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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 333.

Guayaquil Bajo Asedio – La Trampa de Las Peñas.

La luna apenas iluminaba las sinuosas calles de Las Peñas. Las antiguas construcciones

coloniales se alzaban en silencio, como testigos inmutables de lo que estaba por desatarse.

El equipo de Tiranus y Julián, junto con los tres escuadrones de Oricalco, se movía con

precisión táctica, desplegándose por la zona. Sabían que las entradas a los túneles estaban

custodiadas, pero no esperaban encontrar algo tan calculado como lo que ahora los

esperaba.

Tiranus, acostumbrado al olor de la guerra, hizo una pausa repentina. Su olfato captó algo

más allá del metal de las armas y la sangre fría de los vampiros separatistas. Era un olor

que conocía demasiado bien: el frío amargo de la magia criogénica. El tipo de magia que

transforma un campo de batalla en un infierno helado. Su experiencia como líder de

manada lo había preparado para esto, pero sabía que estaban entrando en territorio

peligroso.

—Tenemos una emboscada —gruñó Tiranus, con una mirada rápida a Julián—. No es una

simple patrulla. Están esperando que nos acerquemos.

Julián asintió en silencio, su mano ya sobre su Biblia. No había pánico en él, solo

concentración. Sabía que su papel en esta misión era clave, no solo por su fe, sino por su

capacidad para dar apoyo en el momento justo. Tatiana y María, desde el centro de

operaciones, intentaban guiar a los equipos, pero las interferencias mágicas complicaban

las comunicaciones. Todo debía ser rápido y preciso.

—Vamos a dividirnos —ordenó Tiranus, utilizando gestos rápidos—. Oricalco, cubran los

flancos. No sabemos cuántos nos esperan, pero mantened los ojos abiertos.

Los escuadrones de Oricalco, entrenados para este tipo de operaciones, se dispersaron

con rapidez, tomando posiciones estratégicas alrededor de la entrada del túnel. Tiranus y

Julián avanzaban por el centro, mientras los escuadrones de Oricalco formaban un

perímetro defensivo, sus rifles preparados, cargados con balas mixtas de mercurio y plata.

De repente, el sonido metálico de disparos resonó en la distancia. Vampiros separatistas

armados con rifles automáticos surgieron de las sombras, disparando con precisión hacia

los escuadrones de Oricalco. Las balas impactaron contra las paredes y el suelo, haciendo

saltar escombros mientras el equipo respondía con fuego concentrado.

Tiranus, sabiendo que la emboscada estaba en marcha, inhaló profundamente. Sus

sentidos de licántropo detectaron algo más que vampiros: el aire estaba cargado de energía

mágica.

—Magos criogénicos. No es solo una emboscada, quieren inmovilizarnos —gruñó,

ajustando su enfoque. Sabía que los separatistas no eran la verdadera amenaza; los

magos criogénicos que controlaban el hielo serían los que intentarían frenarlos.

En ese momento, una lluvia de cuchillas de hielo cayó desde los tejados. Las hojas

afiladas volaban a una velocidad letal, cortando el aire mientras descendían sobre los

escuadrones de Oricalco.

—¡Cúbranse! —gritó Tiranus mientras rodaba hacia una esquina, esquivando una cuchilla

que pasó a centímetros de su cabeza.

Julián, consciente del peligro, se movió con rapidez detrás de un muro de piedra cercano,

recitando un verso bíblico bajo su aliento: “El Señor es mi roca, mi fortaleza y mi salvador.”

Una barrera de energía sagrada se levantó justo a tiempo para desviar una cuchilla que se

dirigía directamente hacia él. El escudo brillaba lo suficiente como para proteger a dos

soldados cercanos, pero no podía abarcar más.

—No podemos quedarnos a la defensiva. Necesitamos eliminarlos, o nos van a arrinconar

—murmuró Julián, lanzando una mirada hacia Tiranus, que ya había comenzado a

prepararse para atacar.

Tiranus miró hacia arriba. Los magos criogénicos estaban usando las posiciones

elevadas para lanzar sus hechizos, creando tormentas de granizo que afilaban las gotas

de hielo en proyectiles mortales. Con un gesto rápido, convocó sus llamas. El calor envolvió

sus manos mientras su piroquinesis se activaba, pero sabía que la tormenta era

demasiado grande para simplemente quemarla de frente.

—¡Oricalco, fuego de cobertura a los tejados! —ordenó Tiranus, alzando la voz por encima

del caos.

Los soldados de Oricalco respondieron de inmediato, sus rifles apuntando hacia las

posiciones de los magos criogénicos. Las balas mixtas volaron en un arco ascendente,

impactando en los muros y ventanas de los edificios donde los hechiceros se ocultaban.

Uno de los magos cayó, pero la tormenta de cuchillas continuaba.

—Necesitamos deshacernos de ellos ya, o no podremos avanzar —dijo Tiranus, sintiendo

el poder de las llamas incrementarse en sus manos.

Mientras tanto, Tatiana y María seguían brindando apoyo desde el centro de operaciones.

Aunque las interferencias mágicas bloqueaban parcialmente la comunicación, María logró

detectar una breve señal de los túneles.

—Tiranus, hay movimiento en el túnel oeste —informó Tatiana por el canal, su voz

mezclada con estática—. Están usando el hielo como distracción para mover algo más

grande. Ragnarok está manipulando la situación.

—¡Eso lo explica todo! —rugió Tiranus, desatando un torrente de fuego hacia los tejados.

Sus llamas envolvieron la tormenta de granizo, creando un vapor espeso mientras el hielo

se derretía al contacto. Los magos criogénicos intentaban reagruparse, pero el fuego de

Tiranus era implacable. Las balas de Oricalco encontraban sus marcas, derribando a los

separatistas restantes que aún intentaban atacar desde las sombras.

Aprovechando el momento, Julián levantó su Biblia una vez más.

—”Entonces Jesús les habló diciendo: ‘Yo soy la luz del mundo.'” —Con este rezo, un rayo

de energía divina salió disparado de sus manos, impactando a uno de los magos

restantes. El hechicero gritó cuando la luz lo envolvió, su magia de hielo desintegrándose

mientras caía al suelo.

—¡Avancen! —gritó Tiranus, sus ojos brillando con furia mientras el calor de sus llamas

seguía aumentando.

Los escuadrones de Oricalco se reagruparon rápidamente, tomando ventaja del terreno

abierto. Se movían con precisión militar, empujando a los vampiros separatistas hacia la

entrada del túnel. Tiranus, sintiendo que los enemigos estaban debilitados, supo que era el

momento de actuar con todo su poder.

—Julián, dame lo que tienes —dijo Tiranus con una mirada feroz.

Julián recitó un último rezo, invocando una bendición sagrada sobre Tiranus.

—”Porque él mandará a sus ángeles acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos.”

Las palabras resonaron en el aire, envolviendo a Tiranus con una luz dorada que amplificó

su poder. Su cuerpo comenzó a cambiar, sus músculos expandiéndose y sus huesos

transformándose mientras su licántropo interior se liberaba. Pero esta vez, las llamas que lo

envolvían eran mucho más intensas, ardiendo con una furia casi demoníaca.

Transformado en su forma de licántropo, Tiranus rugió, y con un salto descomunal,

aterrizó en medio de los separatistas restantes. Su cuerpo, ahora una masa de fuego

viviente, comenzó a arrasar todo a su paso. Cada paso que daba dejaba cicatrices

ardientes en el suelo, mientras los vampiros intentaban desesperadamente escapar.

Las llamas de Tiranus barrieron el campo, envolviendo a los enemigos en un infierno del

que no había escape. Los soldados de Oricalco disparaban en apoyo, eliminando a los

pocos separatistas que aún quedaban en pie.

Con el campo de batalla despejado y los vampiros separatistas finalmente neutralizados,

Tiranus permanecía en su forma de licántropo envuelto en llamas. Su mirada recorría los

cuerpos incinerados y los restos de lo que alguna vez fue una fuerza considerable de

Ragnarok. Sin embargo, la victoria en la superficie no significaba que la misión estaba

completa.

Julián, aún recuperándose de la energía canalizada durante los rezos, se acercó a Tiranus

con cautela. El líder de la manada era una visión imponente, pero Julián sabía que ahora

debían moverse rápido.

—Es el momento —dijo Julián con la respiración agitada, limpiándose el sudor de la

frente—. Lo que sea que estén moviendo, lo están haciendo a través de esos túneles.

Tiranus, ahora en control total de sus instintos, asintió, sus llamas comenzando a apagarse

lentamente mientras retomaba su forma humana. El calor que irradiaba su cuerpo aún hacía

temblar el aire a su alrededor, pero su enfoque estaba claro. Sabía que la prioridad era

asegurar lo que fuera que Ragnarok intentaba sacar de esos túneles. No podían permitirlo.

—Oricalco, avanzamos hacia los túneles. Dividan al equipo en dos grupos, cubran los

accesos laterales —ordenó Tiranus con firmeza.

Los soldados de Oricalco asintieron, moviéndose con rapidez y precisión. Los disparos

cesaron, pero la tensión en el aire se mantenía. Sabían que lo peor podía estar bajo tierra, y

las comunicaciones esporádicas con Tatiana y María desde el centro de operaciones

indicaban que los enemigos probablemente estaban ganando tiempo.

Con una mirada rápida a Julián, Tiranus lideró al primer grupo hacia la entrada del túnel,

mientras Julián tomaba el control del segundo grupo de Oricalco para cubrir la retaguardia.

El túnel era oscuro y estrecho, las paredes vibraban con la energía mágica residual que los

magos criogénicos habían dejado atrás. El aire era frío, pero Tiranus mantenía el calor a su

alrededor, listo para encender sus llamas en cualquier momento.

—Estamos bajo tierra. Procedemos hacia el este —informó Tiranus por el canal de

comunicación, aunque la estática aún interfería. Tatiana y María debían estar siguiéndolos,

aunque las respuestas eran intermitentes.

—Recuerden que hay movimiento en los túneles —se escuchó la voz distorsionada de

Tatiana en el canal—. No sabemos qué están transportando, pero no dejen que salgan.

Tiranus avanzaba por el túnel, sus sentidos agudizados. No solo olía la humedad y el metal

del subterráneo, sino algo más… un rastro débil, pero inconfundible. Era magia oscura, una

vibración que había aprendido a reconocer después de tantas batallas contra Ragnarok.

—Algo está cerca —gruñó Tiranus, levantando una mano para indicar a su equipo que se

detuvieran.

El grupo de Oricalco se detuvo, sus armas listas, preparados para cualquier emboscada. El

silencio era denso, roto solo por el eco de sus pasos y el ligero goteo de agua en las

paredes del túnel.

De repente, un estruendo sacudió la tierra. Un estallido de energía atravesó el túnel desde

una bifurcación más adelante. Sin dudarlo, Tiranus y su equipo corrieron hacia la fuente del

ruido. Los disparos comenzaron antes de que pudieran ver a los enemigos. Vampiros

separatistas armados con rifles automáticos emergieron de la oscuridad, intentando

bloquear el camino.

Oricalco respondió de inmediato. Las balas mixtas volaban, impactando en los cuerpos de

los vampiros y desgarrando sus filas. Pero algo estaba mal. Mientras Tiranus y su equipo

empujaban hacia adelante, notó que los vampiros separatistas no parecían estar luchando

para ganar terreno, sino para retrasarlos.

—Están protegiendo algo —dijo Tiranus en voz alta, sus ojos fijos en la bifurcación del

túnel. Los disparos cesaron por un momento, solo para ser seguidos por otro estallido de

energía oscura.

—Debemos abrirnos paso —dijo Julián, acercándose a Tiranus mientras recitaba un nuevo

verso bíblico. “Porque el Señor estará contigo, él no te dejará ni te desamparará.” Al decir

estas palabras, proyectó una explosión de luz divina que envolvió a los vampiros

separatistas más cercanos, derribándolos al suelo.

Tiranus, sintiendo el impulso del ataque, avanzó rápidamente. Sus llamas volvieron a

envolver sus manos, y con un movimiento rápido, desató una ola de fuego que arrasó con

los pocos separatistas que quedaban bloqueando el camino. Los cuerpos carbonizados

cayeron al suelo, despejando el acceso a la bifurcación del túnel.

—Sigamos —gruñó Tiranus, liderando al grupo hacia adelante.

Cuando llegaron a la bifurcación, lo vieron. Al fondo del túnel, una caravana mágica

avanzaba rápidamente, rodeada por un escudo oscuro que vibraba con energía maligna.

Dentro de la caravana, Ragnarok estaba transportando algo, algo que Tiranus no podía

identificar a simple vista, pero cuyo poder era palpable.

—Ese es nuestro objetivo —dijo Tiranus, apretando los dientes.

Antes de que pudieran moverse, un grupo de magos criogénicos apareció, conjurando una

barrera de hielo que bloqueó completamente el túnel, aislando la caravana de sus

perseguidores.

—No tenemos tiempo para otra batalla —dijo Julián, su voz urgente. Sabía que deshacerse

de esos magos y esa barrera sería una pérdida de tiempo.

Tiranus, frustrado, sintió cómo la rabia licántropa comenzaba a apoderarse de él de nuevo.

No podían dejar que escaparan con lo que sea que estuvieran transportando.

—Dejádmelo a mí —gruñó Tiranus, sus llamas aumentando en intensidad.

Sin esperar más, desató todo su poder. Las llamas que envolvían su cuerpo se

intensificaron hasta volverse casi blancas. Sus manos, extendidas hacia la barrera de hielo,

emitían un calor tan intenso que el aire a su alrededor comenzó a chisporrotear. Con un

rugido, lanzó un torrente de fuego directo hacia la barrera.

El hielo no tuvo oportunidad de resistir. La barrera se derritió en cuestión de segundos, el

fuego de Tiranus abrasando a los magos criogénicos que intentaban mantenerla en pie.

Gritaron mientras sus cuerpos eran consumidos por las llamas, y la caravana mágica quedó

expuesta.

—¡Ahora! —gritó Tiranus.

Los soldados de Oricalco abrieron fuego sobre la caravana, las balas de mercurio y plata

perforando los escudos restantes. Mientras la estructura mágica se desmoronaba, Tiranus

y Julián avanzaron rápidamente, sabiendo que no podían permitir que escaparan.

Cuando alcanzaron la caravana, el escudo oscuro se desintegró, revelando su contenido.

Dentro, una caja metálica grabada con runas antiguas vibraba con energía oscura.

—Esto es lo que estaban protegiendo —dijo Tiranus, mirando la caja con desconfianza.

Julián se acercó, sus manos aún temblorosas por el esfuerzo de los rezos.

—Tenemos que llevar esto de vuelta. Es mucho más peligroso de lo que pensamos

—murmuró Julián, consciente de la potencia mágica que emanaba de la caja.

Tiranus asintió, sus llamas apagándose lentamente. La misión aún no estaba completa,

pero sabían que habían ganado una pequeña victoria. Sin embargo, lo que fuera que

Ragnarok intentaba mover, había sido detenido.

El aire en el túnel se sentía más pesado mientras Tiranus y Julián inspeccionaban la caja

metálica sellada con runas Atlantes. Las inscripciones brillaban tenuemente, proyectando

una energía que parecía vibrar a través del metal frío. Tiranus, acostumbrado a las batallas

pero no a las lenguas antiguas, reconoció lo que estaba viendo.

—Esto es Atlante —dijo, su voz baja pero firme—. No podemos abrirla aquí. Necesitamos a

Tatiana para descifrar las runas.

Julián asintió, aunque sabía que la urgencia de la misión les dejaba poco margen para

desviarse de su objetivo. Sin embargo, el protocolo era claro: no podían arriesgarse a

interactuar con algo que no entendían, especialmente si estaba relacionado con la antigua

magia Atlante.

Tiranus activó su comunicador, sintonizando el canal del centro de operaciones, donde

Tatiana y María coordinaban la misión.

—Centro, aquí Tiranus. Hemos encontrado una caja sellada con runas Atlantes. Solicito

instrucciones.

Después de unos segundos de estática, la voz de Tatiana respondió con profesionalismo:

—Recibido, Tiranus. Aseguren la caja y tráiganla para su análisis. No intenten abrirla sin

saber lo que contiene. Si las runas son Atlantes, hay mucho en juego. Sigan con

precaución.

Tiranus asintió, y tras confirmar la orden, miró a Julián y a los soldados de Oricalco.

—Procedamos. Aseguremos esto y continuemos la misión.

En ese momento, uno de los soldados de Oricalco regresó de una exploración rápida de la

zona más adelante, portando una serie de documentos y esquemas rescatados de lo que

parecía ser un puesto improvisado de control enemigo.

—Señores, encontramos esto en los túneles cercanos. Parece importante, aunque está

encriptado y lleno de ecuaciones extrañas. No estamos seguros de qué significa —dijo el

soldado, entregando los papeles a Tiranus.

Al revisar los documentos, Tiranus y Julián notaron que contenían mapas detallados de las

redes subterráneas de Guayaquil, pero lo que más destacaba eran las ecuaciones

matemáticas complejas y una serie de anotaciones que parecían planos energéticos o

técnicos. Tiranus, aunque astuto en combate, no era un experto en ciencia.

—Esto no tiene sentido —murmuró, revisando las ecuaciones que parecían un galimatías.

—Yo tampoco puedo interpretarlo —dijo Julián, perplejo—. Necesitamos a alguien con

conocimientos avanzados en física o energía.

Claudia, una técnica en ingeniería militar, se acercó para analizar los papeles.

—Permítame echarle un vistazo, comandante —dijo, mientras tomaba los documentos y

comenzaba a revisar las ecuaciones con atención. Sus ojos se movían rápidamente a

través de los números y símbolos.

Después de unos minutos de intenso estudio, Claudia alzó la mirada con una expresión de

preocupación.

—Esto no es un simple mapa subterráneo o un plan de ataque. Estas ecuaciones describen

un campo electromagnético masivo. Basado en los cálculos, parece que están alterando la

polaridad de algún tipo de núcleo magnético… —explicó mientras sus dedos pasaban

rápidamente por los papeles—. Por la magnitud de estas cifras, parece que están

planeando interferir con los polos magnéticos de la Tierra.

Julián y Tiranus intercambiaron una mirada grave. El concepto de alterar los polos

magnéticos no era algo que pudiera tomarse a la ligera.

—¿Estás segura? —preguntó Tiranus, su tono más sombrío.

Claudia asintió, señalando algunas de las ecuaciones que explicaban el proceso de

inversión magnética. Ragnarok estaba buscando una forma de reiniciar el planeta mediante

un cambio en los polos magnéticos, lo que causaría desastres naturales catastróficos:

terremotos, tsunamis, cambios climáticos extremos, y lo más peligroso, la destrucción de

infraestructuras energéticas y tecnológicas a nivel global.

—Si esto es correcto, Ragnarok está intentando forzar un reinicio planetario. Los polos

magnéticos cambiarían y desestabilizarían la vida en la Tierra —dijo Claudia, sus palabras

cargadas de incredulidad ante la magnitud del plan.

Tiranus cerró los ojos por un momento, procesando la información. Esto no era una simple

guerra de facciones. Ragnarok no solo estaba intentando ganar territorio o poder. Estaban

tratando de reiniciar el mundo, de llevar a la humanidad y a los seres sobrenaturales a un

punto de destrucción global.

Con los documentos asegurados, Tiranus y Julián dieron la orden de trasladar la caja

Atlante y los planos a la superficie. El equipo de Oricalco se movilizó con rapidez, sabiendo

que cada segundo era crucial. Tatiana y María, desde el centro de operaciones,

continuarían coordinando los equipos mientras se analizaban los nuevos descubrimientos.

El tiempo jugaba en contra de todos, pero ahora tenían un vistazo al plan de Ragnarok. Y

con esa información, esperaban poder adelantarse antes de que el caos se desatara.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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