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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 313.

La Noche del Descontrol Parte 2.

El salón seguía impregnado del incienso y la poción de lujuria, amplificando cada susurro,

cada toque, y envolviendo a todos en una bruma que disolvía cualquier noción de tiempo o

espacio. Anuel, aún jadeante tras el evento inaugural, y Violeta, atrapada bajo el dominio

de Diana, eran el telón de fondo de una escena que se desarrollaba con igual intensidad en

el otro lado del salón.

Lía y Óscar estaban inmersos en su propio momento, aunque a diferencia del resto, ambos

sabían quién era el otro. Se habían seguido de cerca toda la noche, y ahora, ante la

propuesta de Óscar de incluir al tercer cuerpo que estaba cerca de ellos —Andrés, aunque

ninguno de los dos lo sabía—, las cosas estaban a punto de intensificarse.

Óscar, con su sonrisa de siempre, ya había hecho la sugerencia. Con los antifaces

ocultando las identidades, el anonimato hacía que cada movimiento se sintiera más audaz,

más instintivo.

—¿Qué te parece si hacemos un trío con él? —le había dicho a Lía hace apenas un

momento, sin perder su tono de burla que siempre mantenía, aunque esta vez había algo

más. Había una chispa de diversión, pero también de expectativa. Sabía que esta noche era

especial para Lía.

Lía, con su cuerpo ya encendido por las sensaciones amplificadas, asintió casi sin pensar.

Aunque reconocía la presencia de Óscar a su lado, el tercero era un misterio, pero en ese

momento, nada importaba más que dejarse llevar.

Andrés, por su parte, aún luchaba por procesar lo rápido que todo se estaba desarrollando.

Había aceptado la invitación de ese otro hombre, pero no sabía quiénes eran ninguno de los

dos. Solo sabía que el ambiente a su alrededor lo empujaba más allá de sus propios límites,

más allá de lo que alguna vez imaginó. Cada segundo que pasaba lo arrastraba más al

descontrol, su mente embotada por la mezcla de la poción de lujuria y el incienso que

impregnaba la sala.

Lía sintió las manos de Óscar recorrer su espalda, mientras las de Andrés exploraban su

cuerpo con una cautela inicial que se desvanecía con cada segundo. Los tres se movían en

un ritmo sincronizado, un equilibrio entre lo conocido y lo desconocido. Lía, liberada como

nunca antes, dejó escapar un gemido que resonó en la sala, mezclándose con los jadeos

distantes de Anuel y los sonidos más feroces de Diana y Violeta.

—Esto es exactamente lo que siempre quisiste, ¿no? —susurró Óscar al oído de Lía, su

voz llena de esa familiaridad cargada de burla, pero con un toque de sinceridad. Sabía lo

que esto significaba para ella.

Lía, con los ojos cerrados, asintió. Su cuerpo se arqueaba entre las manos de ambos

hombres, cada toque encendiendo una chispa que había reprimido durante siglos. Óscar,

su pareja, era quien la había acompañado en esta travesía, pero el toque desconocido de

Andrés añadía una nueva dimensión a su liberación. Los límites que alguna vez había

mantenido tan firmemente se desvanecían entre los gemidos y las caricias.

Andrés, todavía abrumado por la situación, intentaba mantener el control, pero cada toque

que daba, cada reacción que sentía de Lía, lo hundía más en el placer que lo rodeaba.

Nunca había imaginado estar en una situación así, mucho menos después de haber

guardado sus votos de castidad por tanto tiempo. Pero ahora, esos votos parecían lejanos,

como si pertenecieran a otra vida. El anonimato del antifaz lo protegía, pero también lo

liberaba de las barreras que él mismo se había impuesto.

Lía, sintiendo cómo ambos cuerpos se movían alrededor de ella, dejó escapar una risa

suave, casi incrédula de lo que estaba viviendo. Después de tantos siglos, finalmente

estaba permitiéndose sentir todo lo que alguna vez había reprimido. Cada toque, cada

caricia, cada susurro la envolvía en una ola de placer que nunca antes había

experimentado. Su mente, normalmente tan controlada, se había rendido por completo.

Óscar seguía disfrutando de la ironía de la situación. Sabía perfectamente que Lía lo

reconocía, pero el tercer cuerpo, Andrés, era un misterio para ambos. Y eso solo hacía que

todo fuera más intenso. No había identidades, solo cuerpos reaccionando a los estímulos,

perdiéndose en la noche.

—¿No es esto mejor de lo que esperabas? —susurró Óscar, sus labios rozando el cuello de

Lía mientras la sentía temblar bajo sus manos.

—Es… todo lo que necesitaba —respondió Lía, jadeando entre palabras. Sabía que había

esperado demasiado tiempo para esto. Cada segundo que pasaba con Óscar y este

desconocido la llevaba más lejos de cualquier límite que alguna vez se había impuesto.

Andrés, atrapado en medio de todo, seguía dejándose llevar, incapaz de detenerse. No

sabía quiénes eran las personas a su alrededor, y en ese momento, no importaba. Todo lo

que podía sentir era el placer, el abandono, y la inevitable pérdida de control que había

buscado desde que llegó a la fiesta.

Mientras tanto, en el fondo del salón, los gritos de Anuel se mezclaban con los gruñidos

feroces de Diana, manteniendo a todos los presentes en una atmósfera cargada de caos y

lujuria. Para Lía, Óscar, y Andrés, la noche seguía intensificándose, el ritmo de sus

cuerpos acompasados con la energía que vibraba en cada rincón de la sala.

Lía, finalmente liberada, podía sentir cómo cada barrera que había construido durante siglos

se desmoronaba. Los tres cuerpos entrelazados en el anonimato del antifaz, con la música

de fondo de la sala y los jadeos que resonaban como una sinfonía, marcaban el ritmo de

una noche que ninguno olvidaría.

Mientras el caos de la fiesta alcanzaba su punto más álgido en el centro del salón, en una

esquina oscura, Olfuma respiraba pesadamente, luchando contra las sensaciones que

invadían su cuerpo. El aire estaba denso con el aroma del incienso, la poción de lujuria

impregnaba cada respiro, cada fibra de su ser. Cada vez que inhalaba, sentía cómo la

bestia en su interior rugía, empujándola al borde de un abismo que sabía que no podía

cruzar.

Tyrannus, de pie a su lado, la observaba en silencio. Su mirada era tranquila, pero estaba

profundamente consciente de la batalla interna que Olfuma libraba. Conocía esa lucha,

porque ya la había visto antes en Diana, cuando ella había estado a punto de perderse.

Olfuma tenía la misma sangre, la misma cercanía a la bestia, y sabía que si no la ayudaba

a controlar esas emociones, podría ser devorada desde dentro.

—Respira, Olfuma —dijo Tyrannus en un tono bajo y firme, colocando una mano sobre su

hombro—. Concéntrate. Sé que lo que sientes es abrumador, pero no puedes permitirte

caer. No ahora.

Olfuma cerró los ojos con fuerza, su cuerpo temblaba. Cada sonido en la sala, cada olor,

cada pequeño movimiento a su alrededor, se sentía como un estímulo amplificado. La excitación de los demás la golpeaba como una ola, y su sangre licántropa, siempre tan cerca de la bestia, latía con una furia que era difícil de contener. Tyrannus mantenía su mano firme sobre su hombro, recordándole su presencia.

—No es real —murmuró Tyrannus, sus ojos fijos en los de ella—. Lo que sientes ahora es

una ilusión creada por la poción y el incienso. La verdadera tú está por encima de eso.

Debes recordarlo.

Olfuma abrió los ojos, llenos de desesperación. La sala era una mezcla de lujuria y caos.

Los jadeos, los gritos de placer, los cuerpos entrelazados… todo se mezclaba, empujándola

al límite de su autocontrol. Su instinto licántropo rugía, exigiendo liberarse, pero sabía que si

se entregaba a él, perdería más que solo su autocontrol. Perdería todo lo que había

aprendido.

—Es… demasiado —susurró Olfuma, su voz temblorosa—. No puedo… no puedo

controlarlo…

Tyrannus se movió frente a ella, obligándola a enfocarse solo en él, bloqueando todo lo

demás a su alrededor.

—Sí puedes —respondió con calma, sus palabras llenas de una certeza inquebrantable—.

Lo vi en Diana. Ella estuvo a punto de perderse, pero lo superó. Y tú también puedes

hacerlo. Yo te ayudaré a mantenerte en pie, pero necesitas concentrarte.

Los ojos de Olfuma se fijaron en los de Tyrannus. Por un momento, todo lo demás desapareció. La sala, la música, los olores. Solo quedaba Tyrannus, su mirada firme y la sensación de su mano en su hombro, una conexión que la mantenía anclada a la realidad.

—Respira conmigo —le dijo, tomando una respiración profunda y exhalando lentamente,

enseñándole el ritmo.

Olfuma intentó seguir su ejemplo, pero cada vez que inhalaba, las sensaciones volvían a

golpearla, como una ola de calor y deseo que la quemaba desde dentro. El cuerpo de Diana

y los licántropos a lo lejos no ayudaban. Ella los sentía a todos; sus emociones, su sudor, el

control desvaneciéndose.

—No lo escuches, Olfuma —continuó Tyrannus, sabiendo exactamente lo que pasaba por

su mente—. No te enfoques en la bestia. Recuerda quién eres. Lo que sentiste cuando te

uniste a la manada. Lo que elegiste ser. No eres como los demás aquí. Eres más fuerte.

Olfuma cerró los ojos de nuevo, pero esta vez, en lugar de perderse en las sensaciones,

intentó buscar el control que Tyrannus le había enseñado. Visualizó la calma que siempre había asociado con él, la fuerza que había visto en Diana cuando la había superado. Sabía que tenía que hacerlo también. No podía permitirse ser consumida.

—Lo que sientes es temporal. Pero si te rindes a ello, la bestia tomará el control, y entonces

será permanente —Tyrannus no la soltaba—. Debes recordar quién eres.

Las palabras resonaban en su mente, combatiendo la corriente de sensaciones. Olfuma

luchaba con cada respiración, pero poco a poco, empezó a encontrar el equilibrio. Las

manos de Tyrannus eran un ancla, y su voz un faro en la tormenta. Sabía que si podía

mantener su enfoque en él, podría resistir la tentación de entregarse al frenesí.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Olfuma abrió los ojos. Su respiración

seguía agitada, pero había algo más. Había calma en su mirada, una chispa de control que

no había estado allí antes.

Tyrannus asintió, satisfecho.

—Lo lograste —le dijo con una pequeña sonrisa—. Sabía que podrías hacerlo.

Olfuma asintió levemente, aunque todavía temblaba. El control seguía siendo frágil, pero

había vencido la peor parte. Sabía que aún quedaba mucho por aprender, pero esta noche

había sido una lección importante.

La fiesta continuaba alrededor de ellos, los gritos de placer y los cuerpos entrelazados seguían como un recordatorio del caos en el que estaban sumidos los demás. Pero Olfuma se mantenía firme, con Tyrannus a su lado, habiendo vencido la primera gran batalla contra

la bestia que la acechaba desde dentro.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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