Era un día brillante y soleado en la pequeña ciudad de Villa Esperanza, donde el aroma de las flores llenaba el aire y el canto de los pájaros resonaba en cada esquina. Julián, un niño de diez años, se despertó emocionado porque ese día iba a presentar su cuaderno de dibujos en la clase de arte. Desde que era muy pequeño, Julián había encontrado en el dibujo una forma de expresar sus sentimientos y sueños. Sus dibujos eran su tesoro más preciado, llenos de colores vibrantes y personajes fantásticos.
Julián se preparó rápidamente para la escuela. Se vistió con su camiseta favorita, que tenía un diseño de su héroe de cómic favorito, y guardó su cuaderno en su mochila. En el camino a la escuela, su mente ya estaba llena de ideas sobre cómo iba a presentar su obra maestra a sus compañeros y al maestro Carlos, que siempre había elogiado su talento.
Al llegar a la escuela, Julián corrió al aula, donde sus amigos ya estaban reunidos, charlando y riendo. Entre ellos estaba Valeria, una niña creativa que siempre llevaba consigo un set de acuarelas; Pedro, un niño curioso que disfrutaba de los experimentos científicos; y Sofía, la amante de los libros que siempre estaba leyendo algo nuevo. Julián se unió a ellos, emocionado por compartir su proyecto.
—¡Chicos! ¡Hoy voy a mostrarles mis dibujos! —anunció Julián, su voz llena de entusiasmo.
—No puedo esperar a verlos —dijo Valeria, sonriendo—. Siempre haces cosas increíbles.
La mañana pasó rápidamente entre risas y juegos, pero cuando el timbre sonó para la clase de arte, Julián sintió que su corazón latía con más fuerza. Estaba listo para compartir su talento, y esperaba que a todos les gustara su cuaderno. Sin embargo, lo que encontró al abrirlo hizo que su corazón se hundiera.
Al abrir su cuaderno, Julián se dio cuenta de que una página estaba manchada con un líquido oscuro que había destrozado uno de sus dibujos más queridos: un dragón que había dibujado con mucho esmero. Los colores se habían corrido, y lo que antes era un bello paisaje se había convertido en un desastre. Julián sintió una mezcla de tristeza y frustración.
—¿Qué pasó? —preguntó Sofía, al ver la expresión de Julián.
—Alguien manchó mi dibujo —respondió Julián, su voz temblando—. ¡Era mi favorito!
Los demás miraron con preocupación el cuaderno de Julián. Valeria se inclinó hacia él y examinó la página dañada.
—¿Quién pudo haber hecho esto? —preguntó Pedro, furioso—. Eso no es justo.
Julián cerró el cuaderno con fuerza, sintiéndose impotente. Sabía que había alguien en su clase que tenía la costumbre de molestar a los demás. Se trataba de Samuel, un niño que a menudo se sentía inseguro y hacía comentarios desagradables para llamar la atención. A veces, Julián sentía pena por él, pero otras veces, su comportamiento le parecía intolerable.
—Voy a averiguar quién fue —dijo Julián con determinación.
La clase de arte comenzó, y el maestro Carlos notó que algo estaba mal. Julián no podía concentrarse, y su mente seguía volviendo a la mancha en su cuaderno. Cuando el maestro pidió a los estudiantes que compartieran sus obras, Julián no pudo evitar sentirse triste. La mancha era como una nube oscura que cubría su alegría.
—Julián, ¿quieres mostrarnos tu cuaderno? —preguntó el maestro con una sonrisa amable.
Julián se sintió abrumado y miró a su alrededor. Sus compañeros estaban esperando con entusiasmo, pero no podía mostrarles el dibujo arruinado. Al final, decidió que no podía dejar que eso lo detuviera. Se armó de valor y, con un suspiro profundo, abrió su cuaderno nuevamente.
—Quiero compartir un dibujo que hice de un dragón —dijo, aunque su voz era un poco vacilante. A medida que pasaba las páginas, su corazón se sentía pesado.
Sin embargo, cuando llegó a la página manchada, la miró por un momento y luego se volvió hacia sus compañeros.
—Este era mi dibujo favorito, pero alguien lo arruinó. No sé quién lo hizo, pero me siento muy triste por eso.
Hubo un silencio en el aula, y algunos compañeros intercambiaron miradas. El maestro Carlos dio un paso adelante.
—Julián, a veces las cosas no salen como esperamos. Pero lo más importante es cómo reaccionamos ante estas situaciones. El perdón puede ser el primer paso hacia la paz.
Las palabras del maestro resonaron en la mente de Julián. Miró a sus amigos, que lo apoyaban con la mirada. En ese momento, Julián se dio cuenta de que la mancha, aunque dolorosa, no podía quitarle su amor por el arte. Con un pequeño susurro, su voz se volvió más fuerte.
—Sé que no puedo cambiar lo que pasó, pero voy a seguir dibujando. Tal vez pueda hacer una nueva versión del dragón y hacerlo aún más impresionante.
Los compañeros comenzaron a aplaudir y animar a Julián, y él sintió una chispa de esperanza. Pero en el fondo de su corazón, aún había una sombra de rencor hacia quien había hecho el daño. La idea de perdonar a alguien que había arruinado su trabajo no era fácil de aceptar, y Julián sabía que necesitaría tiempo para procesar lo que había sucedido.
Esa tarde, cuando Julián regresó a casa, se sentó en su escritorio, rodeado de lápices de colores y papeles en blanco. Miró su cuaderno y comenzó a dibujar un nuevo dragón, esta vez aún más hermoso. Pero, aunque estaba inmerso en su trabajo, no podía dejar de pensar en Samuel y en lo que había hecho. ¿Realmente podría perdonarlo? ¿Cómo podría encontrar la paz en su corazón?
Esa noche, Julián se quedó despierto hasta tarde, pensando en el dragón que estaba dibujando y en la mancha que había arruinado su trabajo. Con cada trazo que hacía, se dio cuenta de que estaba canalizando no solo su creatividad, sino también sus sentimientos. Sin embargo, el rencor hacia Samuel seguía presente, como una sombra que no podía deshacerse.
Al día siguiente en la escuela, el ambiente era un poco diferente. Julián había decidido no hablar de la mancha y enfocarse en su nuevo dragón, pero todos parecían estar al tanto del incidente. Durante el recreo, sus amigos lo rodearon.
—¿Cómo te sientes hoy? —preguntó Valeria con preocupación.
—Un poco mejor —respondió Julián, aunque su voz sonaba titubeante—. Estoy trabajando en un nuevo dibujo.
—Eso es genial, ¡no dejes que nadie te detenga! —exclamó Pedro, tratando de animarlo.
Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, Julián no podía evitar ver a Samuel en el patio de recreo. El niño estaba solo, apartado de los demás, con la cabeza agachada. En ese momento, Julián recordó lo que el maestro Carlos había dicho sobre el perdón. Con el corazón acelerado, se preguntó si sería capaz de acercarse a él y enfrentarse a sus propios miedos.
Mientras sus amigos se dispersaban para jugar, Julián tomó una respiración profunda y decidió que era el momento. Se acercó a Samuel, que no parecía darse cuenta de su presencia. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se detuvo y lo llamó.
—Samuel.
El niño levantó la mirada, sorprendido.
—¿Qué quieres, Julián? —dijo Samuel, con una mezcla de desinterés y nerviosismo.
—Quería hablar contigo sobre lo que pasó con mi cuaderno.
Samuel frunció el ceño, como si temiera que Julián fuera a reprocharle algo. Sin embargo, Julián, a pesar de su propio miedo, decidió ser directo.
—No me gusta que hayas manchado mi dibujo. Era muy importante para mí, pero… —se detuvo un momento, buscando las palabras adecuadas—. Pero no quiero guardarte rencor. Estoy trabajando en un nuevo dibujo, y creo que podría ser aún mejor.
La expresión de Samuel cambió. Se veía sorprendido y algo avergonzado. Sus ojos se llenaron de una mezcla de emociones que Julián no podía descifrar.
—No lo hice a propósito —respondió Samuel, su voz temblorosa—. Estaba tratando de abrir una bebida y se me cayó. Me siento mal por lo que pasó.
Julián sintió un pequeño alivio al escuchar que la acción de Samuel no había sido intencionada, pero aún había una parte de él que se sentía herido. Sin embargo, en ese momento, comprendió que a veces, las cosas no son lo que parecen. Decidió dar un paso más.
—Entiendo. Todos cometemos errores. Solo quería que supieras que me gustaría que pudiéramos dejar esto atrás.
Samuel asintió lentamente, y por primera vez en mucho tiempo, Julián vio una chispa de esperanza en sus ojos.
—Gracias, Julián. No sé cómo decirte lo siento, pero lo siento de verdad.
Ambos niños se quedaron en silencio por un momento, sintiendo que algo en el aire había cambiado. Julián, aunque todavía algo renuente, sintió que su rencor empezaba a desvanecerse. Era como si el perdón estuviera comenzando a florecer entre ellos.
Durante la siguiente semana, Julián y Samuel comenzaron a hablar más. En el aula, Julián se dio cuenta de que Samuel también tenía un talento especial: era un gran narrador de historias. Cada día, durante el almuerzo, Samuel contaba anécdotas de aventuras fantásticas y mundos mágicos, y Julián lo escuchaba con atención, disfrutando de cada relato. A través de estas charlas, Julián descubrió un lado de Samuel que no había visto antes. El niño que parecía difícil y problemático tenía una imaginación brillante.
Un día, mientras estaban sentados en el patio, Julián miró a su alrededor y se dio cuenta de que más compañeros se habían unido a su mesa. La atmósfera era ligera y alegre, llena de risas y camaradería.
—Oigan, ¿por qué no hacemos un proyecto juntos? —sugirió Valeria, entusiasmada—. Podríamos combinar nuestros talentos. Julián puede dibujar y Samuel puede contarnos historias.
Los ojos de Julián brillaron de emoción. La idea de colaborar con Samuel y sus amigos le parecía genial. No solo podría trabajar en su arte, sino también en algo más grande.
—¡Sí! —exclamó Julián—. Podríamos hacer un libro de cuentos ilustrado. Cada historia puede tener un dibujo que la acompañe.
Samuel sonrió, su rostro iluminado por la idea. —¡Eso suena increíble! Puedo contar la historia del dragón que tú dibujaste.
Julián sintió una calidez en su pecho. El dragón que había perdido en su cuaderno se estaba transformando en algo más grande, algo que podría traer alegría a otros.
Los días pasaron y el proyecto avanzó. Se reunían en la biblioteca de la escuela para escribir y dibujar, cada vez más inspirados. Julián y Samuel trabajaban codo a codo, creando historias llenas de aventuras y amistad. Valeria pintaba hermosos paisajes y Pedro aportaba sus ideas creativas. El cuaderno de Julián, que antes era solo un espacio personal, se llenaba de risas, creatividad y amistad.
Sin embargo, no todo fue fácil. En medio de la alegría del proyecto, Julián enfrentó un desafío interno. Había momentos en los que el miedo y la inseguridad regresaban. Sentía que el peso de lo que había pasado todavía estaba presente, y a veces dudaba de sí mismo.
Un día, después de una larga sesión de trabajo, Julián se sentó solo en el rincón de la biblioteca, sintiéndose abrumado. Mientras miraba sus dibujos, recordó el dragón que había hecho y la mancha que lo había arruinado. En ese instante, comprendió que el verdadero perdón no solo era hacia Samuel, sino también hacia sí mismo. Debía dejar ir la tristeza y el rencor para abrirse a la felicidad que lo rodeaba.
Al día siguiente, Julián decidió enfrentar sus miedos de nuevo. Se acercó a sus amigos mientras trabajaban en la historia del dragón.
—Chicos, quiero compartir algo —dijo, con una mezcla de nerviosismo y determinación—. He estado pensando en el dragón que dibujé y en todo lo que pasó. Creo que he aprendido que el perdón es un paso importante hacia la paz. Y quiero agradecerles a todos por estar a mi lado y por hacerme sentir parte de esto.
Los amigos sonrieron y asintieron. Julián sintió que la carga en su corazón se aligeraba. La aventura del dragón había trascendido la tristeza y se había convertido en una experiencia enriquecedora, que lo había llevado a entender la importancia del perdón y la amistad.
La emoción en el aire era palpable mientras Julián y sus amigos trabajaban juntos en su libro de cuentos ilustrado. Cada uno aportaba su creatividad y habilidades únicas, y el proyecto se convertía en una celebración de la amistad y el perdón. La fecha de presentación se acercaba, y la anticipación aumentaba en el aula.
El día de la gala finalmente llegó. Julián se despertó temprano, sintiendo una mezcla de nervios y emoción. Se miró en el espejo y pensó en el dragón que había dibujado, el que había sido manchado, pero que ahora era parte de algo mucho más grande. Se puso su mejor camiseta, la que tenía un dibujo de un dragón en el frente, como una forma de llevar su arte con orgullo.
Al llegar a la escuela, el ambiente estaba lleno de risas y conversaciones. Los padres, familiares y otros estudiantes ya estaban en el gimnasio, que había sido decorado con globos de colores y dibujos de los niños. Julián sintió que su corazón latía más rápido al ver el lugar tan vibrante.
Cuando llegó el momento de presentar su libro, Julián y sus amigos se alinearon frente a la multitud. Samuel, que había tomado el papel de narrador principal, sonrió y le dio una palmadita en la espalda a Julián, como si le estuviera transmitiendo confianza.
—Estamos aquí para compartir nuestra historia, que hemos creado juntos —comenzó Samuel, su voz resonando en el micrófono—. Se trata de un dragón que vive en un bosque mágico, y que aprende que la amistad y el perdón son las verdaderas fuerzas que pueden vencer cualquier obstáculo.
A medida que Samuel relataba la historia, Julián mostró sus ilustraciones al público. Sus dibujos cobraron vida en la pantalla grande que habían preparado, llenando el espacio de color y magia. Cada trazo que había hecho era un recordatorio de su viaje desde la tristeza hasta la alegría.
La historia se desarrolló, y los padres, junto con los compañeros, escuchaban atentamente, disfrutando de cada palabra. Julián sintió una gran satisfacción mientras veía a la audiencia reaccionar con risas y aplausos. Había transformado su experiencia en algo bello y positivo.
Al final de la presentación, el público estalló en aplausos, y los ojos de Julián brillaron de felicidad. No solo había compartido su arte, sino que también había aprendido el verdadero significado de la amistad y el perdón.
Una vez que la presentación terminó, Julián se sintió abrumado por la emoción. Sus amigos se acercaron a él, y Samuel le dio un fuerte abrazo.
—¡Lo hiciste increíble, Julián! —dijo Samuel, con una sonrisa radiante—. Gracias por compartir tu arte y por perdonarme.
—No lo hice solo yo. Lo hicimos juntos —respondió Julián, mirando a sus amigos—. Todos nosotros.
Los padres se acercaron para felicitar a los niños y, entre risas y abrazos, se dio cuenta de que lo más importante no era solo el libro, sino el vínculo que habían formado en el proceso. Todos habían aprendido algo valioso: el perdón y la amistad no solo traen paz, sino que también multiplican las sonrisas.
Después de la presentación, Julián se sintió más fuerte que nunca. Había aprendido a enfrentar sus miedos y había descubierto que el perdón era un regalo que se daba a uno mismo. Con el apoyo de sus amigos y la aceptación de Samuel, su mundo se había expandido.
Mientras salían de la escuela, el sol brillaba en el cielo, y Julián sonrió. Se dio cuenta de que su corazón estaba ligero y lleno de gratitud. Había superado sus temores, y aunque la mancha en su cuaderno había sido dolorosa, había dado paso a una historia mucho más hermosa.
—Oye, ¿podríamos hacer otra historia juntos? —preguntó Valeria mientras caminaban hacia la salida.
—¡Claro! —respondió Julián, entusiasmado—. Ya tengo algunas ideas.
Así, mientras el grupo se alejaba riendo y hablando de nuevas aventuras, Julián supo que había encontrado algo mucho más valioso que un simple dibujo: había encontrado la alegría de compartir su felicidad y, en el proceso, multiplicar las sonrisas de quienes lo rodeaban. El perdón, el valor y la amistad eran los verdaderos tesoros que guardaría en su corazón para siempre.
moraleja El perdón es el primer paso hacia la paz.
Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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