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Mateo no podía creerlo. Estaba de pie frente al pizarrón de anuncios en el pasillo de la escuela, leyendo una y otra vez su nombre impreso en grandes letras. “Seleccionado para representar a la escuela en la carrera regional de atletismo”, decía el cartel. El corazón le latía rápido y una mezcla de emoción y nerviosismo lo invadía. Desde pequeño, había soñado con ser un gran atleta, y ahora finalmente tenía la oportunidad de demostrar lo que había aprendido en años de entrenamientos.

—¡Mateo, lo lograste! —exclamó Carla, su mejor amiga, mientras se acercaba corriendo con una sonrisa gigante en el rostro—. ¡Eres nuestro representante oficial!

Mateo apenas pudo sonreír. No era que no estuviera emocionado, pero había algo que lo inquietaba. Hace unas semanas, en uno de los entrenamientos previos a la selección, se había torcido el tobillo. No lo mencionó a nadie porque no quería que lo descartaran de la competencia, y aunque el dolor había disminuido un poco, su tobillo aún no estaba completamente bien.

Carla lo miró con curiosidad.

—¿Estás bien? No pareces tan emocionado.

Mateo asintió rápidamente.

—Sí, sí… es solo que… no me lo esperaba.

Carla lo abrazó con entusiasmo.

—Sabía que lo conseguirías, Mateo. Siempre has sido el más rápido. ¡Vas a ganar!

Mateo forzó una sonrisa, pero en su interior, la preocupación seguía creciendo. ¿Qué pasaría si su tobillo empeoraba durante la carrera? ¿Y si no podía correr al cien por ciento? Sabía que la competencia sería dura, ya que otros estudiantes de las escuelas cercanas también eran muy buenos.

Al día siguiente, Mateo se encontró con el entrenador Pablo, quien lo felicitó por haber sido seleccionado. Sin embargo, el entrenador, con su ojo atento, notó que Mateo no caminaba con la misma confianza de siempre.

—¿Estás bien, Mateo? —preguntó el entrenador con seriedad—. Pareces un poco tenso.

Mateo tragó saliva. No quería mentir, pero tampoco quería perder la oportunidad de competir.

—Estoy bien —dijo, aunque su voz sonó menos segura de lo que quería—. Solo un poco nervioso, supongo.

El entrenador asintió y lo palmeó en la espalda.

—Es normal estar nervioso, pero recuerda que entrenamos para esto. Solo tienes que dar lo mejor de ti.

A pesar de las palabras de ánimo, la culpa comenzó a crecer dentro de Mateo. Sabía que no estaba siendo honesto, ni con el entrenador ni consigo mismo. Esa noche, cuando llegó a casa, trató de hacer unos estiramientos, pero el dolor en su tobillo volvió a aparecer. Intentó ignorarlo, pero el malestar físico se mezclaba con el malestar emocional.

Su madre, quien lo observaba desde la cocina, lo llamó.

—¿Todo bien, hijo? Te veo un poco distraído.

Mateo se detuvo y respiró profundamente. Quería contarle a su madre lo que sentía, pero las palabras se atascaban en su garganta. ¿Qué pensaría ella si le decía que su tobillo no estaba completamente recuperado? ¿Lo regañaría por no haber hablado antes? ¿Se decepcionaría de que tal vez no pudiera correr?

—Solo estoy cansado por los entrenamientos —respondió, esquivando la verdad una vez más.

Esa noche, Mateo no pudo dormir bien. Las imágenes de la carrera, sus compañeros animándolo y el entrenador confiando en él se mezclaban con su creciente preocupación. ¿Qué debía hacer? Si corría con el tobillo lastimado, podría empeorarlo, pero si hablaba ahora, podría perder su oportunidad.

A la mañana siguiente, se dirigió al campo de entrenamiento, decidido a probar cómo estaba su tobillo. Al principio, todo parecía ir bien. El sol brillaba y el aire fresco le daba una sensación de libertad mientras corría por la pista. Sin embargo, después de unos minutos, el dolor comenzó a intensificarse. Mateo disminuyó el ritmo y se detuvo, respirando con dificultad.

“¿Por qué no se me cura?”, pensó frustrado.

El entrenador Pablo se acercó, preocupado por verlo detenerse.

—Mateo, ven acá. ¿Qué está pasando?

Mateo sintió una gran presión en el pecho. Era como si toda la verdad quisiera salir de una vez, pero su miedo a decepcionar a los demás lo retenía.

—No es nada —respondió, tratando de sonar convincente, pero el entrenador lo observaba con una mirada que parecía ver más allá de sus palabras.

—Mateo, hemos entrenado juntos por mucho tiempo. Sé cuando algo no está bien —insistió el entrenador con calma—. Puedes confiar en mí.

El silencio se apoderó del campo de entrenamiento. Mateo miró a su alrededor, observando a sus compañeros que también entrenaban, todos ellos entusiasmados por la próxima competencia. Respiró hondo, y por primera vez en días, se permitió ser honesto consigo mismo.

—Mi tobillo no está bien, entrenador —confesó en voz baja, sintiendo que una carga enorme se le quitaba de encima—. Me lo torcí hace unas semanas, y aunque ha mejorado, aún no está del todo bien. No quería decir nada porque… no quería perder esta oportunidad.

El entrenador lo escuchó con atención y luego asintió.

—Entiendo, Mateo. Pero debes saber que ser honesto contigo mismo es lo más importante. No importa lo mucho que queramos algo, si no estamos bien, necesitamos tomar una pausa. Eso no te hace menos fuerte, al contrario, te hace más sabio.

Mateo bajó la cabeza, sintiendo una mezcla de alivio y tristeza. Sabía que el entrenador tenía razón, pero también temía lo que vendría después.

—¿Qué va a pasar ahora? —preguntó, con un nudo en la garganta.

El entrenador Pablo miró a Mateo con calma y puso una mano en su hombro.

—Lo que va a pasar ahora depende de ti, Mateo —dijo con una voz suave pero firme—. Sé lo mucho que has trabajado para esta carrera y entiendo lo difícil que es tomar una decisión como esta. Pero recuerda, la honestidad contigo mismo es lo que te hará más fuerte, no solo en el deporte, sino en la vida. Correr con una lesión puede hacer más daño a tu cuerpo, pero también puede hacer daño a tu integridad.

Mateo se sentía confundido. Por un lado, el peso de la culpa lo hacía querer gritar que no estaba en condiciones de correr, pero por otro lado, temía la reacción de sus compañeros, de su familia y del resto de la escuela. ¿Qué pensarían de él si se retiraba? Había tanto en juego, y todos esperaban que diera lo mejor de sí.

—No quiero defraudar a nadie —dijo Mateo, con los ojos clavados en el suelo.

El entrenador sonrió, como si ya hubiera esperado esa respuesta.

—No vas a defraudar a nadie si eres sincero, Mateo. Al contrario, estás demostrando que tienes la madurez de reconocer tus límites, y eso es algo que muchos no logran hacer.

Mateo asintió, pero las palabras del entrenador aún no calmaban del todo sus inquietudes. Decidió que tenía que pensar en ello con más calma y le pidió al entrenador un día para tomar una decisión. El entrenador aceptó y le recomendó que hablara con su familia.

Esa tarde, Mateo llegó a casa con el ánimo bajo. Se sentía atrapado entre lo que quería hacer y lo que debía hacer. Mientras intentaba distraerse viendo televisión, su hermana menor, Sofía, entró en la sala. Ella tenía solo nueve años, pero su inocencia siempre le traía claridad a las cosas.

—¿Por qué estás tan serio, Mateo? —preguntó mientras se sentaba junto a él.

Mateo suspiró y decidió contarle todo.

—Es sobre la carrera. Me seleccionaron para representar a la escuela, pero tengo una lesión en el tobillo. No sé si debería decir la verdad y perder la oportunidad de correr o seguir adelante, aunque podría empeorar mi lesión.

Sofía lo miró con ojos grandes y llenos de curiosidad, pero también con una sinceridad que solo los niños pueden tener.

—Mamá siempre dice que es mejor ser honesto, incluso si eso duele un poco al principio —dijo Sofía—. Cuando le mentí sobre haber roto su planta favorita, me sentí mal todo el día, pero cuando le dije la verdad, me perdonó. Y después, me sentí mucho mejor. Tal vez te pase lo mismo.

Mateo sonrió ante la simplicidad con la que Sofía veía las cosas. Claro, romper una planta no era lo mismo que renunciar a una carrera importante, pero la idea de ser honesto consigo mismo resonaba en su cabeza. Sabía que Sofía tenía razón, y también sabía que no podría seguir adelante con la carrera si no era honesto.

Esa noche, cuando sus padres regresaron del trabajo, Mateo decidió hablar con ellos. Reunió el valor que había estado acumulando durante todo el día y les contó sobre la lesión y cómo había estado escondiéndola. Para su sorpresa, sus padres no lo regañaron. En cambio, su padre asintió con comprensión, y su madre le sonrió con cariño.

—Mateo, estamos muy orgullosos de ti, no solo por tu habilidad para correr, sino por tu valentía al enfrentar este dilema —dijo su padre—. Sabemos que amas el deporte, pero también debemos cuidar de ti. A veces, ser honesto con uno mismo significa hacer sacrificios, pero esos sacrificios siempre valen la pena.

Su madre agregó:

—No importa si no puedes correr esta vez. Habrá muchas más oportunidades en el futuro, y lo más importante es que estás cuidando de tu bienestar. Y, por supuesto, siendo sincero contigo mismo, estás haciendo lo correcto.

Mateo sintió que una enorme carga se desvanecía de sus hombros. La tensión que había llevado consigo por días, finalmente se liberó. Aunque aún sentía tristeza por la posibilidad de no correr, también se sintió orgulloso de sí mismo por haber sido sincero.

Al día siguiente, Mateo fue a la escuela decidido. Caminó hacia la oficina del entrenador Pablo, listo para darle su respuesta. El entrenador lo recibió con una sonrisa comprensiva, como si ya supiera lo que Mateo iba a decir.

—Entrenador, creo que lo mejor es que no participe en la carrera. Mi tobillo no está bien, y no quiero arriesgarme a empeorarlo —dijo con firmeza.

El entrenador lo escuchó con atención y luego asintió.

—Es una decisión valiente, Mateo. Estoy muy orgulloso de ti. No es fácil renunciar a algo que deseas tanto, pero tu honestidad contigo mismo muestra la clase de atleta y persona que eres. Habrá otras oportunidades para competir, y cuando llegue ese momento, estarás más preparado, tanto física como mentalmente.

Mateo sonrió, sintiendo que había tomado la mejor decisión. No había sido fácil, pero sabía que era lo correcto. El entrenador lo palmeó en la espalda y le aseguró que siempre habría un lugar para él en el equipo una vez que estuviera recuperado.

El día de la carrera llegó, y aunque Mateo no correría, decidió ir a apoyar a sus compañeros. Mientras veía desde las gradas cómo los otros atletas competían con todas sus fuerzas, se sintió en paz. Sabía que había tomado la decisión correcta, y aunque no correría esa vez, sabía que su oportunidad volvería.

De pronto, escuchó a alguien llamarlo desde la pista.

—¡Mateo! —gritó Carla, que había terminado su carrera con un buen tiempo—. ¡Te necesitamos aquí abajo! Aunque no corras, eres parte del equipo. ¡Ven!

Mateo sonrió y bajó rápidamente a la pista, sintiendo que, a pesar de no haber competido, aún formaba parte de algo más grande.

El bullicio en la pista se intensificaba a medida que las carreras continuaban. Mateo, aunque no participaba en la competencia, no se sentía excluido. Estaba en la línea de meta, animando a sus compañeros, especialmente a Carla, que había tenido un gran desempeño. Aunque su tobillo seguía doliendo un poco, ya no era el único peso que cargaba. El alivio de haber tomado la decisión correcta lo hacía sentirse ligero, como si una nueva energía fluyera dentro de él.

Los profesores, padres y otros estudiantes estaban todos emocionados por las últimas carreras, y aunque Mateo no estaba compitiendo, no se sentía invisible. Al contrario, los miembros de su equipo lo saludaban y le agradecían por estar allí, lo cual lo sorprendió al principio.

Al final de la competencia, el equipo de Mateo quedó en segundo lugar. No fue el resultado que todos esperaban, pero eso no desanimó a nadie. Todos estaban orgullosos de su esfuerzo, y el ambiente en la pista seguía siendo de celebración. Mateo, observando a sus compañeros, se dio cuenta de algo importante: el verdadero espíritu del deporte no estaba solo en ganar, sino en el apoyo mutuo y la integridad. Y hoy, aunque no corrió, había sido un día de aprendizaje invaluable.

Mientras recogían el equipo y guardaban las cosas para regresar a casa, el entrenador Pablo se acercó a Mateo con una sonrisa. Lo miró a los ojos, con esa mirada tranquila y firme que tanto caracterizaba al entrenador.

—Mateo —dijo—, no solo hiciste lo correcto para ti, sino también para el equipo. Tu decisión de ser honesto contigo mismo demuestra una madurez que muchos deportistas tardan años en desarrollar. No todos los días ganamos una medalla, pero hoy ganaste algo más importante: respeto y confianza. El equipo está muy orgulloso de ti, y yo también.

Mateo se quedó en silencio por un momento, dejando que las palabras del entrenador se asentaran. Aunque no lo había esperado, sintió una inmensa satisfacción. No había corrido, pero en lugar de sentirse como un fracaso, se sintió como si hubiera logrado algo mucho más grande. Por primera vez, comprendió lo que su familia, su hermana Sofía y su entrenador habían estado diciéndole: ser honesto, especialmente cuando es difícil, lo hacía más fuerte.

Cuando el equipo terminó de recoger todo, Carla y algunos de los otros compañeros se acercaron a Mateo. Carla, que siempre había sido una gran competidora, sonrió de oreja a oreja.

—Mateo, la próxima vez que corras, vas a arrasar —dijo, dándole un pequeño golpe en el hombro—. ¡Gracias por estar aquí hoy! Sabemos que no fue fácil para ti, pero tu apoyo significó mucho para todos nosotros.

Los demás asintieron, dándole palmaditas en la espalda. Mateo se sintió parte del equipo de una manera nueva, no solo por su habilidad física, sino por su capacidad de ser sincero consigo mismo y con los demás.

—Gracias, chicos —respondió Mateo, sonriendo—. La próxima vez que corra, voy a estar mejor preparado. No solo físicamente, sino también mentalmente.

El entrenador Pablo se acercó de nuevo, esta vez con una sorpresa.

—Tengo algo para ti, Mateo —dijo, extendiéndole una medalla—. Sé que no corriste hoy, pero esta es para ti. No es por la carrera que ganaste en la pista, sino por la carrera interna que corriste. Esta medalla es por tu honestidad y por haber demostrado el tipo de persona que eres.

Mateo tomó la medalla, completamente sorprendido. Nunca imaginó que recibiría algo así ese día. Sintió un nudo en la garganta, pero esta vez no era de angustia o estrés, sino de gratitud y orgullo. Miró la medalla, brillante bajo el sol de la tarde, y se dio cuenta de que no siempre era necesario estar en el centro de atención para ser un verdadero ganador.

Los días siguientes en la escuela pasaron rápidamente. Aunque la carrera había quedado atrás, el espíritu de compañerismo y apoyo seguía vivo en el equipo. Mateo continuó asistiendo a las prácticas, aunque no podía correr. Durante las sesiones, se dedicaba a ayudar a sus compañeros, observando sus técnicas y ofreciendo consejos. Poco a poco, su tobillo empezó a sanar y, junto con su recuperación física, también creció su confianza interna.

Una tarde, mientras se preparaban para el siguiente entrenamiento, el entrenador Pablo se acercó a Mateo con una hoja en la mano.

—Tengo buenas noticias —anunció, con una sonrisa en el rostro—. El campeonato regional de atletismo será en unos meses, y quiero que estés listo para entonces. Tu tobillo estará completamente recuperado y quiero que representes al equipo en esa carrera.

Mateo sintió una mezcla de emoción y nerviosismo. El campeonato regional era mucho más importante que la carrera escolar, y ser seleccionado para ello era un gran honor. Pero esta vez, en lugar de sentir presión, se sintió emocionado. Sabía que estaba preparado no solo para correr, sino para enfrentar cualquier desafío con honestidad y determinación.

—Voy a dar lo mejor de mí, entrenador —respondió Mateo con una sonrisa confiada—. Y esta vez, lo haré sin esconder nada.

El entrenador asintió, satisfecho.

—Eso es todo lo que necesitamos, Mateo. Sabemos que tienes la habilidad, pero lo más importante es que tienes el corazón y la honestidad. Y eso es lo que te llevará lejos.

Con esas palabras, Mateo empezó a entrenar con más entusiasmo que nunca. Cada día se esforzaba un poco más, sabiendo que cada paso que daba lo acercaba no solo a la carrera, sino también a su mejor versión. El día del campeonato regional llegaría, y Mateo estaría listo. No solo para correr, sino para hacerlo con la honestidad que había aprendido a valorar por encima de todo.

moraleja Ser honesto consigo mismo es fundamental.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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