El cazador de almas perdidas – Creepypasta 276.
Atada a Ti.
La luz del mediodía atravesaba las cortinas, derramándose sobre las sábanas desordenadas que envolvían los cuerpos de Fabián y María. Desde el amanecer, la poción de lujuria había encendido sus sentidos, llevándolos a un frenesí de besos, caricias y susurros. El aire se cargaba de sus gemidos y de la respiración acelerada de ambos, como si el tiempo no existiera más allá de lo que compartían en esa cama.
María se movía sobre Fabián, sus caderas encontrando un ritmo que provocaba un calor en ambos que parecía no tener fin. Sus manos recorrían su pecho, marcando cada músculo con caricias y ligeras presiones que le arrancaban jadeos de deseo. Pero, por más que su cuerpo reclamara cada toque, sus ojos brillaban con una intensidad que mostraba una rendición que solo sentía con él.
Inclinándose, rozó los labios de Fabián con los suyos, como un susurro provocador. —“¿Sabes qué es lo que realmente quiero esta vez?” —murmuró, su voz entrecortada y cargada de lujuria. —“Quiero que me amarres… quiero sentir que estoy completamente a tu merced.”
Fabián la miró con sorpresa y deseo, notando cómo las pupilas de María se dilataban con ese brillo travieso que lo volvía loco. —“¿Estás segura?” —preguntó, su voz grave mientras sus manos acariciaban sus caderas. —“Sabes que no podría resistirme, pero quiero que estés segura de lo que me pides.”
María sonrió, una sonrisa intensa y retadora. —“Nunca he estado más segura,” —susurró, y sus labios bajaron por su cuello, besándolo con una urgencia que solo ella conocía. —“Quiero que me tomes, que me inmovilices. Que me hagas tuya completamente.”
Los ojos de Fabián se oscurecieron con deseo. Sin decir una palabra más, se movió rápidamente, deslizándose fuera de la cama para buscar las corbatas negras que colgaban de una silla cercana. Sus manos temblaban levemente con la anticipación mientras volvía hacia María, quien se recostaba en la cama, observándolo con una mezcla de lujuria y rendición.
—“Pon las manos sobre tu cabeza,” —ordenó Fabián, su voz baja y cargada de autoridad. María obedeció, extendiendo sus brazos con una suavidad que lo invitaba a tomar el control. Sus labios se curvaron en una sonrisa mientras Fabián ataba sus muñecas con cuidado, asegurándose de que quedaran bien sujetas pero sin lastimarla. Cuando terminó, la miró, sus ojos encendidos por la lujuria que los envolvía. —“¿Así es como te gusta, mi amor?”
María tiró suavemente de las ataduras, sintiendo la presión y el control que ahora le pertenecía a Fabián. —“Así es como lo quiero, así es como me vuelves loca,” —susurró, su voz casi un gemido mientras se arqueaba contra las sábanas. —“Tómame como quieras. Hoy soy solo tuya.”
Fabián bajó sobre ella, sus labios encontrando los suyos en un beso feroz, reclamándola en cada toque. Sus manos descendieron por sus brazos inmovilizados, y luego bajaron por su cuello hasta sus caderas, explorando cada rincón de su piel mientras María se retorcía bajo su peso, sintiendo el fuego que se encendía con cada roce.
—“No te imaginas cuánto me gusta verte así,” —murmuró contra su oído, su aliento cálido mientras sus dientes rozaban suavemente su lóbulo. —“Tan mía, tan completamente entregada.”
—“Hazme lo que quieras,” —respondió María, su voz temblando con la excitación mientras sus ojos lo devoraban. —“Haz que me olvide de todo. No quiero pensar en nada más, solo en ti.”
Fabián la recorrió con besos lentos y provocativos, bajando por su cuello, su pecho, y más abajo, dejando un rastro de calor que hacía que María se arqueara, sus gemidos llenando la habitación. Cada beso, cada toque parecía encenderla más, y las ataduras en sus muñecas hacían que la sensación de estar completamente a su merced la envolviera en un placer aún más intenso.
—“Quiero verte perder el control, Fabián,” —susurró ella, sus labios apenas separados mientras lo miraba desde abajo, sus brazos tensándose contra las ataduras con cada movimiento. —“Quiero que me hagas sentir todo, sin contenerte.”
Los gemidos de Fabián se mezclaron con los de María mientras sus manos recorrían sus muslos y las ataduras mantenían su cuerpo en su lugar, aumentando la sensación de rendición. La besó con fuerza, su lengua buscando la de ella en un duelo que se volvía más feroz con cada segundo. —“Voy a hacerte mía,” —prometió, sus manos aferrándose a su cintura mientras movía sus caderas con un ritmo que los hizo gemir al unísono.
María tiró de las ataduras, su espalda arqueándose cuando los labios de Fabián bajaron por su cuerpo, explorando cada rincón, cada curva con una devoción que la hizo estremecerse. —“Fabián… no pares,” —susurró, su voz temblando. —“Hazme gritar tu nombre.”
Fabián sonrió contra su piel, sus dientes rozando su clavícula antes de morder suavemente, haciendo que María se retorciera con el placer. —“Te voy a hacer gritar como nunca,” —prometió, su voz cargada de lujuria mientras sus manos la recorrían. Sus labios bajaron aún más, encontrando los puntos que sabían encenderla, y María se retorció, sus gemidos haciéndose más intensos.
Los susurros de María se convirtieron en gemidos de rendición, sus manos tratando de moverse contra las ataduras mientras el calor de Fabián la envolvía. —“No pares, por favor… hazme tuya una y otra vez,” —murmuró, su voz ahogada por el deseo mientras su cuerpo se movía con el de él en un ritmo frenético y cargado de intensidad.
—“Nunca voy a parar,” —murmuró Fabián, sus labios recorriendo cada parte de ella mientras sus manos la mantenían inmovilizada. —“Voy a hacer que este momento se quede grabado en ti.”
Y así, se entregaron a la pasión que los consumía, explorando cada deseo y cada límite, sus cuerpos moviéndose en una sinfonía de lujuria y entrega. Las horas pasaron en un frenesí de besos, caricias y susurros fogosos, hasta que, exhaustos y satisfechos, supieron que en ese momento, y en ese espacio, no existía nada más que ellos dos.
La tarde avanzaba, y la luz cálida del sol bañaba la habitación, pero el calor que llenaba el aire no tenía nada que ver con el clima. María, apenas cubierta por un vestido negro que abrazaba cada curva de su cuerpo, se miraba en el espejo, ajustándose las tiras mientras sentía la mirada de Fabián quemándola desde la cama. El vestido era nuevo, más atrevido de lo que ella solía llevar, pero quería sentirse poderosa, quería sentirse segura y radiante cuando Valeria Dupont llegara al día siguiente.
—”¿Qué te parece?” —preguntó María, girándose lentamente para mostrarle el vestido, dejando que la tela se deslizara con suavidad sobre su piel expuesta. Sabía que el escote dejaba al descubierto más de lo que normalmente se atrevería a mostrar, pero quería impresionar, quería sentirse bella para ella misma, y para Fabián.
Fabián la miró, sus ojos oscuros con una mezcla de deseo y algo más profundo que no podía contener. Desde la mañana habían estado inmersos en una ola de pasión desenfrenada, pero ahora, al verla frente a él, su deseo alcanzó un nuevo nivel, una fuerza incontrolable. Algo se encendió dentro de él, algo primitivo que no podía ignorar.
—”María…” —murmuró, su voz grave, casi un gruñido. Se levantó de la cama, acercándose a ella con pasos lentos, como un depredador acechando a su presa. Cada paso que daba aumentaba el calor en el aire. Se detuvo detrás de ella, sus manos rodeando su cintura, tocando la suave tela que cubría apenas lo necesario. —”No necesitas este vestido para sentirte segura mañana,” —susurró, sus labios rozando su cuello, provocando un escalofrío en su piel. —”Valeria Dupont no es nada, nadie. No puede competir contigo, no puede compararse contigo.”
Antes de que María pudiera responder, Fabián la giró con un movimiento brusco, presionando su cuerpo contra el de él. Su respiración se aceleró, y la intensidad en sus ojos la atravesó como fuego. —”Lo único que importa ahora… eres tú. Tú y lo que haces conmigo.”
María trató de hablar, pero sus palabras se ahogaron en un gemido cuando las manos de Fabián se deslizaron sobre sus caderas, subiendo lentamente hasta sus senos. La sensación era casi insoportable, su tacto más firme, más decidido, como si la deseara de una manera nueva, más feroz. Cada roce encendía un fuego en su piel que la hacía temblar.
—”Fabián…” —jadeó, pero su voz se perdió cuando él bajó la mirada, viendo cómo su cuerpo respondía bajo su toque. Sus manos, ágiles y hambrientas, bajaron el tirante del vestido, dejando al descubierto uno de sus senos. Fabián la miró, una sonrisa oscura curvando sus labios antes de inclinarse y besar su piel desnuda con una ferocidad que la hizo gemir aún más fuerte.
Fabián, incapaz de resistir más, llevó una mano a una pequeña botella que había dejado en la mesita de noche. Era la poción de lujuria que había encendido su pasión esa mañana, pero ahora quería más, quería sentirla a un nivel que aún no habían explorado. Sin decir una palabra, dejó que unas gotas cayeran suavemente sobre los senos de María, el líquido recorriendo su piel mientras ella observaba, fascinada y entregada.
—”Te voy a hacer mía de una manera que no olvidarás,” —susurró Fabián, y antes de que pudiera responder, bajó su cabeza y empezó a lamer el rastro de la poción, cada caricia de su lengua provocando gemidos ahogados en los labios de María. Sentía que su cuerpo se encendía, una mezcla de placer y deseo que la hacía retorcerse bajo su toque.
—”No puedo más…” —jadeó María, sus manos temblando mientras trataba de agarrar algo, cualquier cosa, para estabilizarse, pero las manos de Fabián la mantenían inmovilizada, su control sobre ella absoluto. —”Fabián, por favor…”
Pero él no paró. Sus manos descendieron, levantando el vestido para exponer más de su piel. —”Voy a hacer que grites mi nombre, una y otra vez,” —murmuró, y con un movimiento rápido, la giró y la empujó suavemente contra la cama, su respiración pesada mientras la observaba, devorando cada centímetro de su cuerpo. —”Vas a sentir cada parte de mí, María. No habrá nada más.”
María, jadeando y temblando de anticipación, sintió cómo sus piernas se separaban, cómo su cuerpo se abría completamente para él. Nunca había sentido algo tan intenso, nunca había sido llevada tan lejos por el deseo. Cada movimiento, cada toque, la hacía perderse más en el placer que Fabián desataba en ella.
Él bajó de nuevo, sus labios encontrando su piel con una urgencia casi salvaje. Fabián mordía suavemente y lamía cada parte de ella, mientras sus manos recorrían su cuerpo con una velocidad y precisión que la hacían gritar de placer. Los gemidos de María se entrelazaban con los jadeos de Fabián, y cada vez que ella intentaba hablar, sus palabras se perdían en la intensidad del momento.
—”Más… Fabián, más…” —rogó ella, sus ojos cerrándose mientras su cuerpo respondía con movimientos involuntarios, como si no pudiera controlar cómo reaccionaba a su toque. La poción en su piel hacía que cada caricia fuera más intensa, más profunda, y sentía que sus caderas se movían por sí solas, buscando más, queriendo más.
Fabián, dominado por el deseo, la sujetó con firmeza, sus manos apretando sus caderas mientras la devoraba, su lengua trazando círculos lentos que la hacían temblar de pies a cabeza. Los gemidos de María se hacían más fuertes, más desesperados, y su espalda se arqueó mientras sentía cómo su cuerpo llegaba al límite de lo que podía soportar.
—”Eres mía, María. Mía y de nadie más,” —jadeó él, sus palabras mezclándose con los sonidos de placer que llenaban la habitación. Cada caricia, cada movimiento de sus manos y labios la llevaba más allá, hasta un punto donde el placer se volvía insoportable, pero al mismo tiempo, imposible de resistir.
Los gemidos de María se ahogaron en un grito cuando sintió que su cuerpo finalmente se desbordaba. Se aferró a las sábanas, su respiración descontrolada mientras Fabián continuaba, impasible, llevándola más lejos, haciendo que cada segundo fuera una explosión de placer y deseo.
Finalmente, cuando ambos cuerpos quedaron exhaustos, se desplomaron en la cama, sus respiraciones entrecortadas llenando el silencio que siguió. Fabián la rodeó con sus brazos, su aliento aún caliente contra la piel de María, quien seguía temblando, incapaz de procesar lo que acababa de experimentar.
—”Mañana, Valeria Dupont no será nada para ti, ni para nosotros,” —susurró Fabián suavemente, besando su cuello con una ternura inesperada tras la tormenta de pasión. —”Lo único que importa es que somos tú y yo. Y siempre será así.”
María, aún jadeando, cerró los ojos y se dejó llevar por el calor de su cuerpo, sabiendo que lo que habían compartido era más que deseo.
El apartamento se sumió en un silencio cálido después de la tormenta de pasión que acababa de envolverlos. María y Fabián yacían entre las sábanas revueltas, con la respiración aún agitada. La luz de la tarde comenzaba a suavizarse, creando sombras tenues que danzaban sobre sus cuerpos. A pesar del frenesí reciente, la mente de María ya empezaba a deslizarse hacia el día siguiente, donde la realidad esperaba con las manos extendidas.
María se apoyó sobre un codo, observando a Fabián, quien respiraba pesadamente, su pecho subiendo y bajando con el ritmo de alguien que había entregado todo en un momento de abandono total. Sus ojos, sin embargo, estaban aún nublados por el placer, pero ya se podía ver cómo poco a poco volvía a la conciencia de su rol, de la imagen que debía proyectar al mundo exterior.
—”Mañana,” —murmuró María, su voz suave pero cargada de una mezcla de ansiedad y determinación. —”Cuando llegue Valeria Dupont… volveré a ser tu secretaria. La sombra detrás del hombre impoluto de fe que todos ven.” Sus dedos trazaron círculos ligeros sobre su pecho, pero había algo más detrás de su tono, una sombra de inseguridad que no pudo ocultar. —”Pero, Fabián…” —siguió, bajando la voz un poco más. —”Hay algo de lo que quiero hablar contigo.”
Fabián la miró, sus ojos llenos de interés pero también con un toque de cansancio. Sabía que el día siguiente no sería sencillo, y que mantener su fachada ante el Vaticano era una parte vital de su vida. Van Bertoken lo tenía en una posición crucial, pero había aprendido a jugar con esa fachada, a moverse entre dos mundos. —”Dime lo que pasa, amor,” —dijo, tomando una de las manos de María y besándola suavemente.
—”Es Valeria Dupont,” —comenzó María, su tono cargado de un matiz que Fabián no había escuchado antes. —”Como mujer, puedo sentirlo… ella no está aquí solo para la entrevista. Tiene otros intereses. Y si no me equivoco, esos intereses incluyen a ti.” Sus dedos se tensaron ligeramente sobre su piel, como si al decirlo liberara un miedo que había estado reprimiendo.
Fabián frunció el ceño, su expresión un reflejo de su sorpresa. —”¿Valeria Dupont? Es una periodista del Vaticano, no veo por qué…”
María lo interrumpió, sus ojos ardiendo con una mezcla de celos y miedo. —”No seas ingenuo, Fabián. Sé que eres increíblemente atractivo. Eres todo lo que una mujer puede desear. Lo que me asusta es… ¿qué tal si empieza a verte de una manera que yo no puedo evitar? Y peor aún, ¿qué pasa si tú empiezas a ver en ella algo que te atraiga?” Las palabras salieron de su boca con rapidez, como si hubiera estado conteniéndolas por mucho tiempo.
Fabián la observó, entendiendo el temor detrás de esas palabras. La inseguridad de María, aunque infundada para él, era algo real para ella. —”María, escúchame,” —dijo con firmeza, tomando su rostro entre sus manos, obligándola a mirarlo a los ojos. —”Valeria Dupont no es nada para mí. Nada. Solo es una periodista más, una herramienta en el juego que jugamos con el Vaticano. Lo único que me importa eres tú. Siempre has sido tú.”
María sintió un alivio momentáneo ante sus palabras, pero una parte de ella seguía luchando contra la inseguridad. —”No lo entiendes, Fabián… cada vez que te veo con esa máscara de hombre perfecto, de santo, no puedo evitar pensar que podrías querer algo más, algo que yo no puedo darte.” Sus ojos se llenaron de vulnerabilidad mientras bajaba la mirada. —”¿Y si algún día… te cansas de mí?”
Fabián, con una mezcla de ternura y urgencia, la empujó suavemente hacia él, sus labios encontrando los de ella en un beso que fue profundo y lleno de una devoción silenciosa. —”María, no hay nadie más que tú. Lo que compartimos va más allá de todo eso. Hemos hecho promesas que ni el tiempo ni las circunstancias pueden romper.” Bajó la voz, besándola nuevamente, esta vez con más intensidad. —”¿Recuerdas cuando aceptamos el elixir de la eterna juventud de Asha? Prometimos servirla por la eternidad, sí, pero también nos prometimos el uno al otro. No hay nada más importante que eso.”
María respiró hondo, relajándose ligeramente en sus brazos, pero una chispa de picardía volvió a sus ojos mientras lo miraba. —”Hablando de eternidad…” —murmuró, dejando que sus labios rozaran los suyos antes de bajar la voz a un susurro más atrevido. —”Quiero dártelo todo, Fabián. Algo más… algo que no hayamos probado aún.”
Los ojos de Fabián brillaron con curiosidad. —”¿A qué te refieres?” —preguntó, aunque la anticipación en su voz era clara.
María se inclinó sobre él, su cuerpo deslizándose suavemente contra el suyo mientras sus labios bajaban hasta su cuello, dejando pequeños besos que hacían que Fabián cerrara los ojos. —”Siempre me has hecho sentir tan deseada… pero ahora quiero hacer algo por ti.” Susurró contra su piel mientras sus manos comenzaban a recorrer su torso con lentitud. —”Quiero explorar cada parte de ti… y darte algo que nunca hayas sentido.”
Fabián, ahora completamente atrapado por el tono seductor de su voz, la observó con una mezcla de deseo y asombro. —”¿Qué tienes en mente?” —preguntó, su respiración ya empezando a agitarse.
María sonrió, una sonrisa que era a la vez juguetona y peligrosa. —”Quiero darte un masaje con mi boca,” —murmuró, bajando lentamente por su abdomen, sus labios apenas rozando su piel mientras su aliento cálido hacía que cada parte de él se tensara. —”Pero quiero hacerlo en tus partes más… sensibles.”
Fabián la miró, su pecho subiendo y bajando rápidamente mientras procesaba lo que ella acababa de decir. Había algo en su tono, en la forma en que se movía, que lo enloquecía de una manera que nunca antes había sentido. —”María…” —jadeó, pero antes de que pudiera continuar, ella bajó aún más, su lengua trazando un camino de fuego sobre su piel.
María, completamente en control ahora, sabía que tenía a Fabián a su merced. Sus manos y su boca comenzaron a explorar cada centímetro de su cuerpo con una habilidad que lo dejó jadeando. Cada toque, cada movimiento era preciso, deliberado, llevándolo a un punto donde las palabras ya no tenían sentido. Solo los gemidos quedaban, entrelazándose en el aire con el sonido de sus respiraciones.
—”Eres mío, Fabián,” —susurró María, sus labios deslizándose suavemente por su piel. —”Y te voy a hacer sentir todo lo que siento por ti.”
María, aún descendiendo con sus labios, no dejó de observar cada reacción de Fabián mientras lo tenía a su merced. Sus manos se aferraban a las sábanas, su cuerpo tenso, y cada vez que intentaba hablar, lo único que salían de sus labios eran gemidos entrecortados. Quiso decir su nombre, quiso prometerle algo, pero el placer lo devoraba completamente, cada movimiento de la boca de María desatando una nueva ola de jadeos que lo hacían perderse más y más.
—”M-María…” —intentó murmurar, pero el sonido murió en su garganta, ahogado por el éxtasis que lo recorría. Su respiración era errática, su control completamente perdido. Cada vez que intentaba aferrarse a algún pensamiento, ella lo arrastraba de vuelta al abismo del placer con una maestría que lo desarmaba.
María sonrió, satisfecha con el poder que tenía sobre él. Sentir cómo se estremecía bajo su toque, cómo sus intentos de hablar se desvanecían en gemidos, la excitaba más de lo que habría imaginado. —”No necesitas decir nada,” —susurró entre besos, su voz suave, pero cargada de una sensualidad oscura. —”Solo déjame escucharte… déjame sentirte…”. Y así, con cada gemido que él no podía reprimir, ella seguía explorando, cada vez más profunda en su propia lujuria, disfrutando de cada segundo en el que lo tenía, completamente a su merced.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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