En la escuela primaria San José, la emoción estaba en el aire. La semana del reciclaje había llegado, y todos los estudiantes estaban ansiosos por participar en el concurso inter clases que se llevaría a cabo el viernes. La competencia era entre los estudiantes de quinto y séptimo grado. Para los más pequeños, este concurso representaba una oportunidad de mostrar su creatividad e ingenio, mientras que para los más grandes era una manera de demostrar su fuerza y superioridad.
La profesora Marta, una mujer apasionada por el medio ambiente, había sido la encargada de organizar el evento. Convocó a todos los estudiantes de quinto grado a una reunión en el aula para discutir los detalles del concurso.
—¡Chicos, escuchen! —comenzó la profesora con una sonrisa—. Este año, el concurso de reciclaje no solo se tratará de recolectar materiales reciclables. Tendrán que pensar en la mejor manera de reutilizarlos y crear algo innovador. ¡La creatividad y la astucia serán clave!
Los estudiantes de quinto grado se miraron entre sí, algunos con dudas y otros con entusiasmo. Entre ellos estaba Diego, un niño de cabello rizado y sonrisa brillante, conocido por su ingenio. Junto a él estaban Clara, su mejor amiga, una apasionada del arte, y Simón, un pequeño inventor que siempre llevaba consigo su cuaderno de ideas.
—¡Esto es genial! —exclamó Diego—. Si logramos pensar en algo realmente creativo, podríamos sorprender a los de séptimo grado.
—Pero ellos son más grandes y tienen más experiencia —dijo Clara, frunciendo el ceño—. No será fácil competir contra ellos.
Simón, que había estado escuchando atentamente, levantó la mano y dijo:
—No siempre la fuerza gana. A veces, la astucia puede ser más poderosa. ¿Y si hacemos algo que ellos no esperan?
Los demás se miraron intrigados. Era cierto, los séptimos grado eran conocidos por su fuerza y competitividad, pero también eran un poco predecibles en su enfoque.
—¡Sí! —respondió Diego, entusiasmado—. Podemos hacer un proyecto que no solo sea llamativo, sino también funcional. ¿Qué les parece si creamos un dispositivo que ayude a recolectar basura en el parque?
Clara aplaudió la idea.
—¡Eso suena increíble! Pero necesitaríamos materiales que podamos reciclar y un buen plan.
Así fue como los tres amigos decidieron reunirse en la casa de Diego esa misma tarde. Con un gran entusiasmo, comenzaron a buscar materiales en sus casas. Clara llevó botellas de plástico vacías, Diego trajo cartones y Simón llevó piezas de metal que había encontrado en su garaje.
Cuando se juntaron, llenaron la mesa de Diego con todos los materiales y comenzaron a discutir su proyecto.
—Primero, necesitamos un diseño —dijo Simón, abriendo su cuaderno—. Podría ser algo como un carro que recolecte la basura. Y podríamos usar las botellas de plástico como ruedas.
—¡Eso es! —respondió Clara—. Y el cartón puede ser la estructura del carro.
—Pero ¿cómo lo haremos funcionar? —preguntó Diego, rascándose la cabeza—. No queremos solo un carro que se vea bien; necesitamos que funcione realmente.
Simón pensó por un momento y luego sonrió.
—Podemos usar una cuerda y un sistema de poleas. Si alguien tira de la cuerda, el carro se moverá. Será como un juego para los niños más pequeños.
La idea les encantó. Los tres amigos comenzaron a trabajar en su diseño, midiendo y cortando los materiales con cuidado. Mientras trabajaban, la emoción crecía en ellos. No solo estaban creando algo para el concurso, sino también aprendiendo a colaborar y apoyarse mutuamente.
Sin embargo, el día del concurso se acercaba rápidamente. En la escuela, los de séptimo grado ya tenían su proyecto: una enorme escultura hecha completamente de botellas recicladas, que era impactante y colorida. Los más grandes estaban seguros de su victoria y hacían alarde de su obra por los pasillos.
—Mira eso —dijo Clara, con un suspiro—. No sé si podremos competir con algo así.
Diego se acercó a su amiga y le puso una mano en el hombro.
—Recuerda lo que dijimos. No se trata de la apariencia; se trata de la astucia.
A medida que se acercaba el día del concurso, los nervios comenzaron a apoderarse de los estudiantes de quinto grado. Se preguntaban si su idea era lo suficientemente buena para impresionar al jurado. Clara, Diego y Simón pasaban sus tardes trabajando en su carro recolector y probando diferentes diseños, pero siempre había esa pequeña duda en el fondo de sus corazones.
Finalmente, llegó el día del concurso. El gimnasio de la escuela estaba decorado con carteles coloridos sobre la importancia del reciclaje, y estudiantes de todas las edades se agrupaban para ver la competencia. Los de séptimo grado estaban seguros de su victoria, mientras que los de quinto grado se sentían un poco nerviosos, pero emocionados al mismo tiempo.
La profesora Marta se subió al escenario y, con voz entusiasta, dio la bienvenida a todos.
—Hoy estamos aquí para celebrar la creatividad y el ingenio de nuestros estudiantes. El concurso de reciclaje no solo trata de recolectar materiales, sino de aprender a reutilizarlos de maneras innovadoras. ¡Comencemos!
Diego, Clara y Simón se prepararon, listos para presentar su proyecto. Con el corazón latiendo rápidamente, dieron un paso adelante, llevando su carro recolector. La mirada del público se centró en ellos, y el silencio llenó la sala mientras comenzaban a explicar su idea.
—Hola a todos, somos de quinto grado —dijo Diego, tratando de sonar seguro—. Hoy les presentamos nuestro carro recolector de basura. Este carro está hecho de materiales reciclados, y su objetivo es ayudar a recolectar desechos en el parque de nuestra comunidad.
Clara continuó:
—A través de un sistema de poleas, los niños más pequeños pueden jugar mientras ayudan a recoger basura. Así, aprenderán sobre la importancia del reciclaje y se divertirán al mismo tiempo.
Simón se unió a la presentación, señalando las características del carro.
—Y además, es fácil de usar. Solo tienen que tirar de la cuerda, y el carro se moverá, recogiendo todo lo que encuentre en su camino.
El público comenzó a murmurar, impresionado por la creatividad de los pequeños. Pero lo más importante fue que no solo presentaron un proyecto; presentaron una idea que incentivaba la colaboración y el aprendizaje.
Cuando terminaron, Diego, Clara y Simón sintieron un gran alivio. Habían puesto su corazón en su proyecto y, sin importar el resultado, sabían que habían dado lo mejor de sí mismos.
Sin embargo, la competencia no había terminado. Los de séptimo grado se prepararon para presentar su impresionante escultura, seguros de que ganarían. Con su gran obra de arte brillando en el escenario, todos los ojos estaban puestos en ellos.
El concurso se desarrolló, y la tensión aumentaba en el aire. Los de séptimo grado, con su gran fuerza y presencia, parecían tener la ventaja. Pero el ingenio y la astucia de los de quinto grado estaban a punto de brillar, y el jurado no podía dejar de admirar el enfoque único de los más pequeños.
A medida que el concurso avanzaba, el ambiente en el gimnasio se tornaba cada vez más animado. Los estudiantes y maestros aplaudían y animaban a sus compañeros, creando un ambiente de camaradería y emoción. Después de que los de séptimo grado presentaron su escultura, la profesora Marta invitó a todos los participantes a compartir sus proyectos.
Primero, los estudiantes de sexto grado mostraron su obra: un jardín vertical hecho con botellas de plástico recicladas. El jurado se mostró interesado y los aplaudió por su creatividad. Luego, fue el turno de los de quinto grado. A medida que Diego, Clara y Simón empezaron a preparar su carro recolector, sentían una mezcla de nervios y emoción. Este era el momento en que podrían demostrar que la astucia podía superar a la fuerza.
—Recuerden lo que dijimos —susurró Simón mientras preparaban todo—. Lo más importante es que se diviertan y hagan lo mejor que puedan.
Diego asintió, recordando las largas horas que pasaron construyendo y perfeccionando su proyecto. La risa y el trabajo en equipo habían hecho que este proceso fuera especial para ellos, más allá de ganar o perder. Clara, al ver la mirada decidida de sus amigos, sonrió con confianza.
Cuando se acercaron al frente, Clara tomó la delantera. Con entusiasmo, comenzó a explicar el funcionamiento del carro.
—Hola a todos, somos Diego, Clara y Simón, y hoy les queremos presentar nuestro carro recolector de basura. Creemos que la mejor manera de cuidar nuestro planeta es empezar desde la comunidad, y este carro ayudará a los más pequeños a entender la importancia de cuidar el medio ambiente.
El público escuchaba atentamente, y algunos maestros sonreían al ver la pasión en los ojos de los niños. Diego se unió a Clara y, con una sonrisa, continuó explicando:
—Este carro está diseñado para que los niños se diviertan mientras ayudan a recoger basura en el parque. Cuando tiran de la cuerda, el carro se mueve hacia adelante y recoge todos los desechos que encuentre.
Simón, entusiasmado, añadió:
—Además, hemos incluido algunas instrucciones en el carro para que los niños puedan aprender sobre reciclaje mientras juegan. Por ejemplo, hay espacio para botellas, latas y papel, ¡todo lo que se puede reciclar!
Una ola de aplausos estalló entre los asistentes, y Diego, Clara y Simón sintieron una oleada de alivio y orgullo. Aquel momento se sentía especial, pero había algo más que les preocupaba. Sabían que la competencia con los de séptimo grado iba a ser dura, y los nervios empezaron a crecer nuevamente.
Al finalizar su presentación, la profesora Marta hizo una pausa para que el jurado deliberara. Mientras tanto, el ruido en el gimnasio se intensificó, y los estudiantes comenzaron a discutir sobre los diferentes proyectos.
Los de séptimo grado estaban claramente satisfechos con su escultura. En un rincón, un grupo de estudiantes más grandes se reía y presumía de su obra.
—¿Creen que los de quinto grado pueden competir con nosotros? —preguntó una de las chicas del séptimo grado, riendo con desprecio.
—No hay manera —respondió otro chico—. Miren eso. ¡Es una obra de arte!
Diego escuchó sus comentarios, y aunque sintió que su corazón se hundía un poco, decidió no dejarse afectar. Recordó lo que Simón había dicho antes: la astucia a menudo supera la fuerza. Era hora de demostrarlo.
Mientras el jurado se preparaba para anunciar a los ganadores, Clara, Diego y Simón se reunieron en un rincón.
—No importa lo que pase —dijo Clara, sonriendo—. Estoy muy orgullosa de lo que hemos hecho juntos.
—Yo también —respondió Diego—. Y si ganamos, genial. Pero si no, hemos aprendido mucho.
—Exacto —agregó Simón—. Hemos creado algo que puede ayudar a nuestra comunidad. ¡Eso ya es un gran logro!
Los tres amigos compartieron una risa y se sintieron más tranquilos. Habían trabajado duro, y eso era lo que realmente importaba.
Finalmente, la profesora Marta regresó al escenario con el jurado, y el gimnasio se llenó de un silencio expectante. Todos los ojos estaban fijos en el escenario mientras ella comenzaba a hablar.
—Quiero agradecer a todos los participantes por su increíble creatividad y esfuerzo en este concurso. Cada proyecto que hemos visto hoy demuestra el compromiso de nuestros estudiantes con el medio ambiente y el reciclaje.
Los estudiantes aplaudieron, y Diego sintió una oleada de orgullo. Sabía que, independientemente del resultado, su esfuerzo había sido reconocido.
La profesora Marta continuó:
—Ahora, después de una cuidadosa deliberación, el jurado ha decidido los ganadores. Este año, el primer lugar se lo lleva… ¡el proyecto del carro recolector de basura de quinto grado!
Un grito de sorpresa y alegría estalló entre los amigos. Clara, Diego y Simón se miraron con incredulidad. Habían ganado, ¡habían superado a los de séptimo grado!
La profesora Marta continuó:
—El jurado valoró no solo la creatividad del proyecto, sino también su funcionalidad y la manera en que promueve la colaboración y el aprendizaje entre los niños.
Diego y sus amigos no podían creerlo. Se abrazaron y saltaron de alegría mientras sus compañeros aplaudían. La emoción era palpable en el gimnasio. Aunque los de séptimo grado tenían una obra impresionante, el ingenio y la astucia de los de quinto habían triunfado.
A medida que subían al escenario para recibir su premio, Diego miró a los estudiantes más grandes. Algunos parecían sorprendidos, otros decepcionados, pero había un grupo que los aplaudía genuinamente. Diego sintió que, al final, todos habían ganado, porque el verdadero objetivo de la competencia era fomentar el amor por el reciclaje y el cuidado del planeta.
Cuando la profesora Marta les entregó el trofeo, Diego tomó la palabra.
—Gracias a todos. Queremos dedicar este premio a todos los que trabajan por un mundo mejor, y recordarles que, a veces, la astucia puede ser más poderosa que la fuerza. ¡Sigamos cuidando nuestro planeta!
El público estalló en aplausos, y Diego, Clara y Simón se sintieron más unidos que nunca. Habían demostrado que, con trabajo en equipo y creatividad, se pueden superar los obstáculos y lograr grandes cosas.
Mientras los aplausos resonaban en el gimnasio, Clara, Diego y Simón bajaron del escenario, todavía llenos de alegría y emoción. Habían trabajado arduamente y habían aprendido que la colaboración y el ingenio podían superar cualquier obstáculo.
—No puedo creer que hayamos ganado —dijo Simón, con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Fue increíble!
Clara asintió, con sus ojos brillando de felicidad. Pero en medio de la celebración, un sentimiento de empatía también comenzó a surgir en ella. Miró hacia el grupo de estudiantes de séptimo grado, que se veían un poco desanimados. Aunque ellos habían competido con un proyecto impresionante, el hecho de que no ganaran podía ser doloroso.
—Oigan, ¿qué les parece si los invitamos a colaborar con nosotros en el próximo proyecto de reciclaje? —sugirió Clara de repente.
Diego y Simón la miraron sorprendidos, pero pronto comenzaron a sonreír. La idea de trabajar juntos en lugar de competir les pareció genial.
—¡Eso suena bien! —dijo Diego—. Así todos podemos aprender y hacer algo increíble para el medio ambiente.
Simón asintió y agregó:
—Además, podríamos combinar nuestras ideas. ¡Imaginen lo que podríamos lograr!
Los tres se acercaron al grupo de séptimo grado, quienes todavía parecían un poco abatidos. Clara dio el primer paso.
—Hola, chicos. Felicitaciones por su escultura, fue impresionante —dijo con sinceridad—. Nos preguntábamos si estarían interesados en trabajar con nosotros en un nuevo proyecto de reciclaje.
Los estudiantes de séptimo grado se miraron entre sí, sorprendidos por la propuesta.
—¿De verdad? —preguntó uno de ellos, un chico llamado Luis—. Eso sería genial. Me gustaría aprender más sobre su carro recolector.
—¡Claro! Juntos podemos hacer algo aún más grande —respondió Diego, con entusiasmo.
Poco a poco, la atmósfera comenzó a cambiar. Los de séptimo grado comenzaron a sonreír y a acercarse al grupo de quinto grado. Se inició una conversación animada sobre cómo podrían combinar sus ideas y cómo podían involucrar a otros compañeros de clase en el nuevo proyecto.
Mientras tanto, la profesora Marta observaba desde el costado del escenario, satisfecha al ver cómo los estudiantes se unían en lugar de separarse. Sabía que, más allá de la competencia, el verdadero espíritu del concurso era fomentar la creatividad y el trabajo en equipo. Ella se acercó a los estudiantes con una sonrisa.
—Me alegra ver cómo se están uniendo. ¡Eso es lo que realmente importa! —dijo.
Ambos grupos comenzaron a planificar su nuevo proyecto. La idea de trabajar juntos dio lugar a una lluvia de ideas llena de entusiasmo. Decidieron crear una campaña de reciclaje en la escuela, donde no solo recogerían materiales reciclables, sino que también educarían a otros estudiantes sobre la importancia de cuidar el medio ambiente.
Los estudiantes se dividieron en equipos, cada uno encargado de un aspecto del proyecto: diseño de carteles, creación de un video educativo y la construcción de un nuevo carro recolector más grande que pudiera hacer el trabajo en toda la escuela.
A medida que pasaban los días, la colaboración entre los estudiantes de quinto y séptimo grado floreció. Comenzaron a conocer las habilidades de cada uno, y la relación se hizo más sólida. Los de séptimo grado compartieron su experiencia en el diseño, mientras que los de quinto grado aportaron ideas innovadoras. La astucia de los más pequeños y la experiencia de los más grandes se unieron para formar un equipo formidable.
Finalmente, el día del lanzamiento de la campaña de reciclaje llegó. Los estudiantes decoraron el gimnasio con coloridos carteles que llamaban a todos a unirse a la causa. Había globos, risas y una energía palpable en el aire. Clara, Diego y Simón estaban emocionados de ver cómo su idea había cobrado vida.
—Esto es increíble —dijo Simón, mirando a su alrededor—. Nunca pensé que podríamos hacer algo así.
—Sí, y todo comenzó con la idea de un concurso —respondió Clara, sonriendo—. ¡La astucia realmente ha superado a la fuerza!
Los estudiantes presentaron su campaña a toda la escuela, y el mensaje de que la bondad y la colaboración eran más poderosas que la competencia resonó entre todos. Al final del día, los estudiantes habían recolectado una gran cantidad de materiales reciclables, y se comprometieron a seguir trabajando juntos para cuidar el planeta.
La profesora Marta se acercó al grupo al final de la jornada.
—Estoy muy orgullosa de ustedes —dijo—. Han demostrado que, a través de la empatía y la colaboración, se pueden lograr grandes cosas. ¡Sigamos construyendo puentes entre todos!
Diego, Clara y Simón sonrieron, sabiendo que no solo habían ganado un concurso, sino que también habían creado amistades y un impacto positivo en su comunidad.
El tiempo pasó, y la campaña de reciclaje se convirtió en un proyecto anual en la escuela, donde los estudiantes de diferentes grados se unían para cuidar el medio ambiente. Las enseñanzas de aquel concurso se grabaron en sus corazones, y comprendieron que la astucia y la bondad podían abrir muchas puertas.
Con cada nuevo proyecto, los estudiantes aprendieron no solo sobre reciclaje, sino también sobre la importancia de trabajar juntos y apoyar a los demás. Y así, la historia de cómo la astucia superó a la fuerza se convirtió en un legado que continuó inspirando a generaciones futuras.
moraleja La astucia a menudo supera la fuerza.
Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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