El cazador de almas perdidas – Creepypasta 312.
La Noche del Descontrol parte 1.
La sala secreta donde se llevaría a cabo la orgía de Anuel estaba inmersa en un ambiente
denso, cargado de anticipación. Los antifaces ya habían sido entregados a todos los
presentes. Al ponerse el antifaz, cada uno de los asistentes se veía incapaz de reconocer al
resto, a excepción de las evidentes diferencias sexuales. Todos los cuerpos parecían
esculpidos como si fueran dioses, perfectos, sensuales, como si la propia naturaleza los
hubiera moldeado para el placer.
Anuel, de pie en el centro del salón, irradiaba poder y confianza. Sus dos parejas, Violeta y
Andrés, estaban a su lado. Ambos, cubiertos por los antifaces, lucían como seres divinos,
listos para dar inicio al evento que todos habían estado esperando. Sin embargo, solo
Anuel sabía lo que estaba a punto de suceder, y mientras hablaba, las palabras salían con
dificultad, a medida que Andrés, arrodillado frente a ella, comenzaba a cumplir su parte en
la inauguración.
—Bienvenidos… todos —comenzó Anuel, su voz temblorosa, mientras los primeros toques
de placer recorrían su cuerpo—. Están aquí para… disfrutar, dejar… dejarse llevar.
—Andrés movía sus labios con precisión, y cada vez que intentaba continuar, su
respiración se volvía más agitada. Violeta, a su lado, observaba con una sonrisa traviesa,
esperando su momento para unirse al juego.
Anuel intentaba mantener el control mientras daba su discurso, aunque su cuerpo se
inclinaba ligeramente hacia adelante.
—Los… antifaces que llevan… —tragó saliva, un gemido escapándose de sus labios—. Los
antifaces… harán que todos se vean igual. —Intentaba recuperar la compostura, pero el
éxtasis crecía con cada segundo—. No… no sabrán quién es quién… solo… solo cuerpos…
cuerpos divinos… —Su voz se entrecortaba mientras intentaba mantener su discurso—.
Todo lo que han bebido antes… —El placer la embargaba—… contenía la poción… de la
lujuria… que ahora… —Un jadeo más—… empieza a hacer… efecto. —Un largo gemido
escapó de su boca cuando Andrés intensificó su ritmo.
Violeta soltó una risa suave, claramente disfrutando del espectáculo y sabiendo que su
turno estaba cerca. Sin dudar, se inclinó hacia adelante, uniéndose a Andrés en su
“ataque” a Anuel. La anfitriona, atrapada en medio de ellos dos, ya no podía seguir
hablando. Los gemidos y jadeos reemplazaron cualquier intento de palabras coherentes.
—Esto… esto… —Anuel jadeaba mientras Violeta y Andrés la devoraban por completo—.
¡Es… PER-FEC-TO! —gritó, con la voz entrecortada por el placer desgarrador que invadía
todo su cuerpo.
En ese momento, la sala entera estalló en vida. Los grupos se formaban rápidamente, todos
atraídos por el descontrol que ya dominaba el ambiente. Los efectos de la poción de lujuria,
amplificados por el incienso que llenaba el aire, comenzaron a apoderarse de los invitados.
Las risas, susurros y jadeos se mezclaban en una cacofonía de deseo.
Lía y Óscar, que habían permanecido juntos, sabían perfectamente quién era el otro, a
pesar de los antifaces. La habilidad de los vampiros para reconocer los pequeños detalles
les permitía mantenerse al tanto, incluso en medio del caos. Sin embargo, esa noche no era
una noche cualquiera. Lía había insistido en asistir, y Óscar sabía exactamente por qué.
—¿Así que finalmente decidiste probar eso que llevas siglos fantaseando? —preguntó
Óscar, sonriendo con un toque de burla, aunque en sus ojos había una chispa de apoyo
genuino.
Lía lo miró, su cuerpo tenso por la mezcla de nerviosismo y deseo.
—Sabes que siempre lo he querido… pero nunca… nunca me atreví a pedirlo —admitió, su
voz temblorosa, pero cargada de decisión—. Dos hombres… al mismo tiempo.
Óscar soltó una risa suave, divertida por la ironía. A pesar de los nueve siglos que Lía
llevaba como vampira, parecía que su fantasía más “atrevida” era algo que él, en su antigua
vida como humano y ex-pandillero, había hecho muchas veces, casi sin pensarlo.
—¿Dos hombres al mismo tiempo? —repitió Óscar, fingiendo incredulidad—. Vamos, Lía,
yo hice cosas mucho más locas cuando era un simple humano. Si quieres eso, no hay
problema, pero… luego me toca a mí pedir una fantasía. Y tendrás que cumplirla.
Lía asintió, sonriendo tímidamente. Se sentía más libre que nunca, lista para dejar salir lo
que había reprimido durante tanto tiempo.
Sin embargo, antes de que pudieran continuar su conversación, los gritos desgarradores de
placer de Anuel llenaron la sala, resonando como el detonante de la verdadera fiesta.
Andrés y Violeta la habían llevado a un punto de éxtasis tan intenso que no podía
contenerse, y cada uno de sus jadeos era como un canto que convocaba a todos los
presentes a sumergirse en el caos.
—Dioses… —susurró Lía, su mirada perdiéndose en el centro del descontrol—. Ese… ese
sonido…
Óscar miró hacia el origen de los gritos y luego volvió la vista hacia Lía, levantando una
ceja.
—Bueno, creo que acabas de hacer tu elección —dijo, señalando hacia la figura que Lía
había escogido. Era uno de los cuerpos que se inclinaba hacia Anuel, pero por los
antifaces, ninguno de ellos sabía que era Andrés.
—Perfecto —respondió Lía, casi sin pensar, mientras su mente ya se entregaba a la idea de
liberarse.
Lo que ninguno de ellos sabía era que la verdadera identidad de la persona a la que Lía
había escogido no era un simple agente más, sino Andrés, completamente inconsciente de
que su cuerpo pronto formaría parte de la fantasía de Lía y Óscar.
Pero mientras los vampiros se sumergían en el anonimato del caos, los licántropos que
estaban en la sala no tenían el mismo problema. Aunque los antifaces anulaban las
capacidades de percepción superiores de los vampiros, no podían engañar al olfato agudo
de los licántropos. Diana, desde su posición, podía oler cada detalle. Sabía exactamente
quién era quién en la sala, y los aromas se mezclaban de tal forma que era como un mapa
que solo ella podía leer.
Al ver a Anuel ser “atacada” por Violeta y Andrés, Diana dejó escapar una sonrisa casi
depredadora. Esa noche sería una cacería diferente, pero no menos memorable. Anuel, tan
segura de su control, no había anticipado lo que significaba tener licántropos en su fiesta.
—Esto va a ser divertido —susurró Diana mientras se acercaba al descontrol—. Muy
divertido.
Y así, con los vampiros entregados a la confusión y los licántropos cazando bajo el velo de
sus sentidos superiores, la fiesta estaba destinada a ser una de las noches más caóticas y
memorables que La Purga hubiera visto jamás.
En medio del caos desenfrenado, Diana avanzaba con una calma depredadora, sus
sentidos licántropos perfectamente afinados. Mientras los vampiros y los humanos se
sumergían en la confusión que los antifaces habían creado, Diana podía oler a cada
individuo con una claridad inconfundible. El aroma del placer, el sudor, y la excitación
flotaban en el aire como una droga para todos. Pero para Diana, era más que eso. Ella
estaba cazando, y Anuel era su presa.
Observó cómo Anuel, aún desbordada por el éxtasis provocado por Andrés y Violeta,
intentaba mantenerse de pie. Sin embargo, con el desenfreno amplificado por las pociones
y el incienso, la anfitriona estaba al borde del colapso. Violeta sonreía con malicia mientras
seguía estimulando a Anuel, disfrutando de la total pérdida de control de su anfitriona.
Diana se acercó con pasos firmes, su presencia imponente hizo que Violeta alzara la vista
por un momento. Aunque los antifaces anulaban la percepción visual, el sentido del olfato
de Violeta no era rival para el de Diana. Un destello de reconocimiento cruzó la mente de
Violeta. Aún sin saber quién estaba detrás del antifaz, entendía que esta nueva presencia
traía algo mucho más feroz a la fiesta.
Anuel, por otro lado, estaba demasiado sumida en el placer para notar el peligro que se
avecinaba. Diana, con una sonrisa torcida y los ojos llenos de lujuria y violencia controlada,
se inclinó sobre Anuel, atrapando a la anfitriona entre sus colmillos que se deslizaban
lentamente por su cuello. La piel de Anuel se estremeció, y Diana, con un susurro gutural,
susurró:
—Estás… en mi cacería ahora.
La presión de los colmillos de Diana contra la piel de Anuel no era de un amante, sino de
una cazadora. Anuel abrió los ojos, finalmente dándose cuenta de que la noche que había
planeado estaba tomando un giro inesperado. Violeta sonrió, viendo cómo la fuerza
licántropa de Diana tomaba el control, y decidió intensificar aún más la experiencia,
aprovechando cada segundo del descontrol.
Óscar, por su parte, se había acercado al cuerpo adónico que Lía había escogido para su
fantasía. Con los antifaces en su lugar, ni él ni Andrés podían reconocerse, pero los
cuerpos reaccionaban sin cuestionar. El aire espeso, cargado con la poción de lujuria y el
incienso amplificado, envolvía todo, haciendo que cada movimiento pareciera más natural,
más instintivo.
—¿Qué te parece si hacemos un trío con esa vampira? —preguntó Óscar a Andrés,
señalando a Lía, sin saber quién era realmente.
Andrés dudó por un momento, impactado por la rapidez con la que todo se desbordaba.
Había pasado de la incomodidad inicial a ser una pieza clave en la inauguración de la orgía.
Todo estaba sucediendo demasiado rápido, pero al mismo tiempo, sabía que eso era a lo
que había venido.
—A eso vine —murmuró Andrés, más para sí mismo que para Óscar, pero lo
suficientemente claro para que su compañero lo escuchara.
Lía, entregada al frenesí de la noche, se sintió invadida por una satisfacción que jamás
había experimentado. Los siglos de represión, de negarse a cumplir ciertos deseos, se
disolvían en la vorágine de lujuria que los rodeaba. Todo lo que había consumido, el
incienso, la poción, la música y el ambiente cargado de energía cruda, amplificaban cada
sensación que recorría su cuerpo. Cada toque de Andrés y Óscar la hacía gemir,
liberándola de las cadenas que se había impuesto durante tanto tiempo.
Óscar, aún con su burla presente, se inclinó hacia Lía y susurró al oído:
—¿Esto es lo que siempre quisiste? No es tan alocado como imaginabas, ¿verdad? —Su
tono era burlón, pero cargado de un genuino deseo de verla disfrutar, de ayudarla a liberar
sus deseos reprimidos.
Lía, entre jadeos, sonrió débilmente, incapaz de responder con palabras. Estaba demasiado
abrumada por el placer, por la liberación que sentía al compartir esa experiencia con Óscar
y ese cuerpo perfecto que desconocía que era Andrés. La noche avanzaba, y las barreras
que había levantado durante siglos se desmoronaban a su alrededor.
Al otro lado de la sala, lejos del desenfreno, Tyrannus observaba en silencio, su mente
enfocada en Olfuma. La joven licántropa estaba luchando con todas sus fuerzas por
mantener el control. El placer, la excitación, los olores que saturaban el aire, la poción que
fluía por su cuerpo, y el incienso amplificando todo, la llevaban al borde del colapso.
Tyrannus se acercó, su presencia tranquila pero firme. Sabía mejor que nadie lo que
Olfuma estaba experimentando, porque había sido Diana, su compañera de manada, quien
una vez estuvo al borde de ser devorada por la bestia. Él mismo había sido quien la había
ayudado a controlarse, a evitar ser consumida por la rabia y la sed de destrucción.
—Estás cerca del borde, Olfuma —dijo con voz grave—. Lo sé. La lujuria, el caos… todo
está amplificado para ti, mucho más que para los demás. —Sus ojos se fijaron en los de
ella, llenos de entendimiento—. Pero si te dejas llevar, la bestia te devorará.
Olfuma, con los ojos llenos de desesperación, respiraba con dificultad. Las sensaciones se
agolpaban en su mente, empujándola hacia un abismo del que sabía que no podría escapar
si cedía.
—Es… demasiado… —susurró, su voz temblando—. No puedo… no puedo controlarlo…
Tyrannus colocó una mano firme sobre su hombro, su voz un ancla en medio de la
tormenta de sensaciones que envolvía a Olfuma.
—Sí puedes. He visto esto antes, lo vi en Diana. Ella estuvo a punto de perderse, pero lo
superó. Yo te ayudaré, como la ayudé a ella. —Tyrannus la miró fijamente, transmitiendo
calma y control—. Respira. Concéntrate en lo que eres, no en lo que sientes ahora mismo.
La lujuria es solo un velo. Debes rasgarlo y ver lo que hay detrás.
Olfuma cerró los ojos, intentando seguir sus palabras. Cada fibra de su ser quería dejarse
llevar por el frenesí que la rodeaba, pero sabía que no podía permitírselo. Debía aprender a
dominar la bestia dentro de ella, porque si no lo hacía, el caos la consumiría.
Tyrannus la guió con paciencia, sabiendo que el equilibrio era delicado. Había traído a
Olfuma a la fiesta no para que se descontrolara, sino para que enfrentara su propia
naturaleza y aprendiera a controlar lo que otros no podían. Ella no era como los vampiros,
que se entregaban al placer. Ella tenía una parte mucho más peligrosa dentro de sí, una
parte que, si no era domada, la destruiría.
—Te ayudaré a mantenerte —dijo Tyrannus, con un tono firme y protector—. Esta noche,
vencerás a la bestia.
Y así, mientras el caos continuaba devorando a los demás, Olfuma se aferraba a las
palabras de Tyrannus, sabiendo que esa batalla sería la más importante de su vida.
Diana se movía como una sombra depredadora, sus ojos fijos en Violeta. Había algo en
ella que llamaba su atención de una manera que ni siquiera Anuel, a pesar de su rol de
anfitriona, había conseguido. Con cada paso, el aire a su alrededor parecía vibrar con la
energía de lo inevitable. Anuel, atrapada en el placer que aún la invadía, apenas pudo
reaccionar cuando vio que Diana iba directo hacia Violeta.
Violeta, ajena a lo que se aproximaba, estaba demasiado inmersa en lo que estaba
sucediendo con Anuel como para notar la creciente presencia de Diana detrás de ella. Pero
todo cambió en un instante. Un agarre firme y repentino la detuvo en seco, y su cuerpo fue
girado bruscamente. La intensidad en los ojos de Diana era ineludible, un fuego controlado
a punto de desatarse.
—Tú —murmuró Diana, con una sonrisa torcida, mientras su mano se deslizaba por el
cuello de Violeta—. Ahora eres mía.
Violeta, sorprendida y sin tiempo para reaccionar, sintió cómo su cuerpo respondía de
manera involuntaria al toque de Diana. Los efectos del incienso y la poción de lujuria ya
habían nublado sus pensamientos, haciendo que todo lo que estaba pasando se sintiera
surreal. Intentó resistirse por un segundo, pero la fuerza de Diana la superaba por
completo. Sus piernas temblaron, y antes de que pudiera articular una palabra, se encontró
acorralada, inmovilizada por esa presencia abrumadora.
Anuel, jadeando y temblando aún por el placer que Violeta y Andrés le habían provocado,
solo podía observar con los ojos abiertos de par en par. Era como si estuviera viendo una
escena ajena, una que ella misma no podía controlar. Diana ya no era parte de su juego;
Diana estaba creando sus propias reglas.
Con un movimiento rápido y preciso, Diana empujó a Violeta contra el suelo, sosteniéndola
con una mano firme mientras la otra exploraba su cuerpo sin delicadeza. Violeta respiraba
entrecortadamente, su mente dividida entre la necesidad de resistir y la incapacidad de
hacerlo. Sabía que no podía ganar contra Diana, no con la brutalidad y la intensidad que
esta traía consigo.
—No tiene sentido luchar —dijo Diana, su voz resonando con un tono bajo, cargado de
autoridad—. Lo sabes.
El cuerpo de Violeta tembló ante las palabras de Diana, como si esas simples frases
hubieran sellado su destino. Los dedos de la licántropa recorrían su piel, no con la intención
de acariciar, sino de poseer. Violeta gemía involuntariamente, su cuerpo traicionándola con
cada toque. Las sensaciones eran demasiado intensas para que su mente pudiera
procesarlas, y todo lo que quedaba era el caos de placer y dominio al que estaba siendo
sometida.
Anuel, completamente atrapada en su propio estado de éxtasis, no pudo hacer más que
observar la escena. La tensión en el aire era sofocante. Sabía que lo que Diana le estaba
haciendo a Violeta no era más que un preludio de lo que estaba por venir para ella. Los
jadeos de Violeta resonaban en la sala, y Anuel, atrapada entre el miedo y la anticipación,
solo podía esperar.
Diana, disfrutando de cada segundo de su control absoluto, se inclinó más cerca de
Violeta, sus labios rozando su cuello, mientras su cuerpo mantenía a la joven en un estado
de vulnerabilidad total. Cada movimiento era calculado, una afirmación de que, en ese
momento, ella era la dueña del destino de Violeta.
—Vas a recordar esto —susurró Diana, mientras su sonrisa se ensanchaba, saboreando el
poder que tenía sobre ella—. Porque después de ti… le tocará a ella.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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