudo evitar sentir una mezcla de respeto y envidia.
—Es impresionante, Drex —dijo Olfuma, con una sonrisa tímida pero sincera—. Espero poder llegar a ser tan fuerte como tú algún día.
Drex sonrió y puso una mano en el hombro de Olfuma. —Lo harás, Olfuma. Tienes una buena maestra y una manada que te respalda. Solo es cuestión de tiempo.
La joven licántropa asintió, y Diana le dio un ligero empujón en el hombro, haciendo que todos rieran. —Eso es lo que siempre nos recordamos, Olfuma: en la manada, todos nos apoyamos. Y lo que Drex hizo es motivo de orgullo para todos.
—Y no solo para nosotros —intervino Tiranus, con una sonrisa traviesa—. Parece que algunos vampiros están temblando por lo que vieron. ¡Esa es la marca de un verdadero licántropo!
Las risas del grupo se elevaron en el aire, y Drex sintió la calidez de la camaradería que siempre encontraba en su manada. Mientras los otros agentes de La Purga lo miraban con recelo y miedo, él sabía que allí, en medio de su manada, no era un monstruo, sino un hermano.
—Es un buen día para estar en la manada —murmuró Drex, levantando una botella que Tiranus le había pasado.
—¡Siempre lo es! —exclamó Diana, alzando la suya—. ¡Y que los vampiros tiemblen cuando nos vean!
El grupo estalló en risas, y por un momento, el miedo que había sentido Drex al llegar se desvaneció por completo. En la manada, no había espacio para el miedo, solo para la lealtad y el orgullo compartido. Drex sabía que, sin importar lo que sucediera o los murmullos que se alzaran, siempre tendría un lugar seguro entre los suyos, donde ser un licántropo era un motivo de celebración y no de temor.
Después de despedirse de la manada, Drex se dirigió al lugar donde se reunía el equipo de Lía. Al llegar, sintió cómo la atmósfera cambiaba; la tensión era palpable, y las miradas cargadas de incertidumbre se clavaban en él. Lía y Óscar estaban sentados, y era evidente que habían visto el video. La pantalla apagada frente a ellos parecía un recordatorio de lo que habían presenciado.
Óscar fue el primero en romper el silencio. Su expresión era seria, pero había algo en sus ojos que demostraba que, aunque afectado, no tenía miedo. —Mira, Drex —comenzó, manteniendo un tono neutral—, lo que vi en ese video… no fue fácil de digerir. Pero, antes de ser vampiro, pasé por cosas muy duras. Vi a gente hacer cosas brutales, y sé lo que es estar en control o no. —Hizo una pausa, como para asegurarse de que sus palabras quedaran claras—. Y tú… controlaste todo eso. Puedo verlo.
Drex asintió, agradecido por las palabras. Sabía que Óscar tenía la experiencia y la frialdad necesaria para entender la diferencia entre descontrol y poder calculado.
—Gracias, Óscar. Sé que no fue fácil de ver, pero fue necesario. Y lo hice sabiendo que era la única manera de mantener todo en orden.
Lía se acercó, cruzando los brazos con el ceño fruncido. Era evidente que intentaba procesar lo que había visto. Para ella, las emociones eran siempre más visibles, y ahora no era la excepción.
—Drex, sé que tú puedes controlar ese monstruo —dijo, su voz baja y con un ligero temblor—, pero verlo… verlo fue otra cosa. Sé que fue necesario, pero… es difícil de olvidar.
—Su mirada se suavizó un poco mientras lo miraba—. Nadie debería tener que hacer lo que tú hiciste.
Drex sostuvo la mirada de Lía, sabiendo que no importaban las palabras que usara, no había forma de suavizar la realidad de lo que había hecho. —Lía, entiendo tu preocupación.
Lo que hice no es algo que cualquiera pueda ver y salir indemne. Pero tenía que hacerlo, porque era la única forma de asegurarme de que nunca me descontrolara. Hice lo que tenía que hacer para que nadie tuviera que temerme.
Anuel, que había estado en silencio en la esquina de la sala, finalmente intervino. Con su estilo directo y sin filtros, se acercó un poco más. —Drex, ¿qué se siente verte haciendo eso? Porque una cosa es escucharlo, pero verlo… —dijo, en un tono que mezclaba seriedad y curiosidad genuina—. Todos aquí lo vimos, pero tú lo viviste.
Drex suspiró, sintiendo el peso de la pregunta. —La primera vez que lo vi, fue como si estuviera viendo a alguien más. —Bajó la mirada por un instante antes de alzarla nuevamente—. No es fácil verte haciendo algo tan brutal, aunque sepas que fue necesario.
Pero lo que siento, más que cualquier otra cosa, es responsabilidad. Lo hice para que nadie tuviera que vivir con ese miedo. Y lo hice para que supieran que nunca perderé el control.
Anuel lo observó en silencio antes de asentir, todavía procesando la respuesta. Violeta, que hasta entonces había estado callada, también parecía reflexiva. Andrés, quien había estado apoyado contra la pared, finalmente habló.
—Drex, sé lo que es tener esa pesadilla en la mente. La he vivido y… si tú pudiste soportar eso y salir controlado, eso ya dice bastante. —Andrés dio un paso adelante y le tendió la mano a Drex en un gesto de camaradería—. Gracias por lo que haces, es bueno saber que estás en el equipo.
Drex le estrechó la mano con firmeza y asintió. —Gracias, Andrés. Sé que lo que has soportado no ha sido fácil, y yo también estaré aquí para ti.
Lía, aún pensativa, respiró hondo y se acercó a Drex. —Es un camino difícil el que elegiste, Drex, pero… confío en ti. —Luego, se giró hacia Anuel—. Cuando te sientas lista, pásame la memoria para que pueda ver todo.
Anuel suspiró y asintió. —Lo haré, pero te advierto… —dijo, con una sonrisa irónica—, después de verlo, no podrás olvidarlo.
Mientras el equipo se despedía, Drex sintió una calma inesperada. Sabía que el camino que tenía por delante no sería fácil, pero el apoyo de su equipo le daba la fuerza para seguir adelante.
La tarde se transformaba en noche en la sede de La Purga. El día había sido pesado, las miradas de sus compañeros, los susurros y las tensiones flotando en el aire. Al caer la noche, Tatiana se preparaba para retirarse, aún con los pensamientos enredados en las imágenes del video que todos en la sede habían visto. Aunque no lo había presenciado directamente, había estado en la isla y había sentido en carne propia el terror que Drex enfrentó durante el ritual. Los recuerdos de aquellos siete días seguían vivos en su mente, como si no hubieran pasado tantos meses.
Mientras salía del edificio y cruzaba el patio, se detuvo al ver a la manada reunida bajo las luces de la luna. Diana, Tiranus y Olfuma la saludaron con sonrisas y carcajadas. Tatiana sintió alivio al ver a sus compañeros, pero también una leve intriga. Ella no había sabido de ninguna reunión esa noche.
—¡Tatiana! —gritó Diana, alzando un brazo—. ¿Lista para la celebración?
Tatiana arqueó una ceja, sorprendida. —¿Celebración? —preguntó, acercándose al grupo—. ¿De qué me estoy perdiendo?
Tiranus rió y dio un paso adelante, dándole un fuerte abrazo. —Vamos a celebrar lo del video de Drex, claro. Esto es un motivo de orgullo para la manada. Nos reunimos para festejar como se debe.
Tatiana se quedó en silencio por un momento, sintiendo una oleada de emociones atravesarla. No había esperado esto. El día había sido largo, y los recuerdos de aquella semana en la isla habían estado atormentándola. La gratitud hacia la manada por organizar algo así fue inmediata. —No sabía que iban a hacerlo, pero… gracias. De verdad, esto es justo lo que necesitaba. —Respiró profundo—. Han sido muchas emociones.
Diana y Tiranus asintieron, entendiendo. Olfuma, a su lado, la miró con una mezcla de admiración y curiosidad. —Sabemos que fuiste parte de todo eso —dijo la joven licántropa—. Y sabemos que fue difícil, pero… ¿cómo fue para ti?
Tatiana, que hasta entonces había mantenido una expresión controlada, sintió que la fuerza en sus hombros se aflojaba. Miró a los rostros de la manada, que la observaban con expectación y apoyo. Decidió abrirse.
—Esa semana fue… la más aterradora de mi vida —comenzó, su voz en un tono bajo—. Desde el primer día, cuando Drex salió transformado, supe que no sería fácil. Cada día tenía que cazar, y cada vez parecía que se demoraba más en volver a su forma humana.
—Tatiana hizo una pausa, sintiendo el peso de las palabras—. Yo me quedaba en el campamento, esperando. Y cada día, María me llamaba para decirme que todo estaba bien, que Drex había completado la cacería y que pronto volvería a mis brazos. Pero cada vez tardaba más en transformarse. Cada día los gritos de las víctimas eran más desesperados y la sangre… la sangre que cubría a Drex cuando volvía era… —su voz se quebró un poco—, era algo que nunca voy a olvidar.
Tiranus la observó con seriedad, mientras Diana y Olfuma permanecían en silencio, atentos.
—Fue peor el último día —continuó Tatiana, sus ojos llenándose de un brillo sombrío—. María no me llamó hasta que cayó la noche. No sabía si Drex regresaría o si ya se había perdido en la bestia. Lo único que podía hacer era esperar… y temer.
Drex, al oír sus palabras desde un poco más lejos, se acercó, su rostro serio. Sabía lo que había puesto en riesgo, pero también sabía lo que Tatiana había sacrificado por él. Ella lo miró, y un dolor profundo cruzó sus ojos. —Esa noche… no pude más. El miedo me consumió, y no podía soportar la idea de vivir sin él. —Hizo una pausa para recuperar la compostura—. Así que me lancé a las garras de la bestia, esperando que acabara conmigo.
Pero fue en ese momento que Drex volvió a su forma humana. El silencio se apoderó del grupo, y Olfuma la miró con ojos grandes, sorprendida. —¿De verdad te arriesgaste así? —preguntó, casi incrédula.
Tatiana asintió. —Lo hice. Y aunque fue el momento más aterrador de mi vida, lo haría de nuevo. Porque Drex es mi todo. —Miró a la manada y una sonrisa se formó en sus labios—.
Y sé que él habría hecho lo mismo por mí.
Diana la miró con una mezcla de respeto y compasión. —Tatiana, ahora entiendes por qué celebramos. No solo por Drex, sino porque ambos demostraron lo que significa ser parte de esta manada. Sacrificio, lealtad y amor. Eso es lo que celebramos esta noche.
Tatiana respiró hondo, sintiendo el alivio de compartir su historia y de estar rodeada por aquellos que la entendían. —Gracias, de verdad… nunca imaginé que encontraría este apoyo, pero ahora lo entiendo.
—Es porque, en la manada, siempre nos tenemos unos a otros —dijo Tiranus, levantando una copa—. Y hoy es por ti y por Drex.
Tatiana sintió una calidez extendiéndose en su pecho mientras levantaba la copa que Tiranus le ofrecía. —Por la manada. —Los demás la imitaron, alzando sus copas y brindando juntos, en una celebración que iba más allá de los horrores que habían presenciado. Era un recordatorio de la fuerza que compartían, de la lealtad que los unía, y de que, incluso en medio del miedo, siempre se tendrían los unos a los otros.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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