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El pueblo de San Esteban siempre había sido un lugar tranquilo, rodeado de colinas verdes y aire fresco. Sin embargo, en los últimos meses, algo había comenzado a cambiar. Las calles, que antes lucían limpias y ordenadas, ahora estaban llenas de basura. Botellas de plástico, envolturas de dulces y papeles sucios se acumulaban en las esquinas, y la gente del pueblo empezaba a quejarse de cómo el lugar había perdido su brillo.

Marta, una niña de nueve años que vivía en el centro del pueblo, no podía evitar notar cómo la basura afectaba su querida comunidad. Cada vez que salía a pasear con su perro Tito, veía más y más desechos esparcidos por las calles. Le molestaba ver cómo las personas pasaban junto a la basura sin hacer nada al respecto. Siempre pensaba que, si todos pusieran un poco de esfuerzo, el pueblo podría recuperar su belleza.

Un día, después de regresar de la escuela, Marta decidió hablar con su abuelo, quien había vivido en San Esteban toda su vida. Él le había contado muchas veces cómo, en sus años de juventud, las personas del pueblo se reunían para mantener el lugar limpio y hermoso.

—Abuelo, ¿por qué ya nadie cuida el pueblo como antes? —preguntó Marta, mientras jugaban con Tito en el patio de su casa.

El abuelo, con su sonrisa tranquila, se rascó la barbilla antes de responder.

—Bueno, Martita, creo que la gente ha olvidado lo importante que es cuidar el lugar en el que vivimos. Con el tiempo, algunos se han vuelto perezosos o simplemente no creen que su esfuerzo haga la diferencia. Pero eso no significa que no podamos hacer algo.

Marta se quedó pensando en esas palabras. Si había algo que su abuelo le había enseñado, era que incluso las acciones más pequeñas podían tener un gran impacto si se hacían con constancia y determinación.

Esa noche, mientras cenaba con sus padres, Marta tuvo una idea.

—¿Y si organizamos una jornada de aseo en el pueblo? —dijo de repente, dejando a sus padres sorprendidos—. Podríamos invitar a todos los vecinos y limpiar las calles. ¡Entre todos, podríamos hacer que San Esteban vuelva a brillar!

Su mamá la miró con una sonrisa de orgullo.

—Es una excelente idea, Marta. Pero para que funcione, necesitarás que muchas personas se sumen.

—Yo puedo ayudar a organizarlo —añadió su papá, animado—. Podemos hacer unos volantes y hablar con la gente del barrio para invitarles.

Marta se emocionó al escuchar el apoyo de sus padres. Esa misma noche, se pusieron a trabajar. Diseñaron volantes coloridos que decían: “¡Ayuda a hacer de San Esteban un lugar mejor! Jornada de limpieza este sábado. ¡Ven con tus guantes y tu mejor sonrisa!”. Luego, Marta y sus padres se dividieron para repartir los volantes por el pueblo y hablar con los vecinos.

Al principio, algunos se mostraban escépticos.

—¿Una jornada de limpieza? —decía un vecino mientras recibía el volante—. No estoy seguro de que haga una gran diferencia. Hay demasiada basura.

Pero Marta no se dejaba desanimar. Sabía que, aunque al principio no todos estaban convencidos, con el tiempo entenderían que cada esfuerzo contaba.

El sábado por la mañana, Marta se despertó con el corazón acelerado. Había llegado el día de la jornada de limpieza, pero no sabía cuántas personas realmente asistirían. Mientras desayunaba, se asomó por la ventana para ver si alguien había llegado al punto de encuentro, la plaza central del pueblo.

Para su sorpresa, ya había un pequeño grupo de personas reunido. Su abuelo, con su típico sombrero de paja, estaba entre ellos, sonriendo y saludando a los vecinos que llegaban. A medida que pasaban los minutos, más y más personas empezaron a unirse. Incluso algunos niños de la escuela de Marta, que al principio no habían mostrado mucho interés, llegaron con bolsas de basura y guantes listos para trabajar.

—¡Mira, mamá! ¡Vinieron muchos! —dijo Marta, emocionada, mientras se ponía sus guantes y recogía una bolsa.

Su madre le dio una palmadita en el hombro.

—Lo lograste, hija. Ahora es momento de ponerse manos a la obra.

Marta, Tito, sus padres, y el resto de los vecinos comenzaron a recorrer las calles, recogiendo la basura que ensuciaba las aceras y los parques. Aunque al principio parecía una tarea abrumadora, con tantas manos trabajando juntas, el trabajo empezó a avanzar más rápido de lo que Marta había imaginado.

A lo largo de la mañana, Marta notó algo que la llenó de alegría. Mientras las personas limpiaban, no solo estaban recogiendo basura, sino que también comenzaban a charlar entre ellos. Vecinos que rara vez se saludaban ahora conversaban y compartían historias mientras trabajaban. Había un nuevo sentido de comunidad que llenaba el aire, algo que Marta no había visto en mucho tiempo.

—Es como si el pueblo volviera a estar vivo —comentó su abuelo, mientras recogía una botella de plástico de una esquina—. Las pequeñas acciones pueden hacer una gran diferencia.

Marta asintió, sintiendo que su idea estaba teniendo un impacto mayor de lo que esperaba. Sabía que la jornada de limpieza no solo estaba devolviendo la belleza al pueblo, sino que también estaba uniendo a las personas.

A medida que avanzaba la jornada, el entusiasmo de los vecinos crecía. Lo que al principio parecía ser una tarea abrumadora se estaba transformando en una actividad que unía a todos. Marta, junto a su perro Tito y sus amigos de la escuela, se habían adentrado en el parque principal del pueblo, un lugar que solía ser hermoso pero que ahora estaba lleno de latas, bolsas de plástico y papeles que el viento había esparcido por todas partes.

—¡Miren! —dijo Luis, uno de los compañeros de Marta, señalando un área cercana a los columpios—. Hay un montón de basura atrapada en los arbustos.

—Vamos a necesitar más bolsas para todo eso —comentó Carla, sacudiendo la cabeza mientras se agachaba para recoger algunos papeles del suelo.

Marta, decidida, no se dejó intimidar por la cantidad de basura.

—No se preocupen, entre todos podemos hacerlo. Si seguimos así, el parque volverá a ser tan bonito como antes.

Mientras recogían los desechos, comenzaron a notar algo importante: al limpiar el parque, también estaban dándole un nuevo valor a su entorno. Los niños que pasaban corriendo con sus bicicletas o los adultos que caminaban por las veredas los miraban con admiración, y algunos incluso se detenían para ayudarlos. Marta se dio cuenta de que su pequeño esfuerzo estaba inspirando a más personas de lo que había imaginado.

—¿Sabes? —dijo Carla, mientras llenaba una bolsa con botellas de plástico—. Al principio no estaba muy segura de si esto realmente haría una diferencia, pero ahora que lo veo, me doy cuenta de que estamos logrando algo importante.

Marta sonrió, sintiéndose orgullosa de lo que estaban haciendo. Sabía que el camino hacia un pueblo más limpio no sería fácil, pero lo importante era dar el primer paso.

A mitad de la jornada, mientras descansaban bajo la sombra de un árbol, uno de los vecinos mayores del pueblo, don Héctor, se acercó a ellos con una sonrisa. Era un hombre de setenta años que había vivido en San Esteban toda su vida, y recordaba cómo el parque solía ser un lugar donde los niños jugaban y las familias se reunían para hacer picnics.

—Ustedes los jóvenes están haciendo un trabajo increíble —dijo don Héctor, con voz calmada—. Es inspirador ver cómo se preocupan por nuestro pueblo. Recuerdo cuando era niño, solíamos venir aquí todos los fines de semana, y no había ni un solo pedazo de basura en el suelo.

Marta lo miró con curiosidad.

—¿Y qué crees que pasó? —preguntó.

—Con el tiempo, la gente empezó a olvidarse de lo importante que es cuidar lo que tenemos. Muchos piensan que es el trabajo de otros mantener el lugar limpio, pero lo que ustedes están haciendo hoy demuestra que todos podemos hacer algo por nuestro hogar.

Sus palabras resonaron en los niños, quienes comprendieron que estaban haciendo algo más que simplemente limpiar: estaban devolviendo el sentido de responsabilidad y comunidad al pueblo. Marta, inspirada por las palabras de don Héctor, decidió hacer algo más.

—¿Y si hacemos esto cada mes? —propuso Marta, con entusiasmo—. Podríamos organizar jornadas de limpieza regulares para que el pueblo nunca vuelva a estar así de sucio.

Luis y Carla, que estaban descansando junto a ella, asintieron emocionados.

—¡Es una gran idea! —dijo Carla—. Y podríamos invitar a más personas cada vez.

—Sí, incluso podríamos hacer concursos para ver quién recoge más basura —añadió Luis, sonriendo.

Don Héctor, que escuchaba con atención, se emocionó al ver cómo los niños ya estaban pensando en formas de mantener el pueblo limpio a largo plazo.

—Me parece una excelente iniciativa, muchachos —dijo don Héctor, con una sonrisa—. Cuenten conmigo para ayudarles a organizarlo. Si todos ponemos de nuestra parte, este pueblo volverá a ser tan hermoso como lo recordamos.

Marta sentía que algo grande estaba comenzando a tomar forma. Lo que había empezado como una simple jornada de limpieza estaba transformándose en un movimiento comunitario. Sabía que no sería fácil mantener el impulso, pero también sabía que, si todos trabajaban juntos, podrían lograrlo.

Mientras continuaban limpiando el parque, más y más vecinos se unieron. Incluso aquellos que al principio dudaban si valía la pena participar ahora se encontraban recogiendo basura, motivados por el entusiasmo y la dedicación de los niños.

—¡Mira! —gritó Luis, sosteniendo una caja vieja que había encontrado entre los arbustos—. ¡Esto es como un tesoro escondido!

Los niños rieron, y la energía positiva se sentía en el aire. El pueblo de San Esteban, que hacía unos días estaba cubierto de basura y suciedad, ahora estaba lleno de personas comprometidas con hacerlo un lugar mejor. La basura que antes parecía abrumadora estaba desapareciendo poco a poco, reemplazada por sonrisas, risas y una sensación de logro compartido.

Al caer la tarde, cuando el sol comenzó a ponerse, los vecinos se reunieron en la plaza para celebrar lo que habían logrado. Marta, con su perro Tito a su lado, se sentía agotada pero feliz. Miró a su alrededor y vio cómo el parque, las calles y las plazas lucían más limpias que nunca.

—Hicimos un gran trabajo —dijo Carla, sentándose junto a Marta—. Estoy orgullosa de nosotros.

—Y lo mejor es que esto es solo el principio —respondió Marta—. Si seguimos así, podemos hacer que San Esteban sea un ejemplo para otros pueblos.

Luis se unió a la conversación, levantando una botella de agua como si fuera un trofeo.

—¡Por la limpieza y por hacer del mundo un lugar mejor!

Todos los niños rieron y levantaron sus botellas en señal de celebración. Sabían que el trabajo no terminaba ahí, pero también sabían que habían dado un paso importante hacia la construcción de un pueblo más limpio y unido.

Al final del día, el cansancio comenzaba a hacer mella en los cuerpos de Marta, Luis, Carla y todos los que habían trabajado durante la jornada de limpieza. Sin embargo, la satisfacción de ver el cambio en su querido pueblo era inmensurable. El parque, las calles y las plazas de San Esteban estaban más limpias que nunca, y la comunidad entera parecía haber recobrado un nuevo sentido de orgullo por el lugar en el que vivían.

Marta, aún con su perro Tito corriendo a su alrededor, se sentó junto a su abuelo en un banco del parque para tomar un respiro.

—Hiciste un trabajo increíble hoy, Martita —le dijo el abuelo con una sonrisa, mientras le daba una suave palmada en el hombro—. Este lugar no se veía tan bonito desde hace años.

Marta, agotada pero con una sonrisa de oreja a oreja, miró a su alrededor. Ver a las familias y a los vecinos felices y satisfechos por el trabajo en equipo la hacía sentir orgullosa. Pero también sabía que la limpieza de un solo día no era suficiente.

—Abuelo —dijo Marta, pensativa—, quiero que esto sea algo permanente. No quiero que el pueblo vuelva a llenarse de basura como antes. Tenemos que asegurarnos de que todos cuiden este lugar.

El abuelo asintió, reflexionando sobre lo que decía su nieta.

—Tienes razón, querida. Hoy fue solo el comienzo. Si todos aprendemos a ser más responsables con nuestra basura y a cuidar nuestro entorno, podremos mantener el pueblo limpio siempre.

Mientras conversaban, la alcaldesa del pueblo, doña Isabel, se acercó a Marta y a su abuelo. Llevaba una gran sonrisa en el rostro y parecía impresionada por lo que había visto durante todo el día.

—Marta, quiero felicitarte por la gran idea que tuviste —dijo la alcaldesa, con voz cálida—. Esta jornada de limpieza ha sido un éxito gracias a ti y a los demás niños que tomaron la iniciativa. No solo han limpiado el pueblo, sino que han demostrado que incluso los más jóvenes pueden marcar una gran diferencia.

Marta se sonrojó un poco, no acostumbrada a tanta atención, pero agradeció las palabras de la alcaldesa con una sonrisa.

—Gracias, doña Isabel —respondió Marta—, pero no lo hice sola. Todos en el pueblo ayudaron, y eso es lo más importante.

La alcaldesa asintió, admirando la humildad de Marta.

—Eso es lo que hace especial esta jornada —dijo la alcaldesa—. El trabajo en equipo. Y para asegurarnos de que el esfuerzo de hoy no se pierda, he estado pensando en algo.

Marta levantó la mirada, intrigada.

—¿En qué ha pensado, doña Isabel?

—Quiero proponer que hagamos una jornada de limpieza cada mes —explicó la alcaldesa—. Así, podremos mantener nuestro pueblo limpio de manera constante, y cada vez más personas podrán unirse. Además, voy a pedir que coloquemos más basureros en las calles y en el parque, para que la gente no tenga excusas para tirar la basura al suelo.

Los ojos de Marta brillaron con emoción. La idea de convertir la jornada en un evento mensual era exactamente lo que había estado esperando. Con esa medida, no solo se aseguraría de que el pueblo permaneciera limpio, sino que también se fomentaría un mayor sentido de responsabilidad en toda la comunidad.

—¡Me encanta la idea! —exclamó Marta—. Estoy segura de que muchas personas querrán participar si hacemos esto regularmente.

La alcaldesa sonrió y asintió.

—Y no solo eso, Marta. También quiero invitarte a ser parte del comité que organizará las jornadas. Después de todo, fuiste tú quien tuvo la idea inicial.

Marta no podía creer lo que estaba escuchando. La alcaldesa estaba confiando en ella para ser parte de algo más grande, algo que marcaría una diferencia duradera en San Esteban. Con el corazón lleno de emoción, aceptó la propuesta sin dudarlo.

—¡Por supuesto que quiero participar! —dijo Marta, sintiendo que estaba viviendo un sueño.

Los días siguientes, las noticias de la exitosa jornada de limpieza se extendieron por todo el pueblo. Los vecinos hablaban con entusiasmo sobre lo bien que lucía San Esteban, y la idea de realizar jornadas mensuales fue recibida con entusiasmo por todos.

El primer domingo del mes siguiente, como habían acordado, se organizó una nueva jornada de limpieza. Esta vez, más personas asistieron, y el trabajo fue aún más rápido y efectivo. El entusiasmo por mantener el pueblo limpio crecía con cada jornada, y pronto, el cambio no solo se notó en las calles, sino también en la actitud de la gente.

Marta, Luis y Carla, quienes seguían liderando cada jornada con orgullo, veían cómo su pueblo recuperaba su antiguo esplendor. Pero más allá de la limpieza, lo que más les emocionaba era ver cómo los vecinos se unían, compartían historias y trabajaban juntos por un objetivo común. El sentido de comunidad y pertenencia que tanto habían anhelado había vuelto.

Un día, mientras recogían basura en el parque, don Héctor se acercó nuevamente a Marta.

—Lo has hecho, niña —dijo, con una sonrisa cálida—. Has logrado que el pueblo vuelva a ser lo que era, y más importante aún, has hecho que todos volvamos a sentirnos parte de algo grande.

Marta sonrió, sintiéndose orgullosa de lo que habían logrado.

—No lo hice sola, don Héctor —respondió—. Todos hicimos nuestra parte.

El abuelo, que también estaba presente, asintió con una sonrisa de orgullo.

—Siempre te dije que las pequeñas acciones pueden hacer una gran diferencia, Martita. Hoy lo has demostrado.

Mientras el sol se ponía en el horizonte, iluminando el parque limpio y las calles ordenadas de San Esteban, Marta sintió una profunda satisfacción en su interior. Sabía que aún quedaba mucho por hacer, pero lo más importante ya lo habían logrado: unir a la comunidad y demostrar que, cuando todos trabajan juntos, cada uno de nosotros puede hacer del mundo un lugar mejor.

moraleja Cada uno de nosotros puede hacer del mundo un lugar mejor.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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