El Dios Júpiter.
El señor del cielo y la tierra.
Presentación del Dios.
En el vasto panteón de la mitología romana, hay un Dios que destaca por su poder, sabiduría y
majestuosidad. Su nombre es Júpiter, el rey de los Dioses, el señor del cielo y la tierra. Su
origen se remonta a los tiempos más antiguos, cuando los Dioses aún caminaban entre los
mortales y el mundo era un lugar de maravillas y terrores.
Júpiter es el hijo de Saturno y Ops, el Dios del tiempo y la Diosa de la abundancia. Pero su
nacimiento no fue como el de los demás Dioses. Saturno, temiendo que uno de sus hijos lo
derrocara, devoró a cada uno de ellos al nacer. Pero Ops, con la ayuda de Gea, la Diosa de la
tierra, logró salvar a Júpiter, escondiéndolo en una cueva secreta en la isla de Creta.
Júpiter creció en secreto, alimentado por la leche de la ninfa Amaltea y protegido por los
Curetes, unos sacerdotes que golpeaban sus escudos para ahogar el llanto del Dios y evitar
que Saturno lo descubriera. Pero Júpiter no permanecería escondido para siempre. Su destino
era grande, y pronto se convertiría en el Dios más poderoso del panteón romano.
Júpiter es el Dios del cielo y la tormenta, el señor del trueno y el rayo. Su poder es tan grande
que puede controlar los elementos, hacer temblar la tierra y lanzar rayos que pueden destruir
ciudades enteras. Pero Júpiter no es solo un Dios de la destrucción, también es un Dios de la
justicia y la sabiduría. Es el protector de los Dioses y los mortales, el defensor de la ley y el
orden.
En las páginas siguientes, exploraremos la vida y las hazañas de Júpiter, el Dios más grande de
la mitología romana. Desde su nacimiento hasta su ascenso al trono de los Dioses, desde sus
batallas hasta sus amores, conoceremos al Dios que cambió el curso de la historia y dejó una
marca indeleble en el mundo.
Contexto mitológico.
En el mundo de la mitología romana, los Dioses y las criaturas mitológicas convivían en un
universo de maravillas y terrores. El Monte Olimpo, la morada de los Dioses, se elevaba sobre
las nubes, un lugar de esplendor y majestuosidad donde los Dioses se reunían para decidir el
destino de los mortales.
Júpiter, el rey de los Dioses, reinaba sobre el Olimpo con su esposa Juno, la Diosa de la
maternidad y la mujer. Juno era una Diosa poderosa y celosa, que vigilaba con atención a su
esposo y protegía a su familia con uñas y dientes.
Pero el Olimpo no era solo el hogar de los Dioses. También habitaban allí las Musas, las Diosas
de las artes y las ciencias, que inspiraban a los poetas y artistas mortales. Y las Ninfas, las
Diosas de la naturaleza, que cuidaban de los bosques y los ríos.
Más allá del Olimpo, en el mundo de los mortales, se encontraban las criaturas mitológicas. Los
Centauros, seres mitad hombre y mitad caballo, que habitaban en los bosques y montañas. Los
Faunos, seres mitad hombre y mitad cabra, que bailaban y tocaban la flauta en los bosques. Y
los Gigantes, seres enormes y fuertes, que desafiaban a los Dioses y luchaban contra ellos.
En este mundo de Dioses y criaturas mitológicas, Júpiter reinaba con su poder y sabiduría. Pero
su reinado no estaba exento de desafíos. Los Gigantes, liderados por el gigante Tifón, se
rebelaron contra los Dioses y lucharon contra ellos en una batalla épica. Y los Dioses, liderados
por Júpiter, se unieron para defender su trono y su poder.
En este contexto mitológico, Júpiter se convirtió en el Dios más poderoso del panteón romano.
Su poder y sabiduría lo hicieron invencible, y su reinado se extendió por siglos. Pero su historia
no es solo la de un Dios poderoso, también es la de un Dios que amó y perdió, que luchó y
venció, y que dejó una marca indeleble en el mundo.
Nacimiento.
En el seno de la Diosa Ops, esposa de Saturno, crecía un ser divino. Júpiter, el futuro rey de los
Dioses, estaba a punto de nacer. Pero su llegada al mundo no sería como la de cualquier otro
Dios. Saturno, temiendo que uno de sus hijos lo derrocara, había decidido devorar a cada uno
de ellos al nacer.
Ops, desesperada por salvar a su hijo, pidió ayuda a Gea, la Diosa de la tierra. Gea, con su
sabiduría y poder, ideó un plan para salvar al niño. Cuando Júpiter nació, Ops lo entregó a Gea,
quien lo escondió en una cueva secreta en la isla de Creta.
Mientras tanto, Ops entregó a Saturno una piedra envuelta en pañales, que el Dios devoró sin
dudarlo. Así, Júpiter fue salvado de la muerte y creció en secreto, alimentado por la leche de la
ninfa Amaltea y protegido por los Curetes, unos sacerdotes que golpeaban sus escudos para
ahogar el llanto del Dios y evitar que Saturno lo descubriera.
La cueva donde Júpiter creció era un lugar mágico, lleno de maravillas y peligros. La ninfa
Amaltea, que lo amamantaba, era una criatura divina, con cuernos de cabra y una sonrisa
dulce. Y los Curetes, que lo protegían, eran guerreros fieros y leales, que defendían al niño con
sus vidas.
En este entorno mágico, Júpiter creció fuerte y sabio. Aprendió a controlar los elementos, a
lanzar rayos y a dominar los vientos. Y cuando creció lo suficiente, salió de la cueva y se
enfrentó a su destino, listo para reclamar su lugar como rey de los Dioses.
Infancia y primeros años.
La infancia de Júpiter estuvo llena de eventos importantes que marcaron su destino. A pesar de
crecer en secreto, el niño Dios mostró señales tempranas de sus poderes y su futuro papel
como rey de los Dioses.
Una de las primeras señales de su poder fue cuando, aún en la cueva, Júpiter hizo que una
roca se moviera con solo tocarla. Los Curetes, que lo cuidaban, se sorprendieron y se dieron
cuenta de que el niño era especial.
Más tarde, cuando Júpiter tenía solo unos pocos años, se produjo un gran terremoto en la isla
de Creta. El niño Dios, sin saber cómo, calmó la tierra con solo levantar sus manos. Los
Curetes y la ninfa Amaltea se dieron cuenta de que Júpiter tenía un poder increíble y que
estaba destinado a grandes cosas.
Otro evento importante en la infancia de Júpiter fue su encuentro con el águila. Un águila
majestuosa, enviada por Gea, se apareció ante Júpiter y se convirtió en su compañero y
símbolo. El águila representaba la fuerza y la sabiduría, y Júpiter la adoptó como su animal
sagrado.
A medida que Júpiter crecía, su poder y sabiduría también crecían. Aprendió a controlar los
elementos, a lanzar rayos y a dominar los vientos. Y aunque aún no sabía que era el hijo de
Saturno y Ops, Júpiter sentía que tenía un destino importante que cumplir.
Los Curetes y la ninfa Amaltea le enseñaron a Júpiter sobre los Dioses y la mitología, y él se
fascinó con las historias de los Dioses y héroes. Júpiter sabía que quería ser como ellos, y que
estaba destinado a hacer grandes cosas.
Así, la infancia y los primeros años de Júpiter estuvieron marcados por señales tempranas de
su poder y destino. Aunque aún no sabía todo sobre su pasado y su futuro, Júpiter estaba listo
para enfrentar cualquier desafío que se le presentara.
Descubrimiento de poderes.
Júpiter había crecido en secreto, sin saber que era el hijo de Saturno y Ops. Pero a medida que
pasaban los años, comenzó a sentir una fuerza interior que no podía explicar. Era como si
tuviera un poder dormido dentro de él, esperando ser despertado.
Un día, mientras caminaba por los bosques de Creta, Júpiter se encontró con un río
desbordado. La corriente era fuerte y peligrosa, y los Curetes que lo acompañaban le
advirtieron que no se acercara. Pero Júpiter sintió una sensación extraña, como si pudiera
controlar el agua.
Sin saber cómo, Júpiter levantó sus manos y el río comenzó a calmarse. La corriente se
detuvo, y el agua se volvió cristalina. Los Curetes se sorprendieron y se dieron cuenta de que
Júpiter tenía un poder increíble.
Pero Júpiter no sabía cómo controlar su poder. A veces, lo usaba sin querer, y causaba
desastres. Un día, mientras jugaba con los Curetes, Júpiter lanzó un rayo sin querer, y quemó
un bosque entero. Los Curetes se enfadaron, y Júpiter se sintió avergonzado.
La ninfa Amaltea, que lo había criado, se dio cuenta de que Júpiter necesitaba aprender a
controlar su poder. Así que lo llevó a ver a Gea, la Diosa de la tierra, que le enseñó a dominar
sus habilidades.
Gea le enseñó a Júpiter a controlar los elementos, a lanzar rayos y a dominar los vientos.
Júpiter aprendió rápido, y pronto se convirtió en un Dios poderoso. Pero también aprendió que
con el poder viene la responsabilidad, y que debía usar sus habilidades para proteger a los
demás, no para destruir.
Entrenamiento y crecimiento del Dios.
Con la guía de Gea, Júpiter comenzó un riguroso entrenamiento para perfeccionar sus
habilidades. Pasaba horas cada día practicando, aprendiendo a controlar los elementos y a
dominar los vientos. Gea le enseñó a canalizar su poder, a enfocarlo y a dirigirlo con precisión.
Júpiter se dedicó por completo a su entrenamiento, y pronto comenzó a notar resultados. Su
poder crecía cada día, y su control sobre los elementos se volvía más preciso. Podía lanzar
rayos con facilidad, y los vientos respondían a su voluntad.
Pero Gea no se detuvo allí. Quería que Júpiter fuera más que un Dios poderoso, quería que
fuera un Dios sabio y justo. Así que le enseñó sobre la importancia de la justicia, la compasión y
la sabiduría. Júpiter aprendió a considerar las consecuencias de sus acciones, y a usar su
poder para proteger a los demás, no para destruir.
El entrenamiento de Júpiter no fue fácil, sin embargo. Hubo momentos en que se sintió
frustrado, en que su poder parecía fuera de control. Pero Gea siempre estaba allí para guiarlo,
para recordarle que la práctica y la dedicación eran la clave para perfeccionar sus habilidades.
Y así, Júpiter creció en poder y sabiduría. Se convirtió en un Dios respetado y temido, pero
también amado y admirado. Su nombre se convirtió en sinónimo de justicia y protección, y su
poder se convirtió en una fuerza para el bien.
Con el tiempo, Júpiter se convirtió en el líder natural de los Dioses, y su poder y sabiduría lo
llevaron a ser el rey del Olimpo. Pero nunca olvidó las lecciones que había aprendido de Gea, y
siempre se esforzó por ser un Dios justo y sabio.
Grandes hazañas.
Júpiter, el rey del Olimpo, había demostrado su poder y sabiduría en numerosas ocasiones.
Pero hubo una serie de aventuras y logros que destacaron sobre el resto, y que cementaron su
lugar como el Dios más grande de la mitología romana.
Una de sus primeras grandes hazañas fue la derrota del gigante Tifón, que había amenazado
con destruir el Olimpo. Júpiter, con su rayo en mano, se enfrentó al gigante y lo derrotó en una
batalla épica. Tifón fue encadenado en el Tartaro, y Júpiter se convirtió en el héroe del Olimpo.
Otra de sus grandes hazañas fue el rescate de su hermana, Juno, que había sido secuestrada
por el Dios del inframundo, Plutón. Júpiter se enfrentó a Plutón y lo obligó a devolver a Juno,
demostrando su poder y su determinación.
Júpiter también demostró su sabiduría y astucia al resolver el conflicto entre los Dioses del
Olimpo y los gigantes. Los gigantes, liderados por Atlas, habían amenazado con destruir el
Olimpo, pero Júpiter logró convencerlos de que se rindieran sin luchar.
Además, Júpiter fue el Dios que protegió a los mortales de la ira de los Dioses. Cuando la
humanidad se volvió corrupta y pecadora, Júpiter se opuso a la destrucción del mundo y logró
convencer a los demás Dioses de que dieran a la humanidad una segunda oportunidad.
Estas grandes hazañas, y muchas otras, demostraron que Júpiter era un Dios verdaderamente
grande, y que su poder y sabiduría eran indispensables para el Olimpo y para la humanidad. Su
nombre se convirtió en sinónimo de heroísmo y justicia, y su legado perduró a través de los
siglos.
Interacciones con otros Dioses y mortales.
Júpiter, el rey del Olimpo, no era un Dios aislado. Tenía relaciones con otros Dioses, héroes y
mortales, y sus interacciones con ellos revelaban su carácter y personalidad.
Una de sus relaciones más cercanas era con su hermana y esposa, Juno. Juno era la Diosa de
la maternidad y la mujer, y Júpiter la amaba y respetaba profundamente. Sin embargo, su
relación no estaba exenta de conflictos. Juno era celosa y posesiva, y a menudo se enfadaba
con Júpiter por sus numerosas infidelidades.
Júpiter también tenía una relación especial con su hijo, Marte. Marte era el Dios de la guerra, y
Júpiter lo admiraba por su valentía y su habilidad en el combate. Sin embargo, Júpiter también
se preocupaba por la impulsividad de Marte, y a menudo trataba de calmarlo y hacerlo ver las
cosas desde una perspectiva más amplia.
En cuanto a los mortales, Júpiter era conocido por su justicia y su compasión. Ayudó a muchos
héroes en sus misiones, como a Perseo y a Hércules, y les proporcionó consejos y apoyo en
momentos críticos. También se preocupaba por el bienestar de los mortales comunes, y a
menudo intervenía para protegerlos de la injusticia y la opresión.
Una de las historias más famosas sobre Júpiter y los mortales es la de Baucis y Filemón.
Baucis y Filemón eran un anciano y su esposa que vivían en una pequeña cabaña en el
campo. Un día, Júpiter y Mercurio se disfrazaron de mendigos y se acercaron a la cabaña,
pidiendo hospitalidad. Baucis y Filemón los recibieron con amabilidad y les ofrecieron lo poco
que tenían. Júpiter, conmovido por su generosidad, les concedió un deseo, y ellos pidieron
morir juntos. Júpiter les concedió su deseo, y Baucis y Filemón murieron abrazados,
convertidos en dos árboles que crecían juntos.
Enemigos y rivales.
Júpiter, el rey del Olimpo, no estaba exento de enemigos y rivales. A lo largo de los siglos, se
enfrentó a numerosos desafíos y conflictos que pusieron a prueba su poder y su autoridad.
Uno de sus principales enemigos fue el gigante Tifón, que se rebeló contra los Dioses del
Olimpo y amenazó con destruir el mundo. Júpiter se enfrentó a Tifón en una batalla épica,
lanzando rayos y truenos contra el gigante. Finalmente, logró derrotarlo y encadenarlo en el
Tártaro.
Otro rival peligroso de Júpiter fue el Dios del inframundo, Plutón. Plutón se opuso a la autoridad
de Júpiter y trató de usurpar el trono del Olimpo. Júpiter se enfrentó a Plutón en una serie de
batallas, utilizando su poder y su astucia para derrotarlo.
Júpiter también tuvo conflictos con otros Dioses del Olimpo, como Poseidón y Hades. Poseidón,
el Dios del mar, se opuso a la autoridad de Júpiter y trató de crear un reino submarino
independiente. Júpiter se enfrentó a Poseidón en una batalla naval, utilizando su poder para
controlar los mares y derrotar al Dios del mar.
Hades, el Dios del inframundo, también se opuso a Júpiter en varias ocasiones. Hades trató de
expandir su reino y controlar el mundo de los vivos, pero Júpiter se lo impidió, utilizando su
poder para mantener el equilibrio entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos.
Estos conflictos y batallas demostraron la determinación y el poder de Júpiter, y consolidaron
su posición como el rey del Olimpo. Sin embargo, también revelaron la complejidad de su
personalidad y la naturaleza cambiante de sus relaciones con los demás Dioses y mortales.
Pruebas y tribulaciones.
A pesar de su poder y autoridad, Júpiter no estuvo exento de pruebas y tribulaciones. A lo largo
de los siglos, enfrentó numerosos desafíos personales que pusieron a prueba su carácter y su
determinación.
Una de las pruebas más significativas fue la pérdida de su hijo, Ascanio. Ascanio era el hijo de
Júpiter y una mortal, y había sido destinado a ser un gran héroe. Sin embargo, fue asesinado
por un rival, lo que sumió a Júpiter en una profunda tristeza.
Júpiter también enfrentó la traición de su hermano, Saturno. Saturno, que había sido derrocado
por Júpiter, trató de recuperar el trono del Olimpo mediante la traición y la manipulación. Júpiter
se sintió devastado por la traición de su hermano, pero logró superarla y mantener su
autoridad.
Otra prueba significativa fue la seducción de su esposa, Juno, por parte del Dios Marte. Júpiter
se sintió celoso y traicionado, pero logró controlar sus emociones y no permitir que la situación
se saliera de control.
A través de estas pruebas y tribulaciones, Júpiter demostró su evolución y crecimiento como
Dios. Aprendió a controlar sus emociones y a tomar decisiones sabias, incluso en momentos de
crisis. También demostró su capacidad para perdonar y olvidar, lo que le permitió mantener la
armonía en el Olimpo.
En última instancia, las pruebas y tribulaciones de Júpiter lo hicieron un Dios más sabio y
compasivo, capaz de liderar el Olimpo con justicia y equidad. Su legado como el rey del Olimpo
se consolidó, y su nombre se convirtió en sinónimo de poder, sabiduría y autoridad.
Últimos años.
Los años pasaron y Júpiter, el rey del Olimpo, comenzó a sentir el peso de su edad. A pesar de
su poder y autoridad, no podía evitar la sensación de que su tiempo en el trono estaba llegando
a su fin.
Una profecía había sido pronunciada por la pitonisa de Delfos, que decía que Júpiter sería
derrocado por un Dios más joven y poderoso. Júpiter no creyó en la profecía, pero no podía
sacudirse la sensación de que algo estaba cambiando en el Olimpo.
Los Dioses más jóvenes comenzaron a cuestionar la autoridad de Júpiter, y algunos incluso se
atrevieron a desafiarlo abiertamente. Júpiter, que había sido el más poderoso de los Dioses
durante tanto tiempo, se sintió amenazado por la creciente insolencia de los más jóvenes.
Un día, mientras caminaba por los jardines del Olimpo, Júpiter vio una señal que le hizo temer
por su futuro. Un águila, su animal sagrado, había caído del cielo y yacía muerta en el suelo.
Júpiter sabía que esto era un mal presagio, y que su tiempo en el trono estaba llegando a su
fin.
A pesar de sus esfuerzos por mantener el control, Júpiter no podía evitar la sensación de que
su poder estaba declinando. Los Dioses más jóvenes se estaban volviendo cada vez más
fuertes, y Júpiter sabía que no podía mantener su posición por mucho más tiempo.
La pregunta era, ¿quién sería el Dios que lo derrocaría? ¿Sería Marte, el Dios de la guerra, o tal
vez Apolo, el Dios del sol? Júpiter no lo sabía, pero estaba seguro de que su tiempo en el trono
estaba llegando a su fin.
Muerte.
El día finalmente llegó. Júpiter, el rey del Olimpo, cayó derrotado por el Dios Marte, quien había
sido elegido por los Dioses más jóvenes para liderar el golpe de estado.
La batalla había sido feroz, con rayos y truenos iluminando el cielo y sacudiendo la tierra.
Júpiter, con su poder declinante, no pudo resistir el ataque de Marte y sus aliados.
Cuando Júpiter cayó, el mundo mitológico se estremeció. Los Dioses y las Diosas se reunieron
alrededor de su cuerpo, llorando y lamentando la pérdida del rey que había gobernado durante
tanto tiempo.
Juno, la esposa de Júpiter, se arrodilló a su lado, abrazando su cuerpo y gritando de dolor. “¡Mi
amor, mi rey!” exclamó. “¿Cómo pudiste dejar-me?”
Los Dioses más jóvenes, que habían liderado el golpe de estado, se sintieron culpables y
confundidos. No habían esperado que la muerte de Júpiter fuera tan dolorosa, ni que su
ausencia dejara un vacío tan grande en el Olimpo.
Marte, el Dios de la guerra, se sintió especialmente afectado. Había sido elegido para liderar el
golpe de estado, pero no había esperado que la muerte de Júpiter fuera tan trágica.
“¿Qué hemos hecho?” se preguntó Marte, mirando el cuerpo de Júpiter. “¿Qué hemos ganado
con su muerte?”
La muerte de Júpiter marcó el fin de una era en el mundo mitológico. Los Dioses y las Diosas se
dispersaron, cada uno tratando de encontrar su lugar en el nuevo orden.
Y Júpiter, el rey del Olimpo, descansó finalmente en paz, su legado viviendo en la memoria de
los Dioses y los mortales. Su muerte había sido trágica, pero también había sido necesaria para
que el mundo mitológico pudiera evolucionar y cambiar.
Impacto y legado.
La vida y acciones de Júpiter, el rey del Olimpo, dejaron una huella imborrable en la mitología y
en los mortales. Su poder y autoridad inspiraron leyendas y cultos que surgieron en su honor, y
su legado continúa vivo hasta nuestros días.
Los mortales veían en Júpiter al Dios de la justicia y la protección, y lo invocaban en momentos
de necesidad. Su imagen se convirtió en símbolo de poder y sabiduría, y su nombre se utilizaba
para jurar y hacer promesas.
En Roma, Júpiter fue venerado como el Dios principal, y se le construyeron templos y altares en
su honor. Los romanos lo consideraban el protector de la ciudad y del estado, y lo invocaban en
momentos de guerra y crisis.
La leyenda de Júpiter también inspiró a los poetas y artistas, quienes lo retrataron en sus obras
como el Dios supremo, con su rayo y su águila. Su imagen se convirtió en un símbolo de la
mitología clásica, y su legado continúa vivo en la literatura y el arte.
Pero el impacto de Júpiter no se limitó solo a la mitología y la religión. Su legado también se
puede ver en la política y la sociedad. El concepto de la justicia y la protección que Júpiter
representaba se convirtió en un ideal para los gobernantes y los líderes, y su autoridad se
utilizó para justificar el poder y la dominación.
En resumen, la vida y acciones de Júpiter dejaron un legado duradero en la mitología, la
religión, la política y la sociedad. Su imagen y su nombre se convirtieron en símbolos de poder,
sabiduría y justicia, y su influencia continúa siendo fiel hasta nuestros días.
Reflexión final.
La historia de Júpiter, el rey del Olimpo, es un recordatorio de la importancia de la mitología en
nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos. A través de sus aventuras y desafíos,
Júpiter nos enseña sobre la naturaleza humana, la justicia, la protección y el poder.
En el contexto más amplio de la mitología, Júpiter ocupa un lugar central como Dios supremo y
rey del Olimpo. Su historia se entrelaza con la de otros Dioses y héroes, creando un tapiz rico y
complejo que refleja las preocupaciones y valores de las culturas antiguas.
Pero la importancia de Júpiter va más allá de la mitología. Su legado se puede ver en la forma
en que pensamos sobre la justicia, la protección y el poder en nuestra propia sociedad. Su
historia nos recuerda que el poder y la autoridad deben ser ejercidos con sabiduría y justicia, y
que la protección de los débiles y vulnerables es una responsabilidad fundamental de los
líderes.
En conclusión, la historia de Júpiter es un tesoro de sabiduría y conocimiento que sigue siendo
relevante en nuestros días. Esperamos que esta narración haya inspirado a nuestros lectores a
explorar más a fondo la rica y fascinante mundo de la mitología.
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