El cazador de almas perdidas – Creepypasta 266.
La Ironía del Miedo.
La luz del sol caía sobre el patio de La Purga, proyectando largas sombras de las estatuas y murallas que se erguían como guardianes silenciosos de las almas que deambulaban por el lugar. El patio, habitualmente bullicioso, se volvía un territorio de murmullos y miradas furtivas cada vez que Drex pasaba. Con cada paso que daba, los miembros de Oricalco se apartaban, algunos buscando la manera de evitarlo, otros simplemente escondiendo la mirada. Era evidente que el respeto que le tenían estaba teñido de un miedo tangible, uno que no podía esconderse.
En una esquina del patio, Drex se detuvo, observando cómo los grupos de escuadrones de Oricalco se dispersaban. Era un espectáculo casi rutinario, pero las solicitudes de transferencias de esos escuadrones no habían cesado. La situación se había vuelto preocupante, ya que cada vez más miembros pedían unirse al equipo de Raúl, quien ofrecía una dinámica aparentemente más segura y predecible. No podían permitirse perder a más hombres.
En ese momento, Lía se acercó con una expresión seria en el rostro, seguida de Oscar, Anuel, Violeta y Andrés. El grupo se reunió bajo la sombra de una de las estatuas, lejos de oídos curiosos y de la mirada de Tatiana, quien estaba ocupada en su clase de magia arcana. Lía fue la primera en hablar, su tono cargado de preocupación.
—No podemos quedarnos sin escuadrones de Oricalco —comenzó, cruzando los brazos—. Cada día recibo más solicitudes de transferencia hacia el equipo de Raúl, y si seguimos así, perderemos a la mayoría de los nuestros. Tenemos que encontrar una solución, y rápido. —Miró a Drex, su mirada intensa—. No podemos dejar que esto llegue a oídos de Tatiana y, mucho menos, de Vambertoken.
Anuel, siempre con su forma directa y sin filtro, soltó una carcajada ligera. —Bueno, si les da miedo Drex, ¿por qué no les damos más de eso? —propuso, encogiéndose de hombros—. Que Drex se transforme en licántropo y les muestre quién es el verdadero jefe por aquí. Así se les quita lo de querer cambiarse.
Violeta, que solía mantenerse en segundo plano, no pudo evitar reír suavemente ante la propuesta de Anuel. Le gustaban sus comentarios atrevidos, y aunque normalmente no se atrevía a decirlo en voz alta, su mirada mostraba una chispa de disfrute. —Eso sería… interesante de ver —dijo, en un tono bajo, como si no quisiera llamar la atención.
Drex, que había estado observando en silencio, finalmente habló. —Podría funcionar, pero es un arma de doble filo. —Sus ojos fríos recorrieron al grupo, deteniéndose en cada uno de ellos—. Si les doy más motivos para temerme, algunos podrían reconsiderarlo y quedarse, pero otros, los que ya están al límite, podrían usarlo como justificación para irse de inmediato.
Oscar asintió, mostrando su preocupación. —Exactamente. No podemos asumir que todos responderán de la misma manera. Además, si se va más gente, no quedarán suficientes para cubrir las misiones importantes. Estamos jugando con fuego.
Lía suspiró, frustrada, pero no dispuesta a rendirse. —Lo sé, pero la idea de Anuel no es del todo mala. Si logramos que Drex se muestre, pero de manera controlada, podríamos generar el impacto suficiente para que se queden. —Sus ojos se encontraron con los de Drex—. Pero tiene que ser sutil, algo que ellos perciban como una amenaza latente, no un ataque directo.
—Lo que tenemos que hacer —añadió Andrés, pensativo— es mostrarles que estar con Raúl no es una opción más segura, sino una pérdida de respeto en comparación con estar en nuestro equipo. Podemos manejar esto para que lo vean como una especie de prueba de lealtad.
—Exacto —continuó Lía—. Debe parecer como si solo los valientes pudieran quedarse con nosotros, como si pertenecer a este equipo fuera un honor y una prueba en sí misma. —Miró a Anuel—. Y Drex será el que los ponga a prueba.
Drex se cruzó de brazos, evaluando la situación. —Podría hacer una aparición en mi forma de licántropo, pero no de manera amenazante directa. Algo que los haga dudar, que sientan que, si se quedan, es porque tienen la fuerza y la valentía para hacerlo.
Anuel sonrió de oreja a oreja. —Me encanta la ironía de todo esto. Los estamos aterrorizando para que se queden en el equipo… precisamente porque les dan miedo tus transformaciones. Es brillante.
Violeta asintió, aunque no pudo evitar reír suavemente. —Es como si les estuviéramos dando la dosis de su propia medicina… y de paso, aprovechando la oportunidad.
—Entonces, estamos de acuerdo —dijo Lía, satisfecha de haber encontrado un plan—. Drex se transformará en el patio esta noche, pero solo para que ellos lo vean de lejos. La idea es que sientan que pertenecer a nuestro equipo es un privilegio que requiere valor, no un castigo. Si funciona, podremos mantener a nuestros hombres sin que la noticia llegue a Tatiana o, peor aún, a Vambertoken.
—Y si no funciona… —Oscar agregó, con una sonrisa irónica—, al menos habremos intentado algo diferente.
El grupo intercambió miradas de complicidad. La situación era tan irónica que resultaba casi divertida. Sabían que estaban jugando con fuego, pero también entendían que, en La Purga, era necesario arriesgarse para mantener el control. Drex asintió, dando por terminado el debate.
—Esta noche, entonces —concluyó Drex, sus ojos brillando con una determinación fría—. Veamos si el miedo puede ser nuestra herramienta más efectiva.
La noche caía sobre La Purga y las sombras se extendían por el patio, creando un ambiente tenso y expectante. Los escuadrones de Oricalco, listos para retirarse tras un largo día, se agrupaban en las salidas, algunos mirando a su alrededor con ansiedad y otros murmurando en voz baja sobre los últimos rumores que circulaban. Nadie esperaba lo que estaba por suceder.
Desde la penumbra, Drex emergió en su forma de licántropo, sus ojos brillando con una ferocidad inhumana. Cada paso resonaba en el suelo, y los soldados se congelaron al ver la monstruosidad que caminaba entre ellos, como si nada fuese diferente. Con su enorme y musculosa forma, su pelaje oscuro como la noche, y sus colmillos brillando bajo la luz de la luna, Drex se desplazó hacia el centro del patio.
Entonces, se detuvo. Sus ojos, dos orbes que parecían encenderse en un rojo intenso, observaron a todos los presentes. Drex arqueó su espalda y, con un rugido ensordecedor, hizo que cada alma en el lugar sintiera el peso de su presencia. El rugido se extendió como un trueno, estremeciendo las murallas y llenando el patio de puro terror. Los escuadrones de Oricalco quedaron petrificados, sus caras reflejando el pánico que intentaban ocultar.
Fue en ese instante que Anuel y Violeta, siguiendo el plan, se acercaron lentamente. Aunque ambas estaban acostumbradas a las transformaciones de Drex, la brutalidad con la que ahora se manifestaba su poder era más de lo que esperaban. Aun así, mantuvieron la compostura, ocultando su genuino terror bajo una fachada de valentía.
—Drex… —dijo Anuel, fingiendo temblar, pero con una chispa de nerviosismo auténtico en su mirada—. Yo… yo quiero pertenecer a este equipo, incluso si tú estás aquí…
Violeta, aunque su voz temblaba un poco más, asintió. —Sí, y si Drex nos acepta… —miró a su alrededor, al resto de los soldados paralizados—. Entonces, ¿quién será tan cobarde para no quedarse?
Las palabras fueron suficientes para sembrar la duda en las mentes de los presentes, pero el verdadero impacto vino cuando, desde el otro lado del patio, las siluetas de Diana, Tiranus y Olfuma, los otros licántropos de la manada, emergieron. Eran parte del equipo de Raúl, pero al ver la oportunidad, no dudaron en unirse al espectáculo. Sin decir palabra alguna, y con una sincronía casi natural, comenzaron a transformarse uno a uno.
Diana, la primera en cambiar, dejó escapar un gruñido gutural que hizo retroceder a varios de los soldados. Tiranus, con su imponente figura, mostró sus colmillos en un rugido que resonó como un eco del de Drex, mientras Olfuma, el más silencioso pero no menos feroz, dejó que su mirada penetrante y amenazante recorriera el patio. Los tres, juntos, rodearon a Drex, mostrando la fuerza y la unidad de la manada. Era como si, en ese momento, hubiesen reclamado La Purga entera como su territorio.
Los soldados, vampiros y miembros de Oricalco por igual, comenzaron a retroceder, el terror impregnando sus miradas. Algunos cayeron al suelo, otros simplemente se quedaron inmóviles, paralizados por el miedo de enfrentarse a las bestias. El poder que irradiaba la manada era algo que pocos, incluso los más experimentados, podían soportar.
El plan, aunque en apariencia exitoso, resultó en un espectáculo que nadie había anticipado en toda su magnitud. Justo en ese instante, cuando la manada de licántropos reclamaba su dominio, Tatiana y María, que salían de sus lecciones, se encontraron con la escena. Tatiana se detuvo, observando cómo el caos y el miedo se extendían por todo el lugar, y su mirada se endureció. Sabía que tendría que lidiar con las consecuencias de lo que estaba viendo.
Las palabras fueron suficientes para sembrar la duda en las mentes de los presentes, pero el verdadero impacto vino cuando, desde el otro lado del patio, las siluetas de Diana, Tiranus y Olfuma, los otros licántropos de la manada, emergieron. Eran parte del equipo de Raúl, pero al ver la oportunidad, no dudaron en unirse al espectáculo. Sin decir palabra alguna, y con una sincronía casi natural, comenzaron a transformarse uno a uno.
Diana, la primera en cambiar, dejó escapar un gruñido gutural que hizo retroceder a varios de los soldados. Tiranus, con su imponente figura, mostró sus colmillos en un rugido que resonó como un eco del de Drex, mientras Olfuma, el más silencioso pero no menos feroz, dejó que su mirada penetrante y amenazante recorriera el patio. Los tres, junto a Drex, rodearon el patio, mostrando la fuerza y la unidad de la manada. Era como si, en ese momento, hubiesen reclamado La Purga entera como su territorio.
Los soldados, vampiros y miembros de Oricalco por igual, comenzaron a retroceder, el terror impregnando sus miradas. Algunos cayeron al suelo, otros simplemente se quedaron inmóviles, paralizados por el miedo de enfrentarse a las bestias. El poder que irradiaba la manada era algo que pocos, incluso los más experimentados, podían soportar.
Poco a poco, los licántropos volvieron a su forma humana, y el patio quedó en un silencio incómodo. Tatiana, que había presenciado todo, avanzó con María a su lado, la ira claramente visible en su expresión.
—Tiranus —dijo, su voz cortante como una cuchilla—. ¿En qué estaban pensando tú y el resto de la manada? ¿Acaso creen que aterrorizar a las tropas es la mejor forma de mantener el orden?
Tiranus la miró, sin mostrar ni una pizca de remordimiento. —Tatiana, ¿de qué otra forma se iban a detener las solicitudes de transferencia? Con esto, todos en La Purga han visto que no hay diferencia entre el equipo de Raúl y el de Lía. No hay lugar seguro para esconderse. —Su tono era firme, y aunque Tatiana no quiso admitirlo, tenía razón.
Tatiana lo observó en silencio, tomando un momento para calmarse. —Más vale que funcione, Tiranus, porque si las solicitudes continúan, se las verán conmigo.
Luego, giró hacia Lía, que se encontraba al otro lado del patio. —Lía, más te vale que las solicitudes se hayan detenido. No quiero volver a ver otra como esa en mi mesa o tú y yo tendremos una larga conversación.
Finalmente, sus ojos se posaron en Drex, quien la miraba con calma. —Drex, contigo hablo después de que termine con María.
María, que había permanecido en silencio, obedeció la mirada de Tatiana. —María, vámonos. Tenemos mucho de qué hablar.
Ambas se marcharon del patio, dejando a Drex, Tiranus y el resto de la manada en un ambiente tenso. El plan había funcionado, pero las consecuencias aún no habían terminado de desarrollarse.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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