Sofía era una niña de nueve años que vivía en un barrio tranquilo, en una pequeña ciudad. Como muchos otros niños de su edad, asistía a la escuela primaria y soñaba con ser astronauta algún día. Pero, aunque tenía grandes sueños, Sofía también lidiaba con algo que la frustraba constantemente: sus propios errores.
Cada día, se levantaba con la esperanza de que todo saliera perfecto, pero la realidad a menudo la golpeaba con pequeños contratiempos. A veces olvidaba sus tareas en casa, otras veces se tropezaba en el recreo, o se le derramaba la leche en el desayuno. Todo eso le causaba una enorme frustración, y no podía evitar sentirse mal consigo misma cada vez que algo no salía según lo planeado.
Una mañana, mientras Sofía se preparaba para ir a la escuela, sucedió algo que desató esa frustración acumulada. Estaba a punto de salir de casa cuando, de repente, se dio cuenta de que había olvidado su cuaderno de matemáticas, el mismo que necesitaba para el examen de ese día. Corrió de vuelta a su habitación, pero mientras buscaba desesperadamente en su mochila, tropezó con el borde de su cama y cayó al suelo.
—¡No puede ser! —gritó enojada, con lágrimas de frustración llenando sus ojos.
Su madre, que escuchó el alboroto desde la cocina, entró rápidamente en la habitación.
—¿Estás bien, Sofi? —le preguntó con preocupación, ayudándola a levantarse.
—¡No, mamá! Siempre me pasa lo mismo. ¡Todo me sale mal! —exclamó Sofía, mientras se limpiaba las lágrimas—. No soy buena en nada.
Su madre se arrodilló junto a ella y le tomó las manos con suavidad.
—Cariño, todos cometemos errores. Eso no significa que no seas buena. Lo importante es lo que hacemos después de cometerlos. Cada día es una nueva oportunidad para intentarlo de nuevo.
Sofía frunció el ceño, todavía molesta.
—¿De qué sirve? Si todo lo que hago sale mal…
—Eso no es verdad —respondió su madre con calma—. Hoy te has caído, pero puedes levantarte y seguir adelante. Mañana también tendrás la oportunidad de hacerlo mejor. Cada día es un nuevo comienzo, y eso es algo maravilloso.
Sofía no estaba del todo convencida, pero se sintió un poco más tranquila con las palabras de su madre. Agarró su cuaderno, se ajustó la mochila y salió hacia la escuela. A lo largo del camino, no podía dejar de pensar en lo que su madre le había dicho. ¿De verdad podría empezar de nuevo cada día? ¿Era posible aprender de sus errores y no sentirse derrotada por ellos?
Al llegar a la escuela, se encontró con su mejor amiga, Elena, en la entrada.
—¡Hola, Sofía! —saludó Elena, con una gran sonrisa—. ¡Hoy es el examen de matemáticas! ¿Estás lista?
Sofía asintió, aunque por dentro sentía un nudo en el estómago. No era la mejor en matemáticas, y aunque había estudiado, temía cometer errores durante el examen. Se sentaron juntas en el aula mientras esperaban a que la profesora repartiera las hojas.
Elena, que siempre era positiva y alegre, le dio un pequeño empujón amistoso.
—No te preocupes tanto. Si te equivocas en algo, solo lo corriges la próxima vez, ¿no?
Las palabras de Elena resonaron con lo que su madre le había dicho esa mañana. Tal vez, después de todo, no se trataba de ser perfecta siempre, sino de aprender a ser mejor con el tiempo. Sofía respiró hondo, decidió relajarse un poco y se prometió a sí misma que, pase lo que pase en el examen, aprendería de la experiencia.
Durante el examen, hubo momentos en los que Sofía se sintió insegura, pero en lugar de entrar en pánico como otras veces, se recordó que cada error podía ser una lección. Cuando no estaba segura de una respuesta, hizo lo mejor que pudo y luego siguió adelante sin castigarse mentalmente. Sabía que no todo saldría perfecto, pero también sabía que tenía la oportunidad de mejorar la próxima vez.
Cuando la clase terminó, Sofía y Elena se reunieron con sus amigos en el patio durante el recreo. Ahí estaba Daniel, un niño que solía ser muy competitivo y que siempre se enorgullecía de obtener las mejores calificaciones. Sin embargo, ese día Daniel parecía más callado de lo habitual.
—¿Todo bien, Daniel? —le preguntó Sofía, notando su expresión preocupada.
—No lo sé —respondió él, encogiéndose de hombros—. Creo que no me fue muy bien en el examen. Me olvidé de revisar algunas respuestas y creo que me equivoqué en varias cosas.
Sofía miró a Daniel, sorprendida. Él siempre había sido el más confiado de la clase, pero ahora estaba enfrentando algo que Sofía conocía bien: el miedo a no ser perfecto. Fue en ese momento cuando recordó las palabras de su madre y de Elena, y decidió compartirlas.
—No te preocupes tanto, Daniel —le dijo con una sonrisa comprensiva—. Si te equivocaste, solo significa que la próxima vez lo harás mejor. Mi mamá siempre dice que cada día es una nueva oportunidad, y creo que tiene razón.
Daniel levantó la vista, un poco sorprendido por las palabras de Sofía. Después de todo, ella no solía ser la más segura de sí misma en la clase, pero ahora parecía tener una perspectiva diferente.
—Sí, tienes razón —dijo finalmente, esbozando una pequeña sonrisa—. Supongo que siempre hay otra oportunidad para mejorar.
El recreo continuó, y aunque no todos los estudiantes hablaban del examen, había una sensación compartida de alivio. Sofía, por su parte, se sentía más ligera. Aunque no sabía cómo le había ido en el examen, algo dentro de ella había cambiado. Comprendió que la clave no estaba en evitar los errores, sino en cómo los enfrentaba. Ahora, cada día en la escuela no era una oportunidad para ser perfecta, sino para ser mejor que ayer.
Ese día, al regresar a casa, Sofía sonrió al ver a su madre esperándola en la puerta.
—¿Qué tal te fue, cariño? —le preguntó su madre con ternura.
Sofía le devolvió una sonrisa tranquila.
—Creo que me fue bien… y si no, siempre habrá una próxima vez.
Su madre le dio un abrazo cálido, sabiendo que su pequeña estaba comenzando a comprender algo importante sobre la vida.
A la mañana siguiente, Sofía se despertó con una extraña mezcla de emociones. Por un lado, se sentía un poco más tranquila que de costumbre; no tenía esa presión interna por ser perfecta todo el tiempo. Sin embargo, la incertidumbre sobre su desempeño en el examen de matemáticas aún la rondaba. Sabía que la profesora anunciaría los resultados hoy, y aunque había decidido no angustiarse, una parte de ella no podía evitar sentir nervios.
Durante el desayuno, su madre notó su estado de ánimo y le ofreció una sonrisa alentadora.
—Recuerda, Sofi, cada día es una nueva oportunidad. Lo importante es cómo afrontes lo que venga, no lo que ya pasó.
Sofía asintió, recordando esas palabras que ahora le resonaban tanto. Después de todo, no se trataba solo del examen, sino de cómo podía mejorar con el tiempo. Terminó su desayuno, se colgó la mochila y se despidió de su madre, lista para enfrentar el día.
En la escuela, la clase de matemáticas era la primera del día. Todos los estudiantes estaban sentados en sus escritorios, intercambiando susurros nerviosos. La profesora Marta llegó con una carpeta llena de los exámenes corregidos, y el salón quedó en completo silencio.
—Buenos días, clase —dijo la profesora Marta, colocando los exámenes sobre su escritorio—. Hoy les devolveré sus resultados. Quiero recordarles que lo más importante es que vean esto como una oportunidad para aprender. No importa cuán bien o mal hayan hecho, lo importante es que comprendan sus errores y sigan mejorando.
Sofía sintió un pequeño nudo en el estómago, pero se recordó a sí misma que lo que más importaba era aprender de la experiencia. La profesora comenzó a repartir los exámenes, llamando a cada estudiante por su nombre. Los primeros en recibir sus resultados fueron aquellos que solían destacar en matemáticas, como Daniel, quien, sorprendentemente, no mostró la misma confianza de siempre. Cuando recibió su examen, frunció el ceño mientras lo revisaba. Eso llamó la atención de Sofía.
Finalmente, llegó su turno.
—Sofía Sánchez —llamó la profesora Marta, y Sofía se levantó lentamente para recoger su examen.
Con el papel en la mano, regresó a su asiento y, por un momento, dudó si debía verlo de inmediato. Pero, respirando hondo, lo abrió. La calificación no era perfecta, pero tampoco era mala. Había cometido algunos errores, especialmente en las preguntas más complicadas, pero lo que realmente llamó su atención fueron las anotaciones de la profesora en los márgenes. Marta había escrito pequeños comentarios como: “Buena estrategia aquí, sigue intentándolo” y “Revisa esta parte, casi lo tienes”. En lugar de sentirse mal por los errores, Sofía sintió que tenía un plan claro para mejorar.
—No está tan mal —pensó, sorprendida por lo diferente que se sentía comparado con otras veces. Antes, se habría sentido derrotada, pero ahora, lo veía como un punto de partida.
Durante el recreo, Sofía se encontró con Elena y Daniel en el patio. Elena, como siempre, estaba de buen humor.
—¡Qué alivio que ya nos entregaron los exámenes! —dijo Elena, mordiéndose una manzana—. Ahora podemos olvidarnos de eso, ¿no?
Daniel, sin embargo, seguía con el ceño fruncido, mirando su examen.
—No puedo creer que me equivoqué en tantas cosas —murmuró—. Estudié mucho, pero parece que nada fue suficiente.
Sofía lo miró, recordando cómo se había sentido muchas veces antes, y decidió compartir lo que había aprendido.
—Oye, Daniel, no es el fin del mundo. La profesora Marta dijo que lo importante es aprender de nuestros errores, ¿recuerdas? Yo también cometí algunos, pero creo que la próxima vez lo haré mejor. No se trata de que todo salga perfecto siempre, sino de cómo seguimos intentándolo.
Daniel la miró, todavía algo molesto, pero parecía considerar sus palabras.
—No sé… tal vez tienes razón. —dijo, mientras doblaba su examen—. Solo es frustrante no hacerlo bien.
—Lo sé —dijo Sofía, empatizando con su frustración—. Pero hoy es solo otro día para seguir mejorando. Si lo ves de esa manera, cada vez que te enfrentas a un problema es una nueva oportunidad para ser mejor.
Elena, que había estado escuchando con curiosidad, sonrió.
—Esa es una buena forma de verlo. Siempre podemos mejorar en algo. Quizás la próxima vez te saldrá mejor.
Daniel suspiró, pero su expresión comenzó a suavizarse. Aunque no estaba completamente convencido, las palabras de sus amigas parecían hacerle eco. Después de todo, si Sofía, quien no solía ser la más segura en matemáticas, estaba manejando la situación de manera positiva, tal vez él también podría intentarlo.
Durante la siguiente clase, algo inesperado sucedió. La profesora Marta les pidió que trabajaran en parejas para resolver unos problemas de matemáticas que reforzarían lo que habían aprendido en el examen. Sofía, que normalmente evitaba hacer equipo con los más destacados, decidió ofrecerse a trabajar con Daniel.
—¿Quieres que trabajemos juntos? —le preguntó, con una sonrisa amigable.
Daniel la miró sorprendido. Normalmente, él hubiera preferido trabajar solo o con alguien que consideraba “mejor” en la materia. Pero después de su conversación en el recreo, aceptó la propuesta.
—Claro, por qué no.
Mientras trabajaban juntos, Sofía se dio cuenta de que Daniel estaba más nervioso de lo que parecía. Aunque él era conocido por su habilidad en matemáticas, también cometía errores, y en lugar de mostrar su habitual confianza, estaba más abierto a recibir ayuda. Sofía, por su parte, notó que algunas cosas que antes le parecían complicadas ahora le resultaban más fáciles de entender. Se dio cuenta de que, al trabajar juntos, ambos estaban aprendiendo de los errores del otro.
La clase pasó rápidamente, y cuando terminaron, la profesora Marta les pidió que compartieran sus soluciones con el resto de la clase. Al principio, Daniel dudó, pero Sofía lo animó.
—Vamos, lo hicimos bien. Lo importante es que intentamos mejorar, ¿recuerdas?
Con una sonrisa agradecida, Daniel se levantó junto a Sofía y juntos presentaron sus respuestas al resto de la clase. No todo fue perfecto, pero ambos sabían que estaban un paso más cerca de mejorar.
Ese día, cuando la campana sonó y fue hora de irse a casa, Sofía se sintió orgullosa. No solo había enfrentado su miedo al fracaso, sino que también había aprendido a ver cada día como una oportunidad para mejorar. Sabía que no era perfecta, pero eso no la detenía; al contrario, la motivaba a seguir creciendo.
Y mientras caminaba hacia casa, con el sol poniéndose en el horizonte, Sofía se dio cuenta de algo importante: todos los días eran nuevos comienzos, y cada error solo le abría la puerta a una nueva oportunidad de ser mejor.
Esa tarde, cuando Sofía llegó a casa, se sentía diferente. No solo por el día que había tenido, sino por todo lo que había aprendido en tan poco tiempo. Las palabras de su madre, la experiencia del examen y, sobre todo, el trabajo en equipo con Daniel habían dejado una marca en ella. Se dio cuenta de que siempre había vivido con la presión de ser perfecta, pero que cada día le ofrecía la oportunidad de crecer y aprender, incluso cuando cometía errores.
Su madre la estaba esperando en la cocina, preparando la merienda.
—¿Cómo te fue hoy, Sofi? —preguntó con su habitual sonrisa cálida.
Sofía se sentó en la mesa, pensando en cómo resumir todo lo que había experimentado ese día.
—Creo que me fue bien, mamá —dijo, mientras tomaba un sorbo de leche—. Pero no porque todo saliera perfecto. Aprendí que no tiene que ser así. Trabajé con Daniel en clase de matemáticas, y aunque ambos cometimos errores, lo importante es que aprendimos juntos.
Su madre la miró, claramente orgullosa de su hija.
—Eso es lo más importante, cariño —respondió—. Aprender no se trata de hacerlo todo bien a la primera, sino de entender en qué puedes mejorar. Estoy muy orgullosa de ti.
Sofía sonrió. Se sentía más ligera, como si la carga que había llevado consigo todo este tiempo por sus propias expectativas se hubiera desvanecido un poco. Sabía que no sería fácil cambiar de un día para otro, pero ya no le temía tanto a cometer errores. Y eso era un gran paso.
Al día siguiente, en la escuela, algo interesante comenzó a suceder. Daniel, que solía estar siempre distante y concentrado solo en sus logros, empezó a mostrarse más abierto. Durante la clase, en lugar de competir con los demás, empezó a preguntarles a sus compañeros si necesitaban ayuda con algún problema. Aunque todavía le costaba aceptar que no todo tenía que ser perfecto, parecía haber aprendido algo valioso del trabajo en equipo con Sofía.
Durante el recreo, mientras jugaban en el patio, Sofía y Elena notaron este cambio en él.
—Mira a Daniel —comentó Elena, señalando cómo ayudaba a uno de los niños más pequeños a resolver un problema de matemáticas—. Nunca lo había visto hacer eso. Siempre parecía tan competitivo.
Sofía asintió, sonriendo al ver cómo su actitud había tenido un impacto en él.
—Creo que también está aprendiendo a no ser tan duro consigo mismo —dijo Sofía—. Todos podemos mejorar en algo, ¿verdad?
Elena se rió y le dio un suave empujón.
—¡Mira quién lo dice! Me encanta ver cómo has cambiado, Sofi. Parece que todos estamos aprendiendo algo nuevo cada día.
Sofía sonrió, agradecida por el apoyo de su amiga. Durante tanto tiempo había tenido miedo de fallar, pero ahora veía el mundo con otros ojos. Ya no sentía que tenía que ser perfecta, sino que cada error era una oportunidad para aprender, y eso la hacía sentir más libre y segura de sí misma.
Unos días después, la profesora Marta anunció que harían una pequeña ceremonia de reconocimiento en la escuela. Iban a premiar a los estudiantes que no solo habían tenido buenas calificaciones, sino que también habían demostrado un esfuerzo notable para mejorar. Todos estaban emocionados, aunque algunos estudiantes, como Daniel, parecían tensos.
—No me gusta que me evalúen frente a todos —murmuró Daniel a Sofía mientras esperaban en el patio—. Siempre siento que tengo que ser el mejor, pero a veces me equivoco.
Sofía lo miró con comprensión.
—Yo también solía sentir eso —admitió—. Pero lo importante es que te esfuerces por mejorar, no que seas perfecto. Si te equivocas, está bien. Eso es parte de aprender.
Cuando llegó el día de la ceremonia, todos los estudiantes se reunieron en el auditorio de la escuela. Los padres de familia estaban sentados en las gradas, aplaudiendo y alentando a sus hijos. La profesora Marta subió al escenario y comenzó a llamar a los estudiantes que recibirían los reconocimientos.
Sofía estaba sentada junto a Elena y Daniel, nerviosa pero emocionada. Cuando escuchó su nombre, se sorprendió un poco.
—Sofía Sánchez —dijo la profesora Marta con una sonrisa—. Quiero reconocer tu esfuerzo no solo por mejorar en matemáticas, sino por aprender a ver los errores como oportunidades de crecimiento. Es una lección que todos deberíamos aprender.
Sofía se levantó y caminó hacia el escenario. Sentía que su corazón latía rápidamente, pero al mismo tiempo, estaba tranquila. Sabía que este reconocimiento no era por ser perfecta, sino por su esfuerzo, y eso la llenaba de orgullo.
Después de recibir su diploma, volvió a su asiento y esperó a que llamaran a los siguientes estudiantes. Para su sorpresa, Daniel también fue llamado al escenario.
—Daniel Torres —anunció la profesora—. Quiero destacar tu disposición para ayudar a los demás y tu capacidad para aprender de los errores. Es un ejemplo de cómo, cada día, podemos ser mejores.
Daniel subió al escenario con una sonrisa tímida, claramente sorprendido. Cuando regresó a su asiento, Sofía lo felicitó.
—Te lo mereces —le dijo con sinceridad—. Has hecho un gran trabajo.
—Gracias, Sofía —respondió Daniel, algo emocionado—. Creo que tienes razón. No se trata solo de ganar o ser el mejor. Se trata de aprender a mejorar, un poco cada día.
Al final de la ceremonia, todos los estudiantes salieron al patio a celebrar. Había risas, abrazos y un ambiente de felicidad. Sofía se sintió orgullosa no solo por su propio progreso, sino por el impacto que había tenido en sus amigos y compañeros de clase.
Mientras se despedía de sus amigos para ir a casa, pensó en todo lo que había pasado en esos últimos días. Los errores que antes la aterraban ahora eran oportunidades para mejorar. Las dificultades no eran obstáculos insuperables, sino pasos hacia adelante. Cada día, desde que había decidido cambiar su mentalidad, se sentía más fuerte y segura de sí misma.
Y así, Sofía entendió que, aunque los días no siempre fueran perfectos, cada uno le ofrecía una nueva oportunidad de ser mejor que ayer. Y eso, en sí mismo, era un gran logro.
moraleja Cada día es una nueva oportunidad para ser mejor.
Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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