Era una tarde nublada en el pequeño pueblo de Valle Esperanza. Yolanda, una niña de diez años con una risa contagiosa y un corazón lleno de sueños, se encontraba en su habitación mirando por la ventana. La lluvia caía suavemente, y las gotas formaban pequeños riachuelos que corrían por el cristal, pero su mente no estaba en el clima. Se sentía inquieta, preocupada por su papá, quien había estado enfermo durante semanas.
Su madre, Ana, había estado muy ocupada en los últimos días, hablando por teléfono con médicos y tratando de organizar las cosas en casa mientras su papá estaba en el hospital. Aunque Yolanda intentaba ayudar, se sentía pequeña y perdida. Era difícil para ella comprender por qué su papá, quien siempre había sido tan fuerte y cariñoso, ahora se encontraba en una cama de hospital.
—¿Cuándo vendrá a casa, mamá? —preguntó Yolanda, girándose para mirar a su madre, quien estaba en la sala, revisando unas notas.
Ana suspiró y levantó la vista. Sus ojos estaban cansados, y su rostro mostraba la preocupación que llevaba en su corazón.
—Pronto, mi vida. Los doctores están haciendo todo lo posible para ayudarlo. Solo necesita un poco más de tiempo —respondió con dulzura, aunque Yolanda notó un matiz de duda en su voz.
Yolanda asintió, pero por dentro sentía un nudo en el estómago. A medida que pasaban los días, se daba cuenta de que lo que más deseaba era tener a su papá en casa. Le extrañaba tanto, especialmente cuando llegaba a casa del trabajo y la abrazaba con fuerza, llenándola de cuentos sobre su día. Ahora, en lugar de eso, estaba rodeada de silencio y sombras.
Decidida a ver a su papá, Yolanda se acercó a su madre.
—Mamá, ¿puedo ir al hospital a verlo? Quiero darle un dibujo que hice para él —dijo con determinación, recordando la imagen colorida que había creado en un intento de animar a su papá.
Ana la miró, sorprendida por la valentía de su hija. A veces, era difícil entender cómo un niño podía ser tan fuerte en momentos de dificultad.
—Claro que sí, pero… —Ana se detuvo, dudando. No quería que Yolanda viera a su papá en un estado que pudiera asustarla—. Solo, asegúrate de ser muy delicada, ¿de acuerdo?
Yolanda asintió con entusiasmo, sin comprender completamente el significado de la advertencia de su madre. Al poco tiempo, ambas se encontraron en el hospital. La gran puerta del edificio era fría y austera, y la luz artificial parecía opacar aún más la realidad de lo que estaba sucediendo en su interior. Yolanda sentía una mezcla de nerviosismo y emoción. Tenía muchas ganas de ver a su papá, pero no podía evitar sentir un pequeño temor.
Cuando llegaron a la habitación, Ana abrió la puerta y Yolanda entró detrás de ella. La habitación estaba decorada con colores suaves, pero lo que más captó su atención fue su papá. Estaba en la cama, con una máscara de oxígeno y conectado a varios aparatos que sonaban de manera rítmica. Su rostro, aunque familiar, se veía pálido y cansado. Yolanda se sintió un poco intimidada, pero su amor por él la empujó a avanzar.
—¡Papá! —gritó, corriendo hacia la cama y dándole un abrazo suave.
Él sonrió débilmente, pero sus ojos brillaban de felicidad al ver a su hija.
—Yolanda, mi amor, ¿qué haces aquí? —dijo, su voz entrecortada pero llena de amor.
—Te traje un dibujo —dijo, sacando con entusiasmo el papel de su mochila—. Espero que te guste.
Con un esfuerzo, su papá se inclinó un poco hacia adelante para mirarlo. Era un dibujo colorido de su familia, todos sonriendo juntos, y sobre ellos había un gran sol dorado que iluminaba el paisaje.
—Es hermoso, Yoli. Me encanta —dijo, y aunque estaba debilitado, la felicidad en su voz hizo que el corazón de Yolanda latiera más fuerte.
Ana observaba desde la esquina de la habitación, sintiéndose aliviada al ver a su hija alegrar a su esposo. Sin embargo, el temor seguía acechando su mente. Sabía que la enfermedad de su esposo era seria, y no podía evitar preguntarse qué pasaría si no se recuperaba. Era un pensamiento aterrador, y ella deseaba proteger a su hija de cualquier dolor.
Mientras Yolanda conversaba con su papá, el ambiente en la habitación comenzó a cambiar. A pesar de las máquinas y el ambiente hospitalario, la risa y el amor que compartían hicieron que todo pareciera más brillante. Yolanda le contaba historias de la escuela, de sus amigos y de cómo había aprendido a montar en bicicleta, mientras su papá la escuchaba atentamente, sonriendo con orgullo.
—Eres muy valiente, Yoli. Estoy tan orgulloso de ti —dijo él, su voz llena de amor y admiración.
Pero, a medida que avanzaba la tarde, el cansancio se hizo evidente en la cara de su papá. Él sonrió, pero Yolanda pudo ver la fatiga en sus ojos. La preocupación se apoderó de ella de nuevo.
—Papá, ¿te sientes bien? —preguntó, sintiendo que algo no estaba bien.
—Estoy bien, solo un poco cansado, mi vida —respondió él, intentando tranquilizarla. Pero Yolanda sabía que había algo más.
Ana decidió que era hora de que Yolanda tomara un pequeño descanso.
—Vamos, mi amor, hay que dejar que papá descanse un poco —dijo suavemente—. Regresaremos más tarde.
Yolanda no quería irse, pero vio el cansancio en el rostro de su papá y comprendió que necesitaba descansar. Así que se inclinó y lo abrazó con fuerza, deseándole que se mejorara pronto.
—Te quiero, papá. Volveré mañana —prometió, aunque su voz temblaba de emoción.
A medida que se alejaban de la habitación, Ana tomó la mano de su hija, guiándola hacia el vestíbulo del hospital. Yolanda se sentía preocupada, pero también decidida a hacer todo lo posible para ayudar a su papá a sanar. Mientras caminaban, se dio cuenta de que el amor era la base de todo. Era lo que les unía, lo que les daba fuerzas para seguir adelante, incluso en los momentos más oscuros.
Esa noche, mientras Yolanda se acomodaba en su cama, pensó en su papá y en todo lo que había vivido en el hospital. A pesar de la tristeza, sintió que el amor que compartían era más fuerte que cualquier enfermedad. Prometió que, a partir de ese día, haría todo lo posible para ser su apoyo, para recordarle cuánto lo amaba y que, sin importar lo que sucediera, siempre estarían juntos en su corazón.
Yolanda no podía dejar de pensar en su papá durante la semana siguiente. Cada día, ella y su madre visitaban el hospital, y aunque su papá parecía un poco mejor, aún había momentos en que su energía se desvanecía y su rostro se tornaba pálido. Cada vez que entraba en la habitación, su corazón se llenaba de esperanza y temor a la vez. Sin embargo, lo que más le preocupaba era que su papá, a pesar de sus esfuerzos por ser fuerte, parecía estar luchando.
Una mañana, mientras Yolanda se preparaba para ir al hospital, sintió un cosquilleo de determinación. Decidió que, en lugar de solo hacerle un dibujo, quería llevarle algo especial que le recordara la alegría y el amor que compartían. Así que se puso a trabajar en una pequeña carta. Con cuidado, escribió cada palabra, expresando lo mucho que lo quería y lo que significaba para ella.
Cuando llegó al hospital, se encontró con su papá en la cama, mirando por la ventana hacia el jardín. El sol brillaba con fuerza, y los colores vibrantes de las flores parecían reflejar la esperanza que ella sentía en su corazón. Al ver a su hija entrar, su papá se volvió y una sonrisa iluminó su rostro.
—Hola, mi pequeña artista —dijo, su voz aún débil, pero llena de amor—. ¿Qué traes hoy?
—Traigo algo especial para ti, papá —respondió Yolanda, emocionada—. Es una carta.
Se sentó en la silla junto a la cama y le entregó la carta, que había decorado con dibujos de corazones y estrellas. Su papá la tomó con manos temblorosas, abriéndola con cuidado. A medida que leía, sus ojos se llenaron de lágrimas, pero esta vez eran lágrimas de alegría.
—Yolanda, esto es hermoso. Eres una niña increíble —dijo, mientras trataba de contener la emoción. Sus palabras llenaron la habitación con una calidez que hacía tiempo no se sentía.
Yolanda observaba cómo su papá se emocionaba y se sintió feliz. Sabía que, a pesar de la enfermedad, su amor podía cruzar cualquier barrera. Entonces, decidió que no se quedaría solo en palabras.
—Papá, creo que deberíamos hacer algo juntos. Como un proyecto —sugirió, con una chispa en sus ojos—. ¿Qué tal si hacemos un álbum de fotos de todos nuestros momentos felices?
La idea la había inspirado de inmediato. A lo largo de los años, habían acumulado muchos recuerdos, y tenía la certeza de que revivir esos momentos podría hacer que su papá se sintiera mejor.
—Eso suena maravilloso, Yoli. Pero… ¿cómo lo haremos? —preguntó él, con curiosidad.
—Podemos empezar desde ahora. Puedo llevarte fotos y dibujar algunas cosas. Luego, cuando te sientas mejor, podemos seguir trabajando juntos —dijo con entusiasmo, sintiendo que tenía el poder de ayudar.
Su papá sonrió, y por un momento, Yolanda vio la chispa de su antiguo espíritu. Sabía que necesitaba animarlo y que el amor era la clave para hacerlo.
A lo largo de los días siguientes, Yolanda llevó fotos, cuentos y pequeños regalos que recordaban momentos felices. Hicieron una lluvia de recuerdos y comenzaron a construir un álbum que reflejaba su vida juntos. Entre risas y lágrimas, compartían historias sobre cada imagen, cada momento.
Una tarde, mientras se sentaban en el hospital, su papá le contó sobre el día que Yolanda nació, lo emocionado que estaba y lo agradecido que se sentía por tenerla en su vida. Ella escuchaba con atención, sintiendo que cada palabra era un ladrillo que construía su lazo aún más fuerte.
—Yolanda, quiero que sepas que siempre estás en mi corazón. No importa lo que pase, siempre serás mi razón para luchar —dijo, su voz entrecortada pero llena de amor.
Esa frase resonó en el corazón de Yolanda. Se dio cuenta de que, aunque su papá estuviera enfermo, su amor nunca se desvanecería. La conexión que compartían era poderosa, un refugio en medio de la tormenta.
Con el paso del tiempo, las visitas al hospital se convirtieron en un ritual. Yolanda se llevó un cuaderno donde dibujaba y escribía historias que quería compartir con su papá. Él, a su vez, le contaba sobre su infancia y sus sueños. Así, se creaba un mundo de palabras y colores que llenaban el espacio frío del hospital.
Un día, cuando llegó, notó algo diferente en el ambiente. Su papá parecía un poco más enérgico, y la sonrisa en su rostro era más brillante.
—Yolanda, tengo una sorpresa para ti —dijo, con un brillo en los ojos.
—¿Qué es? —preguntó, llena de curiosidad.
—Los doctores dicen que estoy mejorando. Espero que pronto podré volver a casa —anunció, y sus palabras eran como un bálsamo que aliviaba el corazón de Yolanda.
La noticia la llenó de alegría, pero también de miedo. Aunque su papá parecía estar mejor, sabía que la enfermedad era compleja y que el camino hacia la recuperación no siempre era recto. Sin embargo, no iba a dejar que el miedo la dominara.
—¡Eso es maravilloso, papá! ¡Haremos una fiesta cuando llegues a casa! —exclamó, emocionada.
—Claro, mi vida. Pero hay algo que quiero que recuerdes —dijo él, con seriedad—. A veces, la vida nos pone pruebas difíciles. Lo importante es nunca rendirse y mantener siempre la esperanza en el amor.
Yolanda asintió, comprendiendo el peso de sus palabras. Ella sabía que el amor era un hilo que unía sus corazones, una fuerza que podía superar cualquier adversidad. Así que, decidida, prometió seguir siendo su apoyo incondicional.
La semana transcurrió llena de momentos especiales. Yolanda pasaba más tiempo con su papá, ayudándolo con ejercicios de respiración, compartiendo historias de sus amigos y hasta leyéndole cuentos. Se creó un ambiente lleno de risas, pero también de lecciones importantes sobre la vida y la familia.
Esa conexión entre padre e hija se transformó en un refugio, un espacio donde podían ser ellos mismos sin importar lo que pasara. El amor se convirtió en el mejor remedio, uno que superaba las barreras del dolor y la enfermedad.
Una tarde, cuando Yolanda regresaba a casa después de una visita, sintió que su corazón estaba más ligero. Sabía que estaban luchando juntos, que cada día era una victoria. La enfermedad de su papá aún existía, pero el amor que compartían era más fuerte que cualquier obstáculo que enfrentaran.
En ese momento, Yolanda comprendió que el amor no solo se siente, sino que también se expresa. Era el fundamento de todo lo que hacían y la base de su relación. Esa revelación la llenó de gratitud, y aunque sabían que aún había un camino por recorrer, estaban listos para enfrentarlo juntos.
Los días siguieron avanzando, y cada visita al hospital traía consigo un rayo de esperanza. Yolanda y su papá habían creado una rutina especial: cada tarde, después de la visita médica, pasaban un tiempo juntos en la sala de juegos del hospital. Allí, compartían historias, reían y, sobre todo, disfrutaban de la compañía mutua.
Un día, mientras Yolanda mostraba a su papá un dibujo que había hecho de una mariposa colorida, una enfermera entró en la habitación con una gran sonrisa.
—¡Hola, familia! —saludó—. Tengo buenas noticias. Los doctores han decidido que tu papá está lo suficientemente bien como para recibir el alta este viernes.
Yolanda no pudo contener su alegría. Su corazón se llenó de emoción al escuchar esas palabras. Miró a su papá, y vio cómo una sonrisa iluminaba su rostro. Aunque su padre aún se veía algo cansado, la esperanza y la felicidad eran evidentes en sus ojos.
—¡Es increíble, papá! ¡Vamos a celebrar! —gritó, dando saltos de alegría.
La enfermera se unió a su entusiasmo.
—¡Eso es! El amor y el apoyo son fundamentales en el proceso de recuperación. Ustedes han hecho un gran trabajo, juntos.
Yolanda se dio cuenta de que todo lo que habían vivido juntos había sido un gran aprendizaje, no solo sobre la enfermedad y la recuperación, sino también sobre el amor y la fortaleza de la familia. El vínculo que habían creado durante esas semanas era más fuerte que nunca.
El día del alta llegó, y Yolanda despertó con una energía renovada. Ella y su mamá decoraron la casa con globos y pancartas de “Bienvenido a casa, papá”. Mientras esperaban la llegada de su papá, Yolanda recordó todos los momentos difíciles que habían enfrentado. La ansiedad, el miedo, y las lágrimas se mezclaban con la alegría que sentía en su corazón.
Finalmente, cuando su papá entró en casa, la habitación estalló en un aplauso espontáneo. Yolanda corrió hacia él y lo abrazó con todas sus fuerzas.
—¡Te extrañé tanto, papá! —dijo, sintiendo que sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Yo también te extrañé, mi vida. Pero estoy aquí, y todo estará bien —respondió su papá, apretando a su hija contra su pecho.
Esa noche, la familia se sentó a cenar juntos. Había risas y charlas animadas, y Yolanda se sintió agradecida por cada momento. En medio de la cena, su papá levantó su vaso de jugo y, con una sonrisa, miró a Yolanda y a su mamá.
—Quiero brindar por el amor. Por el amor que nos ha mantenido unidos y por todas las cosas hermosas que hemos compartido. Recordemos siempre que, aunque la vida a veces sea dura, el amor es la luz que nos guía —dijo, su voz resonando con emoción.
Yolanda sintió que su corazón rebosaba de felicidad. Sabía que el amor había sido su salvavidas, su fuerza. Y, en ese instante, comprendió que no solo debía escuchar a su papá, sino también aprender de él, de su bondad y de su forma de ver la vida.
Después de la cena, decidieron iniciar el álbum de fotos que habían planificado en el hospital. Yolanda trajo una caja llena de recuerdos y fotos que habían recopilado durante los años. Juntos, comenzaron a clasificar las imágenes, contando historias detrás de cada una. Había fotos de su cumpleaños, vacaciones familiares, y hasta de los días en que su papá la llevaba al parque.
Mientras revisaban las imágenes, Yolanda sintió que su amor por su papá se profundizaba. Cada risa, cada abrazo, cada instante compartido era un ladrillo en la construcción del vínculo que jamás se rompería. Esa noche, comprendió que el amor no solo se expresaba con palabras, sino que también se manifestaba en acciones y momentos compartidos.
Los días siguieron pasando, y la vida de Yolanda se llenó de nuevas aventuras. Cada día era una oportunidad para aprender algo nuevo, para compartir risas y para valorar cada pequeño momento. Su papá se estaba recuperando poco a poco, y juntos se volvían más fuertes.
Yolanda también entendió la importancia de ayudar a otros. Un día, mientras jugaba en el parque, vio a un niño triste que se había caído de su bicicleta. Recordó cómo ella se había sentido cuando su papá estaba enfermo, y se acercó al niño.
—Hola, ¿te gustaría que te ayudara? —preguntó, extendiendo su mano—. A veces, un poco de ayuda hace que todo sea más fácil.
El niño sonrió, y Yolanda lo ayudó a levantarse. A partir de ese momento, se hizo amiga de él y juntos jugaron en el parque, compartiendo risas y diversión.
Cada gesto de bondad que mostraba, cada acción generosa que realizaba, le recordaba que el amor y la empatía eran el núcleo de todo. Así, mientras crecía, Yolanda aprendió a llevar esos valores en su corazón.
Con el tiempo, se convirtió en una joven compasiva y generosa. Nunca olvidó lo que vivió con su papá en el hospital. Ese período le enseñó que la vida es valiosa, que el amor es un refugio, y que, en momentos difíciles, siempre hay una lección que aprender.
Al final, Yolanda comprendió que el amor es la base de todo, una fuerza poderosa que trasciende el tiempo y el espacio, uniendo corazones en una danza eterna de bondad y gratitud. Y así, cada día, se aseguraba de que esa luz brillara en su vida y en la de aquellos que la rodeaban.
moraleja El amor es la base de todo.
Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
¿Te gustaría disfrutar de este contenido en formato de AUDIO LIBRO GRATIS? Aprovecha!!
Recuerda que siempre puedes volver a consultar nuestros libros en formato de AUDIO LIBRO GRATIS en nuestro canal de Youtube. NO OLVIDES SUSCRIBIRTE
Recibe un correo electrónico cada vez que tengamos un nuevo libro o Audiolibro para tí.
You have successfully joined our subscriber list.
Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar sobre Esoterismo, Magia, Ocultismo.
Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar para los pequeños grandes del mañana.
Disfruta de la historia de Terror más oscura y MARAVILLOSA que está cautivando al mundo.
Retira en Nequi, Daviplata, Tarjetas Netflix, Bitcoin, Tarjeta Visa Prepagada, ETC.