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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 293.

Las Decisiones del Escudero.

El ambiente en la sede de la Purga estaba pesado tras la reunión con Vambertoken y Asha. Andrés, Fabián, y Julián salieron del salón principal y caminaron en silencio hacia el patio exterior. El eco de las palabras de Vambertoken resonaba en sus mentes. A pesar de la apariencia de normalidad que intentaban mantener, sabían que las decisiones que habían tomado dentro de ese salón tenían consecuencias profundas.

Fabián fue el primero en romper el silencio.

—Valeria Dupont… otra vez —dijo, con un suspiro que revelaba más cansancio que frustración—. ¿Cómo se supone que debo lidiar con esto?

Andrés, que caminaba justo a su lado, levantó la mirada, entendiendo la complicada situación en la que se encontraba su líder y amigo. Con María inmersa en el análisis táctico de la misión con Tatiana gracias a su clarividencia, Fabián sabía que el enfrentamiento con ella sobre esta cena inevitablemente llegaría. Sin embargo, Andrés, siempre leal y deseoso de protegerlo, le ofreció una solución.

—Fabián —dijo con voz tranquila—. Yo seré tu escudero. Puedo acompañarte a esa cena. Valeria Dupont no puede quejarse si tienes un acompañante oficial, y María… —hizo una pausa, eligiendo cuidadosamente sus palabras—, María estará más tranquila sabiendo que no estarás solo.

Fabián miró a Andrés, agradecido por la sugerencia. Sabía que Andrés entendía la situación perfectamente. Tenerlo a su lado durante la cena no solo sería una buena distracción para la periodista, sino que también le brindaría algo de paz frente a María. Pero Fabián no era el único con asuntos sin resolver.

Julián, que había estado callado todo el tiempo, se detuvo un momento y respiró profundamente.

—Antes de hablar de más, Andrés, quiero que hables con Laura —dijo, con un tono que mezclaba dureza y preocupación—. No puedo seguir evitando este tema. Lo que sea que esté pasando entre ustedes… es hora de que lo descubran.

Las palabras de Julián cayeron como una losa. Durante semanas, Andrés había estado en contacto con Laura, la joven ministra del Ministerio de Vampiros Convertidos, pero sus conversaciones habían sido superficiales, centradas en la organización de la Purga y la rutina diaria. Lo que antes era simple curiosidad ahora se había convertido en una conexión incómoda. Para Andrés, la idea de hablar más profundamente con Laura era inquietante, ya que nunca había tenido una relación tan cercana con nadie, y mucho menos con alguien como ella: una vampira convertida, aún muy joven, con solo 18 años y los últimos tres de su vida como una no-muerta.

Julián continuó, ahora con un tono más conciliador.

—Sé que esto es difícil, para ti y para mí. Pero necesitas entender lo que está pasando entre ustedes antes de que yo siquiera piense en actuar. No quiero interferir sin saber, pero también necesito protegerla.

Andrés asintió en silencio. Sabía que la situación era delicada, no solo por la naturaleza de su relación con Laura, sino por lo que ella representaba dentro de la Purga y el Ministerio. Aunque Laura estaba dedicada a su misión de redención para los vampiros convertidos, ambos sabían que su lealtad a su padre y a Vambertoken la mantenía atrapada en una red de manipulaciones. Laura era joven, apenas comprendiendo los hilos oscuros que la rodeaban, mientras que Andrés se sentía perdido en la tensión entre su fe, su pasado como cazador de vampiros y sus sentimientos por ella.

La brisa suave del patio removió las hojas a su alrededor mientras el silencio se asentaba entre los tres hombres.

—Bueno, entonces, Andrés —dijo Fabián, con una sonrisa débil—. Me acompañarás a esa cena con Valeria Dupont. Si algo sale mal, al menos tendrás la excusa perfecta para rescatarme.

Andrés sonrió, más por el intento de alivianar el ambiente que por sentir realmente alivio. Sabía que había muchas cosas en juego. Primero, su conversación con Laura, una situación que lo hacía sentir expuesto de una manera que no estaba acostumbrado. Y luego, la cena con Valeria Dupont, una oportunidad para que Fabián mantuviera su imagen en el Vaticano, mientras Asha y Vambertoken seguían moviendo los hilos tras bambalinas.

Julián observó la escena, sabiendo que, aunque la conversación entre los tres hombres parecía ligera en la superficie, el peso de las decisiones que debían tomar los estaba agobiando. Decisiones sobre el futuro de su hija, sobre la misión de Fabián en el Vaticano, y sobre el papel que Andrés jugaría en todo esto.

El futuro se veía incierto, pero al menos por ahora, tenían un plan.

El aire en el patio se volvía cada vez más denso. Fabián, Julián y Andrés se habían sentado alrededor de una pequeña mesa de piedra, los informes que Vambertoken les había entregado cuidadosamente desplegados frente a ellos. Habían recibido esos documentos directamente de la mano del vampiro, y ahora, mientras los ojeaban bajo la luz pálida que se filtraba entre los árboles, la intriga comenzaba a crecer.

Andrés, sentado al lado de Fabián, observaba cómo ambos hombres pasaban página tras página. Para él, todo era nuevo; no estaba acostumbrado a esta dinámica de doble agente, ni mucho menos a la red de mentiras y manipulaciones que Vambertoken tejía con tal maestría. Sabía que el vampiro y Asha eran poderosos, pero ver en acción la forma en que jugaban con la información le hacía entender lo completamente atrapado que estaba. El peso del contrato de sangre que había firmado con Asha comenzaba a caer sobre él como una losa.

Fabián pasó un dedo por una línea del informe y levantó la vista.

—Aquí no se menciona nada sobre el Tótem de Drex —dijo en voz baja, con una mezcla de desconcierto y alarma—. Todo el poder que tiene Drex gracias al tótem… ¿Por qué no aparece?

Julián asintió, mirando su propio informe. En ninguno de los dos documentos se hacía referencia a Asha o a María. Todo lo relacionado con el verdadero poder de Drex y el tótem había sido eliminado, como si nunca hubiera existido.

—Esto no es casualidad —murmuró Julián, cerrando el informe por un momento—. Vambertoken está jugando con la información. Está ocultando las piezas más importantes.

Andrés, que había estado leyendo por encima de los hombros de Fabián, se sentía cada vez más pequeño dentro de este laberinto. Hasta ese momento, había pensado que la Purga, Vambertoken y Asha eran entidades con un objetivo claro. Pero cuanto más veía, más entendía que todo lo que los rodeaba era una telaraña de intereses y secretos, diseñada para proteger el poder de mi Seraph, como Asha siempre lo llamaba.

Mientras los dos hombres discutían en voz baja, Andrés empezó a entender la magnitud de lo que estaba pasando. Vambertoken estaba ocultando información, moviendo sus piezas de ajedrez con tal precisión que ni siquiera quienes trabajaban para él sabían todo el alcance de sus planes. Andrés, en su contrato de sangre, estaba vinculado de por vida. Cualquier intento de rebelarse, de pensar siquiera en ir en contra de Asha, le haría revivir la pesadilla más desgarradora que jamás había conocido. El contrato significaba que estaba completamente a su merced.

Mientras reflexionaba sobre esto, sintió un frío en el estómago. Nunca había tenido una oportunidad contra Vambertoken. Desde el momento en que aceptó ese contrato para librarse de las torturas nocturnas, su destino había quedado sellado.

Fabián rompió el silencio, sus ojos aún fijos en las páginas.

—Julián, en tu informe se menciona Puma Punku —dijo, su tono tenso—. En el mío, nada. Es como si esa misión no hubiera ocurrido.

Julián frunció el ceño, hojeando las páginas. Los informes eran meticulosamente elaborados, pero ahora que los comparaban lado a lado, resultaba claro que algunas partes eran completamente distintas. Vambertoken había dividido la información a propósito, compartiendo piezas con cada uno de ellos, pero jamás el rompecabezas completo. Lo que les inquietaba más era lo que no estaba en los informes.

—Tenemos que mantenernos en línea con lo que nos dieron —dijo Julián, finalmente—. No podemos desviarnos ni un milímetro de estos documentos cuando estemos frente al Vaticano. Cualquier inconsistencia y estaremos acabados.

Fabián asintió, pero había una sombra de preocupación en su rostro. No podían cuestionar los informes, y mucho menos a Vambertoken, pero ambos sabían que había algo más grande ocurriendo. Vambertoken no solo estaba protegiendo su poder; estaba manipulando el Vaticano desde dentro, controlando qué información llegaba a ciertos oídos y qué permanecía en las sombras.

—Es como tratar de armar un rompecabezas sin todas las piezas —dijo Fabián con amargura—. Nos da solo lo que quiere que sepamos, y el resto… —Hizo un gesto frustrado hacia las hojas—. El resto lo maneja él.

Andrés, que había permanecido en silencio hasta ahora, levantó la vista lentamente. Las palabras de Fabián resonaban en su cabeza. Era verdad. Todo esto, toda esta red de mentiras y manipulaciones, estaba diseñada para que nadie pudiera ver el cuadro completo, excepto Vambertoken. Y lo peor de todo era que él, Andrés, estaba encadenado a ese monstruo.

—¿Cómo puedes enfrentarte a algo así? —preguntó Andrés, casi para sí mismo. Su voz temblaba ligeramente—. Nunca tuve una oportunidad contra él, ¿verdad?

Ambos hombres lo miraron, conscientes de la desesperación en sus palabras.

Julián soltó un suspiro, y por primera vez mostró una pizca de empatía. Sabía por lo que Andrés estaba pasando. Él también estaba atrapado en la red de Vambertoken, pero la diferencia era que Andrés tenía el contrato de sangre con Asha. Un pacto que lo sometía a la voluntad de la vampira, y que lo mantenía atado a una tortura mental insuperable.

—No, Andrés —dijo Julián, con un tono sombrío—. Desde que firmaste ese contrato, no.

El silencio que siguió fue aplastante, como una niebla espesa que se asentaba sobre ellos. Fabián y Julián continuaron ojeando los informes, sabiendo que cada palabra debía ser medida cuidadosamente cuando estuvieran ante el Vaticano. Pero el peso de lo que habían descubierto ya no podía ser ignorado.

En el fondo, sabían que estaban jugando un juego cuyas reglas no comprendían del todo, y que Vambertoken estaba siempre dos pasos por delante, moviendo las piezas del tablero mientras ellos intentaban entender un rompecabezas imposible de completar.

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