Había una vez un tren llamado El Sabio Viajero, que recorría largos paisajes llenos de verdes campos y montañas majestuosas. Este tren no era como cualquier otro, pues quienes subían a él no solo viajaban a un destino, sino que también aprendían valiosas lecciones a lo largo del trayecto. Los vagones estaban siempre llenos de pasajeros, desde niños pequeños que viajaban por primera vez, hasta ancianos que llevaban años recorriendo el mundo. Sin embargo, en esta historia, nuestro protagonista era un joven llamado Lucas.
Lucas era un niño de unos diez años, curioso y muy inquieto. No le gustaba mucho escuchar a los mayores, siempre pensaba que sabía más que ellos. Para él, los consejos de los adultos eran como pequeñas piedras en el camino: a veces los evitaba, a veces tropezaba con ellos, pero nunca les daba mucha importancia.
Una mañana soleada, Lucas subió al Sabio Viajero junto con su abuela, la señora Clara. Iban de camino a visitar a unos familiares en un pueblo lejano. La abuela Clara, con su pelo blanco como la nieve y su sonrisa tranquila, estaba emocionada por compartir el viaje con su nieto. Ella solía contar historias sobre las cosas que había aprendido en sus viajes, pero Lucas siempre fingía escuchar y después se perdía mirando por la ventana o jugando con su teléfono.
Mientras el tren comenzaba su recorrido, Lucas notó que en su vagón había más personas. Junto a ellos se encontraba una señora mayor, vestida con un abrigo de colores brillantes, un hombre de mediana edad que parecía un profesor, y una niña que no dejaba de jugar con una pequeña caja que traía consigo. La señora se llamaba doña Rita, y tenía un aire de sabiduría que hacía que todos los que la rodeaban quisieran escucharla. El profesor se llamaba el señor Robles, y aunque era muy inteligente, prefería observar a las personas a su alrededor antes de hablar. La niña, por otro lado, se llamaba Ana, y al igual que Lucas, era bastante inquieta.
El tren avanzaba rápido, pero Lucas pronto se dio cuenta de algo extraño: la pantalla de su teléfono no funcionaba. Intentó encenderlo varias veces, pero nada. Desesperado, miró a su abuela y le preguntó qué estaba pasando.
—Lucas, a veces las cosas no funcionan como esperamos —dijo la abuela Clara, con calma—. Pero en este tren, puede que descubras algo más valioso que los juegos de tu teléfono.
Lucas suspiró. “Siempre con sus historias”, pensó. Pero no le quedaba más opción que seguir el consejo de su abuela. Se acomodó en su asiento y, resignado, decidió observar a los otros pasajeros.
Doña Rita comenzó a hablar con la abuela Clara, y aunque al principio Lucas no prestaba atención, las palabras de la señora comenzaron a captar su interés. Hablaba de cómo, cuando era joven, había tomado decisiones sin escuchar a los que sabían más que ella, y cómo eso la había llevado a situaciones difíciles. Sus historias estaban llenas de aventuras, pero también de valiosas lecciones sobre la importancia de escuchar y aprender.
Lucas intentó ignorar lo que oía, pero algo en las palabras de doña Rita lo hacía pensar en su propia vida. Recordó las veces que su papá le había dicho que no dejara la bicicleta en la lluvia, pero él nunca lo escuchaba. O las veces que su mamá le decía que estudiara antes de los exámenes, y cómo él prefería dejar todo para el último minuto. Aunque no quería admitirlo, esas advertencias tenían sentido.
Ana, la niña que estaba cerca, parecía pensar lo mismo. Dejó de jugar con su caja y miró a doña Rita con ojos grandes, como si estuviera aprendiendo algo nuevo.
A medida que el tren seguía su viaje, Lucas empezó a preguntarse si, tal vez, había estado perdiendo cosas importantes al no escuchar los consejos de los mayores. Pero aún no estaba del todo convencido. Quizás, pensaba, todo esto eran solo palabras bonitas que no aplicaban a él.
De repente, el tren comenzó a desacelerar. Los pasajeros miraron por las ventanas y se dieron cuenta de que algo no iba bien. El cielo se había nublado, y una gran tormenta se avecinaba.
El conductor anunció que el tren tendría que detenerse por precaución, y todos los pasajeros empezaron a murmurar. Lucas, nervioso, miró a su abuela. Era la primera vez que experimentaba algo así, y no sabía qué hacer. Pero la abuela Clara, con su serenidad característica, tomó la mano de Lucas y le dijo:
—No te preocupes, hijo. A veces, las tormentas llegan cuando menos lo esperamos, pero siempre hay una forma de superarlas si escuchamos con atención.
Lucas asintió, aunque no estaba muy seguro de lo que eso significaba.
El tren se detuvo completamente en medio de un paisaje desolado. La lluvia comenzaba a caer con fuerza, y los rayos iluminaban el cielo gris. Los pasajeros del vagón estaban inquietos, murmurando entre ellos, sin saber cuánto tiempo estarían ahí. Lucas se aferraba a la mano de su abuela, sintiendo una mezcla de miedo y ansiedad que nunca antes había experimentado.
—¿Y ahora qué haremos? —preguntó Lucas con la voz temblorosa.
—Paciencia, Lucas. Las tormentas, como todo en la vida, pasan. Solo hay que saber cómo enfrentarlas —respondió la abuela Clara, con su característica calma.
Doña Rita, que estaba sentada frente a ellos, esbozó una sonrisa tranquila. La anciana se levantó y caminó lentamente hacia el centro del vagón. Golpeó el suelo con su bastón para llamar la atención de todos.
—Queridos amigos —dijo con voz firme—, esta tormenta puede ser un obstáculo, pero no debemos perder la calma. Durante mi juventud, viví muchas situaciones difíciles como esta, y siempre salimos adelante. Lo más importante es mantener la cabeza fría y escuchar a aquellos que ya han pasado por situaciones similares.
El señor Robles, que hasta ese momento había estado observando todo en silencio, asintió.
—Es cierto —añadió—. A veces, los más jóvenes tienden a apresurarse o a no prestar atención a los consejos de los mayores, pero en momentos como este, debemos confiar en la experiencia de quienes han vivido más.
Lucas frunció el ceño. Aunque empezaba a sentir respeto por las palabras de doña Rita y el señor Robles, su orgullo infantil no le permitía aceptar del todo lo que decían. ¿Realmente los mayores sabían tanto?
De repente, un fuerte trueno sacudió el tren, y las luces parpadearon antes de apagarse por completo. El vagón quedó sumido en una oscuridad profunda, solo iluminado por los destellos de los rayos que cruzaban el cielo afuera. Los murmullos de los pasajeros se convirtieron en voces nerviosas y algunos comenzaron a moverse inquietos en sus asientos.
Lucas sintió el pánico subir por su garganta. Nunca había estado en una situación tan aterradora. Su primer instinto fue levantarse y correr, pero la abuela Clara, notando su inquietud, lo sujetó del brazo.
—Lucas, respira profundo y mantén la calma —dijo la abuela, mirándolo a los ojos—. Recuerda lo que te he enseñado: cuando las cosas se ponen difíciles, es importante escuchar y actuar con sabiduría, no con miedo.
Lucas intentó relajarse, pero todo en su interior quería huir. Entonces, algo inesperado sucedió. La pequeña Ana, la niña que había estado jugando antes, se puso de pie y comenzó a caminar hacia la puerta del vagón. Parecía decidida a salir del tren, aunque la tormenta rugía con fuerza afuera.
—¡Ana, no puedes salir! —gritó el señor Robles, alarmado—. ¡Es muy peligroso!
Pero Ana no escuchó. Estaba decidida a encontrar una solución por su cuenta, sin prestar atención a lo que los adultos le decían. Lucas observó la escena, y por primera vez, entendió lo que los mayores intentaban decirle. Ana, al igual que él, estaba ignorando los consejos de quienes sabían más, y eso la estaba poniendo en peligro.
—¡No puedes ir sola! —exclamó Lucas, corriendo hacia Ana y agarrándola del brazo antes de que llegara a la puerta—. No podemos salir del tren. Tenemos que esperar a que pase la tormenta, ¡eso es lo que los mayores nos han dicho!
Ana lo miró, sorprendida, pero luego bajó la mirada, reconociendo que quizás había sido demasiado impulsiva. Lucas la guió de vuelta a su asiento, mientras el resto de los pasajeros observaban con alivio.
—Muy bien, Lucas —dijo el señor Robles, asintiendo con aprobación—. A veces, tomar un consejo a tiempo puede evitar grandes problemas.
Lucas, aún con el corazón acelerado, volvió a sentarse junto a su abuela. Por primera vez en su vida, comprendió lo que significaba escuchar a los mayores. La sabiduría de su abuela, de doña Rita y del señor Robles no provenía de la nada; era fruto de años de experiencia, de haber enfrentado situaciones como aquella y haber aprendido lecciones valiosas.
—Lo hiciste bien, Lucas —dijo la abuela Clara, dándole una suave palmada en la espalda—. Estoy orgullosa de ti.
Mientras la tormenta continuaba rugiendo afuera, Lucas se sintió más tranquilo. Se dio cuenta de que, aunque era joven y curioso, había muchas cosas que aún no entendía. Los mayores, con su experiencia y sabiduría, podían enseñarle a enfrentar esos desafíos de manera más inteligente y menos impulsiva.
El tiempo pasaba lentamente mientras todos esperaban que la tormenta amainara. Pero ahora, en lugar de sentir miedo o impaciencia, Lucas observaba a su abuela y a los otros adultos con una nueva admiración. Había aprendido que escuchar no solo era importante, sino necesario para poder crecer y enfrentar el mundo con seguridad.
Después de lo que parecieron horas, la lluvia comenzó a amainar. Los truenos se hicieron menos frecuentes, y poco a poco el viento que sacudía las ventanas del tren se fue calmando. Los pasajeros respiraron aliviados al sentir que lo peor había pasado. Aunque el tren seguía detenido, había una atmósfera de tranquilidad en el vagón. La oscuridad ya no se sentía tan amenazante, y las conversaciones retomaban un tono más sereno.
Lucas se acurrucó junto a su abuela, sintiéndose un poco cansado por la tensión vivida durante la tormenta. Mientras miraba por la ventana, pensaba en todo lo que había pasado. Nunca antes había comprendido tan claramente la importancia de escuchar a los mayores, y la reciente experiencia lo había hecho cambiar su forma de ver las cosas.
—Abuela, ¿cómo es que siempre sabes qué hacer? —preguntó Lucas, curioso y un poco avergonzado de no haber escuchado antes.
La abuela Clara sonrió dulcemente, mientras le acariciaba el cabello.
—No es que siempre sepa qué hacer, Lucas —respondió—. Es solo que he vivido más años que tú, y en ese tiempo he aprendido de mis errores y de las situaciones difíciles. Eso es lo que intentamos compartir contigo los mayores: nuestras lecciones, para que no tengas que cometer los mismos errores que nosotros.
Lucas asintió en silencio. Las palabras de su abuela resonaban en su mente, y por primera vez, entendía que los consejos no eran una forma de controlarlo, sino una manera de protegerlo. Había estado tan centrado en hacer las cosas a su manera, que no había visto el valor de lo que los adultos intentaban enseñarle.
El tren seguía detenido, pero ahora las luces titilaban de vez en cuando, lo que daba señales de que el sistema eléctrico se estaba restableciendo lentamente. Lucas, sintiéndose un poco más relajado, decidió aprovechar el tiempo para hablar con Ana.
—¿Estás bien? —le preguntó con una sonrisa amistosa.
Ana asintió tímidamente, aún un poco abrumada por lo que había pasado.
—Gracias por detenerme antes —dijo la niña—. Fui muy tonta al intentar salir del tren con la tormenta.
Lucas negó con la cabeza.
—No fuiste tonta. Yo también pensaba que no necesitaba escuchar a los mayores, pero creo que hemos aprendido una lección importante hoy.
Ana sonrió levemente, y ambos niños compartieron un momento de entendimiento. A veces, aprender las lecciones más importantes no era fácil, pero definitivamente valía la pena. Lucas sintió que había hecho una nueva amiga, y eso le dio aún más confianza.
Mientras tanto, doña Rita y el señor Robles continuaban conversando tranquilamente con la abuela Clara. Habían vivido tantas cosas a lo largo de sus vidas que siempre encontraban algo interesante que contar. Lucas, que ahora estaba más atento, escuchaba sus historias. Descubrió que, aunque eran mayores, sus vidas estaban llenas de aventuras, desafíos y triunfos. Habían superado muchas pruebas gracias a su paciencia y a la capacidad de aprender de los errores.
De repente, una suave voz resonó a través de los altavoces del tren. Era el conductor, quien anunció que el sistema estaba volviendo a la normalidad y que pronto reanudarían el viaje.
—Estimados pasajeros, gracias por su paciencia. La tormenta ha pasado, y estamos listos para continuar. Les pedimos que permanezcan en sus asientos mientras restablecemos el servicio. Llegaremos a nuestro destino más tarde de lo planeado, pero llegaremos seguros. Gracias nuevamente por su comprensión.
El vagón estalló en murmullos de alivio. La calma había vuelto, y aunque aún quedaba un largo viaje por delante, todos estaban agradecidos de haber pasado la tormenta sin problemas. Lucas miró a su abuela y le sonrió.
—Creo que aprendí algo importante hoy, abuela —dijo, con una madurez que no había mostrado antes.
La abuela Clara lo miró con orgullo.
—Lo sé, querido. A veces, las lecciones más importantes no se aprenden en los libros ni en los juegos. Se aprenden escuchando y observando lo que sucede a nuestro alrededor.
El tren, lentamente, comenzó a moverse de nuevo. Las ruedas crujieron sobre los rieles mientras avanzaban, y la sensación de movimiento llenó el vagón con una nueva energía. Las nubes se estaban dispersando, y a través de las ventanas ya se podían ver algunos rayos de sol asomándose en el horizonte. Parecía como si la tormenta nunca hubiera existido, pero el recuerdo de lo que habían vivido quedaría en la mente de Lucas para siempre.
Mientras el tren se dirigía hacia su destino, Lucas cerró los ojos por un momento. Las historias de su abuela, de doña Rita y del señor Robles seguían flotando en su mente. Ya no las veía como simples palabras. Cada consejo, cada experiencia que compartían, era una pieza de sabiduría que le ayudaba a entender el mundo un poco mejor.
Cuando el tren finalmente llegó a su destino, los pasajeros comenzaron a levantarse de sus asientos, recogiendo sus pertenencias. Lucas y su abuela también se prepararon para bajar. Justo antes de que Lucas saliera del vagón, el señor Robles lo detuvo con una sonrisa.
—Has aprendido bien, muchacho —dijo—. Recuerda, la vida está llena de tormentas, algunas más difíciles que otras. Pero si escuchas a quienes ya han recorrido el camino, sabrás cómo enfrentarlas mejor.
Lucas asintió con una sonrisa.
—Gracias, señor Robles. Lo recordaré.
Mientras caminaba por la estación con su abuela, Lucas se sintió diferente, más sabio. Sabía que aún le quedaba mucho por aprender, pero estaba decidido a prestar más atención a los consejos de los mayores. No siempre sería fácil, pero ahora entendía que esos consejos no eran para limitarlo, sino para ayudarlo a crecer y a ser más fuerte.
El sol brillaba en lo alto cuando salieron de la estación, y Lucas, caminando al lado de su abuela, sentía que había dado un paso importante en su propio viaje.
moraleja Debemos escuchar y aprender los consejos los mayores.
Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
¿Te gustaría disfrutar de este contenido en formato de AUDIO LIBRO GRATIS? Aprovecha!!
Recuerda que siempre puedes volver a consultar nuestros libros en formato de AUDIO LIBRO GRATIS en nuestro canal de Youtube. NO OLVIDES SUSCRIBIRTE
Recibe un correo electrónico cada vez que tengamos un nuevo libro o Audiolibro para tí.
You have successfully joined our subscriber list.
Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar sobre Esoterismo, Magia, Ocultismo.
Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar para los pequeños grandes del mañana.
Disfruta de la historia de Terror más oscura y MARAVILLOSA que está cautivando al mundo.
Retira en Nequi, Daviplata, Tarjetas Netflix, Bitcoin, Tarjeta Visa Prepagada, ETC.