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Era un día soleado en la escuela primaria Valle Verde, y como de costumbre, todos los niños se reunían en el patio para el recreo. En ese momento, Andrés, un niño de diez años, jugaba al fútbol con sus amigos cuando escuchó el sonido de una pelota de baloncesto golpeando algo metálico. Volteó rápidamente y vio cómo el balón que había lanzado uno de los chicos de sexto grado, Pablo, golpeaba accidentalmente una ventana de la biblioteca, rompiendo uno de los vidrios.

El estruendo hizo que todos los niños del patio se quedaran en silencio por un momento. La ventana rota parecía tan frágil, con pedazos de vidrio cayendo al suelo. Pablo, el niño responsable, miraba a su alrededor nervioso, sin decir una palabra.

—¡Oh no! ¡La ventana de la biblioteca! —exclamó uno de los niños que estaba cerca, señalando el daño.

Andrés, quien había sido testigo de lo ocurrido, sintió un nudo en el estómago. Sabía lo que eso significaba: la directora, la señora Rodríguez, probablemente llamaría a los estudiantes para averiguar quién había sido el responsable. El problema era que Pablo no estaba diciendo nada. De hecho, lo vio rápidamente alejarse del lugar, fingiendo que no había ocurrido nada.

—¿Quién lo hizo? —preguntó Mateo, otro amigo de Andrés—. ¡La directora va a enojarse mucho cuando lo descubra!

Andrés miró a Pablo alejarse, su corazón latiendo rápido. Sabía quién había roto la ventana, pero también sabía lo que significaba decir la verdad: metería a Pablo en problemas y quizás él mismo también tendría que responder por estar cerca cuando todo pasó. ¿Qué debía hacer? Decir la verdad siempre era lo correcto, pero en ese momento, se sintió atrapado entre lo que sabía que era justo y el miedo a las consecuencias.

Decidió esperar hasta después del recreo para ver qué pasaba. Tal vez alguien más hablaría antes que él.

Cuando la campana sonó, los niños regresaron a sus salones. Andrés trataba de concentrarse en las lecciones, pero no podía dejar de pensar en lo que había sucedido. A mitad de la clase, una voz en el altavoz rompió el silencio.

—Los alumnos del quinto y sexto grado están llamados a la oficina de la directora Rodríguez inmediatamente —dijo la voz de la secretaria.

Los murmullos comenzaron a recorrer el aula mientras los estudiantes del quinto grado, incluyendo a Andrés, recogían sus cosas y se dirigían a la oficina de la directora. Sabía que este era el momento decisivo. El miedo lo acompañaba, pero también sentía una incomodidad aún mayor: el peso de no haber dicho la verdad desde el principio.

Cuando llegaron a la oficina, la directora Rodríguez, una mujer de rostro serio pero justo, los recibió con los brazos cruzados. Los observaba con una mezcla de preocupación y expectativa.

—Esta mañana —comenzó la directora, con voz firme—, una de las ventanas de la biblioteca fue rota por un balón de baloncesto. Quiero que sean honestos conmigo. ¿Quién fue el responsable?

El silencio llenó la sala. Ningún niño dijo una palabra. Andrés miró a sus amigos, a Pablo, que se mantenía callado con la mirada baja, y sintió un nudo en la garganta.

—Si nadie habla —continuó la directora—, me veré obligada a tomar medidas. Pero si el responsable dice la verdad, la situación se manejará de forma justa. No quiero castigar a todo el grupo por el error de uno solo.

Andrés tragó saliva. Sabía que decir la verdad sería difícil, especialmente porque Pablo, el verdadero responsable, no había dicho ni una palabra. Pero también sabía que guardar silencio sería peor, y que la verdad, aunque incómoda, era la única opción correcta.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Andrés levantó la mano. Sentía los ojos de todos los demás niños sobre él, pero decidió mantenerse firme.

—Yo vi lo que pasó —dijo Andrés con voz temblorosa—. Pablo fue quien lanzó el balón y accidentalmente rompió la ventana.

La directora lo miró, sorprendida por su honestidad. Pablo, que estaba parado al otro lado de la sala, bajó aún más la cabeza, sabiendo que ya no podía ocultar la verdad.

—Pablo —dijo la directora, dirigiéndose al niño—, ¿es esto cierto?

Pablo dudó por un segundo, pero luego asintió lentamente.

—Sí, fue un accidente… yo lancé el balón, pero no quería romper la ventana —admitió en voz baja, mirando el suelo.

La directora Rodríguez suspiró, pero su expresión se suavizó un poco.

—Gracias por decir la verdad, Andrés —dijo, mirándolo con una leve sonrisa—. Y Pablo, sé que fue un accidente, pero lo correcto hubiera sido admitirlo desde el principio. La honestidad siempre es la mejor opción, incluso cuando es difícil.

Andrés, aunque todavía nervioso, sintió un gran alivio al haber dicho la verdad. Aunque había sido un momento tenso, ahora sabía que había hecho lo correcto. Lo que más le sorprendió fue que, aunque Pablo podría haberse enojado por delatarlo, en realidad parecía más aliviado.

Después de que Andrés confesara lo que había visto, el ambiente en la oficina de la directora se volvió tenso. Algunos de los compañeros de clase lo miraban con sorpresa, y Pablo, aunque aliviado por no seguir ocultando la verdad, parecía avergonzado. La directora Rodríguez se tomó un momento para pensar en lo que haría a continuación.

—Pablo, como ya lo mencioné, sé que fue un accidente, pero no puedo ignorar lo que ha pasado —dijo finalmente la directora—. Tendrás que asumir la responsabilidad por la ventana rota, pero también valoro que, aunque tarde, hayas dicho la verdad.

Pablo asintió en silencio, sabiendo que tendría que enfrentarse a las consecuencias de sus acciones. Sin embargo, lo que más lo inquietaba era la posibilidad de perder la amistad de sus compañeros, especialmente la de Andrés, que había sido valiente al hablar.

Después de que la directora terminó de hablar con Pablo, volvió a dirigirse a Andrés.

—Andrés, gracias por ser honesto. Sé que decir la verdad, especialmente en situaciones difíciles como esta, requiere valentía. No te preocupes, tu testimonio nos ha ayudado a aclarar lo sucedido.

Aunque la directora le agradeció, Andrés no podía evitar sentir una mezcla de alivio y preocupación. ¿Qué pensarían sus compañeros? ¿Lo verían como alguien que delata a los demás? Sabía que había hecho lo correcto, pero los murmullos que escuchaba a su alrededor le hacían dudar.

Cuando salieron de la oficina, Andrés y Pablo caminaron juntos hacia el aula. Ninguno de los dos dijo nada al principio. Pablo, cabizbajo, parecía avergonzado, mientras que Andrés no podía evitar sentirse un poco nervioso por cómo se desarrollaría el resto del día.

Durante el recreo, algunos niños comenzaron a hablar de lo sucedido. Aunque Andrés no los escuchaba directamente, sabía que estaban murmurando sobre su decisión de contar la verdad.

—¿Por qué lo delataste? —le preguntó uno de los compañeros, Ricardo, con tono molesto—. Podrías haber dejado que la directora no descubriera nada.

Andrés respiró profundamente. Sabía que esto podía pasar, pero tenía clara su decisión.

—Porque fue lo correcto —respondió Andrés con firmeza—. Si no lo decía, todos habríamos sido castigados. Y además, esconder la verdad no hace que desaparezca lo que pasó.

Ricardo no supo qué responder de inmediato. Aunque quería reprocharle algo, en el fondo sabía que Andrés tenía razón. Pero no todos los compañeros parecían estar tan dispuestos a entenderlo. Durante el resto del recreo, algunos se alejaron de Andrés, mientras otros simplemente no mencionaron nada. Andrés, aunque triste por la reacción de algunos, se sintió tranquilo al saber que había hecho lo correcto.

Sin embargo, algo inesperado sucedió al final del recreo. Pablo, que había estado evitando a Andrés desde la confesión, se acercó lentamente. Aún se veía avergonzado, pero esta vez, su mirada mostraba un aire de resolución.

—Andrés —dijo Pablo, mirando a su compañero a los ojos—, quería… quería decirte gracias.

Andrés lo miró con sorpresa.

—¿Gracias? —preguntó, confundido—. Pensé que estarías enojado conmigo por haber contado lo que pasó.

Pablo negó con la cabeza.

—Al principio sí estaba enojado —admitió—. Pero luego me di cuenta de que tenía miedo. Miedo de enfrentar las consecuencias. Tú me ayudaste a enfrentar la verdad, aunque yo no tuve el valor de hacerlo desde el principio. Fuiste más valiente que yo.

Andrés se quedó en silencio por un momento. No esperaba escuchar eso de Pablo, pero le alegraba que su amigo hubiera entendido sus intenciones. No había querido meter a Pablo en problemas, sino hacer lo correcto.

—Yo solo quería que todo fuera justo —dijo Andrés finalmente—. No quería que todos pagáramos por algo que fue un accidente.

Pablo asintió.

—Lo sé. Y lo siento por haberte puesto en esa situación. Lo que hiciste fue lo correcto.

Ambos niños se miraron, y poco a poco, el malestar que había entre ellos comenzó a disiparse. Aunque la situación había sido difícil, la verdad los había unido de una manera inesperada.

A medida que el día continuaba, Andrés notó que algunos compañeros seguían sin hablarle mucho. Sin embargo, otros, como Pablo, comenzaron a apoyarlo. Al ver que Pablo no estaba enojado con él, algunos niños empezaron a cambiar su actitud.

Al final del día, cuando todos estaban a punto de irse a casa, el profesor entró en el aula y agradeció a la clase por cómo habían manejado la situación.

—A veces, ser honesto puede ser difícil —dijo el profesor—, pero siempre es lo más importante. Andrés nos ha dado un buen ejemplo hoy. Siempre es mejor decir la verdad, incluso cuando parece la opción más complicada.

Andrés se sintió un poco avergonzado por la atención que estaba recibiendo, pero al mismo tiempo, se sentía orgulloso. Había aprendido que decir la verdad no siempre era fácil, pero al final, era lo correcto.

Cuando la campana sonó y los estudiantes comenzaron a salir, Andrés se sintió más ligero. Había sido un día lleno de tensiones, pero también de aprendizaje. Aunque algunos compañeros aún lo miraban con recelo, sabía que había ganado algo más importante: la confianza en sí mismo para siempre decir la verdad, incluso cuando resultara difícil.

Al día siguiente, Andrés llegó a la escuela con una mezcla de alivio y nerviosismo. Sabía que había hecho lo correcto al contar la verdad, pero no estaba seguro de cómo sus compañeros seguirían reaccionando. Cuando llegó al patio antes de que sonara la campana, notó que algunos niños todavía lo miraban de reojo, mientras otros lo saludaban con normalidad.

Pablo, quien había sido el responsable del accidente, se acercó a Andrés con una sonrisa. La tensión entre ellos había desaparecido, y aunque Pablo aún tenía que lidiar con las consecuencias del accidente, parecía más tranquilo.

—Andrés, gracias otra vez por decir la verdad —le dijo Pablo, dándole una palmadita en el hombro—. Ayer hablé con mis padres y me ayudaron a entender que ocultar lo que hice solo habría empeorado las cosas. Mañana vendrá alguien a arreglar la ventana, y yo me encargaré de pagarlo ayudando en la escuela durante las tardes.

Andrés sonrió, contento de que su amigo hubiera aceptado la responsabilidad. Hablar con la verdad no solo había ayudado a aclarar la situación, sino que también había permitido que Pablo creciera y aprendiera una lección importante.

—Estoy seguro de que todo saldrá bien, Pablo —respondió Andrés—. Lo importante es que ahora todo está claro.

La conversación fue interrumpida por la llegada del profesor Martínez, quien traía consigo una noticia para la clase. Los estudiantes se fueron sentando en sus pupitres, expectantes, mientras el maestro les dirigía una sonrisa.

—Buenos días, chicos —comenzó el profesor—. Antes de empezar con nuestras lecciones de hoy, quiero hablarles sobre lo que ocurrió ayer. La directora y yo hemos estado discutiendo lo sucedido y hemos llegado a la conclusión de que la lección más importante que podemos aprender de este incidente es la importancia de la honestidad.

Los ojos de los estudiantes se dirigieron hacia Andrés, quien bajó la mirada, algo incómodo con la atención. El profesor continuó:

—A veces, decir la verdad es difícil. Puede ser incómodo y aterrador, pero la honestidad es lo que nos permite construir confianza y resolver los problemas de manera justa. Quiero agradecer a Andrés por su valentía al decir la verdad ayer, y a Pablo por aceptar la responsabilidad de sus acciones.

Pablo, sentado junto a Andrés, asintió en silencio. La clase permaneció en silencio durante unos momentos, hasta que uno de los compañeros, Ricardo, levantó la mano.

—Profe, ¿podemos hablar de cómo se sintió Andrés cuando contó la verdad? —preguntó Ricardo, su tono más suave que de costumbre.

El profesor asintió y le dio la palabra a Andrés.

Andrés, un poco sorprendido por la pregunta, tomó un respiro antes de responder.

—Bueno… —comenzó, algo inseguro—, al principio estaba asustado. Sabía que decir la verdad era lo correcto, pero también tenía miedo de lo que mis amigos pensarían de mí. No quería meter a nadie en problemas, pero sabía que no podía guardar silencio.

Ricardo y algunos otros estudiantes lo miraban con curiosidad. Andrés continuó:

—Me di cuenta de que, aunque era difícil, decir la verdad hizo que todo se resolviera. Si no hubiera hablado, tal vez todos hubiéramos sido castigados por algo que no hicimos. Y aunque algunos de ustedes se molestaron conmigo al principio… creo que todos entendemos ahora que lo mejor era ser honesto desde el principio.

Los murmullos se apaciguaron, y el ambiente de la clase pareció relajarse. Incluso aquellos que al principio lo habían criticado por contar la verdad, comenzaron a verlo con nuevos ojos. Andrés no era “el delator”, sino alguien que había hecho lo correcto cuando los demás temían hacerlo.

Después de la charla, el día transcurrió con normalidad. A medida que pasaban las horas, Andrés notó que los murmullos se habían desvanecido por completo. Algunos compañeros que antes lo habían ignorado comenzaron a hablarle nuevamente, y las tensiones que había sentido el día anterior desaparecieron poco a poco.

Al final del día, cuando la clase terminó y los niños estaban a punto de irse a casa, Pablo se acercó a Andrés una vez más.

—Oye, Andrés —dijo, con una expresión seria pero amigable—, estuve pensando en algo. ¿Te gustaría que después de que arreglen la ventana de la biblioteca, hagamos algo para que toda la clase recuerde lo importante que es ser honesto?

Andrés frunció el ceño, intrigado.

—¿A qué te refieres?

—Estaba pensando en escribir una carta juntos para la directora —explicó Pablo—, algo que podamos poner en la biblioteca para que todos los estudiantes sepan lo importante que es decir la verdad, incluso cuando es difícil. Así, lo que pasó ayer puede servir de lección para otros también.

A Andrés le pareció una idea genial. No solo ayudaría a cerrar el capítulo de lo sucedido, sino que también sería una forma de dejar una marca positiva en la escuela.

—Me parece una excelente idea —dijo Andrés, sonriendo—. Podemos escribirla juntos y hablar con la directora mañana.

Pablo sonrió, aliviado de que Andrés aceptara su propuesta. Ambos chicos sabían que habían aprendido una lección valiosa en esos días, una que no solo les había afectado a ellos, sino también a toda la clase. La honestidad, aunque a veces dolorosa, era la única manera de resolver las situaciones de manera justa.

Al día siguiente, después de que la ventana de la biblioteca fue reparada, Andrés y Pablo entregaron la carta a la directora, quien quedó impresionada por su iniciativa. Con su aprobación, la carta fue enmarcada y colocada en la entrada de la biblioteca como un recordatorio para todos los estudiantes:

“La verdad siempre debe ser nuestra mejor guía. Aunque sea difícil, la honestidad construye confianza y nos hace más fuertes.”

Cuando la carta fue colocada, Andrés y Pablo la miraron con orgullo. Sabían que habían hecho lo correcto, y ahora, su experiencia serviría para enseñar a otros lo mismo.

Y así, la lección de la verdad se convirtió en parte de la escuela, un recordatorio de que, a veces, lo más difícil es lo más necesario, y que la honestidad siempre será el camino correcto, incluso cuando asuste.

moraleja Siempre di la verdad, incluso cuando sea difícil.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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