En la escuela San Ignacio, los últimos días habían sido tensos. Un proyecto importante se acercaba, y la presión era palpable en el ambiente. Los estudiantes de noveno grado estaban encargados de preparar una feria de ciencias, y cada grupo debía presentar un proyecto innovador. Aunque la mayoría estaba entusiasmada al principio, las cosas comenzaron a complicarse cuando los plazos se acercaban y el trabajo parecía no avanzar.
Dentro del equipo de Sofía, las tensiones eran evidentes. Su grupo estaba compuesto por ella, Mariana, Andrés y Lucas, y aunque al principio todos habían trabajado bien juntos, las últimas semanas habían sido un caos. Mariana, siempre perfeccionista, no paraba de señalar errores en cada detalle del proyecto, lo que hacía que Andrés se frustrara, y Lucas, que generalmente era el más relajado, ahora estaba más callado que nunca.
—Si no ajustamos la presentación visual, el proyecto va a parecer hecho a las carreras —decía Mariana, agitando las manos con nerviosismo—. ¡No podemos dejar que eso pase!
—Pero hemos pasado toda la semana en eso —replicó Andrés, visiblemente agotado—. Tal vez es suficiente. No necesitamos que sea perfecto.
—¡Claro que sí! —insistía Mariana—. Si vamos a competir con los otros grupos, necesitamos que todo sea impecable.
Sofía, que observaba la escena en silencio, podía sentir cómo el ambiente se volvía cada vez más denso. Había visto cómo los ánimos se iban apagando, y la constante presión estaba agotando a todos. Aunque Mariana tenía buenas intenciones, su perfeccionismo estaba afectando el ánimo del equipo.
Lucas, sentado en una esquina, había dejado de intentar mediar entre ellos. Durante los primeros días había hecho algunos chistes, como solía hacer, para aligerar el ambiente, pero ahora ni siquiera eso parecía funcionar. Sofía sabía que si no encontraban una forma de relajarse, todo terminaría mal.
Un viernes por la tarde, después de una reunión especialmente tensa, Sofía decidió hablar con su madre al llegar a casa. Su madre era la persona más alegre que conocía, siempre tenía una sonrisa para todos, incluso en los peores momentos. Sabía que, si alguien podía darle un buen consejo, sería ella.
—Mamá —dijo Sofía, dejando caer su mochila en el suelo de la cocina—, no sé qué hacer con mi grupo. Todo el mundo está estresado y nadie se lleva bien. Parece que estamos a punto de explotar.
Su madre, quien estaba preparando una merienda, se giró hacia ella con una sonrisa tranquila.
—Vaya, parece que las cosas están complicadas en la escuela, ¿eh?
Sofía asintió, tomando asiento en la mesa.
—Es que Mariana está obsesionada con que todo salga perfecto, y Andrés ya no quiere ni hablar. Lucas… bueno, Lucas apenas dice algo. No sé cómo hacer que trabajemos bien juntos.
Su madre se sentó frente a ella, con una mirada pensativa.
—Sabes, Sofía, a veces cuando las cosas se ponen demasiado serias, lo mejor es encontrar un momento para reír. La risa puede cambiar por completo el ambiente de un lugar. Quizás eso es lo que necesitan: relajarse un poco y encontrar algo de humor en todo esto.
—¿Risa? —preguntó Sofía, algo incrédula—. No creo que Mariana quiera reírse en medio de todo este caos.
Su madre sonrió aún más ampliamente.
—Puede que no lo quiera ahora, pero una buena carcajada en el momento adecuado puede romper la tensión. Intenta no tomarte todo tan en serio, y verás cómo los demás empiezan a seguir tu ejemplo.
Sofía no estaba del todo convencida, pero la idea de cambiar el enfoque le parecía interesante. Decidió intentarlo al día siguiente.
El sábado por la mañana, cuando el grupo se reunió para trabajar en la escuela, Sofía notó que el ambiente seguía igual de tenso. Mariana ya había sacado sus notas y estaba lista para comenzar con las correcciones de nuevo, mientras que Andrés suspiraba, preparándose mentalmente para otra larga discusión. Lucas permanecía callado, como si intentara pasar desapercibido.
Sofía sabía que tenía que actuar rápido antes de que las cosas se salieran de control. Así que, cuando Mariana comenzó a hablar sobre los gráficos que debían ajustar, Sofía hizo algo inesperado. Con una sonrisa traviesa, se inclinó hacia el centro de la mesa y dijo:
—Antes de empezar, ¿qué tal si hacemos una pausa? Tengo un juego en mi celular que creo que nos podría ayudar a despejar la mente. Se llama “El Rey de los Chistes”. ¿Alguien lo conoce?
Mariana la miró con confusión, y Andrés levantó una ceja.
—¿Un juego de chistes? —preguntó Andrés, claramente sorprendido—. No estamos aquí para jugar, Sofía.
—Lo sé, lo sé —respondió ella rápidamente—. Pero solo unos minutos, ¿vale? Prometo que después seguiremos con el trabajo.
Lucas, que hasta ahora no había dicho una palabra, se inclinó hacia adelante, con un atisbo de interés.
—¿Dijiste chistes? Eso suena interesante.
Mariana cruzó los brazos, pero finalmente cedió con un suspiro.
—Solo cinco minutos. Pero luego volvemos al trabajo.
Sofía sonrió, aliviada de que al menos le dieran una oportunidad a su plan. Abrió la aplicación en su celular y explicó las reglas: cada uno debía contar un chiste, y quien lograra hacer reír a los demás ganaría un punto. Si todos se reían, ganaban el doble de puntos.
Al principio, el juego fue un poco incómodo. Mariana contó un chiste torpe que apenas hizo sonreír a los demás, pero poco a poco, las risas comenzaron a fluir. Andrés, conocido por su seriedad, sorprendió a todos con un chiste tan absurdo que incluso Mariana no pudo contener una carcajada.
Lucas, quien siempre había tenido un don para el humor, fue el que más brilló. Sus chistes, rápidos y creativos, rompieron por completo la tensión que había en el grupo. Las carcajadas se hicieron más frecuentes y sinceras, y por primera vez en semanas, todos estaban disfrutando de estar juntos.
El juego de chistes había hecho maravillas. Con cada risa compartida, las tensiones entre los miembros del grupo se fueron desvaneciendo. Sofía se dio cuenta de que la clave para avanzar no era solo concentrarse en el proyecto, sino también disfrutar del tiempo que pasaban juntos. La risa había creado un ambiente más ligero, y la colaboración empezó a fluir de manera natural.
Después de unos minutos de diversión, Mariana, aún riendo, exclamó:
—Está bien, creo que hemos ganado la pausa. Pero ahora, hablemos de cómo podemos hacer que nuestra presentación sea realmente impactante.
Andrés, más relajado después de los chistes, asintió.
—Sí, estoy de acuerdo. Tal vez podamos hacer un video en lugar de solo una presentación estática. Podríamos mostrar a los niños aprendiendo el himno de una manera divertida.
—¡Eso es genial! —respondió Sofía, emocionada por la idea—. Podemos incluir a los más pequeños del jardín, hacer que canten y bailen con el himno. Será algo divertido y visual.
Mariana sonrió, sintiendo que su idea de hacer algo visualmente atractivo estaba tomando forma.
—Y podemos añadir algunos dibujos animados de los niños cantando, así le daremos un toque más dinámico —sugirió Lucas, quien parecía haberse revitalizado por completo—. Pero también necesitamos que el video tenga buena música de fondo.
Con el nuevo enfoque, el grupo comenzó a dividir las tareas. Sofía se encargó de escribir el guion del video, mientras que Lucas se ofreció a buscar clips de video de los niños del jardín, grabándolos mientras ensayaban. Mariana decidió que ella se encargaría de la edición y Andrés se ocuparía de la música.
Las horas pasaron volando mientras trabajaban juntos, y la atmósfera se volvió mucho más amena. A medida que intercambiaban ideas y reían juntos, los problemas que antes parecían insuperables se convirtieron en desafíos que estaban ansiosos por afrontar.
Sin embargo, a pesar de la nueva energía, la realidad volvió a asomarse cuando llegó el momento de grabar el video. Se dieron cuenta de que no era tan sencillo como habían pensado. El jardín de infantes había sido reprogramado para hacer actividades en el parque, y no podían filmar a los niños allí. Además, algunos de los niños eran bastante inquietos y no seguían el ritmo.
—¡Vamos, niños! —gritó la maestra de los pequeños, tratando de reunirlos—. ¡Es hora de cantar el himno de la escuela!
Sofía, que había acompañado al grupo, observó cómo algunos niños se distraían con las aves y otros se reían entre sí, mientras que uno de ellos, llamado Diego, parecía especialmente desorientado.
Diego tenía dificultades para seguir el ritmo del resto y a menudo se quedaba atrás. A medida que la maestra trataba de organizar a los niños, Sofía sintió que necesitaba hacer algo para ayudarlo.
—¿Te gustaría que te ayudara a aprender el himno? —le preguntó suavemente.
Diego miró hacia arriba, sus ojos llenos de inseguridad.
—No sé si puedo hacerlo —murmuró.
Sofía se agachó a su nivel y le sonrió.
—Claro que sí. Solo necesitamos practicar un poco juntos. La maestra nos dio mucho tiempo. ¿Qué tal si comenzamos con la primera parte?
Diego asintió, y Sofía empezó a cantarle suavemente la melodía, adaptando el ritmo para que pudiera seguirle el paso. Mientras tanto, Sofía no pudo evitar compartir un par de chistes cortos para hacer que Diego se sintiera más cómodo. Poco a poco, la inseguridad de Diego comenzó a desvanecerse.
—¿Sabes? —le dijo Sofía entre risas—. Este himno es más fácil que algunos chistes que he escuchado.
Diego soltó una pequeña risa.
—¿De verdad?
—¡Claro! ¿Sabes cuál es el animal más divertido? ¡El pingüino! Porque siempre se viste igual.
Diego rió nuevamente, y Sofía pudo ver cómo empezaba a relajarse. Después de un par de intentos, él comenzó a cantar la primera parte del himno, con una voz tímida pero decidida.
Cuando finalmente llegó el momento de grabar, Sofía le dijo a Diego que podía unirse al resto de los niños. Aunque al principio se mostró reacio, las risas que se escuchaban entre los otros pequeños le dieron la confianza que necesitaba.
La grabación comenzó, y la maestra dirigió a los niños, animándolos a cantar con entusiasmo. Con Sofía al lado de Diego, el pequeño finalmente se unió al coro. Aunque no lo hacía perfectamente, la alegría en su rostro era inconfundible. La música llenó el aire, y Sofía no pudo evitar sentir que estaban construyendo algo hermoso.
Cuando terminaron de grabar, todos los niños aplaudieron y comenzaron a reír, disfrutando del momento. Sofía, Mariana, Andrés y Lucas se miraron entre sí, compartiendo una sonrisa satisfecha.
—Lo logramos —dijo Lucas, lleno de emoción.
—No solo eso —añadió Mariana—, hemos creado algo que los niños disfrutarán.
En ese instante, Sofía se dio cuenta de que, a pesar de las dificultades y los retos, habían encontrado una manera de trabajar juntos y ayudar a los demás. La risa, como había dicho su madre, era verdaderamente la mejor terapia.
Los días siguientes fueron una vorágine de emoción y creatividad. Con cada ensayo, los niños del jardín de infantes se sentían más cómodos y seguros al cantar el himno. Sofía, Mariana, Andrés y Lucas se convirtieron en figuras clave, no solo para los pequeños, sino también para sus compañeros de clase, quienes los observaban con asombro.
La fecha de la presentación se acercaba rápidamente, y todos estaban ansiosos. La escuela organizó un evento especial en el que los niños tendrían la oportunidad de mostrar lo que habían aprendido. Sofía y su grupo habían decidido que la mejor manera de hacer la presentación sería integrando las risas y el buen humor que habían cultivado.
El día del evento, la escuela estaba llena de coloridos globos y carteles que anunciaban el espectáculo. Los padres de los niños, así como otros miembros de la comunidad, llegaron para disfrutar del espectáculo. Sofía y sus amigos, nerviosos pero emocionados, se aseguraron de que todo estuviera listo. La idea de que los niños cantaran frente a una audiencia real hizo que el corazón de Sofía latiera más rápido.
Cuando llegó el momento, la maestra del jardín de infantes tomó el micrófono.
—Queridos padres, compañeros y amigos, hoy tenemos el honor de presentar a nuestros pequeños artistas del jardín. ¡Prepárense para disfrutar de un himno especial que han aprendido con mucha dedicación!
El auditorio estalló en aplausos y vítores, creando un ambiente vibrante. Sofía miró a Diego, quien estaba en la primera fila, su rostro lleno de entusiasmo. Era evidente que estaba emocionado por mostrar lo que había aprendido.
Finalmente, llegó su turno de subir al escenario. Los niños se alinearon con sus camisetas de colores y una sonrisa brillante en sus rostros. Sofía y sus amigos estaban allí para guiarlos y animarlos, listos para ser el soporte que necesitaran.
Con el primer acorde, la música llenó el aire, y los niños comenzaron a cantar. Aunque no todos los pequeños se movían al ritmo perfecto, sus voces se unieron, creando una melodía encantadora que resonó en el corazón de cada asistente. La risa, que había sido el pegamento de su colaboración, también se filtraba en la presentación.
A medida que la canción avanzaba, Sofía notó cómo Diego, inicialmente inseguro, comenzó a ganar confianza. Miraba a su alrededor, disfrutando del momento y sonriendo a sus compañeros. La risa que antes había sido un simple recurso se convirtió en un lazo que unió a todos en ese escenario.
Cuando finalizaron, el aplauso fue ensordecedor. La maestra, con lágrimas de felicidad en los ojos, les agradeció a todos por el esfuerzo y la dedicación.
—Este himno no solo es un símbolo de nuestra escuela, sino también de lo que hemos logrado juntos. Cada risa, cada ensayo y cada momento compartido nos ha hecho más fuertes y unidos.
Sofía se sintió orgullosa de lo que habían conseguido. No solo habían aprendido un himno, sino que también habían creado una conexión especial con los niños. La risa y la empatía habían sido las herramientas perfectas para construir puentes entre ellos.
A medida que la audiencia se dispersaba, los niños se abrazaron, llenos de alegría. Diego, corriendo hacia Sofía, le dio un fuerte abrazo.
—¡Lo hicimos! —exclamó, su voz rebosante de felicidad.
—Sí, lo hiciste tú, Diego. ¡Eres un verdadero artista! —respondió Sofía, sintiéndose satisfecha al ver su crecimiento.
En ese instante, Mariana, Lucas y Andrés se unieron a ellos.
—Esto fue increíble —dijo Mariana—. Nunca imaginé que los niños pudieran conectar tanto.
—Y todo gracias a la risa —añadió Lucas, sonriendo—. Nunca subestimes el poder de un buen chiste.
Andrés, con una mirada de satisfacción, agregó:
—La risa no solo nos ayudó a unirnos, sino que también hizo que todos los demás se sintieran cómodos. Creo que hemos aprendido algo importante hoy.
Mientras se alejaban del escenario, Sofía reflexionó sobre lo que había ocurrido. La risa había sido la chispa que encendió la magia de su colaboración. La empatía no solo construyó puentes entre ellos, sino que también les mostró el verdadero valor de la paciencia, el trabajo en equipo y la alegría compartida.
Días después, en la escuela, la maestra compartió el video del evento con toda la comunidad. Las risas resonaron una vez más cuando todos pudieron revivir los momentos divertidos del ensayo y la presentación. Los padres aplaudieron con entusiasmo y los niños se sintieron orgullosos de ser parte de algo tan especial.
Con el paso del tiempo, Sofía y su grupo continuaron participando en proyectos en la escuela, siempre recordando la lección que habían aprendido: la risa no solo es la mejor terapia para la armonía, sino que también es un camino que conecta a las personas, fortalece la comunidad y crea lazos que perduran.
Y así, mientras los días seguían transcurriendo, Sofía y sus amigos entendieron que, aunque la vida podría presentarles desafíos, siempre podrían enfrentarlos juntos, con una sonrisa en el rostro y risas en el aire.
moraleja La risa es la mejor terapia para la armonía.
Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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