El cazador de almas perdidas – Creepypasta 324.
Bajo la Mirada de la Bestia.
El sol del mediodía caía sobre el patio de la sede de La Purga en Guayaquil. La
reorganización tras el traslado desde Quito estaba en marcha, y los equipos comenzaban a
encontrar su ritmo. Raúl, siempre relajado, caminaba por el lugar, observando a su equipo
mientras se preparaba para lo que venía. Aunque su actitud era tranquila, Raúl sabía cómo
manejar a su grupo, y eso le había ganado el respeto de todos, incluso de los licántropos.
En un rincón del patio, Diana estaba sentada, observando atentamente a Olfuma, quien se
encontraba bajo el sol, intentando relajarse. Pero Diana, con su conexión profunda con la
bestia, sabía que para alguien como Olfuma, la calma nunca duraba mucho. Diana era la
segunda al mando de la manada, y había sido quien había convertido a Olfuma en
licántropa. La conexión entre ellas no era solo de poder, sino de responsabilidad. Diana
sabía que cada vez que Olfuma enfrentaba sus instintos, debía estar allí, vigilando de cerca,
porque cualquier error podría desatar algo que ni siquiera Olfuma comprendía del todo.
Raúl se acercó a Tyrannus, quien estaba de pie, mirando a la distancia.
—Tyrannus —dijo Raúl, con una sonrisa ligera—, aún me cuesta imaginarte en la orgía de
Anuel.
Tyrannus soltó una carcajada seca, algo raro en él, pero la cercanía que tenía con Raúl le
permitía bajar sus defensas un poco.
—No fui por placer, si es lo que piensas —respondió Tyrannus, su mirada firme—. Olfuma
necesitaba enfrentarse a sus propios demonios, y ese era el ambiente perfecto para
probarla.
Raúl arqueó una ceja, interesado.
—¿Una prueba en medio de una orgía? —preguntó, sin ocultar su sorpresa.
Tyrannus asintió, su tono más serio ahora.
—Diana y yo lo hemos hecho antes. La sangre de la bestia corre fuerte por ambas, y Diana
ya ha pasado por esta clase de pruebas. La mejor manera de aprender a controlar la bestia
interior es en un ambiente lleno de estímulos, caos y tentaciones. Fue el mismo proceso
que Diana atravesó para dominar su propia naturaleza, y Olfuma necesitaba enfrentarse a
lo mismo.
Raúl asintió, comprendiendo la importancia de lo que Tyrannus decía. Sabía que Diana
tenía un dominio total sobre su licantropía, algo que la hacía única, y si ella había pasado
por ese tipo de entrenamientos, tenía sentido que Olfuma necesitara lo mismo.
—Parece que Olfuma está en buenas manos —dijo Raúl, observando a la joven licántropa
desde la distancia—. Es impresionante que haya podido mantenerse en control en una
situación así.
Tyrannus asintió, pero no dijo nada. Sabía que el verdadero crédito pertenecía a Diana,
cuya vigilancia sobre Olfuma nunca cesaba.
Olfuma, consciente de las miradas que caían sobre ella, se acercó al grupo. Había
aprendido a reconocer la tensión en el aire cuando su autocontrol estaba bajo escrutinio.
Raúl la recibió con una sonrisa tranquila.
—Olfuma, lo que hiciste anoche no es nada fácil. Controlar la bestia bajo esas
circunstancias es admirable —dijo Raúl, con ese tono relajado que siempre transmitía
confianza.
Olfuma asintió tímidamente, sabiendo que aún le faltaba mucho por aprender, pero
sintiéndose orgullosa de haber logrado tanto.
—Gracias, Raúl. No fue sencillo, pero lo logré —respondió, su voz suave pero cargada de
determinación.
Desde su lugar, Diana no apartaba los ojos de Olfuma. Sabía que ese control aún era frágil,
y cualquier desliz podría ser peligroso. Diana tenía una conexión única con la bestia, capaz
de transformarse varias veces al día sin perderse en sus instintos, pero sabía que Olfuma
aún no estaba en ese punto. A pesar de su orgullo por el progreso de Olfuma, Diana no
bajaba la guardia ni un segundo.
Mientras tanto, Alexia observaba la escena desde una distancia prudente. Diana no perdía
de vista a Olfuma, lo que complicaba cualquier intento de acercamiento por parte de Alexia.
En la orgía, Alexia había intentado seducir a Tyrannus, pero él se había mantenido firme en
su rol de protector. Ahora, Alexia buscaba otra forma de ganarse un lugar en la manada,
aunque sabía que Diana no permitiría fácilmente ese acercamiento.
Con pasos calculados, Alexia se acercó al grupo, manteniendo su tono tranquilo y su
semblante relajado. Sabía que si hacía cualquier movimiento que pareciera una amenaza
para Olfuma, Diana no dudaría en reaccionar.
—Olfuma —dijo Alexia, con una voz suave pero clara—. Lo que lograste anoche fue
impresionante. No es fácil enfrentarse a esos impulsos.
Olfuma levantó la vista hacia Alexia, sorprendida por el reconocimiento, pero no podía
negar que sus palabras la hacían sentir un poco más fuerte.
—Gracias, Alexia —respondió Olfuma, con una leve sonrisa.
Diana, desde su posición, tensó los músculos levemente, pero decidió no intervenir.
Observaba cada movimiento de Alexia, consciente de que su presencia no era inocente.
Pero, por ahora, dejaría que ese breve intercambio sucediera, siempre vigilante por si la
situación se salía de control.
A lo lejos, Julián y Fabián conversaban en voz baja. Aunque observaban el entorno, su
atención estaba en otro tema.
—Hablé con Andrés —dijo Julián, con el ceño fruncido—. Me contó lo que pasó, pero
Laura aún no ha dicho nada. Todo lo que sé es por Andrés.
Fabián asintió, entendiendo lo complicado de la situación.
—Es complicado. No podemos hacer mucho más que esperar a que ella decida hablar
—respondió Fabián, con un tono comprensivo.
Julián suspiró, pero decidió cambiar el tema.
—¿Cómo van las cosas con María? Sé que lo del Vaticano fue complicado para ustedes.
Fabián hizo una pausa antes de responder, su expresión se tornó más seria.
—Estamos mejorando, pero ha sido difícil. María es muy emocional, y sus poderes de
clarividencia están completamente ligados a sus emociones. Cuando estamos bien, sus
poderes son más fuertes, pero cuando todo se derrumbó… casi perdió su clarividencia por
completo. Ahora, sus poderes están volviendo, pero el peso de saber que la mitad de su
vida pertenece a Asha… es algo que nos preocupa.
Julián lo miró, comprendiendo el peso que cargaban.
—Es una carga muy grande. Pero me alegra saber que las cosas están volviendo a su
curso —respondió, tratando de ofrecer apoyo.
Antes de que pudieran continuar, Tyrannus se acercó, su figura imponente interrumpiendo
la conversación. Su mirada primero se posó en Fabián, con una mezcla de respeto y
desafío.
—Fabián, demostraste ser fuerte en el torneo de La Purga. Resististe los ataques de Drex,
y eso es algo que pocos podrían hacer —dijo Tyrannus, su tono grave pero respetuoso.
Fabián asintió, sorprendido por el reconocimiento.
Luego, Tyrannus giró su mirada hacia Julián.
—Pero tú, Julián, necesitas ser más útil. No quiero que mi manada dependa de alguien
débil. Tienes que mejorar tu rol en el equipo.
Las palabras de Tyrannus fueron directas y cortantes, dejando claro que esperaba más de
Julián. En La Purga, no había lugar para la debilidad, y cada uno debía demostrar su valor.
Mientras el día avanzaba, las sombras de las responsabilidades y las pruebas que aún
estaban por venir se cernían sobre todos en la sede de La Purga.
La luz del sol alcanzaba su punto más alto sobre el patio de La Purga, pero la tensión en el
aire era tan densa que parecía que el tiempo mismo se hubiera detenido. Olfuma, todavía
procesando todo lo que había aprendido sobre la transformación de Drex, no podía
contener el torrente de preguntas que la atormentaban. Había sido transformada bajo el
constante apoyo de la manada: Diana, Tyrannus, y todos ellos estuvieron a su lado desde
el primer momento. Pero Drex… él había estado solo. Y eso era algo que Olfuma no podía
comprender ni aceptar.
Alexia, quien se había acercado para felicitar a Olfuma por su autocontrol, ahora estaba
bajo la mirada inquisitiva y dolida de la joven licántropa. Algo profundo en Olfuma se rompía
al recordar el sufrimiento de Drex, y necesitaba respuestas.
—¿Por qué lo dejaste solo? —preguntó finalmente, su voz tensa, pero llena de una
necesidad profunda de comprender—. Sabías lo que implicaba. Sabías lo difícil que sería.
¿Por qué lo abandonaste?
El silencio cayó de golpe en el grupo. Diana, quien no había dejado de vigilar a Alexia
desde su acercamiento, dio un paso adelante, sus ojos cargados de desconfianza.
Tyrannus, observando desde más atrás, también se mantenía alerta. Tatiana, que
inicialmente había llegado por razones tácticas, ahora estaba completamente inmersa en la
conversación, sintiendo el peso de la tensión. Aunque no mencionara nombres, todo lo que
se decía traía consigo ecos del pasado que Tatiana preferiría no revivir.
Alexia suspiró profundamente, incapaz de escapar de las miradas que la rodeaban. Sabía
que no podía ocultar la verdad por más tiempo.
—Lo convertí porque me lo pidió —comenzó Alexia, su voz temblando ligeramente—.
Estaba consumido por la ira y el dolor. Acababa de perder a la persona más importante de
su vida… y lo único que deseaba era venganza.
Los ojos de Tatiana se endurecieron por un instante, pero permaneció en silencio,
manteniendo su compostura. Aunque había superado esos fantasmas hace tiempo, el peso
de lo ocurrido seguía rondando en su interior.
Olfuma frunció el ceño, esperando más respuestas.
—Me suplicó que lo transformara —continuó Alexia, su voz ahora más firme—. Me dijo que
no le importaba lo que tuviera que hacer, que solo quería tener el poder suficiente para
vengarse de quien le había arrebatado todo. Y yo… yo lo hice. Sabía que no estaba bien,
pero lo convertí porque creí que le estaba dando lo que él deseaba, lo que necesitaba para
cumplir su venganza.
Diana apretó los puños, dando otro paso hacia adelante.
—¿Y después? —preguntó con un tono frío—. ¿Lo convertiste solo para dejarlo a su
suerte? Sabías lo que significa ser uno de nosotros, sabías lo que viene después. No
puedes decirme que no lo sabías.
Tatiana permanecía en silencio, pero sus ojos no dejaban de observar a Alexia con una
intensidad que hacía que el ambiente se volviera aún más pesado.
—Estaba cegada por mi propia locura —admitió Alexia, su voz cargada de un profundo
arrepentimiento—. El tótem me estaba consumiendo en ese momento. No pude pensar más
allá del deseo de poder y de complacer a Drex en su venganza. Cuando lo transformé, creí
que le estaba dando lo que necesitaba. Pero cuando lo dejé… sabía que había hecho mal.
Olfuma respiró profundamente, sintiendo una mezcla de rabia y tristeza. Ella no podía
imaginar haber pasado por su propia transformación sin la manada. No podía entender
cómo alguien que había pasado por el mismo proceso había dejado a Drex solo.
—¿Por qué no estuviste allí para él? —preguntó, su voz temblando ligeramente—. Yo no
lo habría logrado sin ellos. ¿Por qué lo abandonaste?
Alexia bajó la mirada, el peso de sus acciones parecía aplastarla.
El aire en el patio de La Purga era casi sofocante. Olfuma, la más joven y vulnerable entre
los licántropos, miraba a Alexia con una mezcla de dolor y confusión. Desde su
transformación, la manada había sido su refugio, su escudo contra el caos interno de la
bestia que habitaba en su interior. Sin ellos, no habría podido soportarlo. Pero ahora, frente
a Alexia, ese miedo resurgía. Un miedo que no venía de la bestia en su interior, sino del
abandono.
Diana estaba cerca, como siempre. Su presencia era una garantía de protección para
Olfuma, pero también una advertencia para Alexia. Tyrannus observaba desde más lejos,
su postura imponente pero silenciosa. Tatiana, siempre vigilante, calculaba todo, pero sin
involucrarse emocionalmente. Estaba aquí para evaluar.
Finalmente, Olfuma habló, su voz temblando, pero cargada de una necesidad urgente de
respuestas.
—¿Y qué pasará cuando sea yo? —preguntó, su tono lleno de dolor—. Si estamos en una
misión y las cosas se ponen difíciles… ¿me vas a abandonar como lo hiciste con Drex?
El silencio cayó sobre el grupo. Alexia, quien había sido invencible alguna vez, ahora
estaba completamente expuesta. Cada palabra de Olfuma era como un eco de su peor
error: haber abandonado a Drex. Ese mismo error, esa misma traición, ahora estaba
reflejado en los ojos de Olfuma.
—No lo haría… —comenzó a decir Alexia, pero su voz se quebró. Ni siquiera ella podía
creer completamente sus propias palabras.
Olfuma no se detuvo. Necesitaba saber más, necesitaba enfrentarse al miedo que la
carcomía por dentro.
—¿Cómo puedo saberlo? —continuó Olfuma, sus ojos llenos de lágrimas que apenas
contenía—. Abandonaste a Drex cuando más te necesitaba. Si las cosas se complican, si
estamos solas… ¿me dejarás morir para salvarte a ti misma?
Alexia cerró los ojos, pero no pudo bloquear el dolor que sentía. Las imágenes de Drex,
suplicando por la fuerza para vengarse, la perseguían. Lo había convertido y luego lo había
dejado a su suerte. Ahora, ese mismo miedo, esa misma culpa, la aplastaban frente a
Olfuma.
Diana apretó los puños, avanzando ligeramente, pero sin intervenir. Su mirada sobre Alexia
era una advertencia silenciosa. Tyrannus, aunque en silencio, también observaba con
atención. Tatiana, calculadora como siempre, no perdía de vista ninguna reacción.
—No soy la misma que abandonó a Drex —dijo finalmente Alexia, con la voz
temblorosa—. No te dejaría, Olfuma. No lo haría.
Pero Olfuma no podía creerlo tan fácilmente. El miedo la atormentaba, y había algo más
oscuro que aún no podía ignorar. Tragó saliva antes de hablar, su voz ahora casi un
susurro.
—¿Y si no solo me abandonas? —dijo Olfuma, su miedo haciéndose más evidente—. Si
estamos solas y tienes hambre… si la bestia toma el control… ¿me atacarás para
alimentarte de mí?
La pregunta quedó flotando en el aire, como una daga en el pecho de Alexia. El silencio
que siguió fue insoportable. Tatiana, aunque seguía firme, no podía evitar sentir la gravedad
de lo que estaba en juego. Diana tensó su postura, sus ojos fijos en Alexia, lista para
cualquier cosa.
Alexia sintió cómo su mundo se desmoronaba. Olfuma no solo temía ser abandonada;
temía que, en el peor de los casos, Alexia pudiera volverse contra ella, como la bestia
hambrienta que alguna vez fue. La misma bestia que no pudo controlar con Drex, la misma
bestia que la había empujado a un abismo del cual aún no había salido por completo.
—No… —susurró Alexia, con lágrimas corriendo por su rostro—. Nunca te haría daño,
Olfuma. No soy esa bestia. No me alimentaría de ti… no importa lo que pase.
El silencio que había llenado el patio era pesado, casi asfixiante. Alexia temblaba,
consumida por el peso de sus errores, mientras Olfuma seguía frente a ella, vulnerable,
pero firme en su dolor. Fue entonces cuando Tyrannus, con su presencia imponente,
decidió intervenir. Su voz resonó, grave y firme, cortando el aire como una cuchilla.
—Siempre te excusas en el tótem, Alexia —dijo, su mirada penetrante—. Lo has dicho
varias veces: el tótem te estaba consumiendo, te tenía al borde de la locura. Pero dime
algo… —hizo una pausa, inclinando la cabeza levemente—, si llegamos a encontrar otro
objeto mágico, otro artefacto extraño, ¿eso te va a dar la excusa para dañar a Olfuma
o a cualquiera de nosotros?
El peso de la pregunta cayó sobre Alexia como un martillo. No era una acusación directa,
pero la implicación era clara. Tyrannus no confiaba en que, si las circunstancias se
repetían, Alexia actuaría de manera diferente. Sabía que su historia de control y abandono
seguía muy viva en la memoria de todos. Y lo peor de todo era que Alexia también lo sabía.
La licántropa intentó hablar, pero las palabras no llegaban. Los ojos de Olfuma se clavaron
en ella, esperando una respuesta, pero en lo profundo de su corazón, Alexia no tenía
respuestas que ofrecer. El pasado seguía siendo una sombra inquebrantable que la
perseguía.
—Y ahora te pregunto, Alexia…, ¿cómo sugieres que ayudemos a Olfuma a no tenerle
miedo a alguien que podría abandonarla, usarla o hacerle daño? —Tyrannus remató con
esa última pregunta, una que no dejaba espacio para el escape.
El aire quedó atrapado en los pulmones de Alexia. Su mente volvió una vez más a ese día,
el día en que dejó a Drex solo, abandonado. No había pasado un solo día en el que no
reviviera ese momento, y cada vez que lo hacía, el dolor era más profundo. Pero, por
mucho que deseara cambiar el pasado, sabía que no había forma de hacerlo.
Olfuma seguía frente a ella, tan joven, tan llena de miedo y dolor. No entendía los
resquemores que los otros de la manada tenían hacia Alexia. Para ella, esto no era sobre
las complicaciones del pasado, ni los errores políticos o estratégicos de Alexia. Era un dolor
puro, un miedo visceral. Olfuma no quería ser dejada atrás, no quería ser usada ni
lastimada.
Alexia se quebró por completo. Las lágrimas comenzaron a fluir libremente, y la culpa la
aplastó con una intensidad que la dejó sin aliento. Quería decir algo, cualquier cosa que
pudiera aliviar el dolor de Olfuma, pero no había palabras. No sabía cómo hacer que ese
miedo desapareciera. No tenía una solución, no tenía una respuesta.
Finalmente, con la voz rota, Alexia susurró:
—No lo sé… no sé cómo quitarle ese miedo. No sé cómo hacerlo.
Y con esas palabras, el vacío entre ellas parecía más grande que nunca.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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