El cazador de almas perdidas – Creepypasta 323.
A la Sombra del Perdón.
El sol seguía iluminando la tranquila mañana en el Malecón 2000 de Guayaquil. Pero, pese
al aire fresco y la vista relajante del río Guayas, había una tensión entre Andrés y Violeta
que no podía ignorarse. Habían llegado a un punto en su conversación en el que ya no
había vuelta atrás. Andrés lo sabía. Las palabras que vendrían no serían fáciles de
escuchar, y mucho menos de decir.
Violeta había permanecido en silencio, procesando lo que Andrés le había confesado sobre
Laura, pero su mente estaba agitada. Podía sentir que Andrés seguía guardando algo
mucho más oscuro, algo que él no había querido mencionar. Ahora, había decidido
enfrentarlo.
—¿Qué les hacías a los vampiros para que Laura te odiara tanto? —preguntó en un
susurro, su voz cargada de miedo, pero también de determinación—. ¿Qué tipo de
monstruo eras?
Andrés apretó la mandíbula, sabiendo que no podía escapar más de esa parte de su vida.
Levantó la mirada, enfrentando los ojos de Violeta, los mismos ojos que le habían visto
cometer actos horribles… aunque ella no lo recordara. Ahora, tenía que contarle quién había
sido, lo que lo había definido como cazador. Lo que lo había convertido en alguien temido y
odiado, incluso entre los mismos vampiros.
—Fui uno de los cazadores más crueles que el Vaticano tuvo a su disposición —comenzó
Andrés, su voz quebrada por el peso de la culpa—. Mi trabajo era erradicar a los vampiros
convertidos. Y lo disfrutaba. No me importaba si eran jóvenes o viejos, hombres o mujeres.
Para mí, todos eran presas.
Andrés hizo una pausa, su mirada fija en la mesa frente a ellos, recordando las atrocidades
que había cometido. Su rostro se endureció, consciente de que Violeta merecía saber hasta
dónde había llegado su crueldad.
—Quemé pueblos enteros —continuó con voz grave—. Recuerdo una vereda en Colombia,
en Chiquiza. Era una comunidad entera de vampiros convertidos. Los cazaba uno a uno.
Los amarraba, los prendía en fuego y los veía quemarse. No importaba la edad que tuvieran
ni la razón de su conversión. No sentía compasión. Solo disfrutaba el dolor que causaba. El
Vaticano me daba una excusa para hacerlo, me ofrecía un camino para no pagar por mis
crímenes, y yo lo tomé.
Violeta lo escuchaba en silencio, sintiendo una oleada de horror al imaginar lo que Andrés le
estaba contando. Sabía que había sido un cazador, pero nunca imaginó que el hombre que
tenía frente a ella hubiera sido tan despiadado.
—¿Cómo pudiste? —murmuró Violeta, su voz temblando por la incredulidad y el dolor—.
¿Cómo disfrutabas algo así?
Andrés cerró los ojos por un momento, tragando el nudo que se formaba en su garganta.
Sabía que lo que había hecho no tenía justificación. No podía explicarle por qué lo había
disfrutado en ese entonces, porque ahora lo veía desde la misma perspectiva que ella: era
monstruoso.
—No lo sé —respondió, la voz baja—. Solo sé que, en ese momento, el dolor me llenaba un
vacío. Y cuando el Vaticano me dio una razón para hacerlo, cuando me dijo que era por el
bien de la humanidad… me convencí de que estaba bien. Pero, Violeta… lo que hice no está
bien. Nada de lo que hice lo estuvo.
Violeta permaneció en silencio por unos momentos, observando cómo Andrés luchaba con
sus propios demonios. Ella podía sentir su sinceridad, su arrepentimiento. Pero había una
parte de ella que quería saber más, quería comprender lo que él le había hecho a ella.
—¿Y qué me hiciste a mí, Andrés? —preguntó, sabiendo que no iba a recibir una respuesta
fácil—. Porque siento que hay algo que sigues escondiendo.
Andrés levantó la cabeza, y sus ojos se encontraron con los de Violeta. Había tanto dolor en
su mirada que, por un segundo, Violeta deseó no haber preguntado. Él negó con la cabeza
lentamente, y Violeta supo en ese momento que nunca obtendría esa respuesta.
—No puedo decirte eso —dijo Andrés, su voz más suave ahora, casi rota—. No puedo… No
quiero que sigas hurgando en lo que pasó. Sé que hay partes de tu vida que están rotas,
que faltan, pero te pido que no me obligues a decirte lo que te hice. Te lo suplico, Violeta. Yo
haré lo que sea por ti ahora, te lo prometo. Pero no me pidas que te hable de eso. No me
pidas que te reviva ese dolor.
Violeta lo miró, sus ojos llenos de confusión y rabia, pero también de una tristeza profunda.
Sabía que Andrés estaba ocultando algo horrible, algo que, en el fondo, probablemente no
quería saber. Pero también sabía que estaba en un punto en el que necesitaba algo más
que arrepentimiento.
—¿Vas a estar aquí para mí, Andrés? —preguntó con voz temblorosa, sus ojos fijos en los
de él—. ¿Me vas a amar de verdad, no por culpa? No quiero que lo hagas porque te sientes
responsable por lo que me hiciste. Quiero sentirme amada, realmente amada, y no que
estás aquí por obligación o arrepentimiento. Porque no lo soportaría.
El silencio entre ambos fue abrumador. Andrés sentía que las palabras lo ahogaban, que
cada segundo que pasaba pesaba más que el anterior. Pero, mirándola, supo que debía
darle algo más que promesas vacías. Violeta no necesitaba más sufrimiento. Necesitaba
saber que él estaba ahí, no como redentor, sino como alguien que realmente quería estar a
su lado.
—Te amo, Violeta —dijo Andrés, sus palabras sinceras, saliendo con todo el peso de su
corazón—. No estoy aquí por obligación. No estoy fingiendo. Estoy aquí porque quiero estar
contigo, porque quiero hacer las cosas bien contigo. No por lo que te hice, no por lo que
fuimos, sino por lo que podemos ser ahora.
Violeta sintió un nudo en la garganta. Era exactamente lo que necesitaba escuchar, pero al
mismo tiempo, la dureza de esas palabras la hizo sentirse vulnerable. Cerró los ojos por un
momento, dejando que la verdad de lo que Andrés le decía se asentara en su corazón.
—Está bien —murmuró finalmente, con voz temblorosa—. Entonces, no te preguntaré más
por mi pasado. No voy a hurgar más en lo que sucedió. Solo… prométeme que estarás
conmigo, que no habrá más secretos entre nosotros.
Andrés asintió, tomando la mano de Violeta con delicadeza.
—Te lo prometo —dijo, apretando suavemente su mano—. No habrá más sombras entre
nosotros.
El río Guayas seguía fluyendo tranquilamente frente a ellos, mientras el peso de su
conversación comenzaba a disolverse en el aire. Ambos sabían que el camino no sería fácil,
pero ahora, por primera vez, tenían la certeza de que estaban dispuestos a caminarlo
juntos, dejando atrás los fantasmas del pasado.
El aire seguía cálido sobre el Malecón 2000 mientras Andrés y Violeta caminaban juntos,
aún cargando la intensidad de la conversación que acababan de tener en el café. Violeta
había sido clara: no quería solo palabras, necesitaba sentir que lo que Andrés le había
prometido podía ser real. Y Andrés, aunque no podía negar los conflictos internos que aún
lo consumían, estaba dispuesto a hacer que lo sintiera, a darle lo que ella necesitaba.
El silencio entre ambos no era incómodo, pero la expectativa seguía flotando en el aire.
Violeta caminaba a su lado, pero Andrés sabía que ella estaba esperando algo más, algo
que sellara lo que habían acordado.
—Voy a verme con Anuel —dijo Violeta, su voz más suave ahora, pero aún con esa nota de
expectación—. Tenemos algunas cosas que hacer.
Andrés asintió lentamente, pero antes de que ella pudiera continuar, algo dentro de él se
tensó. Recordó lo que había dicho en el café: que la amaba, que haría todo lo posible por
darle esa sensación de amor que ella deseaba. Violeta no solo necesitaba palabras;
necesitaba una acción que demostrara que él estaba comprometido a hacerla sentir segura
en lo que estaban construyendo, aunque todavía hubiera incertidumbre en su corazón.
Justo cuando Violeta estaba por seguir su camino, Andrés la tomó suavemente de la mano,
haciendo que se detuviera. Ella lo miró, algo sorprendida, pero sin decir nada, esperando su
siguiente movimiento.
—Violeta —dijo Andrés, acercándose un poco más, su mirada intensa, casi vulnerable—.
Esto… esto va a ser real… Te lo aseguro…
La tensión en los hombros de Violeta pareció relajarse levemente, pero antes de que
pudiera responder, Andrés dio un paso más cerca de ella. Con suavidad, levantó su mano
hasta su mejilla, sosteniéndola como si fuera algo frágil, algo que requería todo su cuidado.
En sus ojos había una mezcla de decisión y resignación, como si estuviera cruzando una
línea invisible entre lo que había sido y lo que estaba dispuesto a hacer ahora.
Sin decir nada más, Andrés se inclinó hacia adelante, cerrando la distancia entre ellos. El
beso fue suave al principio, apenas un roce, pero el simbolismo detrás de él era profundo.
Violeta cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación, sintiendo por primera vez que las
palabras que él había pronunciado en el café comenzaban a tomar forma.
Fue un beso que, aunque breve, contenía una promesa. No era una pasión arrebatada, sino
algo más profundo: la promesa de que Andrés estaba dispuesto a intentarlo. De que,
aunque las dudas persistieran en él, estaba haciendo todo lo posible por darle lo que ella
necesitaba.
Cuando se separaron, Violeta lo miró, sus ojos buscando alguna señal en los de él, algo
que le confirmara que lo que acababa de sentir era real.
—Gracias —murmuró ella, su voz casi un susurro.
Andrés no respondió de inmediato, pero una pequeña sonrisa se formó en sus labios, como
una especie de alivio. Sabía que esto no solucionaba todo, pero era un comienzo. Y a
veces, un comienzo era suficiente.
—Nos veremos después —dijo ella finalmente, antes de girarse para encontrarse con
Anuel.
Andrés la observó mientras se alejaba, dejando escapar un suspiro. Sabía que el beso
había sido un primer paso hacia algo más grande, un paso hacia esa “realidad” que Violeta
tanto necesitaba sentir. No podía negar que aún cargaba consigo las sombras de su
pasado, pero había cruzado un umbral importante.
El peso de la conversación con Julián aún se cernía sobre él, pero ahora, con ese pequeño
gesto, sentía que podía enfrentar lo que venía con una mente más clara. Laura seguía
siendo una herida abierta, pero la promesa que acababa de hacerle a Violeta le daba algo a
lo que aferrarse.
Llegó al pequeño parque donde Julián lo esperaba. Desde lejos, lo vio de pie, mirando el
río en silencio, como siempre. Aunque su postura era tranquila, Andrés sabía que la
conversación que estaba por tener con él no sería fácil. Pero al menos ahora, tenía la
certeza de haber dado un paso adelante, tanto con Violeta como consigo mismo.
—Andrés —dijo Julián sin girarse, su voz calmada, pero firme—. Sé que quieres hablar de
Laura.
Andrés asintió, aunque Julián no lo vio. Caminó hasta ponerse a su lado, observando
también el río.
—Laura está dolida, lo sé —respondió Andrés finalmente, su voz cargada de culpa—. Pero
he decidido seguir adelante, con Violeta. Laura… necesita espacio. Y yo también.
Julián lo miró por fin, y aunque en sus ojos había preocupación por su hija, también había
una leve expresión de alivio. Sabía que Andrés y Laura nunca habían sido una pareja
destinada a estar juntos, y aunque ver a su hija sufrir lo destrozaba, el saber que ella podría
sanar ahora le traía algo de paz.
—Eso es lo mejor —dijo finalmente Julián, su tono neutral pero cargado de una extraña
aprobación—. Laura va a sanar, y si has decidido estar con Violeta, espero que hagas lo
correcto.
Andrés asintió lentamente, sintiendo el peso de las palabras de Julián.
Ambos hombres quedaron en silencio, observando el río fluir mientras las sombras de su
pasado comenzaban a disolverse. Andrés sabía que aún quedaba mucho por delante, pero
el beso que había compartido con Violeta era una promesa de que intentaría hacer que todo
fuera real, aunque su corazón aún tuviera cicatrices que sanar.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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