Era una mañana soleada cuando Lucas, un niño de diez años, se preparaba para ir a la escuela. Vivía en un barrio tranquilo, donde la mayoría de sus vecinos se conocían y siempre se saludaban con una sonrisa. Aunque Lucas era un chico amigable, prefería pasar su tiempo solo. Le encantaba dibujar, y a menudo llevaba su cuaderno a la escuela para llenar las páginas con sus creaciones.
Ese día, al llegar a la escuela, se encontró con un anuncio pegado en el mural del patio: “Semana de la Solidaridad: Ayuda a tus compañeros y aprende el valor de la colaboración”. La profesora Andrea, quien siempre organizaba actividades innovadoras, había propuesto una semana completa dedicada a que los estudiantes se ayudaran mutuamente en distintas tareas. Había varias actividades planeadas, desde recolectar alimentos para familias necesitadas, hasta ayudar a compañeros con dificultades en las asignaturas.
Lucas, sin embargo, no prestó mucha atención al anuncio. Él no era del tipo que participaba en actividades grupales, y la idea de ayudar a los demás no le parecía demasiado emocionante. “Seguro hay otros que se ofrecen”, pensó mientras guardaba su cuaderno en la mochila y se dirigía a su clase.
Durante la primera hora del día, la profesora Andrea explicó con entusiasmo las actividades que formarían parte de la Semana de la Solidaridad. Los estudiantes se agruparían y trabajarían juntos en tareas tanto dentro como fuera de la escuela. Lucas no pudo evitar notar que algunos de sus compañeros estaban realmente emocionados, especialmente Sara, una de las niñas más activas de la clase. Sara siempre estaba involucrada en actividades comunitarias y no perdía la oportunidad de ayudar. Esa energía la hacía muy popular entre sus compañeros.
—¡Esta es una gran oportunidad para aprender a colaborar! —dijo la profesora Andrea, pasando una hoja para que los estudiantes se inscribieran en las actividades que más les interesaran.
Lucas dudaba. No le gustaba la idea de tener que trabajar en equipo o depender de otros. Además, no quería sentirse incómodo con gente que no conocía bien. Así que, cuando la hoja llegó a él, simplemente la dejó pasar.
A la hora del recreo, mientras todos hablaban sobre las actividades de la semana, Lucas se dirigió al banco bajo el árbol del patio, su lugar favorito para estar solo. Abrió su cuaderno de dibujos y comenzó a esbozar una escena del parque del barrio, con los niños jugando en los columpios y las palomas volando cerca. Se concentró tanto que casi no se dio cuenta de que alguien se le había acercado.
—Hola, Lucas —dijo Sara, quien lo observaba con curiosidad—. ¡Qué bonitos dibujos! Siempre he querido aprender a dibujar así.
Lucas levantó la vista, sorprendido por la interrupción, pero respondió con cortesía: —Gracias. Solo practico mucho.
—Oye, ¿te has apuntado a alguna de las actividades de la semana de la solidaridad? —preguntó Sara, con su característico entusiasmo.
Lucas negó con la cabeza. —No, no creo que sea lo mío.
Sara frunció el ceño, pero luego sonrió. —Bueno, no tienes que hacer nada grande, ¿sabes? A veces, solo ayudar a un compañero con una tarea o enseñarle algo que tú sabes puede marcar la diferencia. Por ejemplo, podrías ayudarme con mis dibujos. Yo siempre termino dibujando palitos.
Lucas soltó una risa breve. La idea de enseñar a Sara a dibujar era algo que nunca se le había ocurrido, y menos durante la Semana de la Solidaridad. No obstante, le resultaba interesante la propuesta.
—No sé si soy tan buen maestro —respondió Lucas, aunque en el fondo le gustaba la idea de compartir lo que sabía.
—¡Seguro que sí! —dijo Sara—. Piénsalo, además de que me ayudarías, puede que tú mismo descubras algo nuevo en el proceso.
La conversación quedó ahí, y Lucas continuó dibujando, pero las palabras de Sara resonaron en su mente. Esa misma tarde, en casa, no podía dejar de pensar en lo que ella había dicho. Nunca había considerado la idea de que ayudar a alguien más podría ser una experiencia positiva también para él. Lucas siempre había visto la ayuda como una responsabilidad o algo que requería demasiado esfuerzo, pero ahora empezaba a cuestionarse si realmente era así.
Al día siguiente, de camino a la escuela, Lucas se encontró con un grupo de niños más pequeños que luchaban por llevar cajas llenas de materiales hacia la entrada. Parecían estar preparándose para una de las actividades solidarias, y aunque su primer instinto fue seguir su camino, algo lo detuvo. Recordó lo que Sara le había dicho: “A veces, solo ayudar un poco puede marcar la diferencia”.
Lucas respiró hondo, se acercó a los niños y preguntó: —¿Necesitan ayuda?
Los niños lo miraron con sorpresa, pero luego sonrieron agradecidos. —¡Sí, por favor! Estas cajas son más pesadas de lo que pensábamos.
Lucas tomó una de las cajas más grandes y, para su sorpresa, no le resultó tan difícil como esperaba. Mientras caminaba junto a los pequeños, sintió una extraña satisfacción, una que no había sentido antes. Cuando finalmente dejaron las cajas en la sala de actividades, uno de los niños le dio las gracias con una sonrisa enorme.
—¡Eres muy fuerte! —dijo el niño más pequeño, admirado.
Lucas sonrió, un poco avergonzado, pero al mismo tiempo, se dio cuenta de que lo que había hecho lo hacía sentir bien. No había sido nada extraordinario, solo un pequeño gesto de ayuda, pero ver la gratitud en los rostros de los niños fue algo que lo sorprendió.
Esa experiencia se quedó con él durante el resto del día, y cuando la profesora Andrea volvió a pasar la lista de inscripciones para las actividades, Lucas, sin pensarlo mucho, levantó la mano y dijo:
—Me gustaría participar en algo… en lo que pueda ayudar.
La profesora sonrió, sorprendida pero contenta, mientras Sara, desde su asiento, le guiñaba un ojo. Lucas sabía que, aunque aún no entendía del todo qué significaba ayudar a los demás, estaba empezando a descubrir un nuevo camino, uno que lo llevaría a aprender más sobre sí mismo.
Después de que Lucas se apuntó para participar en las actividades de la Semana de la Solidaridad, se sintió nervioso. Aunque había dado el primer paso, no sabía exactamente en qué ayudaría ni cómo encajaría con sus compañeros. Al día siguiente, la profesora Andrea asignó a cada estudiante un grupo, y a Lucas le tocó trabajar en una actividad en la que tendrían que decorar y organizar una colecta de juguetes para los niños de un hospital cercano.
Cuando leyó su asignación, no pudo evitar sentirse un poco incómodo. ¿Organizar una colecta? No tenía idea de cómo hacer eso. Además, implicaba trabajar con otras personas, y aunque había ayudado a los niños pequeños con las cajas el día anterior, todavía prefería pasar su tiempo solo. Sin embargo, Lucas había hecho un compromiso, y no quería echarse atrás. Así que se acercó a su grupo, donde vio a Sara, Pablo y Daniela, tres compañeros que parecían muy entusiasmados con la actividad.
—¡Hola, Lucas! —dijo Sara con una sonrisa brillante—. Me alegra que estés en nuestro grupo. Tenemos mucho trabajo por hacer, pero va a ser divertido.
Lucas sonrió, aunque un poco tímido. No quería decepcionar a nadie. —Sí, bueno… ¿qué tenemos que hacer exactamente?
—Primero, vamos a decorar una caja gigante para que los estudiantes puedan dejar los juguetes —explicó Pablo, mostrando una enorme caja de cartón que ya habían traído—. Después, tendremos que pasar por las clases para hablar con los demás sobre la colecta y motivarlos a donar. Y, por último, iremos al hospital a entregar todo.
—¿Ir al hospital? —preguntó Lucas, algo sorprendido. No se lo esperaba, y de inmediato sintió una punzada de nerviosismo. La idea de ir a un hospital le daba un poco de miedo, sobre todo si implicaba interactuar con personas desconocidas.
Sara notó su expresión de preocupación y le dio un pequeño golpe amistoso en el brazo. —No te preocupes, no tienes que hacer nada que no quieras. Solo será una visita rápida para dejar los juguetes. Lo más importante es que todos colaboremos aquí en la escuela para que la colecta sea un éxito.
Lucas asintió, aliviado, pero aún un poco inseguro. Sin embargo, cuando se sentaron a planear la decoración de la caja, empezó a sentirse más cómodo. Daniela sugirió que cada uno dibujara algo relacionado con la solidaridad y lo pegara en la caja como parte del diseño. La idea emocionó a Lucas, quien ya se imaginaba cómo podía contribuir con sus habilidades para dibujar.
—Yo puedo hacer algunos dibujos de niños compartiendo juguetes —dijo Lucas, más confiado—. Creo que podría quedar bien en la parte frontal.
Sara y Pablo lo miraron con admiración. —¡Eso sería genial! —dijo Pablo—. Yo puedo recortar algunas estrellas de colores y pegarlas alrededor para que todo brille.
Pronto, todos estaban trabajando en sus tareas. Lucas se concentró en sus dibujos, perdiéndose en los detalles de las sonrisas y los juguetes que dibujaba. Mientras trabajaba, se dio cuenta de que el ambiente era muy diferente al que solía experimentar cuando estaba solo. En lugar de estar aislado, sentía que formaba parte de algo más grande, y esa sensación, aunque nueva, no le resultaba desagradable.
Cuando terminaron de decorar la caja, esta estaba llena de colores, dibujos y recortes brillantes. Lucas se sintió orgulloso de su trabajo, y sus compañeros no dejaron de elogiar su habilidad para dibujar. Sin embargo, el verdadero reto aún estaba por venir: convencer a los demás estudiantes de que donaran juguetes para la causa.
Al día siguiente, la profesora Andrea les dio permiso para visitar las clases y hablar sobre la colecta. A Lucas le temblaban las manos cuando entraron a la primera aula. No estaba acostumbrado a hablar en público, y mucho menos delante de sus compañeros. Sara fue la primera en tomar la palabra, explicando con claridad y entusiasmo lo importante que era donar juguetes para los niños que estaban en el hospital.
—Cada juguete que dones puede traerle una sonrisa a un niño que lo necesita —dijo con una sonrisa cálida—. A veces olvidamos lo afortunados que somos de tener salud y estar rodeados de amigos y familia. Esta es nuestra oportunidad de hacer algo especial por aquellos que no tienen esa suerte en este momento.
Lucas observaba a Sara mientras hablaba, impresionado por su facilidad para expresarse. Cuando terminó, Pablo y Daniela también dijeron algunas palabras, y finalmente, llegó el turno de Lucas. Sara lo miró con una sonrisa de aliento, y aunque Lucas se sentía nervioso, no quería decepcionar a sus amigos ni al grupo.
—Bueno… —comenzó, sintiendo que su voz temblaba un poco—. Yo solo quiero decir que… a veces, pequeñas cosas pueden marcar una gran diferencia. No se trata de dar algo grande o costoso, sino de compartir lo que tienes. Tal vez ese juguete que ya no usas pueda ser el favorito de alguien más.
Para su sorpresa, algunos estudiantes asintieron con la cabeza y comenzaron a murmurar entre ellos. Lucas respiró hondo, satisfecho de haber superado su miedo. Aunque no fue el discurso más largo ni el más fluido, sintió que había contribuido de alguna manera.
El día continuó, y su grupo visitó más clases, explicando la colecta y motivando a los estudiantes a participar. Lucas empezó a sentirse más cómodo cada vez que hablaba, y pronto se dio cuenta de que trabajar en equipo no era tan malo como había pensado al principio. A lo largo de la semana, la caja que habían decorado se fue llenando lentamente de juguetes. Al principio, solo había algunos, pero con el tiempo, muchos niños comenzaron a traer más y más donaciones.
La caja que Lucas y sus amigos habían creado no solo se llenó de juguetes, sino también de la esperanza de que estaban haciendo algo significativo para otros niños. Para Lucas, lo que comenzó como una pequeña ayuda en un momento de duda se había convertido en una experiencia transformadora. No solo había ayudado a sus compañeros, sino que había comenzado a sentir que él mismo se beneficiaba al ser parte de algo más grande.
La semana de la solidaridad había llegado a su fin, y el día en que irían al hospital para entregar los juguetes finalmente había llegado. Lucas, junto a sus compañeros de grupo, se encontraba en la entrada de la escuela, observando cómo la gran caja de cartón, que habían decorado con tanto esfuerzo, era cuidadosamente cargada en una camioneta. La caja estaba llena hasta el borde de juguetes: pelotas, muñecas, rompecabezas, y otros artículos que los estudiantes habían donado.
—No puedo creer que hayamos recolectado tantos juguetes —dijo Sara emocionada mientras observaba la caja—. Esto va a alegrar a muchos niños.
Lucas sonrió, sintiéndose satisfecho. No solo porque habían cumplido con la meta, sino porque había superado sus propios miedos y dudas. Se había involucrado de maneras que no imaginaba al principio, y el proceso le había dejado algo más que solo un buen recuerdo: le había enseñado el valor de la colaboración y la importancia de ayudar a los demás.
El grupo se subió a la camioneta, junto a la profesora Andrea, que los acompañaría en la entrega al hospital. Durante el trayecto, Lucas se quedó callado, mirando por la ventana mientras reflexionaba sobre todo lo que había sucedido esa semana. Recordaba cómo, al principio, había dudado en participar, y cómo, poco a poco, había descubierto que ayudar a los demás no solo beneficiaba a quienes recibían la ayuda, sino también a quien la daba.
Al llegar al hospital, los niños fueron recibidos por el personal médico con sonrisas y agradecimientos. Un doctor de bata blanca, el doctor Ramírez, los guió a través de los pasillos del hospital hasta el área de pediatría. Lucas sentía una mezcla de nerviosismo y emoción mientras caminaban, pero también una tranquilidad al saber que todo su esfuerzo finalmente daría sus frutos.
—Los niños aquí estarán muy contentos de verlos —les dijo el doctor Ramírez mientras se detenían frente a una puerta decorada con dibujos de arcoíris y estrellas—. Para ellos, cualquier pequeña distracción, como un juguete, puede marcar una gran diferencia en su estado de ánimo.
La puerta se abrió, y Lucas pudo ver a varios niños en sus camas, algunos conectados a máquinas, otros con vendajes o sueros. La escena era diferente de lo que había imaginado, pero al mismo tiempo, el ambiente no se sentía triste. Muchos de los niños estaban jugando o conversando con sus familias, y la sala estaba llena de colores brillantes y decoraciones alegres.
El grupo fue recibido por una enfermera sonriente que los condujo hasta una mesa donde colocaron la caja llena de juguetes. Los niños miraban con curiosidad desde sus camas, sus ojos brillando con anticipación. Lucas observaba en silencio mientras Sara y los demás comenzaban a repartir los juguetes, hablando con cada niño y preguntándoles qué preferían. La atmósfera era cálida, y poco a poco, la sala se llenó de risas.
Una niña de cabello corto y un suéter rosa estaba sentada en una de las camas más cercanas a la mesa. Tenía unos ocho años y, aunque sonreía tímidamente, Lucas notó que no había recibido ningún juguete. Se acercó a ella, un poco inseguro de qué decir, pero decidió hacer el esfuerzo.
—Hola —dijo Lucas suavemente—. ¿Te gustan los juguetes?
La niña lo miró y asintió, pero no dijo nada. Aún así, Lucas pudo ver que sus ojos se iluminaban al mirar la caja. Pensó por un momento y luego recordó algo: en su mochila llevaba uno de sus cuadernos de dibujo y algunos lápices de colores que siempre traía consigo.
—Tal vez te gustaría esto —dijo, sacando el cuaderno y los lápices y ofreciéndoselos.
La niña lo miró sorprendida, como si no esperara recibir algo tan especial. Con una sonrisa tímida, aceptó el cuaderno y los lápices.
—Gracias —dijo finalmente, con una voz suave pero llena de gratitud.
Lucas se sintió sorprendido por lo bien que se sentía al darle algo personal a alguien más. El hecho de que algo tan sencillo como un cuaderno de dibujo, algo que él usaba todos los días, pudiera hacer tan feliz a otra persona, lo llenaba de una calidez que no había experimentado antes. En ese momento, entendió que ayudar no se trataba solo de cumplir una tarea o hacer algo grande, sino de compartir lo que uno tiene, sea mucho o poco.
Mientras se despedían de los niños del hospital, Lucas miró a su alrededor. Los rostros sonrientes, las risas y el ambiente de alegría que habían creado lo hacían sentir parte de algo significativo. Sara se acercó y le dio un codazo amistoso.
—Vi lo que hiciste con la niña del cuaderno —dijo—. Eres un gran tipo, Lucas.
Lucas sonrió, un poco avergonzado. —Solo pensé que le gustaría.
—Le encantó —dijo Sara—. A veces no se trata solo de lo que damos, sino de cómo lo hacemos. Tú diste algo muy personal, y eso lo hace aún más especial.
De regreso a la escuela, Lucas no pudo evitar pensar en cómo había cambiado su perspectiva sobre la ayuda y la colaboración. Lo que al principio le parecía una carga o una obligación, ahora se había convertido en una oportunidad para crecer, para aprender de los demás y para contribuir al bienestar de quienes lo rodeaban. Se dio cuenta de que, al ayudar a los demás, había encontrado una nueva forma de ayudarse a sí mismo, de abrirse al mundo y de descubrir el verdadero valor de la solidaridad.
Cuando llegaron a la escuela, la profesora Andrea reunió a todo el grupo y les agradeció por su participación. —Estoy muy orgullosa de cada uno de ustedes —dijo con una sonrisa—. Hoy no solo trajeron alegría a los niños del hospital, sino que también demostraron que cuando trabajamos juntos, podemos hacer cosas maravillosas.
Lucas miró a sus compañeros y luego a la profesora. Sabía que, aunque había aprendido mucho esa semana, todavía quedaban muchas oportunidades para seguir ayudando a los demás, tanto dentro como fuera de la escuela. Y por primera vez en mucho tiempo, se sintió emocionado por lo que el futuro le deparaba.
moraleja Ayudar a los demás es una forma de ayudarse a uno mismo.
Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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