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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 294.

La Tormenta y el Alivio.

Horas después de la tensa conversación en el patio, la misión contra Sergio Pedrosa había llegado a su fin. Los equipos de la Purga regresaban a la base, trayendo consigo no solo al brujo vudú capturado, sino también al hombre no identificado que el equipo de Elia había asegurado en el último momento. Aunque la sede estaba inmersa en actividad, la mente de María estaba en otra parte.

Con la misión finalizada, María ahora estaba libre de la influencia de Asha. Sabía que tenía que hablar con Fabián. Ya había pasado por esto antes, dos veces. Pero esta tercera vez sentía que sería peor, mucho peor. La inquietud crecía en su pecho mientras caminaba por los pasillos oscuros hacia la sala donde Fabián se encontraba.

La imagen de Valeria Dupont aún estaba grabada en su mente. La periodista del Vaticano había estado entrevistando a Fabián el día anterior, y en 48 horas, Fabián se marcharía al Vaticano por tres días, culminando su viaje con una cena en un evento en compañía de esa mujer. María lo sabía todo. No necesitaba preguntarle a Fabián qué había pasado en la reunión con Vambertoken y Asha. Asha la había sometido muchas veces, jugando con sus emociones, llenando su mente de dudas, manipulando su voluntad. Pero esta vez era diferente. María sabía que no podría soportar ver a Valeria Dupont rodeando a Fabián de nuevo, especialmente cuando ella no estaría allí.

Cuando finalmente llegó a la sala, Fabián estaba solo, revisando los informes. Al oír sus pasos, levantó la vista y dejó los documentos a un lado.

—María —dijo en un tono suave, pero María podía ver el cansancio en sus ojos.

Se acercó y lo miró, sus manos temblaban ligeramente. Sabía lo que tenía que preguntar, pero temía la respuesta.

—Fabián, ¿qué pasó en la reunión? —preguntó con la voz apenas contenida. No necesitaba fingir que no lo sabía. Quería oírlo de su boca, aunque cada palabra le costara.

Fabián dejó escapar un suspiro profundo. Sabía que este momento llegaría, pero eso no lo hacía más fácil.

—Asha y Vambertoken… —comenzó, pero su voz se apagó al ver el dolor en los ojos de María. Se pasó una mano por el cabello, buscando las palabras correctas—. Me pidieron que asistiera a la cena del Vaticano. Serán tres días de reuniones, pero el último será un evento… con Valeria Dupont.

El silencio cayó entre ellos como una pesada losa. María sintió que su corazón se encogía, el peso de la realidad la golpeaba. Fabián iba a estar con Valeria, otra vez. Durante tres días, lejos de ella, lejos de su control, de su protección. No era solo la distancia lo que le dolía, sino la constante presencia de esa mujer, siempre tan cerca de él, siempre intentando encontrar algo más allá de las respuestas oficiales. La ira y la tristeza comenzaban a arder dentro de ella.

Fabián continuó, sabiendo que debía decirle todo.

—Pero esta vez no estaré solo —dijo rápidamente, viendo el dolor en los ojos de María—. Andrés vendrá conmigo, como mi escudero oficial. Valeria no podrá rechazar su presencia. Él estará conmigo en todo momento.

María lo miró en silencio, sorprendida por esta revelación. No había esperado que Fabián llevara a Andrés. Nunca había hablado mucho con él, pero sabía que Andrés era leal a Fabián, y, en este momento, esa lealtad era lo único que podía darle algo de tranquilidad. Aunque siempre había sido cautelosa con las personas que no conocía bien, Andrés le inspiraba una calma inesperada. A pesar de la distancia emocional que mantenía con los demás, ahora sentía una gratitud que no esperaba sentir.

—¿Andrés estará contigo… todo el tiempo? —preguntó, con la voz más suave, como si intentara asegurarse de que era cierto.

Fabián asintió, viendo cómo poco a poco el temor en sus ojos se transformaba en algo más. Aunque la situación era compleja, saber que Andrés estaría con él, entre él y Valeria, le daba un pequeño alivio. No podía quitarle la preocupación, pero sí podía ofrecerle una pequeña tregua ante el dolor.

María suspiró, sintiendo por primera vez en días un ligero alivio en su pecho. Era la tercera vez que pasaba por esto, pero por primera vez había una pequeña esperanza, una pequeña llama de tranquilidad. Andrés, con su lealtad inquebrantable, estaría allí, protegiendo a Fabián de cualquier posible trampa que Valeria Dupont pudiera tender. María cerró los ojos un momento y permitió que ese alivio se asentara en su corazón.

—No sé qué hubiera hecho sin ti —murmuró María, más para sí misma que para Fabián.

El silencio que siguió no era pesado, sino un pequeño respiro en medio de la tormenta. Aunque María aún sentía el temor y la ansiedad por lo que vendría, ya no estaba completamente sola en su lucha. Andrés, aunque no lo sabía, había ofrecido un escudo en medio del caos. Un escudo que, por primera vez, María aceptaba de corazón.

María respiró profundamente mientras observaba a Fabián en silencio. Aunque sentía un alivio al saber que Andrés estaría acompañándolo a la cena con Valeria Dupont, no podía escapar del vacío que se avecinaba. Fabián se iría en menos de 48 horas, y ese tiempo en su ausencia sería un abismo que no sabía cómo llenar. Era como si intentara sacar agua de un estanque seco, imaginando que los momentos que le quedaban con él serían suficientes para acompañarla durante su ausencia, pero sabía que nunca podría ser suficiente.

Cada segundo que pasaba con Fabián en ese momento era una lucha desesperada por agarrarse a algo que sabía que no duraría. María, en su interior, buscaba consumir cada pequeño fragmento de él, como si pudiera embotellarlo en su mente y su cuerpo para resistir los días en que estaría lejos. Se acercó a él, sus dedos temblorosos tocando su rostro, intentando memorizar la sensación de su piel bajo sus manos. En el fondo, sabía que este intento de saciedad era un espejismo, un deseo imposible de alcanzar.

Desde la puerta, Tatiana observaba la escena en silencio. Sabía que su hermana necesitaba ese espacio con Fabián. No necesitaba palabras para comprender lo que María estaba sintiendo. Esa hambre por alguien, ese vacío interminable que parecía imposible de llenar, era un sentimiento que Tatiana conocía demasiado bien. Ella misma había estado lidiando con su propia batalla interna durante todo el día.

Tatiana soltó un suspiro, su cuerpo estaba al borde del colapso, cada fibra de su ser dolorida, recordándole con cada paso el tiempo que había pasado con Drex. Su piel estaba marcada, no solo físicamente, sino en lo más profundo de su alma. Las marcas que Drex había dejado eran una mezcla de agonía y éxtasis. Sus nalgas ardían con cada paso que daba, un recordatorio constante de cómo él la había reclamado, su lugar favorito, el lugar donde su dominio sobre ella era más intenso. Sus pechos, al contacto con el aire frío de la noche, enviaban olas de dolor a través de su cuerpo, recordándole las mordidas de Drex, cómo sus colmillos habían marcado su piel una y otra vez. Y su entrepierna… cada movimiento que hacía parecía enviar relámpagos de dolor, pulsando en sincronía con su vientre y el resto de su cuerpo, como si todo su ser estuviera sintonizado con esa mezcla de placer culposo y agonía que solo Drex podía provocar.

 

Tatiana no era alguien que se permitiera debilitarse, pero desde esa mañana sabía que su cuerpo ya no le pertenecía solo a ella. Era de Drex, y esa realidad la consumía por completo. No podía seguir fingiendo que esas marcas eran solo cicatrices de batallas; eran mucho más que eso. Cada una de ellas era un recordatorio de su vínculo con Drex, de cómo se habían fundido en uno solo, de cómo su dolor se mezclaba con el placer que él le daba. Y aunque ese dolor la hacía flaquear, era también su fuente de fuerza. Era lo que la mantenía de pie como la directora general de Oricalco, la que guiaba a sus equipos en misiones cruciales, como la que acababa de terminar.

Aquel día había sido un desafío más allá del dolor físico. Tatiana había pasado horas bajo la vigilancia de Vambertoken, aprendiendo las artes arcanas, el conocimiento antiguo que le permitiría enfrentarse a los misterios que se avecinaban. Luego, había sido instruida por la sirvienta de Asha en los secretos del idioma atlante, una disciplina aún más antigua y peligrosa. Todo esto seguido por la dirección de la misión para capturar a Sergio Pedrosa, que había requerido toda su concentración y habilidad táctica.

Pero a medida que la noche caía, Tatiana ya no podía ignorar más el peso de su cuerpo, el constante recordatorio de su tiempo con Drex, el dolor que seguía mezclado con el placer que la consumía. Fingir que no le afectaba la debilitaba aún más. Sabía que debía abrazar esa dualidad, ese juego autoimpuesto de placer y dolor. Porque, aunque la debilitaba, también era lo que la definía.

Cada marca en su piel, cada recuerdo de los colmillos de Drex hundiéndose en su carne, era lo que la mantenía conectada a él, y lo que le daba la fortaleza para seguir liderando. No podía permitirse ser débil. Tenía que ser la Tatiana fuerte y estratégica que todos esperaban, pero al mismo tiempo, no podía negar que esos momentos de vulnerabilidad con Drex la definían tanto como sus victorias en la Purga.

Antes de marcharse, Tatiana miró a María y Fabián una última vez. Su hermana necesitaba este tiempo, al igual que ella necesitaba su propio espacio para procesar el dolor y el placer que la ataban a Drex. Sabía que su hermana la entendería cuando llegara el momento de hablar, pero por ahora, era mejor dejarlos solos. Con un último suspiro, se retiró, dejándolos en su intimidad, mientras ella misma enfrentaba las marcas que la definían, marcas que, aunque dolorosas, también eran su fuente de poder.

La llegada del equipo de Raúl a la sede de la Purga fue precedida por el eco metálico de las botas resonando en los pasillos. Drex, Olfuma, Tiranus, Diana y Alexia marchaban con disciplina, escoltando a un Sergio Pedrosa visiblemente derrotado. Los grilletes mágicos que rodeaban sus muñecas emitían un brillo sutil, asegurándose de que su poder vudú quedara completamente suprimido.

Detrás de ellos, el equipo de Lía ingresaba con el prisionero no identificado, envuelto en una atmósfera de misterio y tensión. Oscar, Violeta y Anuel vigilaban de cerca al sospechoso, cuyos ojos brillaban con una mezcla de desafío y miedo. Tatiana, al pie de la escalera, los esperaba con la espalda rígida, su cuerpo marcando la autoridad que ella misma se obligaba a mantener.

El dolor y el placer que irradiaban desde cada rincón de su ser se intensificaban con cada paso que daban hacia ella. Tatiana respiraba con dificultad, cada inhalación era como una lanza que se clavaba en su pecho, cada parte de su cuerpo resonando con la memoria de Drex. Y aún así, sabía que su deber no había terminado. Asha querría visitar a los prisioneros muy pronto, y Tatiana debía asegurarse de que todo estuviera en orden antes de esa inevitable visita.

—Tatiana —dijo Raúl, inclinando levemente la cabeza en señal de respeto—. Pedrosa está listo para ser asegurado.

Lía se acercó con su equipo, su semblante impasible, pero sus ojos estaban llenos de preguntas sin respuesta sobre el prisionero no identificado que llevaban.

—Aquí tienes al segundo —dijo Lía, su voz neutra, como siempre. Pero Tatiana podía sentir la tensión debajo de la superficie. Algo en este prisionero desconocido había inquietado a Lía, pero ese misterio tendría que esperar.

Tatiana asintió con calma, dirigiendo a los equipos a los calabozos donde debían ser confinados. Mientras caminaba al frente, liderando la comitiva, su mente no podía despegarse del tormento que ardía en cada rincón de su cuerpo. Cada paso era un recordatorio de las marcas de Drex, de las mordidas que aún sentía punzando en su piel. Cada respiración enviaba un torrente de sensaciones contradictorias. Dolor y placer, entrelazados como una espiral interminable.

No había respiro para ella, y lo sabía. Pero esa era la verdad de su vida ahora: no había separación entre el dolor que la consumía y el placer que derivaba de ese mismo sufrimiento. Era una lucha constante por definir cuál de los dos superaba al otro, pero siempre quedaba atrapada en un punto medio. El placer le recordaba a Drex y su vínculo inquebrantable, pero el dolor… el dolor la mantenía en pie, la hacía la directora implacable que necesitaba ser para guiar a Oricalco.

Finalmente, llegaron a los calabozos. Tatiana se aseguró de que los prisioneros estuvieran adecuadamente asegurados, supervisando cada detalle. Pedrosa no levantaba la vista, consciente de su derrota. El prisionero misterioso, en cambio, mantenía una mirada fija en ella, como si intentara descifrarla. Pero Tatiana, con un gesto frío, lo ignoró.

Cuando todo estuvo listo, se permitió un breve momento de silencio, un instante para sí misma. Pero incluso en ese fugaz segundo, no hubo alivio. No podía respirar sin sentir que cada músculo de su cuerpo se contraía, cada fibra recordándole que ya no era completamente suya. Era de Drex, y el tormento que él le provocaba la definía ahora más que nunca.

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