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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 314.

La Noche del Descontrol Parte 3.

La sala seguía palpitando con la energía de la fiesta, mientras los cuerpos entrelazados

formaban una sinfonía de jadeos y murmullos. Anuel y Violeta yacían exhaustas en el

suelo, sus cuerpos aún temblando tras el intenso encuentro con Diana, que ahora, de pie,

buscaba una nueva presa. Había sido emocionante, pero no suficiente. La caza seguía

llamándola, y sus ojos se dirigieron hacia un rincón donde un trío de cuerpos se movía al

unísono.

Lía, Óscar, y Andrés estaban sumidos en su propio frenesí, perdidos en la sensación

amplificada por los efectos de la poción de lujuria y el incienso que llenaba la sala. No

tenían idea de quién estaba a su lado. Los antifaces ocultaban sus identidades y hacían que

todos los cuerpos se vieran iguales, salvo por la intensidad física que cada uno percibía.

Diana, con pasos seguros, se acercó a ellos, sin que ninguno de los tres notara su llegada

hasta que ya estuvo lo suficientemente cerca como para que sintieran el calor que irradiaba

su cuerpo. Lía, atrapada entre el placer que sentía y la energía que la rodeaba, fue la

primera en percibir algo distinto. Un escalofrío recorrió su espalda cuando las manos de una

nueva presencia tocó su piel, más firmes, más intensas que las de Óscar y Andrés.

No era el toque de cualquiera. Lía lo supo al instante, aunque no entendía por qué. Las

manos que la recorrían eran rápidas, fuertes, cargadas de una energía que le provocaba

sensaciones nuevas, más intensas. Intentó luchar contra la sorpresa, pero su cuerpo, aún

bajo los efectos del frenesí, se rindió ante el placer.

Diana se abalanzó sobre Lía como una tormenta, sus manos fuertes y decididas

recorriendo su cuerpo con una intensidad que la vampira jamás había anticipado. Lía, aún

atrapada entre el placer y el agotamiento, abrió los ojos sorprendida al sentir el toque feroz

de la licántropa. Su cuerpo reaccionaba antes que su mente, incapaz de resistir. Diana la

dominaba por completo, sus manos hábiles arrancando gemidos de sorpresa y éxtasis de

los labios de Lía.

—Nunca imaginaste algo así, ¿verdad? —murmuró Diana al oído de Lía, su voz baja y

gutural, cargada de deseo.

Lía no podía hablar. Su mente intentaba comprender lo que estaba sucediendo, pero su

cuerpo ya había cruzado un umbral del que no podía regresar. Estaba completamente

atrapada en la sensación, sus gemidos llenando la sala mientras su cuerpo se rendía bajo el

toque inhumano de Diana.

Óscar, que hasta ese momento había estado centrado en Lía, se detuvo de golpe al ver a

Diana tomar el control. Su mirada, aunque cubierta por el antifaz, reflejaba una mezcla de

confusión y descontento. No sabía quién era esa persona, pero su presencia era

abrumadora. Intentó moverse, pero su cuerpo, aún dominado por los efectos de la poción y

el incienso, lo mantenía anclado en el frenesí.

Diana no tardó en llevar a Lía al clímax. Los gemidos de Lía resonaban por la sala, pero

cuando su cuerpo finalmente se desplomó, completamente extasiado, Diana ya había

dirigido su atención hacia Óscar y Andrés. Su sonrisa se ensanchó mientras los observaba,

disfrutando del desconcierto que irradiaban.

—Ahora es su turno, chicos —dijo Diana con una sonrisa feroz.

Óscar se tensó de inmediato. Aunque su cuerpo respondía al deseo que impregnaba la

sala, su mente estaba en otra parte. La idea de satisfacer a Diana no lo entusiasmaba.

Sabía que había algo distinto en esa figura; algo que lo hacía dudar, aunque no pudiera

identificarlo.

—No… no estoy seguro de esto —murmuró Óscar, pero su voz carecía de la firmeza que

hubiera esperado.

Andrés, mucho más novato en estos asuntos, no pudo ocultar su incomodidad. Su

respiración se aceleraba mientras intentaba apartarse del momento, pero el cuerpo de

Diana ya estaba demasiado cerca, dominando la situación.

Diana, disfrutando del control, se inclinó hacia ellos, su voz un susurro peligroso.

—Si no lo hacen, les diré quién es quién —dijo, su tono cargado de malicia.

La amenaza de revelar sus identidades cayó como una losa sobre Óscar y Andrés.

Ninguno de ellos podía permitirse que el juego de anonimato se rompiera. El único escudo

que los mantenía seguros en esa orgía era el antifaz, y Diana lo sabía.

Óscar apretó los dientes. No había salida. La presencia dominante de Diana era

abrumadora, y aunque lo detestaba, no podía permitir que sus identidades quedaran

expuestas. Su mente estaba nublada, y aunque sabía que no sería capaz de complacer a

alguien como ella, no tenía otra opción.

—Si no acceden, les diré quién es quién —dijo en tono bajo y amenazante. El ultimátum era

claro. No había salida.

Ambos hombres quedaron en silencio, sabiendo que no podían permitir que sus identidades

se revelaran. Diana sonrió satisfecha, sabiendo que ahora estaban atrapados en su juego.

Sin más advertencias, Diana se lanzó sobre ellos, su cuerpo moviéndose con la velocidad y

la fuerza de una licántropa. Sus manos recorrieron los cuerpos de Óscar y Andrés con

precisión, aumentando la intensidad a cada segundo. Su energía era desbordante, sus

movimientos exigían más de lo que cualquiera de ellos podía darle.

Óscar jadeaba, sus músculos tensándose bajo el toque implacable de Diana. Cada intento

de seguir el ritmo se veía superado por la brutalidad con la que ella lo manejaba. Sabía que

estaba al límite, pero no podía detenerse. Sus manos temblaban, su respiración

entrecortada, mientras intentaba mantenerse firme.

Andrés, mucho más inexperto, ya estaba colapsando. Los movimientos de Diana lo

llevaban al borde, su cuerpo temblando incontrolablemente mientras ella lo forzaba a seguir

adelante.

Diana, disfrutando de la desesperación de ambos, intensificó sus movimientos. Sus manos

fuertes y ágiles los empujaban más allá del placer, cada toque suyo era una combinación de

fuerza y control absoluto. Óscar sintió cómo su cuerpo se rendía, el clímax se acercaba

rápidamente, pero sabía que Diana no lo dejaría descansar.

Andrés, ya incapaz de soportar más, se arqueó bajo el dominio de Diana, su cuerpo

convulsionando mientras alcanzaba el clímax, jadeando y temblando mientras su mente se

desconectaba del esfuerzo.

Lía, desde su lugar, miraba con horror. Ver a Óscar en esa situación, siendo arrastrado por

Diana, le desgarraba el corazón. Sabía que no había escapatoria, pero los celos y el dolor

la consumían. No estaba preparada para ver a Óscar así, con otra persona, y aunque sabía

que no era por elección, el sufrimiento era insoportable.

Óscar, alcanzando el clímax a su vez, sintió su cuerpo convulsionar bajo la fuerza de

Diana, pero eso no la detuvo. Aunque él ya estaba al límite, Diana no había terminado. Su

necesidad era insaciable, y verlos alcanzar el clímax no hacía más que encender su deseo

aún más.

—No es suficiente —gruñó Diana, con una sonrisa salvaje mientras ambos hombres

temblaban bajo su toque—. Ni siquiera han empezado.

Óscar, jadeando, intentó apartarse, pero Diana lo empujó de nuevo, su fuerza superando

cualquier intento de resistencia. Cada vez que intentaba tomar un respiro, ella lo arrastraba

de vuelta al placer, su cuerpo obligándolo a seguir más allá del clímax. Andrés, colapsado,

apenas podía mantenerse consciente mientras Diana lo forzaba a seguir adelante.

Lía, observando todo, sintió que su corazón se rompía en mil pedazos. Ver a Óscar así,

siendo empujado por otra mujer, era demasiado para ella. Aunque estaba completamente

agotada y extasiada por lo que había ocurrido antes, el dolor emocional que sentía al ver a

Óscar con otra persona la devastaba.

Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras observaba cómo Óscar, incapaz de detenerse,

seguía intentando complacer a Diana, sabiendo que no podría estar a la altura. Diana, por

su parte, seguía insatisfecha, aunque ambos hombres ya habían alcanzado el clímax, su

cuerpo demandaba más.

—No pueden darme lo que necesito, ¿verdad? —dijo Diana, su tono cruel mientras

observaba cómo Óscar y Andrés colapsaban por completo—. Pero lo intentaron, y eso

cuenta para algo.

Finalmente, soltó a ambos hombres, dejándolos exhaustos y jadeantes en el suelo. Óscar y

Andrés apenas podían respirar, completamente vencidos por la experiencia, mientras

Diana, aún insatisfecha, los observaba con una sonrisa depredadora.

—Tal vez la próxima vez… puedan hacerlo mejor.

El ambiente de la fiesta se volvía cada vez más sofocante. Los olores, el calor, y la música

retumbante hacían que Olfuma sintiera cómo su autocontrol comenzaba a tambalearse.

Cada respiración era un esfuerzo para no perderse en el caos que la rodeaba, mientras el

rugido de la bestia dentro de ella crecía, buscando una oportunidad para liberarse.

A pocos pasos de distancia, Tyrannus no la quitaba de vista. Sabía lo que estaba en juego.

La sangre de Diana corría por las venas de Olfuma, una herencia que podía ser tanto una

bendición como una maldición, dependiendo de cómo fuera manejada. Y esa noche,

Olfuma estaba al borde.

Finalmente, Olfuma se acercó a Tyrannus, su respiración pesada, luchando por no dejarse

llevar por el frenesí.

—No sé cómo agradecerte —murmuró, evitando el contacto visual—. A ti, a la manada…

pero sobre todo a Diana. No sé qué habría hecho sin ella.

Tyrannus la observaba en silencio, sabiendo que las palabras que vendrían eran

importantes. Olfuma necesitaba desahogarse, necesitaba recordar por qué estaba

luchando esa noche.

—Recuerdo cómo llegué aquí… desnuda, perdida, frente a Asha. No entendía nada. Y

entonces apareció Diana. Ella fue quien me transformó, quien me dio una oportunidad.

—Los ojos de Olfuma se llenaron de lágrimas, pero continuó hablando—. Al principio,

pensé que todo sería distinto. Pero las primeras semanas fueron una pesadilla. Intentaba

encajar, intentaba hacer amigos, pero nada funcionaba. Todo lo que hacía salía mal.

Tyrannus asintió con calma, sabiendo lo difícil que había sido para ella. No era fácil

adaptarse, menos aún con una herencia como la de Diana, una línea de sangre que estaba

tan cerca de la bestia que cualquier desliz podía ser peligroso.

—Y después estaba Diana —continuó Olfuma, con la voz más rota—. Ella siempre ha

estado ahí. A veces ni siquiera tenía que decir nada, solo sabía que estaba conmigo. Su

fuerza… su control… quiero ser como ella. No quiero fallarle. Ella me salvó, y lo único que

quiero es demostrarle que no fue un error darme esta vida. —Las lágrimas comenzaron a

caer por su rostro—. No puedo perder el control, no puedo perderla a ella.

Tyrannus observó a Olfuma, entendiendo el peso que llevaba sobre sus hombros. Sabía

que la relación con Diana era especial. Diana había sido su salvadora, la que la había

traído a este mundo, y ahora Olfuma se sentía responsable de no fallarle.

—Lo que has hecho hasta ahora, Olfuma, ya es una prueba de tu fuerza —respondió

Tyrannus, con un tono firme pero comprensivo—. Diana no esperaba que fueras perfecta,

ni que tuvieras el control absoluto de inmediato. Lo que ella quería para ti era que

aprendieras a vivir con lo que llevas dentro, que pudieras encontrar tu propio camino. Y eso

es lo que estás haciendo.

Olfuma respiró hondo, tratando de calmarse, pero su corazón seguía pesado. Las

expectativas que sentía sobre sí misma, el miedo a decepcionar a Diana, la atormentaban.

—Es que… a veces siento que la bestia va a ganarme —dijo con un susurro—. Me aterra.

No quiero convertirme en una devorada, no quiero perderme en esto. Pero a veces, cuando

veo a Diana, tan fuerte, tan en control, siento que nunca podré ser como ella. Y eso me

asusta.

Tyrannus se giró completamente hacia ella, poniendo una mano firme sobre su hombro,

obligándola a mirarlo a los ojos.

—Diana ha sido tu guía, tu salvadora, pero no necesitas ser exactamente como ella. Eres

Olfuma, y tu lucha es tuya. Diana te dio una oportunidad porque sabía que tenías lo

necesario para enfrentar esta vida. Y hasta ahora, no has fallado. La bestia puede ser

fuerte, pero tú lo eres más. Y eso es lo que Diana ve en ti, lo que todos vemos en ti.

Olfuma cerró los ojos, dejando que las lágrimas cayeran mientras sentía el peso de las

palabras de Tyrannus. Sabía que Diana creía en ella, pero a veces la presión de esa fe la

asfixiaba.

—No quiero fallarle —repitió, pero esta vez con más fuerza—. No puedo fallarle. Ella me dio

todo.

Tyrannus apretó su hombro con más fuerza, pero con suavidad.

—No la vas a fallar, Olfuma. Diana te transformó porque sabía que podías con esto, y lo

has demostrado una y otra vez. No te pierdas en la comparación. Diana te quiere en la

manada porque eres tú, no porque espera que seas ella.

Olfuma respiró profundamente, asintiendo mientras intentaba recomponerse. Sabía que no

sería fácil, que el control que necesitaba mantener sería una lucha constante. Pero en ese

momento, las palabras de Tyrannus y el apoyo de Diana la mantenían firme.

—Gracias —murmuró—. No solo a ti… sino a Diana, a Tatiana, a Drex. Todos ustedes me

han dado una segunda oportunidad. No quiero perderlo.

Tyrannus le sonrió levemente, retirando la mano de su hombro.

—Esa es la razón por la que nunca te perderemos, Olfuma. Porque luchas, porque sabes lo

que está en juego. Diana, Tatiana, Drex y yo confiamos en ti porque has demostrado que

puedes manejarlo. Y seguiremos aquí para recordártelo cada vez que lo necesites.

Olfuma respiró hondo, intentando calmarse mientras los sonidos de la fiesta resonaban a

su alrededor. La presión interna seguía allí, pero por ahora, sentía que podía mantenerla

bajo control. Sabía que no estaba sola, y eso, más que nada, le daba fuerza para seguir

luchando.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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