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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 307.

El Dolor de la Verdad.

Fabián, Julián y Andrés acababan de volver a Quito. El aire era más fresco, el ambiente

más familiar, pero Fabián no podía disfrutar de ese regreso. Desde la cena de Valeria

Dupont, apenas había hablado con María. Sabía que cada palabra que intentara decirle

caería en oídos que no estaban listos para escuchar. El dolor seguía allí, aferrado a su

corazón, aunque en el fondo ella supiera la verdad: Fabián no la había engañado.

Sin embargo, eso no importaba. En la mente de María, no había lógica que calmara el dolor.

Era su corazón el que había sido desgarrado, no por la traición, sino por la insoportable

imagen de Fabián junto a Valeria. Ese glamour, esa visibilidad, la limosina, las fotos, los

flashes, mientras ella, la verdadera, debía esconderse. Y lo peor era saber que Valeria

sabía todo sobre ellos, sabiendo que esa mujer podía exhibirse tan fácilmente con Fabián,

mientras María se consumía en las sombras.

Cuando llegaron a la sede de La Purga, Fabián sentía el nudo en su estómago apretarse

cada vez más. Podía casi escuchar los latidos acelerados de su corazón, resonando en su

pecho. Sabía que María lo estaba esperando. No sabía cómo la encontraría, pero lo que sí

sabía era que este reencuentro sería doloroso.

María apareció en el pasillo principal, sus ojos estaban vidriosos y llenos de dolor. Apenas

vio a Fabián, su respiración se aceleró. Sus emociones se dispararon de una forma que ni

siquiera ella podía controlar. Corrió hacia él, el eco de sus pasos resonando en los muros, y

cuando estuvo lo suficientemente cerca, sin pensarlo, su mano se alzó y lo abofeteó con

fuerza. La mano de María tembló tras el golpe, como si la ira se hubiera canalizado en ese

breve segundo de contacto.

—¡Cómo pudiste hacerlo, Fabián! —gritó, sus palabras salieron entre sollozos—. ¡Cómo

pudiste permitir que esa arpía estuviera contigo… así! Mientras yo… mientras yo estaba

aquí, leyendo cada maldita noticia, viendo cada foto… cada sonrisa de Valeria junto a ti…

¡escondiéndome como si yo fuera la vergüenza!

Fabián no dijo nada. Aceptó el golpe, porque sabía que el verdadero dolor de María no

provenía de la traición. No era una herida infligida por su infidelidad, sino por lo injusto de su

realidad. Él sabía que era algo que las palabras no podían aliviar.

María comenzó a llorar, su cuerpo temblaba. Apenas un segundo después de la bofetada,

sus piernas se debilitaron y se desplomó contra el pecho de Fabián. Él la atrapó,

envolviéndola en sus brazos. Podía sentir cada estremecimiento en su cuerpo, cada sollozo

ahogado.

—Lo siento tanto… —fue lo único que pudo decir.

María no quería escuchar disculpas, no quería oír la razón de que todo había sido parte del

plan. Ya lo sabía. Lo entendía. Pero eso no quitaba el dolor. No lo hacía más fácil. Sabía

que Fabián había actuado para protegerlos a ambos, pero cada vez que veía el rostro de

Valeria en las fotos, cada vez que recordaba los flashes, la limosina, todo eso… la ira la

consumía, los celos la devoraban.

—¡No puedo…! —gimió contra su pecho, sin levantar la mirada—. No puedo soportar que

ella esté allí, frente a todos, mientras yo estoy aquí, en las sombras. ¡No es justo, Fabián!

¡No es justo que esa mujer pueda caminar contigo bajo la luz, mientras yo tengo que

esconderme!

El peso de sus palabras golpeó a Fabián como una ola de dolor. Sabía que tenía razón. No

había nada justo en lo que estaba sucediendo, pero su vida ya no se regía por las normas

del amor puro y sencillo. Todo estaba manipulado por las intrigas de Vambertoken, por los

planes en los que ambos estaban atrapados. Pero eso no significaba que el dolor de María

no fuera real.

—Ella sabe de nosotros… —continuó María, con una voz rota—. Valeria sabe lo que

sentimos, lo que somos, y aun así sigue mostrándose contigo, exhibiéndose como si yo no

existiera.

Fabián cerró los ojos, sintiendo la impotencia crecer dentro de él. Valeria, con su carisma,

su astucia y su absoluta falta de límites, había jugado demasiado bien su papel. Y ahora,

había dejado a María herida en formas que él nunca había imaginado posibles.

—María… —susurró, sus manos acariciando su cabello, intentando calmarla, aunque sabía

que poco podía hacer—. Todo lo que hice fue por nosotros. Nunca quise que esto te dañara,

pero no tenía otra opción. Tú sabes cómo es esto. Sabes que no es real.

—¡Pero eso no cambia lo que siento! —María levantó el rostro, sus ojos se clavaron en los

de Fabián, llenos de dolor y lágrimas—. No cambia el hecho de que cada vez que la veo…

cada vez que leo sobre ella y tú, siento que me estoy rompiendo en pedazos.

Las palabras de María lo destrozaban. No había forma de retroceder en el tiempo, no había

forma de borrar el dolor. Sabía que lo único que podía hacer era seguir adelante, pero

también sabía que esta herida tardaría mucho en sanar. Si es que alguna vez lo hacía.

—Te prometo… —dijo Fabián con una voz quebrada—. Te prometo que todo esto terminará.

Lo haré. Te sacaré de las sombras. Lo juro.

María lo miró por un momento, el dolor aún presente en sus ojos. Pero a pesar de todo, a

pesar de la ira, del sufrimiento, lo amaba. Lo amaba con toda la intensidad que la

caracterizaba. Y aunque el dolor no se desvanecería pronto, decidió darle una oportunidad

más. Porque en el fondo, sabía que Fabián no la había traicionado.

—Tienes que hacerlo… —murmuró ella, sus labios temblando—. Porque no sé cuánto más

podré soportar.

Fabián la abrazó con fuerza, sintiendo el peso de sus palabras, sabiendo que esta sería su

última oportunidad de redimirse ante ella.

Fabián la sostenía con fuerza, sintiendo cómo las lágrimas de María empapaban su

camisa. Aunque el golpe había pasado, el verdadero dolor de María seguía presente,

mucho más profundo que cualquier herida física. Ambos estaban en los pasillos fríos de la

sede de la Purga en Quito, pero lo único que sentían era el calor sofocante de las

emociones que los envolvían.

El corazón de Fabián latía con fuerza. Sabía que no podía seguir ocultando nada. No

después de todo lo que había pasado.

—María… te debo una explicación completa —susurró, acariciando su espalda con

suavidad—. No quería que esto llegara tan lejos, pero… tenía que seguir el plan de

Vambertoken.

María levantó la mirada, sus ojos estaban llenos de dolor e ira contenida.

—Cuéntamelo todo, Fabián —dijo, su voz temblando, pero llena de determinación—. Cada

maldito detalle. Si quieres que te perdone, necesito saberlo todo.

Fabián tomó una profunda respiración. Sabía que este momento sería difícil, pero no había

vuelta atrás.

—El informe que entregamos al Vaticano no incluía lo de Puma Punku, ni el Nephilim, ni

nada sobre el tótem de Drex… Eso fue lo que Vambertoken nos ordenó. Pero después de

que entregamos el informe, recibí un mensaje de él, diciéndome que tenía que informarle al

Cardenal sobre la misión, como si fuera información extraoficial… pero debía parecer que

ocultaba algo de Julián y de Andrés.

María lo escuchaba, sus ojos mostraban una mezcla de dolor y resignación.

—Fue entonces cuando supe que necesitaba una excusa para hablar con el Cardenal sin

levantar sospechas. Ahí fue cuando pensamos en invitar a Laura al evento de Valeria

Dupont. Así, Andrés tendría que estar con ella, y yo podría encontrar un momento para

hablar con el Cardenal.

María cerró los ojos con fuerza, tratando de procesar las palabras de Fabián. Sabía que él

estaba siguiendo un plan, pero el dolor que sentía no se aliviaba tan fácilmente.

—¿Y Valeria? —preguntó finalmente, con un nudo en la garganta—. ¿Cómo encaja ella en

todo esto?

Fabián suspiró, recordando cómo Valeria había aprovechado la situación.

—Ella… ella vio la oportunidad desde el principio. Sabía lo que estábamos haciendo, pero

aprovechó para pedirme que fuera su pareja en el evento. Sabía que, si estábamos juntos,

sería el centro de atención. Eso es lo que ella quiere, María. Una relación mediática, nada

más.

El dolor en los ojos de María era insoportable para Fabián. Necesitaba que ella supiera que

Valeria no significaba nada más.

—Valeria me dijo que solo le interesaba eso: las cámaras, el espectáculo. Me dejó claro

que sabía lo nuestro, que sabía que te amo, y que no va a interferir. Le gusta el juego… le

gusta tener la atención. Eso es todo, María.

María apretó los labios, intentando contener las emociones que la abrumaban. Sabía que lo

que decía Fabián era verdad, pero seguía doliendo, seguía ardiendo en su pecho.

—¿Por qué no me lo dijiste a mí desde el principio? —susurró finalmente—. ¿Por qué se lo

dijiste a Tatiana?

Fabián la miró con arrepentimiento, viendo la vulnerabilidad en sus ojos.

—Porque tenía miedo… miedo de que, si te lo decía antes, te irías a Roma y arruinarías todo

el plan de Vambertoken. Sabía que no podrías soportar vernos a Valeria y a mí juntos,

aunque fuera una fachada. No quería que te expusieras… María, todo lo que hice fue para

protegernos, fue por nosotros.

El silencio que siguió fue casi insoportable. María se apartó ligeramente de Fabián,

mirándolo a los ojos, buscando una señal, algo que le diera la certeza de que aún podía

confiar en él.

Fabián rompió el silencio, su voz era apenas un susurro, pero cada palabra estaba cargada

de sinceridad.

—Lo siento tanto, María… por haberte hecho pasar por todo esto. Te amo, y haré lo que sea

necesario para que lo entiendas. Nunca te traicionaría, nunca te haría daño a propósito.

Los segundos se hicieron eternos. María lo miraba, sus ojos llenos de dolor, pero también

de una pequeña chispa de esperanza. Finalmente, asintió, aunque el peso de lo vivido aún

era evidente en su expresión.

—Está bien, Fabián… te creo. Pero no vuelvas a hacer algo así. Si de verdad quieres que

confíe en ti, no me dejes fuera otra vez. Dime todo, siempre. No quiero más secretos.

Fabián la abrazó con fuerza, sintiendo que una pequeña parte del dolor entre ellos

comenzaba a sanar. Sabía que el camino sería largo y que este momento no borraría lo que

había ocurrido, pero al menos, María le estaba dando otra oportunidad.

María cerró los ojos, aferrándose a él. El dolor seguía ahí, pero sabía que Fabián la amaba.

Sabía que, en el fondo, lo que más temía no era Valeria, ni las cámaras, sino perderlo a él.

Y esa certeza era lo único que la hacía seguir adelante.

María sabía que lo que le decía Fabián era real. Lo sentía en cada palabra, en cada

respiración entrecortada de él. En el fondo, entendía que todo lo que había sucedido tenía

sentido. Ya se lo había contado a Tatiana, así que sabía que, aunque doloroso, el plan

estaba trazado para protegerlos. Sin embargo, eso no eliminaba el peso de lo que sentía.

Ver a Fabián junto a Valeria, las sonrisas, los flashes, el glamour que envolvía la escena…

era como si todo lo que había construido con él se estuviera desmoronando frente a sus

ojos.

—Sé que es verdad, Fabián… —dijo María en un susurro, apartándose ligeramente de él

para mirarlo a los ojos—. Sé que no me engañaste, pero eso no quita que me dolió. Sentí

que te estaba perdiendo. Todo ese tiempo, todas las miradas entre ustedes, la cercanía…

—sus palabras se ahogaron en un sollozo, mientras luchaba por mantener la compostura—.

Vendí mi vida eterna por ti. Vendí media eternidad para ser esclava de Asha, a cambio de

pasar la otra mitad contigo… y ver eso, todo lo que sucedió en ese evento… fue como si

todo se derrumbara.

Fabián apretó los puños con frustración. Sabía que no podía decir nada que borrara lo que

María había sentido, pero necesitaba que ella entendiera cuánto la amaba.

—María, yo también tomé esa poción. Hice el mismo juramento que tú. Estoy aquí, y

siempre estaré aquí, contigo. —Le acarició el rostro, suavemente, intentando aliviar el dolor

que veía en sus ojos—. Nada de lo que viste fue real. Valeria solo quería la atención de las

cámaras, nada más. Y lo que sucedió no significa que te esté perdiendo. Estoy aquí, y lo

estaré para siempre.

María lo miró, su mente luchando entre la razón y el dolor. Sabía que Fabián no la había

traicionado, pero el miedo a perderlo seguía carcomiéndola. Ese miedo no era racional,

pero seguía ahí, persistente, como una herida que no podía sanar.

—Es solo que… no soporto la idea de verte con alguien más —admitió, su voz rota—. Sé

que no fue real, sé que fue parte del plan, pero en ese momento… fue como si todo lo que

hemos planeado, nuestra vida juntos, se desmoronará frente a mí.

Fabián asintió. Sabía que las palabras no serían suficientes, pero también sabía que tenía

que ser honesto, incluso con los detalles más oscuros de lo que ambos habían planeado.

—Recuerda, María, tenemos nuestro propio plan —dijo en voz baja, con un tono

conspirativo—. Lo que has planeado con el talismán de sangre… es monstruoso, sí, pero es

nuestra única salida. He pensado en ello, lo he aceptado, aunque nunca lo hayamos

hablado en detalle. Sé que lo haremos cuando llegue el momento. Vamos a fingir mi muerte,

y quedaremos libres, María. Libres de Vambertoken, libres del Vaticano… no tendremos

que escondernos más.

María respiró profundamente, asimilando sus palabras. Ella sabía que su plan era retorcido,

matar a personas para usar el talismán de sangre y asumir sus rostros mientras Fabián

envejecía frente al Vaticano. El sacrificio no le importaba, no cuando estaba en juego la

posibilidad de vivir una eternidad junto a él, sin tener que esconderse, sin tener que temer.

—Lo sé —dijo finalmente, con un tono más decidido—. Lo sé, Fabián. Y haré lo que sea

necesario para que eso suceda. Pero quiero que entiendas… cada vez que te vi con ella,

sentí que estaba perdiendo todo eso. Y aunque sé que fue una fachada, no puedo evitar

que me duela. Necesito que me digas todo, siempre. No me dejes fuera de esto nunca más.

Fabián asintió, apretándola en sus brazos.

—Lo prometo, María. No te dejaré fuera nunca más.

Ambos se quedaron en silencio por un momento, abrazados en medio de los pasillos fríos

de la sede de la Purga. María sabía que el dolor no desaparecería de inmediato, pero al

menos, ahora tenía algo más. Tenía la verdad, y con eso, la certeza de que Fabián estaba

dispuesto a luchar por ellos, tanto como ella estaba dispuesta a hacerlo.

La lucha no había terminado, pero al menos, juntos, podían seguir adelante.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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