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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 286.

El Secreto de Tatiana.

Tatiana yacía en el suelo del bosque, su cuerpo aún estremeciéndose por el clímax que acababa de experimentar. Su respiración era irregular, y sus manos temblaban mientras las pasaba por las marcas que Drex había dejado en sus nalgas. El dolor punzante era un recordatorio constante de lo que habían vivido, y aunque su mente intentaba centrarse, su cuerpo aún estaba consumido por el deseo.

“Tengo que parar… pero no puedo,” pensaba, acariciando sus nalgas con dedos temblorosos, recordando cada azote, cada mordida en sus senos, cada embestida. Cada vez que intentaba moverse, sentía el ardor en su piel, y eso la arrastraba de nuevo a los recuerdos de lo que había sucedido minutos antes. Era como si el placer no tuviera fin, y el pensar en detenerse se volvía casi imposible.

A unos metros de ella, Drex estaba concentrado en borrar los rastros de lo que acababan de hacer. Los cuerpos de los dos curiosos que se habían cruzado en su camino estaban ahora enterrados, pero la sangre, las huellas y los signos de la lucha debían desaparecer. “No podemos dejar rastro,” pensaba Drex mientras limpiaba cualquier evidencia. Sabía lo rápido que podían llegar las autoridades, o peor, otros cazadores. No podían permitirse ser descubiertos.

—“Drex… limpia rápido,” pidió Tatiana, su voz temblorosa y cargada de necesidad. “No podemos quedarnos aquí mucho más tiempo.”

Pero incluso mientras decía esas palabras, su cuerpo seguía buscándolo, recorriendo las marcas que Drex había dejado en sus nalgas, sintiendo el ardor cada vez que sus dedos las tocaban. “¿Por qué quiero más? ¿Por qué no puedo detenerme?” Su mente intentaba controlar el deseo, pero cada movimiento parecía avivar el fuego dentro de ella.

—“Tatiana…” la llamó Drex, mientras terminaba de enterrar los últimos rastros de los cuerpos. “Esto está yéndose de las manos. No tienes una bestia en tu interior, pero lo que sientes es tan fuerte como eso. Si no lo controlas, te consumirá.”

Tatiana sabía que él tenía razón. Lo sabía en su mente, pero su cuerpo no respondía. Cada paso que daba hacia la camioneta era un recordatorio de lo que acababan de vivir. El dolor en sus nalgas y la sensación en sus senos la arrastraban de nuevo a ese torbellino de sensaciones. “¿Qué pasa si nunca vuelvo a sentir esto? ¿Qué pasa si nunca más Drex me toca de esta manera?”

Tatiana apenas si podía levantarse, estaba agotada, su cuerpo temblaba, y la sensación del sudor frío recorriendo su espalda contrastaba con el calor abrasador en sus nalgas y senos. Cada fibra de su cuerpo dolía y al mismo tiempo lo disfrutaba. Apenas podía mantenerse en pie, sus piernas temblaban, y cada paso hacia la ropa que había dejado en el suelo se sentía como una batalla perdida. Se agachó lentamente, recogiendo su ropa interior, pero al intentar ponérsela, el dolor que sentía en las nalgas la paralizó por un instante.

Tatiana dejó escapar un gemido bajo y frustrado. “No puedo… ni siquiera vestirme,” pensó, y el sentimiento la envolvió en una mezcla de humillación y excitación. Ese dolor tan punzante le recordaba cada nalgada que Drex le había dado, cada mordida que había dejado su marca en sus pezones y muslos. A pesar del cansancio, deseaba más.

—”Drex…” murmuró mientras intentaba levantarse, pero sus piernas cedieron un poco y tuvo que apoyarse en el suelo. “No sé si… puedo seguir caminando…”

Drex, que estaba terminando de limpiar los rastros de los corazones, la observó con una mezcla de preocupación y satisfacción. Sabía lo que había ocurrido entre ellos, sabía lo que significaba para ella cada sensación. Caminó hacia ella, recogiendo su ropa del suelo, y le ofreció una mano.

—”Vamos,” le dijo con una voz calmada pero firme. “Te ayudaré a llegar a la camioneta.”

Tatiana tomó su mano, pero al levantarse sintió el ardor en las nalgas tan intensamente que soltó un jadeo. El roce del viento contra su piel irritada era insoportable, pero, al mismo tiempo, una parte de ella lo disfrutaba. Era una tortura deliciosa. “¿Cómo puedo querer más de esto?”, se preguntaba mientras intentaba avanzar hacia la camioneta.

Drex la sostuvo, sabiendo lo que pasaba por su mente. Tatiana se apoyaba pesadamente en él, sintiendo cada músculo de su cuerpo rendirse bajo el peso del placer y el agotamiento. Cuando finalmente llegaron a la camioneta, Drex la ayudó a subir al asiento del copiloto. Apenas sentarse, Tatiana gimió de nuevo, el dolor en sus nalgas recorriendo su cuerpo como una descarga eléctrica.

—”Te arden, ¿verdad?” Drex la miró de reojo mientras encendía el motor. “Lo sientes en cada centímetro de tu cuerpo… como debería ser.”

Tatiana cerró los ojos, recostándose en el asiento. “No sabes cuánto… duele y al mismo tiempo lo quiero… No quiero que esto termine, Drex. Necesito más.” Su voz estaba cargada de desesperación, pero también de agotamiento.

Tatiana apenas podía soportar el roce de la tela de su ropa interior mientras se acomodaba en el asiento del copiloto. El ardor en sus nalgas era un recordatorio constante de lo que acababan de vivir. Cada vez que se movía, sentía cómo la fricción le devolvía esos instantes de lujuria, y aunque el dolor era intenso, su cuerpo lo deseaba. Sus labios se separaron para dejar escapar un suspiro cuando Drex arrancó la camioneta, el rugido del motor casi tan bajo como el latido frenético de su corazón.

Mientras el vehículo avanzaba por la carretera, la mirada de Tatiana se perdió en el paisaje que volaba a su lado, pero su mente estaba atrapada en el caos de su propio deseo. “No sé si quiero que esto pare,” murmuró de repente, rompiendo el silencio con una confesión que ni siquiera ella había querido aceptar del todo. “No sé si puedo vivir sin volver a sentir lo que acabo de sentir, Drex.”

Tatiana se recostó en el asiento del copiloto, aún temblorosa, mientras la camioneta avanzaba por el camino de regreso. Cada bache, cada sacudida del vehículo, le recordaba el ardor en sus nalgas, el dolor delicioso que sentía en los pezones y los muslos. Era algo más que el hambre de la bestia, era el hambre de algo que había mantenido en secreto durante tanto tiempo que ya no sabía cómo ocultarlo.

Tatiana apenas podía concentrarse en sus propios pensamientos mientras la camioneta avanzaba, el rugido suave del motor era un eco distante comparado con el torbellino de emociones y deseos que se arremolinaban en su mente. Sabía que debía decírselo, que ya no podía guardarlo más. Drex había visto los cambios, pero jamás entendería lo profundo que esto iba si no lo confesaba todo.

“Drex…” comenzó, su voz quebrada, como si cada palabra le costara un mundo. Sentía sus manos temblar mientras las apoyaba en el asiento, la fricción en sus nalgas haciéndola morderse el labio para no gemir. “Lo que ha estado pasando… no es solo lo que pasó hoy. Esto… lleva mucho más tiempo.”

Drex mantuvo la vista en el camino, pero su atención estaba completamente en ella. La había sentido inquieta durante semanas, pero jamás se había imaginado lo que estaba a punto de escuchar.

Tatiana respiró hondo, sus ojos cerrándose mientras intentaba juntar el valor para continuar. “Cada día… desde hace semanas… me miro al espejo, Drex. Me miro las nalgas, cómo están rojas, cómo se ven las marcas de tus manos, de tus nalgadas, y… me gusta.” Su voz se fue apagando al final, llena de vergüenza.

Drex apenas pudo contener su sorpresa. Sabía que Tatiana disfrutaba del placer intenso que compartían, pero no sabía hasta qué punto. “Tatiana…” murmuró, queriendo consolarla, pero sabiendo que debía dejarla continuar.

“Y no es solo eso,” continuó, cada palabra saliendo con un peso insoportable. “Cada vez que voy a trabajar, uso ropa que me deja expuesta… que me permite sentir cómo mis nalgas rozan contra la tela, cómo arden todo el día. Y cuando estoy en Oricalco, cuando estoy frente a mis equipos, al mundo, me estoy torturando a mí misma con ese placer, con ese ardor. Porque me recuerda a ti. Me recuerda lo que me haces sentir.”

Tatiana sentía que cada palabra la hundía más en su propia confesión, como si al decirlo en voz alta se estuviera arrancando una capa de piel que había ocultado por tanto tiempo. “Lo hago porque… porque quiero mantener el control. Porque sé que si no lo hago, me voy a perder en este deseo, Drex. Pero hoy… hoy fue demasiado. Hoy no pude controlarlo.”

Drex no sabía qué decir. Había visto los pequeños cambios, los nuevos hábitos de Tatiana, pero jamás había imaginado la razón detrás de ellos. Nunca se le ocurrió que todo aquello fuera un ritual autoimpuesto para mantener a raya sus impulsos.

“Tatiana… yo no sabía…” empezó a decir, pero ella lo interrumpió.

“Sé que no lo sabías, Drex. Lo mantuve en secreto porque… porque me daba vergüenza. Porque no quería que pensaras que estoy débil o que no puedo controlarme. Pero la verdad es que… no quiero parar.” Su voz se quebró al final, y Drex pudo sentir el dolor y la desesperación detrás de esas palabras.

“No quiero parar, Drex,” repitió, sus ojos llenos de lágrimas no derramadas. “Quiero sentir esto todos los días, cada día. Quiero sentir cómo tus manos me marcan, cómo tus colmillos se clavan en mi piel. Quiero torturarme con ese placer. Pero al mismo tiempo… tengo miedo.”

Drex la miró de reojo, su corazón encogiéndose al verla tan vulnerable. “¿Miedo de qué?” le preguntó suavemente.

Tatiana respiró hondo, como si estuviera tratando de reunir las fuerzas para lo que estaba a punto de confesar. “Miedo de que esto no sea suficiente. Miedo de que ya no pueda volver a sentir lo que sentí hoy. De que todo lo que hemos hecho, todo lo que hemos vivido, no sea nada comparado con lo que viví hoy… y que nunca vuelva a sentirlo.”

Drex tragó saliva, entendiendo finalmente lo que Tatiana estaba diciendo. No se trataba solo de un hambre pasajera, ni siquiera de una sincronía con su bestia. Era algo más profundo, más personal. “Tatiana… yo estoy aquí. No tienes que sentir miedo.”

Ella lo miró, sus ojos llenos de una mezcla de deseo y desesperación. “Pero lo siento, Drex. No puedo evitarlo. Siento que cada día que no te tengo dentro de mí, que no siento tus manos en mi cuerpo, es un día perdido. Y ya no sé cómo seguir controlándolo.”

Drex respiró hondo, comprendiendo la magnitud de lo que Tatiana le estaba confesando. Esto no era simplemente deseo. Era una necesidad, una adicción al placer y al dolor, a la tortura autoimpuesta que había mantenido en secreto todo este tiempo.

“Tatiana…” comenzó, tomando su mano. “Esto que sientes… no tiene que ser una maldición. Lo que tú llamas tortura… es algo que compartimos, algo que nos une. Y si necesitas más, siempre estaré ahí para dártelo. No tienes que temer perderlo.”

Tatiana cerró los ojos, las lágrimas finalmente escapando por sus mejillas. Sabía que Drex lo decía con sinceridad, pero el miedo seguía ahí, latente.

Tatiana se sentía atrapada entre la fatiga física y el deseo abrumador que aún la consumía. Apenas podía mantener la mirada fija mientras el paisaje pasaba a toda velocidad por la ventana de la camioneta, pero su mente no estaba en el camino. Cada segundo que pasaba, sus pensamientos se hundían más en el recuerdo de lo que acababan de vivir en el bosque. Las marcas en sus nalgas ardían con una intensidad que le provocaba tanto placer como culpa, y esa mezcla era su mayor tormento.

Se removió incómoda en el asiento, el roce de su ropa interior con las marcas azotadas era una dulce tortura, una que no podía dejar de provocar, como si el dolor fuera el ancla que la mantenía conectada a Drex. Se mordió el labio, intentando contener los gemidos que amenazaban con escapar. Su cuerpo, agotado, seguía exigiendo más, más de él, más de la sensación de ser poseída completamente por su presencia.

“No quiero parar…” murmuró, como si hablara para sí misma. Pero Drex la escuchó claramente.

“¿Qué dijiste?” preguntó, sin dejar de observar el camino, aunque su atención estaba completamente en ella.

Tatiana respiró hondo. Sabía que tenía que ser honesta, ya había abierto esa puerta, y no había vuelta atrás. “No quiero parar, Drex. Sé que debería. Sé que esto es una locura. Que no puedo seguir así todos los días… Pero… no quiero.” Las palabras salían más rápido de lo que podía detenerlas. “Cada vez que siento tus manos en mí, cada vez que me marcas, me clavas los colmillos, siento que es lo que siempre he necesitado. Siento que, incluso cuando estoy en Oricalco, cuando debería estar trabajando, lo único que quiero es sentir eso de nuevo. Y eso me asusta.”

Drex la miró por un momento, su rostro serio, pero no sorprendido. Sabía que Tatiana había estado lidiando con algo, pero escucharla decirlo con tanto detalle le revelaba más de lo que había imaginado. “Tati…” empezó, su voz suave pero firme, “estas emociones que sientes… son naturales para alguien que ha sincronizado tanto con la bestia como tú. No tienes la bestia dentro de ti, pero lo que compartimos está despertando cosas en ti que son similares. Es fuerte, es intenso… y sí, puede ser peligroso.”

Tatiana lo miró con ojos llenos de desesperación y deseo, sus piernas aún temblaban, pero no por el agotamiento, sino por la necesidad que no la abandonaba. “No es solo peligroso… es adictivo, Drex. Lo que siento cuando estoy contigo… cuando siento tus manos, tus mordidas, tus… sabores.” Su voz se quebró al decir eso último, sus mejillas se encendieron, y se dio cuenta de lo profundo que había caído en su confesión. “No puedo dejar de pensar en cómo es tenerte dentro de mí, cómo me llenas de todas las formas posibles. Me vuelvo loca solo de pensar que podría no volver a sentirlo.”

Drex tragó saliva, el ambiente en la camioneta se volvió aún más cargado de lujuria y emociones. Sabía que Tatiana estaba en un punto crítico. Su deseo, su hambre, era tan fuerte como el hambre de la bestia, pero aún más visceral porque nacía de lo más humano en ella: el placer. Y eso lo preocupaba y excitaba al mismo tiempo.

“Tatiana lo que sientes ahora es algo que no puedes dejar que te consuma por completo,” le dijo mientras mantenía el control de la camioneta. “La satisfacción que sientes… siempre va a estar ahí, pero no puedes dejar que te domine. Hoy fue… diferente. Fue intenso porque llevas mucho tiempo guardando esto dentro de ti. Pero debes entender que no se trata de repetirlo a cada momento. Eso es lo que lleva a alguien a perderse.”

Tatiana lo escuchaba, pero sus ojos estaban nublados por el deseo. Sabía que Drex tenía razón, lo sabía en su mente, pero su cuerpo le gritaba lo contrario. “¿Y si no quiero controlarlo? ¿Y si… quiero perderme en ti, Drex? Si eso es lo que me hace sentir completa…”

Drex apretó el volante con más fuerza, la lujuria en su propia sangre también se desbordaba. Sentía cada palabra de Tatiana como un fuego que lo consumía. Sabía que, aunque intentaba convencerla de controlarse, parte de él también deseaba darle todo lo que pedía, todo lo que anhelaba. El lobo dentro de él gruñía, ansioso por satisfacerla de todas las formas posibles. Pero sabía que debía ser racional, por el bien de ambos.

“Tati… te puedo dar lo que necesitas. Puedo hacerte sentir todo eso y más. Pero no puedes dejar que esto sea lo único que te defina.” Drex la miró de reojo, su voz más seria. “Te amo. Te deseo más de lo que puedes imaginar. Pero no puedo permitir que te pierdas en esto.”

Tatiana cerró los ojos, intentando encontrar un equilibrio entre su mente y su cuerpo. “Lo sé…” susurró, aunque aún sentía que el vacío la invadía. “Lo sé, pero…” Sus manos instintivamente recorrieron las marcas en sus muslos, recordando las mordidas de Drex, y no pudo evitar el gemido que escapó de sus labios. “Lo disfruto tanto, Drex. Disfruto cada segundo que me marcas, que me haces tuya.”

El silencio entre ellos se volvió aún más cargado, pero Drex decidió que debía hacer algo antes de que Tatiana se hundiera más en ese abismo. “Entonces hagamos un trato,” dijo finalmente. “Hoy vamos a disfrutarlo, hasta el último segundo. Te daré lo que pides, cada oscuro deseo, cada marca. Pero mañana, cuando todo esto pase, hablemos de cómo podemos manejarlo, ¿sí? No quiero que te pierdas en esta sensación. No quiero que sientas que necesitas esto cada día para seguir adelante.”

Tatiana lo miró, sabiendo que lo que proponía era justo. Pero al mismo tiempo, en el fondo, no podía dejar de temer que mañana esa sensación, ese éxtasis, no fuera suficiente. “Trato,” dijo finalmente, aunque su voz aún cargaba la duda.

Pero en el fondo, sabía que Drex no iba a dejar que se perdiera, y aunque su hambre seguía ardiendo, sabía que, con él, al menos por ahora, podía encontrar un equilibrio entre su deseo y la realidad.

El motor de la camioneta rugía suavemente, pero el ambiente dentro del vehículo era una mezcla de tensión y deseo. Drex observaba a Tatiana de reojo, aún apenas vestida con su ropa interior. Cada movimiento que hacía en el asiento del copiloto era un recordatorio del dolor y el placer que acababan de experimentar. Sin embargo, algo en ella seguía agitado, una energía que no se disipaba.

“¿Tati…? ¿Qué estás sintiendo ahora?”, preguntó Drex, genuinamente intrigado. Sabía que Tatiana estaba en un punto de confesión profunda, algo que la estaba exponiendo completamente, pero también notaba que no había terminado.

Tatiana movió sus caderas lentamente en el asiento, con la mirada perdida en el camino frente a ellos, pero su mente estaba lejos, atrapada en ese ciclo de dolor y placer que había construido para sí misma. Su respiración se aceleraba otra vez, sintiendo cómo cada roce del asiento contra sus nalgas enrojecidas le provocaba punzadas de ardor que solo aumentaban su deseo.

“No puedo parar…”, murmuró, apenas capaz de contenerse. “Cada vez que me muevo, me arde. Me quema, Drex. Y lo quiero. Lo quiero tanto que duele más. Es como si no pudiera saciarme.”

Drex tragó saliva, sus ojos fijos en la carretera, pero sus pensamientos completamente volcados hacia ella. “¿Más que antes? ¿Más que todo lo que hemos hecho hoy?”, le preguntó, casi como una provocación.

Tatiana soltó un gemido bajo, sintiendo cómo su cuerpo se estremecía. “Mucho más… Es como si, ahora que te lo estoy contando todo, ya no tengo control. El asiento, la tela de la ropa interior que elegí… todo está diseñado para hacerme arder. Y no puedo dejar de buscarlo, de moverme para sentir más dolor.”

Sus manos se deslizaron lentamente hacia sus muslos, buscando las mordidas más profundas que Drex le había dejado. Cada presión que hacía sobre ellas, la transportaba de vuelta al bosque, al momento en que los colmillos de Drex habían marcado su piel. “Es como si mi cuerpo quisiera más de ti… Incluso aquí, en la camioneta, siento que podría seguir horas, solo torturándome a mí misma con estas marcas, con estos recuerdos.”

“¿Eso es lo que haces en La Purga?”, preguntó Drex, con una mezcla de fascinación y deseo. Quería saber hasta dónde llegaba Tatiana en su propia perversión, en su propio juego de dolor y placer.

Tatiana sonrió débilmente, sin quitar la mirada del camino. “Sí. Cada día, Drex. Me preparo para sentir esto. Me pongo prendas que me arden, que me recuerdan cada nalgada que me has dado. Me miro al espejo cada mañana, viendo cuán marcadas están mis nalgas. Y luego… lo hago todo más intenso. A veces, me dejo caer en el sillón en mi oficina solo para que me duela más. O presiono las mordidas en mis muslos y en mi entrepierna, recordando tus colmillos.”

La respiración de Drex se volvió más pesada, sabiendo que lo que escuchaba era tanto una confesión como una invitación. “¿Y lo disfrutas? ¿Disfrutas tanto ese dolor?”

“Lo disfruto más que cualquier otra cosa,” admitió Tatiana, con una honestidad cruda. “Incluso cuando estoy en una reunión, siento cómo me arden las nalgas, y me gusta. Es como si, en medio de todo, tuviera este secreto. Este placer solo para mí. Y nadie más lo sabe… solo tú, ahora.”

Drex soltó un gruñido bajo, mientras apretaba un poco más el volante, sintiendo el calor de la lujuria recorrerlo. Pero quería más. Quería entender hasta dónde llegaba el placer culposo de Tatiana, hasta qué punto se había entregado a ese dolor autoimpuesto.

“Y los sabores… cada vez que te vienes en mi boca, lo guardo. Lo mantengo ahí mientras trabajo, mientras hablo con otros. Es mi manera de tenerte conmigo cuando no estás cerca,” confesó, casi con una sonrisa de satisfacción. “Es como si me recordaras constantemente, como si me estuviera castigando a mí misma por desearte tanto.”

Drex tuvo que detenerse unos segundos, su respiración se volvió más densa, notando cómo las palabras de Tatiana lo envolvían en una red de placer perverso. “¿Y ahora? ¿Qué quieres ahora, Tati?”

Tatiana, sin poder contenerse más, deslizó sus manos por sus caderas, buscando el ardor en sus nalgas, el mismo que tanto deseaba. “Quiero que me escuches… quiero que entiendas lo que estoy haciendo ahora. Estoy buscando las mordidas más profundas, las que más me duelen, y las estoy apretando. Porque quiero que me duela más. Porque quiero que lo sientas conmigo. Que entiendas que esto… esto es parte de mí ahora.”

Drex sonrió, pero había una oscuridad en su mirada. Sabía que Tatiana estaba en su punto más vulnerable y perverso, y él estaba dispuesto a acompañarla en ese viaje. “Lo sé, Tati. Lo sé. Y vamos a seguir explorando esto juntos. Pero también tienes que entender que, si dejas que esto te controle por completo, vas a perderte en ello.”

Tatiana asintió, sus ojos llenos de deseo y culpa. Sabía que Drex tenía razón, pero en ese momento no le importaba. Quería seguir, quería sentir más. Quería que Drex la llevara al límite una vez más, a ese punto donde el dolor se convertía en placer puro y la tortura en éxtasis.

Mientras avanzaban en la carretera, el asiento seguía castigando sus nalgas, y Tatiana no podía evitar moverse más y más, buscando esa sensación de ardor que tanto amaba. Estaba completamente envuelta en su propio juego, en su propia tortura, y ahora Drex lo sabía todo.

Finalmente, llegaron al apartamento. Drex detuvo la camioneta y miró a Tatiana, envuelta en la manta, pero completamente expuesta emocionalmente. La cargó en brazos, con una sonrisa cómplice, sabiendo que, aunque habían llegado a casa, el juego apenas comenzaba.

“Vamos,” le dijo suavemente, “hoy no vas a parar hasta que lo digas todo.”

Y Tatiana, sintiendo el peso de sus propias confesiones, no podía hacer otra cosa más que asentir. Sabía que esa noche sería un abismo aún más profundo del que había imaginado, pero estaba lista para seguir cayendo.

Tatiana no había dejado de temblar desde que cruzaron la puerta del apartamento. La manta apenas cubría su cuerpo, y la ropa interior que llevaba parecía una provocación de la piel inflamada por los golpes y mordidas. El peso de la confesión que acababa de hacerle a Drex resonaba en su pecho, haciendo eco con cada respiración.

Tatiana se había mantenido fría, calculadora, como la líder que todos admiraban en la Purga. Era la “Jefe Ogro”, la mujer inquebrantable. Y sin embargo, en ese momento, desnuda en el sillón frente a Drex, su vulnerabilidad era tan palpable como el calor que irradiaban sus nalgas marcadas.

Drex la miraba fijamente, expectante, sabiendo que ella aún no había terminado. Y Tatiana lo sabía. Había más que decir, más que confesar.

—”Drex…” —empezó, su voz temblorosa, pero llena de deseo y una honestidad cruda que nunca había permitido mostrar. “Tú no entiendes lo que significas para mí. Cada marca que me dejas, cada golpe, cada mordida… eso es lo que me mantiene viva.”

Drex frunció el ceño, inclinándose hacia ella, queriendo escuchar cada palabra.

—”Cuando estoy en la Purga, cuando Asha lanza sus bromas o intenta empujarme al borde, es tu dolor lo que me mantiene firme. Ese ardor en mis nalgas…” —Tatiana sonrió débilmente, acariciando sus propias marcas aún frescas—, “eso es lo que me recuerda quién soy. Cada vez que siento cómo el uniforme roza mi piel en cada paso, cada roce que me hace estremecer… me da el poder de mantenerme en control. Me da la fuerza para ser la directora que todos ven.”

Tatiana respiró hondo, su pecho subiendo y bajando de forma errática. Sus pezones estaban rígidos, no solo por el frío, sino por las mordidas que Drex les había dado antes. Y mientras acariciaba su pecho, sintió cómo los recuerdos de ese momento la inundaban nuevamente.

—”Cada vez que te vienes en mi boca,” —continuó, su voz ahora más firme, más cargada de un deseo perverso—, “ese sabor me acompaña todo el día. Lo llevo conmigo cuando doy órdenes, cuando nadie se atreve a cuestionarme. Me hace invencible, Drex.”

Drex no dijo nada. Estaba escuchando atentamente, procesando cada palabra que Tatiana le lanzaba como si fuera un secreto prohibido.

—”Y cuando me muerdes aquí…” —Tatiana pasó su mano por entre sus piernas sintiendo la necesidad de su cuerpo volver a hacerse real en su ser, donde sentía aún las marcas de los colmillos de Drex—, “ese gemido ahogado que dejo escapar, esa mordida… eso es lo que me da la fuerza para mantener el control en cada misión, en cada ataque.”

Tatiana bajó la mirada, su rostro enrojecido tanto por la intensidad de lo que estaba confesando como por el placer que sentía al contarlo. Nunca había revelado tanto de sí misma, ni siquiera a Drex. Esto era algo que siempre había guardado, como su pequeño secreto, su pequeña tortura autoimpuesta para poder ser quien todos necesitaban que fuera.

—”Yo no soy solo la Jefe Ogro, Drex,” —dijo, levantando la vista hacia él, su mirada cargada de vulnerabilidad—. “Soy la mujer que cada noche se mira en el espejo y ve sus nalgas rojas, se presiona las marcas que me dejaste en los muslos, que presiona las mordidas que dejaste en mi cuello hasta el punto de llorar de dolor… y de placer. Yo… yo hago todo eso para recordarte. Para recordar lo que me haces, para llevarte conmigo cuando no estás a mi lado.”

Tatiana se retorció ligeramente en el sillón, su cuerpo aún dolorido por el éxtasis que habían compartido. Pero ese dolor era su fortaleza.

—”Este dolor,” —continuó, mientras se llevaba la mano a uno de sus pezones, jalándolo ligeramente y dejando escapar un gemido—, “es lo que me permite ser quien soy. Es mi equilibrio, Drex. Cada nalgada, cada golpe… es lo que me sostiene cuando todo lo demás parece querer desmoronarse.”

Drex respiraba pesadamente, sus ojos fijos en ella, comprendiendo ahora la magnitud de lo que Tatiana estaba revelando. Esto iba más allá de una simple relación física. Este era el núcleo de lo que la mantenía fuerte. El dolor era su ancla, el placer su refugio.

—”¿Y ahora?” —preguntó Drex, su voz ronca por la emoción contenida—. “¿Qué es lo que quieres ahora, Tatiana?”

Tatiana lo miró, sabiendo que esta era la parte más difícil. Acarició suavemente las marcas en su cuerpo, sintiendo cada una como si fuera un trofeo, una prueba de lo que habían compartido.

—”Quiero más,” —dijo finalmente, su voz temblorosa, pero decidida—. “Quiero que me dejes algo… que no pueda olvidar. Algo que me dure más que un día, algo que me queme cada vez que me siente en mi oficina, algo que me duela cuando camine por los pasillos de la Purga.”

Tatiana tragó saliva, sus ojos llenos de una mezcla de culpa y deseo.

—”Quiero que me marques de una forma que no se pueda borrar. Que cada mordida, cada golpe sea una marca que me acompañe. Que cada vez que me duela, recuerde que te pertenezco… que somos uno. Y lo quiero tanto, Drex, que me da miedo.”

Drex la miró intensamente, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Sabía lo que esto significaba para Tatiana. Sabía que esto iba mucho más allá del simple placer, que esta era una necesidad que ella había estado reprimiendo durante demasiado tiempo.

—”Te daré lo que pides,” —dijo Drex, acercándose más a ella, sus manos acariciando suavemente su espalda—. “Pero quiero que sepas que cada marca que te deje será un recordatorio de que siempre estaré contigo. Y que el dolor que sientes… será solo nuestro.”

Tatiana dejó escapar un suspiro de alivio, mezclado con deseo. Quería sentir cada palabra que Drex le decía, quería que cada golpe y cada mordida fuera una promesa que la mantuviera cuerda, que la mantuviera fuerte. Y, sobre todo, quería saber que nunca más tendría que enfrentar el vacío de no sentir esa conexión.

—”Hazlo,” —susurró Tatiana, sus labios rozando los de Drex—. “Déjame esas marcas… y asegúrate de que no pueda olvidarlo jamás.”

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