Felipe estaba más emocionado que nunca. El próximo partido de baloncesto sería contra la escuela vecina, Los Halcones, el equipo que había sido el rival más fuerte durante años. Para Felipe, ese partido era su oportunidad de demostrar lo mucho que había mejorado como jugador. Había pasado semanas entrenando, practicando sus tiros y trabajando en su velocidad. Se imaginaba haciendo la canasta ganadora y siendo el héroe del día. Cada vez que pensaba en el partido, un cosquilleo de emoción recorría su cuerpo.
Era un viernes por la tarde, justo después de la última práctica antes del gran partido. El entrenador Martínez, un hombre serio pero justo, llamó a los jugadores uno por uno para hablar sobre sus roles en el juego. Felipe esperaba su turno, convencido de que este sería el momento en que el entrenador le confirmaría que iba a ser parte del equipo titular. Cuando finalmente llegó su turno, se acercó con una sonrisa confiada.
—Felipe, quiero hablar contigo sobre el partido —dijo el entrenador, con un tono tranquilo.
Felipe asintió, ansioso por escuchar las palabras que había estado esperando.
—No te llevaré al partido de mañana.
Esas palabras cayeron sobre Felipe como un cubo de agua fría. Su rostro pasó de la expectación a la incredulidad en cuestión de segundos. ¿Qué quería decir con que no lo llevaría al partido? No podía ser. Había entrenado más duro que nunca. Había dado todo en las últimas semanas.
—¿Qué? —dijo Felipe, con los ojos abiertos de par en par—. ¡Pero… pero yo he estado entrenando más que nadie! ¿Cómo es posible que no me lleve? ¡Eso no es justo!
El entrenador Martínez intentó continuar hablando, pero Felipe, consumido por la rabia y la decepción, no quería escuchar más. No podía creer que lo estuvieran dejando fuera, y estaba seguro de que era una decisión injusta.
—Esto es ridículo. Si no voy a jugar, entonces no tiene sentido que siga aquí —dijo Felipe, girándose bruscamente hacia la puerta del gimnasio.
—Felipe, espera —trató de decir el entrenador, pero antes de que pudiera explicarse, Felipe ya estaba cruzando la puerta del gimnasio, sus pasos resonando con fuerza en el suelo. Sentía que el mundo entero le daba la espalda, y no iba a quedarse para escuchar más excusas.
Esa noche, Felipe llegó a casa enfadado. No podía concentrarse en nada. La conversación con el entrenador lo atormentaba una y otra vez en su cabeza. Cada vez que lo recordaba, su enojo aumentaba. No podía dejar de pensar en cómo había sido tratado de manera tan injusta. Se lanzó en su cama y, con un impulso de frustración, lanzó su balón de baloncesto al otro lado de la habitación. El balón rebotó contra la pared y cayó al suelo, pero eso no le trajo ninguna satisfacción.
Su hermana mayor, Sofía, entró en la habitación en ese momento, atraída por el ruido del balón. Al ver la expresión en el rostro de Felipe, entendió que algo no iba bien.
—¿Qué pasa, Felipe? ¿Por qué tan molesto? —preguntó Sofía, sentándose en el borde de la cama.
—El entrenador me dijo que no voy al partido de mañana —respondió Felipe, aún con los ojos llenos de ira—. No me dio ninguna razón. Simplemente decidió dejarme fuera. ¡Es tan injusto!
Sofía lo miró con calma, tratando de comprender la situación antes de hablar.
—¿Y qué más te dijo? —preguntó, inclinándose hacia él.
—¿Qué más? —repitió Felipe, con el ceño fruncido—. No lo sé. No me quedé a escuchar. Me fui antes de que terminara de hablar. No iba a quedarme para escuchar más tonterías.
Sofía suspiró y se cruzó de brazos.
—Felipe, tal vez deberías haber escuchado todo lo que tenía que decir. A veces, cuando no dejamos que las personas terminen de hablar, perdemos información importante.
—¿Información importante? ¿Cómo qué? ¿Cómo que soy malo y no sirvo para el equipo? —contestó él, todavía con la voz cargada de frustración.
—No lo sabes porque no te quedaste a escuchar —respondió Sofía con serenidad—. Tal vez el entrenador tenía una razón válida o algo más que quería explicarte. Pero como te fuiste tan rápido, te quedaste solo con una parte de la historia.
Felipe, aún enfadado, se quedó en silencio por un momento. Sabía que Sofía tenía razón, pero no quería admitirlo. Lo último que deseaba en ese momento era pensar que había cometido un error.
—De todos modos, no me importa —dijo finalmente, mirando al techo.
Sofía no insistió más. Le dio una palmadita en el hombro y se levantó para salir de la habitación.
—Tal vez deberías hablar con el entrenador mañana, antes del partido. Podrías aclarar las cosas. No pierdes nada intentándolo.
Cuando se quedó solo, Felipe se hundió en sus pensamientos. Aún se sentía traicionado por la decisión del entrenador, pero la idea de que tal vez había malinterpretado la situación comenzó a rondar su mente. No le gustaba la idea de haber actuado sin escuchar por completo, pero su orgullo seguía empujándolo a no dar el brazo a torcer.
A la mañana siguiente, Felipe se despertó temprano. El partido contra Los Halcones sería en unas horas, y aunque seguía molesto, había algo en su interior que le decía que debía intentar hablar con el entrenador. Sin embargo, el miedo a lo que pudiera escuchar lo detuvo por un momento.
A medida que se acercaba la hora del partido, la emoción en el aire era palpable. Los compañeros de equipo de Felipe se preparaban para el juego, todos llenos de energía y entusiasmo. Sin embargo, él se sentía atrapado entre el deseo de jugar y el rencor que lo consumía.
Decidido a aclarar las cosas, Felipe finalmente se dirigió al gimnasio. Al entrar, vio al entrenador Martínez hablando con algunos de los otros chicos. Su corazón latía con fuerza, y por un instante se sintió dudoso. Sin embargo, recordó las palabras de su hermana y reunió el valor para acercarse.
—¿Puedo hablar contigo un momento, entrenador? —preguntó Felipe, con un tono más suave.
El entrenador lo miró y asintió.
—Claro, Felipe. ¿Qué necesitas?
—Quería disculparme por mi reacción de ayer. No escuché lo que estabas tratando de decirme y me siento mal por eso —admitió Felipe, mirando a los ojos del entrenador—. ¿Podrías ayudarme a entender mejor lo que querías decir?
El señor Martínez sonrió, satisfecho de ver que Felipe estaba dispuesto a escuchar.
—Por supuesto. Te dije que no jugarías porque quiero que trabajes en tu comunicación en la cancha. Pero eso no significa que no valore tu talento. Quiero ayudarte a ser un mejor jugador y un buen compañero para el equipo. Escuchar a los demás y aprender de ellos es clave para eso.
Felipe asintió, sintiendo un gran alivio. Se dio cuenta de que, al escuchar al entrenador, no solo había demostrado madurez, sino que también había comenzado a sanar la relación que había puesto en riesgo.
El partido había comenzado con un intenso juego de ambos equipos. Los Halcones eran conocidos por su habilidad y trabajo en equipo, y Felipe sabía que debía dar lo mejor de sí para ayudar a su equipo. Al principio, observó desde el banquillo cómo sus compañeros luchaban, sintiéndose ansioso por entrar en acción.
Mientras tanto, el entrenador Martínez animaba a los jugadores, dándoles consejos sobre cómo mejorar su estrategia. Felipe escuchaba atentamente, absorbiendo cada palabra. Comprendió que el baloncesto no solo se trataba de marcar puntos, sino de entender el juego en su totalidad.
En la primera mitad del partido, el marcador estaba empatado, y la tensión en la cancha era palpable. El entrenador Martínez pidió un tiempo muerto para hablar con el equipo. Todos se reunieron alrededor de él, y Felipe se sintió afortunado de poder escuchar de nuevo.
—Estamos jugando bien, pero necesitamos comunicarnos más —dijo el entrenador—. Felipe, cuando estés en la cancha, asegúrate de hablar con tus compañeros y hacerles saber tus intenciones.
Felipe asintió, sintiendo que tenía una nueva misión. Cuando finalmente fue llamado para entrar en la cancha, se sintió nervioso, pero también emocionado. Sabía que podía contribuir de una manera diferente. Mientras corría hacia la cancha, se escuchaban los vítores de los aficionados que habían venido a apoyar a su equipo.
Al entrar, se dio cuenta de que debía enfocarse en lo que había aprendido la noche anterior. No solo debía esperar su oportunidad para anotar, sino que también debía ser un líder en la cancha. Así que, cuando recibió el balón por primera vez, en lugar de buscar la canasta inmediatamente, se detuvo y miró a su alrededor.
—¡Pásame el balón! —gritó a su compañero, Marco, quien se encontraba desmarcado en la esquina.
Marco, sorprendido pero emocionado por la confianza de Felipe, le pasó el balón. Felipe se dio cuenta de que esa pequeña acción no solo ayudó a su equipo, sino que también fortaleció la conexión entre ellos. Marco lanzó un tiro que, desafortunadamente, no entró. Pero Felipe se sintió orgulloso de haber tomado la decisión correcta.
A medida que avanzaba el juego, Felipe se centró en escuchar a sus compañeros. Un par de veces se encontró en situaciones complicadas, pero, en lugar de precipitarse, se detuvo a evaluar sus opciones. Escuchó las llamadas de su equipo y se movió en función de eso.
Sin embargo, en un momento crítico, Felipe se sintió tentado a tomar el control del juego. Había recibido el balón y estaba a punto de lanzar un tiro a larga distancia cuando escuchó a su compañero Lucas gritar.
—¡Felipe, aquí! ¡Yo estoy abierto!
Se dio cuenta de que Lucas estaba en una mejor posición para anotar. En un instante, recordó las palabras del entrenador sobre la importancia de la comunicación y la colaboración. Así que, en lugar de lanzar, pasó el balón a Lucas. Este, aprovechando la oportunidad, hizo un tiro limpio y anotó.
El equipo estalló en aplausos y gritos de alegría. Felipe sonrió, sintiendo que había hecho lo correcto. Sabía que el éxito del equipo dependía de todos, no solo de uno.
A medida que el tiempo avanzaba, la tensión aumentaba. Quedaban solo unos minutos y el marcador seguía muy parejo. Los Halcones estaban listos para atacar, y la defensa del equipo de Felipe estaba a punto de ser puesta a prueba. Felipe sintió que cada segundo contaba, y la emoción lo llevó a estar más atento que nunca.
Finalmente, los Halcones hicieron una jugada rápida, y uno de sus jugadores, un chico alto llamado Javier, estaba a punto de lanzar desde la línea de tres puntos. Felipe recordó que, en los entrenamientos, el entrenador les había enseñado a defender juntos. En lugar de quedarse quieto, decidió que tenía que actuar.
—¡Cúbrelo! —gritó a Marco, quien estaba cerca de Javier.
Marco se dio cuenta del movimiento de Felipe y rápidamente se unió a la defensa. Felipe y Marco presionaron a Javier, quien lanzó el balón. Felipe cerró los ojos por un momento, esperando escuchar el sonido de la canasta. En lugar de eso, escuchó un fuerte clank; el balón rebotó en el aro y cayó en el suelo.
La multitud se quedó en silencio por un instante, antes de que el equipo de Felipe recuperara el balón y se preparara para contraatacar. En ese momento, Felipe sintió que había superado un obstáculo. Había aprendido a trabajar en equipo, a escuchar a sus compañeros y a no dejar que su orgullo lo guiara.
A medida que avanzaba el partido, las emociones de Felipe se intensificaron. Cada vez que pasaba el balón, cada vez que daba un buen consejo, cada vez que gritaba a sus compañeros para que se movieran, sentía que había logrado algo más grande que simplemente jugar al baloncesto.
El juego continuó en una montaña rusa de emociones, y Felipe estaba decidido a no rendirse. Sabía que su equipo dependía de él, y él de su equipo. Sin embargo, el marcador seguía muy cerrado y los nervios comenzaron a apoderarse de él. ¿Sería suficiente? ¿Lograrían ganar?
Cuando el reloj marcaba los últimos segundos del partido, la tensión era casi insoportable. El entrenador Martínez gritaba instrucciones desde la línea de banda, pero Felipe se concentró en lo que realmente importaba: escuchar y ser parte del equipo. La lección de la noche anterior resonaba en su mente.
Finalmente, se dio cuenta de que todo dependía de cómo se manejaran juntos en esos momentos finales. Si quería ganar, tendría que dejar a un lado sus propias ambiciones y enfocarse en el trabajo en equipo. La victoria no sería solo suya, sino de todos.
El tiempo en el marcador estaba a punto de agotarse. Solo quedaban 10 segundos, y el equipo de Felipe tenía una última oportunidad de ganar. La pelota estaba en manos de Marco, y todos en el gimnasio contenían la respiración. El entrenador Martínez había dibujado una última jugada en el tiempo muerto, pero todo dependería de que los jugadores pudieran ejecutar el plan a la perfección.
Felipe, sudando por la tensión y el cansancio, se colocó en su posición asignada, recordando las palabras del entrenador: “No importa quién haga la última canasta, lo importante es que el equipo trabaje unido.” Aunque su corazón latía con fuerza y una parte de él deseaba ser el héroe que anotara el punto final, había aprendido a dejar de lado su ego por el bien del equipo.
Marco avanzó con el balón, driblando hacia el centro de la cancha, mientras los defensores de Los Halcones lo acosaban. Felipe vio cómo sus compañeros se movían de acuerdo con la estrategia. Todo estaba yendo según el plan, pero de repente, Marco tropezó y perdió el control del balón.
El público soltó un suspiro de preocupación. Los Halcones saltaron sobre el balón como depredadores, y en un abrir y cerrar de ojos, uno de los jugadores contrarios, Javier, comenzó a correr hacia el otro extremo de la cancha. Los Halcones estaban a punto de robarse el partido con una última canasta.
Felipe reaccionó instintivamente. Corrió más rápido de lo que jamás había corrido, alcanzando a Javier justo cuando este estaba a punto de saltar para hacer una bandeja fácil. Con un último esfuerzo, Felipe se interpuso en su camino y bloqueó el tiro de forma limpia, haciendo que el balón rebotara con fuerza hacia el suelo. El gimnasio entero se llenó de gritos y aplausos por la increíble defensa de Felipe.
El balón rebotó hacia Marco, quien se recuperó rápidamente y, con solo cinco segundos en el reloj, hizo un pase largo hacia Felipe, que estaba libre en la mitad de la cancha. Felipe no dudó. Con el sonido del reloj de fondo, se alineó para lanzar un tiro de tres puntos justo antes de que el tiempo expirara.
El balón voló por el aire, y durante un segundo que pareció eterno, todo el mundo en el gimnasio observó su trayectoria. Cuando el balón finalmente cayó en la canasta con un suave swish, el gimnasio explotó en gritos de alegría. ¡Habían ganado! Felipe había hecho el tiro ganador, pero lo más importante, lo había logrado porque había trabajado en equipo y escuchado las enseñanzas del entrenador.
Los compañeros de equipo de Felipe corrieron hacia él, abrazándolo y celebrando la victoria. Pero en medio de la euforia, Felipe no pudo evitar pensar en el entrenador Martínez y en lo que le había dicho aquel día en el gimnasio. Ahora comprendía completamente por qué el entrenador lo había dejado fuera del partido anterior. No se trataba de castigos ni de injusticias, sino de enseñarle algo más valioso: a escuchar, a ser humilde y a confiar en sus compañeros.
Después del partido, mientras el equipo aún celebraba en los vestuarios, Felipe se acercó al entrenador Martínez. Se sentía nervioso, pero sabía que debía hablar con él.
—Entrenador —dijo Felipe, con la voz un poco tímida—, siento haberme ido aquella vez sin escucharte. Estaba muy enojado y no pensé bien en lo que hacía. Ahora entiendo lo que querías enseñarme, y gracias por eso.
El entrenador Martínez lo miró con una sonrisa tranquila, aquella que solo mostraba cuando estaba realmente satisfecho.
—Sabía que lo entenderías, Felipe —respondió el entrenador, dándole una palmada en el hombro—. A veces, para aprender algo importante, necesitamos tiempo. Pero hoy has demostrado que no solo eres un buen jugador, sino un verdadero líder en el equipo. Y eso es mucho más valioso que cualquier tiro ganador.
Felipe asintió, agradecido. Se dio cuenta de que aquel partido no solo había sido una victoria para el equipo, sino también una victoria personal para él. Había aprendido a escuchar antes de hablar, a trabajar en equipo, y que el respeto y la confianza se ganan con acciones, no solo con palabras o deseos.
Esa noche, cuando llegó a casa, su hermana Sofía estaba esperándolo con una sonrisa en el rostro. Había oído hablar del partido y del tiro ganador de Felipe.
—¡Lo hiciste! —exclamó emocionada.
—Sí, lo hice —respondió Felipe con una sonrisa—, pero no lo hice solo. Todo el equipo lo hizo.
Sofía lo miró con orgullo, viendo cómo su hermano menor había crecido en más de un sentido durante los últimos días.
—Me alegra que hayas aprendido la lección —dijo ella, dándole un abrazo—. A veces, lo más importante es escuchar a los demás, incluso cuando no estamos de acuerdo. Nunca sabes qué puedes aprender si te tomas el tiempo para escuchar.
Felipe asintió, sintiendo que, aunque había ganado el partido, lo más valioso que se llevaba era esa lección de vida. Sabía que, en adelante, sería más consciente de escuchar antes de actuar, tanto en la cancha como fuera de ella.
Y esa noche, cuando finalmente se acostó a dormir, Felipe no solo se sintió satisfecho por la victoria, sino también por el crecimiento personal que había experimentado. Sabía que este era solo el comienzo de algo mucho más grande en su vida.
moraleja Aprende a escuchar antes de hablar.
Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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