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Era una mañana brillante de otoño, y la escuela estaba más animada que de costumbre. Los pasillos estaban llenos de estudiantes murmurando y revisando papeles con sumas, restas, y problemas complicados. Todos sabían lo que eso significaba: el gran Concurso de Matemáticas de la escuela estaba a punto de comenzar. Los mejores estudiantes de cada grado habían sido seleccionados para competir, y las expectativas eran altas.

Entre los estudiantes que participarían estaba Adrián, un niño de 11 años que, aunque le gustaban las matemáticas, no se consideraba un genio en ellas. Era más bien un chico trabajador, que creía que con paciencia y esfuerzo podía resolver cualquier problema. A pesar de su dedicación, las matemáticas no siempre le resultaban fáciles, y eso a veces le hacía dudar de sí mismo.

—No sé si estoy listo para esto —le dijo Adrián a su amiga Laura mientras caminaban hacia el aula donde se llevaría a cabo el concurso.

Laura, una niña brillante con una mente rápida para los números, sonrió con confianza.

—Claro que lo estás, Adrián. Has practicado mucho, y eso es lo que importa. No se trata de ser el mejor de inmediato, sino de perseverar.

Adrián asintió, aunque no se sentía completamente convencido. Sabía que algunos de los participantes del concurso, como Marcos, el campeón del año pasado, parecían resolver problemas en un abrir y cerrar de ojos. A diferencia de él, que a menudo necesitaba tiempo y concentración para llegar a la solución correcta.

Al llegar al aula, Adrián vio que los demás concursantes ya estaban acomodados en sus escritorios. Había una gran pizarra al frente, y en cada mesa había una hoja en blanco y un lápiz. El concurso consistiría en varios desafíos de matemáticas, desde problemas sencillos hasta ecuaciones complicadas que pondrían a prueba la capacidad de los estudiantes para pensar con rapidez y precisión.

La profesora encargada del concurso, la señora Herrera, se acercó al frente del aula y sonrió a todos los participantes.

—Bienvenidos al Concurso de Matemáticas de este año —anunció—. Estoy muy orgullosa de ver a tantos estudiantes talentosos y dedicados aquí hoy. Recuerden que este concurso no es solo una prueba de quién puede resolver los problemas más rápido. También es una prueba de paciencia y perseverancia. A veces, la clave no es solo encontrar la respuesta correcta, sino mantener la calma y continuar intentándolo, incluso cuando las cosas parecen difíciles.

Las palabras de la señora Herrera resonaron en la mente de Adrián. Sabía que, aunque no fuera el más rápido, podía ser persistente. Recordó todas las tardes que había pasado practicando en casa, resolviendo problemas y tratando de mejorar. Quizás eso sería suficiente para llevarlo lejos en el concurso.

El primer desafío comenzó. La profesora Herrera escribió una serie de operaciones en la pizarra, y los estudiantes tuvieron que resolverlas lo más rápido posible. Adrián trabajó con cuidado, asegurándose de que cada número estuviera en el lugar correcto. Sin embargo, al mirar a su alrededor, notó que Marcos ya había terminado su hoja mientras él aún estaba en la tercera operación. El corazón de Adrián se aceleró, pero recordó las palabras de la señora Herrera. Respiró hondo y siguió trabajando a su propio ritmo.

Cuando la profesora pidió que levantaran las manos quienes hubieran terminado, Adrián levantó la suya, aunque sabía que no había sido el más rápido. Sentía que había cometido al menos un error, pero estaba decidido a no rendirse.

El segundo desafío fue un problema de lógica. La profesora dio una situación que requería varios pasos para llegar a la solución. Adrián se inclinó sobre su hoja, dibujando diagramas y haciendo anotaciones. Mientras algunos de los otros niños parecían frustrados, Adrián trabajaba despacio pero seguro, revisando sus cálculos varias veces antes de entregar su respuesta.

A medida que avanzaban los desafíos, Adrián sintió que no estaba sobresaliendo, pero tampoco se estaba quedando atrás. Sin embargo, en el último desafío, uno de los problemas más complicados apareció en la pizarra: una ecuación larga que requería múltiples pasos y, sobre todo, paciencia.

Adrián sintió que su estómago se revolvía. Sabía que era un problema difícil, y de nuevo, Marcos ya estaba escribiendo rápidamente, como si supiera la respuesta de memoria. Adrián, por su parte, comenzó a escribir paso a paso, resolviendo cada parte de la ecuación con cuidado. Había momentos en los que dudaba de sí mismo, pero decidió que no importaba lo que pasara. Iba a terminar ese problema, aunque tardara más que los demás.

Minuto tras minuto, algunos estudiantes comenzaron a terminar, pero Adrián no se dejó intimidar. Sabía que el problema no se trataba de quién acababa primero, sino de quién lo resolvía correctamente. Cuando finalmente levantó la mano, la profesora Herrera recogió su hoja con una sonrisa.

—Buen trabajo, Adrián —dijo ella suavemente—. A veces la paciencia es más importante que la velocidad.

El concurso terminó, y todos los estudiantes esperaron ansiosos mientras la profesora Herrera y un grupo de maestros revisaban las hojas. Adrián se sentó junto a Laura, quien le dio una palmadita en el hombro.

—Lo hiciste muy bien —le dijo ella—. Sé que a veces te preocupa no ser el más rápido, pero lo importante es que lo terminaste, y eso es lo que cuenta.

Adrián sonrió, agradecido por el apoyo de su amiga. A pesar de las dudas que había sentido durante todo el concurso, sabía que había dado lo mejor de sí. Y aunque no estaba seguro de los resultados, se sentía orgulloso de haber perseverado.

Después de unos minutos que parecieron una eternidad, la profesora Herrera volvió al frente del aula con los resultados.

—Primero, quiero felicitar a todos los participantes —dijo—. Cada uno de ustedes mostró un gran esfuerzo y dedicación, y eso es lo más importante. Pero, como en todo concurso, tenemos que anunciar a los ganadores.

Adrián sintió que su corazón latía con fuerza mientras la profesora comenzaba a anunciar los nombres.

—En tercer lugar… Laura.

Laura sonrió y se levantó para recoger su premio, mientras Adrián la felicitaba con un leve codazo.

—En segundo lugar… Marcos.

Adrián levantó la vista, sorprendido. Marcos no había ganado. Eso significaba que aún había una posibilidad.

—Y en primer lugar, quiero destacar a un estudiante que, aunque no fue el más rápido, mostró una gran perseverancia y paciencia en cada uno de los desafíos. El primer lugar es para… Adrián.

Adrián se quedó sin palabras por un momento. No podía creerlo. Se levantó lentamente y caminó hacia el frente del aula, mientras todos los demás aplaudían. La profesora Herrera le entregó el trofeo, y Adrián sintió una mezcla de orgullo y sorpresa.

—Te lo mereces —le dijo la profesora—. Recuerda que la paciencia y la perseverancia siempre tienen su recompensa.

Después de recibir el trofeo, Adrián se sentía en las nubes. No podía creer que, con todo el esfuerzo y paciencia que había puesto, hubiera logrado ganar el concurso. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que no todos compartían su alegría. Mientras caminaba hacia su asiento con el trofeo en la mano, notó que algunos de sus compañeros lo miraban con sorpresa, y Marcos, que siempre había sido el favorito para ganar, no parecía contento.

—Felicidades —dijo Laura, sonriéndole con genuina alegría—. Te lo mereces, Adrián. Sabía que lo lograrías.

—Gracias, Laura —respondió Adrián, aunque no podía evitar sentir la incomodidad en el aire.

Marcos, que estaba sentado un par de filas detrás, no dijo una palabra. Su mirada estaba fija en su escritorio, y aunque no había hecho ningún comentario hiriente, Adrián sabía que Marcos no estaba acostumbrado a perder. Cuando terminó la ceremonia y los estudiantes empezaron a salir del aula, Marcos se levantó y pasó junto a Adrián sin mirarlo.

—No fue justo —escuchó decir a uno de los chicos del grupo de Marcos—. Él siempre ha sido el mejor en matemáticas, no sé cómo Adrián ganó esta vez.

Esas palabras hicieron que el estómago de Adrián se encogiera. Había trabajado mucho para conseguir ese trofeo, pero el comentario lo hizo dudar por un momento. ¿Realmente había sido justo? Sabía que no era el más rápido ni el más brillante del grupo, pero había dado lo mejor de sí. Sin embargo, no podía dejar de preguntarse si los demás pensaban que no merecía la victoria.

Al día siguiente, Adrián volvió a la escuela con el trofeo en su mochila, todavía emocionado por el resultado del concurso, pero también nervioso por cómo lo verían sus compañeros. Durante la primera hora de clases, todo pareció estar bien, pero cuando llegó la hora del recreo, las cosas cambiaron.

Adrián estaba en el patio con Laura cuando vio a Marcos y a su grupo de amigos acercándose. Marcos se detuvo frente a Adrián, cruzando los brazos con una expresión seria.

—No entiendo cómo ganaste —dijo Marcos, con un tono más seco de lo que Adrián esperaba—. Yo terminé los problemas más rápido, pero tú fuiste el que se llevó el trofeo.

Adrián sintió que sus manos comenzaban a sudar, pero trató de mantenerse calmado.

—La profesora dijo que no era solo sobre velocidad —respondió Adrián—. Se trataba de resolver los problemas correctamente, y también de perseverar.

Marcos frunció el ceño.

—¿Perseverar? —repitió, casi burlándose—. No es justo que alguien que tardó tanto en resolver los problemas gane el concurso.

Laura, que había estado callada hasta ese momento, decidió intervenir.

—Marcos, no se trata solo de ser rápido —dijo—. Adrián se esforzó, fue paciente y terminó todos los desafíos. Eso también cuenta. Ser rápido no siempre significa ser mejor.

Marcos la miró con desdén, pero no dijo nada. En lugar de responder, simplemente se dio la vuelta y se alejó, sus amigos siguiéndolo de cerca. Adrián se quedó allí, sintiéndose dividido entre el orgullo de haber ganado y la incomodidad de haber decepcionado a Marcos.

—No dejes que te afecte —le dijo Laura, dándole una palmadita en la espalda—. Marcos está acostumbrado a ganar, pero eso no significa que tú no merecieras el trofeo. Lo ganaste con esfuerzo y paciencia.

Adrián sonrió débilmente, agradecido por el apoyo de Laura, pero no podía sacudirse la sensación de que algo había cambiado. A lo largo del día, notó que algunos de sus compañeros seguían murmurando sobre el resultado del concurso, y aunque nadie le dijo nada directamente, podía sentir las miradas.

Los días siguientes no fueron mucho mejores. Aunque Adrián seguía cumpliendo con sus tareas y practicando matemáticas con la misma dedicación, el ambiente en la clase se había vuelto un poco tenso. Marcos y su grupo ya no hablaban con él, y Adrián sentía que su victoria en el concurso había creado una distancia entre ellos.

Una tarde, mientras estaba en la biblioteca estudiando solo, Adrián sintió que alguien se sentaba a su lado. Levantó la vista y vio a la profesora Herrera, quien sonreía suavemente.

—Hola, Adrián —dijo ella—. He notado que has estado un poco distraído estos últimos días. ¿Todo está bien?

Adrián dudó por un momento antes de hablar.

—No lo sé —admitió finalmente—. Desde que gané el concurso, algunos de mis compañeros actúan como si no lo mereciera. Siento que piensan que no debería haber ganado.

La profesora Herrera lo escuchó con atención y luego asintió lentamente.

—Es natural que, a veces, las personas sientan que los resultados no son lo que esperaban —dijo ella—. Pero déjame decirte algo, Adrián: tú ganaste porque te lo merecías. La paciencia y la perseverancia son habilidades importantes, no solo en las matemáticas, sino en la vida. No siempre se trata de ser el más rápido o el más brillante, sino de ser constante, de no rendirse cuando las cosas se ponen difíciles. Y eso es lo que hiciste.

Adrián escuchó las palabras de la profesora y, poco a poco, empezó a sentirse mejor. Sabía que tenía razón. Había ganado el concurso no porque fuera el más rápido, sino porque nunca se rindió, incluso cuando los problemas parecían complicados. Sin embargo, todavía le preocupaba la reacción de sus compañeros, especialmente la de Marcos.

—Pero Marcos… —comenzó a decir Adrián—. Él estaba muy molesto. Creo que esperaba ganar.

La profesora Herrera sonrió de nuevo, con una comprensión profunda en su mirada.

—Marcos es un estudiante brillante, pero a veces, cuando estamos acostumbrados a ganar, olvidamos que la verdadera lección no está en la victoria, sino en cómo manejamos la derrota. A veces, perder es una oportunidad para aprender algo nuevo sobre nosotros mismos. Y quizás, en este caso, Marcos también tiene algo que aprender sobre la paciencia.

Adrián pensó en eso por un momento. Nunca había considerado que Marcos también podría estar enfrentando sus propios desafíos con la derrota. Tal vez, al igual que él había tenido que perseverar para ganar, Marcos ahora tendría que aprender a ser paciente y a aceptar que no siempre se puede ganar.

—Lo que debes recordar, Adrián —continuó la profesora—, es que la perseverancia siempre tiene su recompensa, no solo en los trofeos o concursos, sino en cómo crecemos como personas. Mantén esa paciencia y sigue trabajando duro. Lo más importante es que no te rindas, sin importar lo que digan los demás.

Adrián asintió, sintiéndose más seguro de sí mismo. Sabía que la victoria no se trataba solo de resolver problemas matemáticos; también se trataba de mantenerse firme ante las dificultades, de seguir adelante cuando otros dudaban de él. Y eso era lo que iba a hacer.

Cuando salió de la biblioteca, Adrián se sintió renovado. Sabía que el camino hacia el respeto y la aceptación no siempre era fácil, pero estaba dispuesto a perseverar, como siempre lo había hecho.

Los días siguientes transcurrieron con algo de tensión, pero Adrián se mantuvo firme. Las palabras de la profesora Herrera seguían resonando en su mente: “La perseverancia siempre tiene su recompensa.” Sabía que lo más importante era no rendirse y seguir siendo fiel a sí mismo, a pesar de lo que los demás pudieran pensar.

Una mañana, durante el recreo, mientras Adrián revisaba algunas ecuaciones para la clase de matemáticas, Marcos se acercó a él inesperadamente. Adrián levantó la vista, sintiendo una pequeña ola de nervios, pero para su sorpresa, Marcos no parecía molesto. De hecho, se veía un poco incómodo, como si estuviera lidiando con algo que no sabía cómo expresar.

—Adrián, ¿tienes un minuto? —preguntó Marcos, rascándose la cabeza.

Adrián asintió, guardando sus papeles a un lado. No sabía qué esperar, pero estaba dispuesto a escuchar.

Marcos se sentó junto a él, cruzando los brazos y mirando al suelo por un momento antes de hablar.

—He estado pensando en lo del concurso —dijo finalmente—. Y… bueno, creo que fui un poco injusto contigo. Estaba acostumbrado a ganar, y cuando no lo hice, me sentí… mal. Pero eso no significa que tú no lo merecieras.

Adrián lo miró, sorprendido por la sinceridad en las palabras de Marcos.

—Gracias —respondió Adrián—. No fue fácil para mí tampoco. Sabía que tú eres muy bueno en matemáticas, y pensé que todos se sentirían igual que tú.

Marcos asintió lentamente.

—Sí, lo sé. Pero he estado hablando con la profesora Herrera, y creo que he aprendido algo de esto. Tú fuiste paciente y te tomaste tu tiempo para hacerlo bien. Y eso es algo que yo no siempre hago. A veces pienso que, si soy rápido, eso significa que lo hago mejor, pero eso no siempre es cierto.

Adrián se sintió aliviado al escuchar esas palabras. Sabía lo difícil que debía ser para alguien como Marcos admitir algo así.

—Lo importante es que los dos aprendimos algo, ¿no? —dijo Adrián con una pequeña sonrisa—. Yo también tuve que aprender a no rendirme, incluso cuando no parecía que estaba haciendo las cosas tan rápido como los demás.

Marcos sonrió por primera vez en días.

—Sí, supongo que tienes razón. Y bueno… quería saber si, tal vez, podrías ayudarme con un problema de matemáticas que me está costando un poco. Es sobre ecuaciones, y aunque suelo resolverlas rápido, esta vez me estoy atascando.

Adrián no podía creer lo que oía. Marcos, el niño que siempre había sido el mejor en matemáticas, le estaba pidiendo ayuda. Pero en lugar de sentir que era algo extraño, Adrián se sintió orgulloso. Era la prueba de que la perseverancia y la paciencia no solo le habían permitido ganar el concurso, sino también ganarse el respeto de alguien que antes lo había visto como un rival.

—Claro —respondió Adrián, tomando sus papeles—. Te mostraré cómo lo hice en el concurso. A veces, dividir el problema en partes más pequeñas ayuda mucho.

Ambos comenzaron a trabajar juntos, y Adrián le explicó a Marcos con paciencia cómo abordar el problema, recordando cómo él mismo había pasado horas resolviendo ecuaciones parecidas. Para su sorpresa, Marcos escuchaba con atención y seguía sus consejos, algo que antes parecía impensable.

Con el tiempo, otros compañeros que habían estado al margen también comenzaron a acercarse. Ver a Marcos y Adrián trabajando juntos parecía haber cambiado la perspectiva de algunos de ellos, y pronto, otros niños pidieron ayuda con los problemas que les resultaban más complicados. Sin darse cuenta, Adrián se había convertido en un referente de perseverancia y paciencia para sus compañeros.

Durante la siguiente clase de matemáticas, la profesora Herrera observaba con satisfacción cómo Adrián y Marcos discutían tranquilamente los problemas en sus cuadernos. Sabía que ambos habían crecido mucho desde el concurso, no solo en sus habilidades matemáticas, sino también en su carácter.

Al final del día, cuando la campana sonó y los estudiantes comenzaron a recoger sus cosas, Marcos se acercó una vez más a Adrián.

—Gracias por ayudarme hoy —dijo Marcos—. Y, bueno… también quería decir que aprendí algo más. No siempre se trata de ganar o ser el primero. A veces, la verdadera recompensa está en seguir intentándolo y aprender de los demás. Creo que lo que hiciste en el concurso fue increíble, y ahora lo entiendo mejor.

Adrián sonrió, sintiéndose más seguro que nunca.

—Gracias, Marcos. Y, sabes, yo también aprendí mucho. No siempre es fácil, pero cuando no te rindes, las cosas terminan saliendo bien.

Esa tarde, mientras caminaba hacia su casa, Adrián reflexionaba sobre todo lo que había pasado en los últimos días. Al principio, había dudado de su capacidad, pensando que no sería capaz de competir con alguien como Marcos. Pero, con paciencia y esfuerzo, había demostrado que la perseverancia era tan valiosa como cualquier otra habilidad. No solo había ganado el concurso de matemáticas, sino también una nueva amistad y el respeto de sus compañeros.

Cuando llegó a casa, su madre lo recibió con una sonrisa.

—¿Cómo te fue hoy, campeón de matemáticas? —bromeó.

Adrián sonrió ampliamente.

—Muy bien, mamá. Hoy aprendí que, a veces, lo más importante no es ganar, sino no rendirse. Y, al final, todo sale bien si te esfuerzas lo suficiente.

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Adrián miró su trofeo de matemáticas que estaba en la repisa. Lo miró con orgullo, pero más que por haber ganado, por todo lo que representaba: el esfuerzo, la paciencia y la certeza de que, pase lo que pase, siempre vale la pena seguir adelante.

Y con esa lección grabada en su corazón, Adrián cerró los ojos, sabiendo que la paciencia y la perseverancia siempre tendrían su recompensa, no solo en los concursos, sino en cada aspecto de la vida.

moraleja La paciencia y la perseverancia siempre tienen recompensa.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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