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En la tranquila ciudad de Villa Serena, los estudiantes de la Escuela Nueva Luz estaban acostumbrados a compartir risas y juegos durante los recreos. Sin embargo, en los últimos días, algo extraño había comenzado a suceder. Los rumores, los malentendidos y pequeños conflictos habían empezado a surgir entre los estudiantes de diferentes grados. Lo que antes era un ambiente relajado y amistoso, se estaba volviendo tenso. Incluso los amigos más cercanos comenzaban a discutir por cosas insignificantes.

Entre los estudiantes estaba Paula, una niña de 11 años conocida por su naturaleza amable y su risa contagiosa. A Paula le gustaba hacer nuevos amigos y siempre trataba de ver lo mejor en las personas. Sin embargo, últimamente había notado que sus compañeros estaban más distantes, y las sonrisas parecían haberse esfumado de los rostros de todos.

Un día, durante el recreo, Paula vio a sus dos mejores amigos, Lucas y Sofía, discutiendo acaloradamente. Lo que empezó como una pequeña broma sobre quién era mejor en fútbol, terminó en una discusión seria. Ambos, molestos, dejaron de hablarse y se alejaron por separado.

—¡No puedo creer que te pongas así por una tontería! —gritó Lucas, mientras Sofía se alejaba enfadada.

Paula, que había estado observando la escena desde lejos, se sintió mal. Sabía que Lucas y Sofía eran grandes amigos, pero algo tan insignificante los había llevado a una pelea innecesaria. Con tristeza, se preguntó cómo habían llegado a ese punto.

Más tarde, en el salón de clases, el ambiente seguía siendo tenso. Algunos compañeros de Paula hablaban en voz baja, quejándose unos de otros, mientras que otros parecían más retraídos de lo habitual. Incluso durante las actividades en grupo, el entusiasmo que solía llenar el aula parecía haber desaparecido.

Paula decidió hablar con su profesora, la señora Isabel, una mujer paciente y comprensiva, que siempre había tratado de fomentar un ambiente de paz y cooperación en el aula.

—Señorita Isabel —dijo Paula durante el almuerzo—, he notado que muchos de mis compañeros están peleando últimamente, incluso mis mejores amigos. No entiendo por qué las cosas se están volviendo tan difíciles. ¿Por qué estamos todos tan enojados?

La profesora Isabel, quien también había notado el cambio en el comportamiento de los estudiantes, sonrió con amabilidad.

—A veces, Paula, cuando las personas están estresadas o enfrentan pequeñas dificultades, olvidan que la mejor manera de resolver los problemas no es con discusiones, sino con empatía y una actitud positiva. Las palabras pueden crear barreras, pero una sonrisa y un gesto amable pueden ser el primer paso para desarmar cualquier conflicto.

Paula frunció el ceño, tratando de comprender lo que la profesora decía.

—¿Una sonrisa? —preguntó, algo confundida—. ¿Cómo puede una sonrisa ayudar a que las personas dejen de pelear?

La profesora Isabel se inclinó hacia Paula, con una expresión reflexiva.

—Una sonrisa no solo es un gesto de amabilidad, es una forma de decirle a la otra persona que todo estará bien, que no hay necesidad de pelear. Es el primer paso para generar paz. La paz comienza en los pequeños gestos, como una sonrisa sincera. Cuando sonríes, invitas a los demás a que también se relajen y busquen una solución pacífica.

Esas palabras resonaron en la mente de Paula durante el resto del día. Aunque no estaba completamente segura de cómo una simple sonrisa podría solucionar los conflictos entre sus amigos, decidió intentarlo. Sabía que no podía permitir que algo tan insignificante como una pelea por fútbol destruyera la amistad entre Lucas y Sofía.

Después de clases, Paula vio a Lucas sentado solo en uno de los bancos del patio de la escuela, todavía molesto por lo que había sucedido. Tomando una decisión, Paula se acercó a él, sin decir nada al principio. Cuando Lucas levantó la mirada, ella le sonrió.

—¿Qué? —dijo Lucas, algo confundido por la repentina sonrisa de su amiga.

—Creo que lo que pasó hoy con Sofía fue una tontería —dijo Paula con suavidad—. Ustedes son mejores amigos, y una discusión por quién es mejor en fútbol no debería arruinar eso. Tal vez solo necesitas empezar con una sonrisa y ver qué pasa.

Lucas la miró durante unos segundos, procesando lo que ella decía. A pesar de su enojo, no podía evitar sentirse un poco más relajado ante la actitud tranquila de Paula. Finalmente, suspiró.

—Tal vez tienes razón —admitió Lucas—. No vale la pena seguir enojado por algo tan tonto. Pero no sé si Sofía quiera hablar conmigo ahora.

Paula sonrió aún más.

—Estoy segura de que sí. Solo tienes que darle una oportunidad. Y empezar con una sonrisa.

Más tarde, Paula fue a buscar a Sofía, quien estaba en el otro extremo del patio, también claramente afectada por la discusión. Al igual que con Lucas, Paula le habló con calma, animándola a reflexionar sobre lo que había sucedido.

—No vale la pena perder una amistad por algo tan pequeño, Sofía —dijo Paula—. A veces, solo necesitamos ser los primeros en sonreír para que las cosas vuelvan a estar bien.

Sofía, aunque aún un poco molesta, comenzó a ver la situación de otra manera. Paula tenía razón. Una sonrisa no podía arreglarlo todo de inmediato, pero era el primer paso para comenzar a solucionar las cosas.

Finalmente, al final del día, Paula logró reunir a Lucas y Sofía. Aunque ambos se mostraban un poco tensos al principio, Paula les recordó que una sonrisa podía ser el mejor inicio para arreglar las cosas. Sonriendo, se quedaron en silencio durante unos segundos hasta que Lucas finalmente se atrevió a sonreír también.

—Lo siento, Sofía —dijo Lucas con una sonrisa sincera—. No fue justo que discutiera contigo por algo tan pequeño.

Sofía sonrió de vuelta, sintiendo cómo la tensión comenzaba a desaparecer.

—Yo también lo siento —dijo ella—. Dejemos esto atrás, ¿de acuerdo?

Paula observó la escena con satisfacción. Había aprendido una valiosa lección: la paz realmente podía comenzar con una simple sonrisa.

Después de que Paula lograra que Lucas y Sofía hicieran las paces con una simple sonrisa, algo comenzó a cambiar en la manera en que veía los problemas en la escuela. Se dio cuenta de que muchas veces las discusiones y los malentendidos no tenían que ver con los problemas en sí, sino con las actitudes que las personas adoptaban. Una sonrisa, por pequeña que fuera, tenía el poder de abrir un camino hacia la reconciliación.

Durante los días siguientes, Paula notó que otras pequeñas discusiones surgían entre sus compañeros. En el comedor, dos estudiantes discutían sobre quién había llegado primero a la fila, y en el recreo, algunos niños peleaban por los turnos en la cancha de baloncesto. Lo que solía ser un ambiente alegre y pacífico se estaba convirtiendo en un lugar lleno de tensiones innecesarias.

Una mañana, al llegar a la escuela, Paula decidió que intentaría llevar un mensaje de paz a sus compañeros. Inspirada por las palabras de la profesora Isabel, comenzó a sonreír a cada uno de sus amigos y conocidos que se encontraba en el camino. Aunque algunos la miraban con sorpresa al principio, poco a poco las sonrisas empezaron a contagiarse.

—¿Por qué sonríes tanto hoy, Paula? —le preguntó Andrea, una de sus compañeras de clase, mientras entraban al aula.

Paula se encogió de hombros y sonrió de nuevo.

—Creo que necesitamos más sonrisas en la escuela —respondió—. Hay muchas discusiones por cosas pequeñas, y eso no nos está ayudando. Solo intento recordarles a todos que una sonrisa puede hacer una gran diferencia.

Andrea, sorprendida por la respuesta, no pudo evitar sonreír también.

—Tienes razón —dijo Andrea—. Últimamente, todos hemos estado tan estresados que nos olvidamos de disfrutar de las cosas pequeñas. Me alegra que lo hayas notado.

A medida que la mañana avanzaba, Paula seguía repartiendo sonrisas por la escuela. En lugar de participar en las discusiones o malentendidos que surgían, Paula optaba por una sonrisa y un gesto amable. En el recreo, cuando algunos compañeros comenzaron a discutir por quién usaría primero los columpios, Paula se acercó y les sonrió.

—Chicos, no vale la pena pelear por esto —dijo—. Podemos turnarnos y asegurarnos de que todos tengamos la oportunidad de jugar. Al final, solo queremos pasar un buen rato, ¿verdad?

Los niños, sorprendidos por su actitud pacífica, aceptaron la propuesta. En lugar de continuar discutiendo, hicieron una fila ordenada, sonriendo unos a otros, y compartieron los columpios sin ningún problema.

Paula comenzó a notar que su simple gesto de sonreír estaba teniendo un impacto positivo en su entorno. Cada vez que alguien empezaba a discutir o se sentía frustrado, Paula intervenía con una sonrisa y una palabra amable, lo que rápidamente desarmaba las tensiones. No siempre solucionaba los problemas de inmediato, pero ayudaba a crear un ambiente más relajado y menos conflictivo.

Un día, en el comedor, Paula presenció un incidente que realmente la puso a prueba. Jaime, un niño conocido por ser algo brusco, accidentalmente chocó contra Samuel, otro estudiante, haciendo que la bandeja de comida de Samuel cayera al suelo. Samuel, visiblemente molesto, comenzó a gritarle a Jaime, acusándolo de haberlo hecho a propósito.

—¡Siempre estás empujando a todos, Jaime! —gritó Samuel—. ¡Eres un desastre!

Jaime, en lugar de disculparse, respondió con igual enojo.

—¡No fue mi culpa! —exclamó, frunciendo el ceño—. Deberías haber estado prestando más atención. No soy responsable de lo que te pase.

La situación estaba escalando rápidamente, y otros estudiantes comenzaron a rodearlos, curiosos por ver qué pasaba. Paula, que estaba cerca, sintió la tensión en el aire y supo que era el momento de actuar.

Se acercó a Samuel y Jaime, pero en lugar de regañarlos o ponerse de parte de uno, les dedicó una sonrisa a ambos.

—Chicos, sé que están molestos, pero no vale la pena pelear por esto —dijo Paula con calma—. Un accidente puede pasarle a cualquiera. ¿No creen que es mejor resolverlo de otra manera?

Tanto Jaime como Samuel la miraron, confundidos al principio. No era común que alguien interviniera en una pelea con tanta tranquilidad, y mucho menos con una sonrisa en el rostro. Paula, sin perder su serenidad, continuó.

—Samuel, sé que te molesta que tu bandeja se haya caído, pero tal vez Jaime no lo hizo a propósito. Y Jaime, podrías disculparte, aunque no fue intencional. A veces, una disculpa sincera y una sonrisa pueden evitar muchas discusiones.

Jaime, todavía algo tenso, miró a Samuel y luego a Paula. Después de unos segundos de vacilación, suspiró y se encogió de hombros.

—Lo siento, Samuel —dijo Jaime, con una pequeña sonrisa—. No quería tirarte la bandeja. Fue un accidente.

Samuel, sorprendido por la disculpa, comenzó a relajarse. Aunque todavía estaba un poco molesto, la sonrisa de Jaime y la intervención de Paula lo hicieron pensar que tal vez no valía la pena seguir discutiendo.

—Está bien —respondió Samuel, suspirando—. También exageré. Lo siento.

Paula sonrió ampliamente, satisfecha de que las cosas se hubieran resuelto de manera pacífica. Los otros estudiantes que habían estado observando la escena comenzaron a dispersarse, decepcionados de que no hubiera una pelea, pero muchos de ellos también se dieron cuenta del poder de la sonrisa de Paula y la calma que había traído a la situación.

A partir de ese momento, más estudiantes comenzaron a seguir el ejemplo de Paula. Poco a poco, las discusiones en la escuela fueron disminuyendo, y las tensiones que antes llenaban los recreos empezaron a desvanecerse. Los estudiantes se dieron cuenta de que, en lugar de discutir por cosas pequeñas, podían resolver sus diferencias con una sonrisa y una actitud amable.

Incluso el director de la escuela, el señor Martínez, notó el cambio en el ambiente y decidió hablar con Paula para felicitarla por su influencia positiva.

—Paula, he escuchado que has estado ayudando a tus compañeros a resolver sus diferencias de manera pacífica —dijo el director con una sonrisa—. Estoy muy orgulloso de ti. Has demostrado que una simple sonrisa puede traer paz y armonía a nuestra escuela.

Paula se sonrojó, pero sonrió de vuelta, agradecida por las palabras del director.

—Solo estoy tratando de que todos nos llevemos bien —dijo humildemente—. A veces, una sonrisa es todo lo que necesitamos para recordar que no vale la pena pelear.

A medida que pasaban los días, la influencia de Paula continuaba extendiéndose por la escuela. Cada vez más estudiantes comenzaban a aplicar la lección que ella había aprendido: que una sonrisa y un gesto amable podían cambiar el tono de una situación, y que el simple acto de mostrar empatía era suficiente para evitar conflictos innecesarios.

Un día, mientras Paula caminaba hacia la entrada de la escuela, se encontró con un grupo de estudiantes discutiendo sobre qué actividad hacer en la próxima feria escolar. La tensión entre ellos era evidente, y las voces se elevaban a medida que los desacuerdos se volvían más fuertes. Algunos querían una competencia deportiva, mientras que otros preferían organizar un concurso de talentos.

Paula, observando la escena desde lejos, sabía que su intervención podría ayudar. En lugar de ponerse del lado de uno o de otro, decidió acercarse con una sonrisa.

—Chicos, entiendo que todos tienen ideas geniales para la feria —dijo con tranquilidad—, pero tal vez podamos encontrar una manera de combinar ambas. ¿Qué les parece si organizamos una actividad que incluya deportes y talentos? Podría haber algo para todos.

Los estudiantes, al ver la calma y la amabilidad en el rostro de Paula, comenzaron a relajarse. Aunque algunos seguían firmes en sus ideas, su actitud cambió. En lugar de pelear, comenzaron a pensar en soluciones creativas, como mezclar competencias deportivas con pequeñas exhibiciones de talentos durante los descansos.

—No está mal la idea —dijo uno de los chicos que antes había estado más molesto—. De esta manera, todos podríamos participar en algo que nos guste.

Paula sonrió nuevamente, viendo cómo la atmósfera se transformaba gracias a un enfoque pacífico. La discusión se convirtió en una conversación más productiva, y los estudiantes acordaron presentar la nueva idea de Paula a los profesores.

Esa tarde, mientras Paula volvía a casa, se sentía satisfecha. Cada pequeño conflicto que había ayudado a resolver le confirmaba lo que la profesora Isabel le había dicho: una sonrisa podía ser el primer paso hacia la paz. No necesitaba ser algo grandioso o complicado, solo una muestra de que estaba dispuesta a escuchar y a comprender a los demás.

Sin embargo, Paula no era la única que había notado los efectos de su actitud. En una reunión de la dirección, los maestros discutieron cómo la actitud positiva de Paula había mejorado el ambiente escolar. La profesora Isabel, quien había estado observando de cerca el cambio, decidió hablar con ella en privado al final de la semana.

—Paula, quiero felicitarte por lo que has hecho en la escuela estos últimos días —dijo la profesora Isabel con una sonrisa—. Has demostrado que la paz no es algo que se impone, sino algo que se cultiva con pequeños gestos de bondad. Estoy muy orgullosa de ti.

Paula, sorprendida por el elogio, se sintió un poco avergonzada.

—No he hecho nada tan especial, solo he tratado de que mis amigos y compañeros se lleven bien —respondió modestamente.

—Eso es lo especial, Paula —respondió la profesora—. En un mundo donde a veces es más fácil pelear o discutir, tú has elegido el camino de la paz. Y lo mejor de todo es que lo has hecho de una manera tan simple como sonreír. A veces, lo que parece pequeño puede tener un gran impacto.

Paula sonrió una vez más, sintiendo que sus esfuerzos realmente estaban marcando una diferencia. Sabía que no siempre podría evitar que las personas discutieran o que hubiera desacuerdos, pero también sabía que, con la actitud correcta, podía contribuir a un ambiente más pacífico.

Al día siguiente, la escuela organizó una asamblea especial para hablar sobre la importancia del respeto y la paz en la convivencia escolar. Para sorpresa de Paula, el director Martínez la mencionó como un ejemplo a seguir.

—Hoy quiero reconocer a una estudiante que ha demostrado que la paz puede comenzar con algo tan simple como una sonrisa —dijo el director, mirando hacia Paula—. En los últimos días, Paula ha ayudado a resolver conflictos en nuestra escuela de una manera pacífica y respetuosa, recordándonos a todos que una sonrisa y un gesto amable pueden cambiar la forma en que enfrentamos los problemas.

Paula se sonrojó, pero los aplausos de sus compañeros la hicieron sentir orgullosa de lo que había logrado. No se trataba de ser la más popular o de recibir elogios, sino de saber que había contribuido a hacer de su escuela un lugar más amigable y armonioso.

Después de la asamblea, muchos de sus compañeros se acercaron para felicitarla.

—Gracias por ayudarnos a resolver nuestras discusiones, Paula —dijo Sofía, sonriendo—. La verdad es que a veces solo necesitamos detenernos un momento y calmarnos, y tú siempre estás ahí para recordárnoslo.

Lucas también se acercó y añadió:

—Es cierto. Desde que comenzaste a sonreír a todos, siento que la escuela se ha vuelto más tranquila. Al principio no pensé que funcionaría, pero ahora veo que las cosas han mejorado mucho.

Paula, agradecida por sus palabras, les sonrió a ambos.

—Solo estoy haciendo lo que creo que es lo correcto —dijo—. Todos podemos hacer nuestra parte para que este sea un lugar más pacífico. A veces, todo lo que se necesita es una sonrisa y un poco de paciencia.

Esa tarde, mientras caminaba de regreso a casa, Paula reflexionó sobre lo que había aprendido. Aunque el mundo a veces parecía complicado y lleno de tensiones, sabía que la paz comenzaba con los pequeños gestos de cada día. Había descubierto que una sonrisa tenía el poder de cambiar el ánimo de las personas, de detener una discusión y de invitar a los demás a reflexionar.

Y con esa sonrisa en el rostro, Paula decidió que seguiría compartiendo paz con quienes la rodeaban, sabiendo que, aunque fuera solo una niña en su escuela, sus acciones podían tener un impacto mucho más grande de lo que ella hubiera imaginado.

moraleja La paz comienza con una sonrisa.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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