El cazador de almas perdidas – Creepypasta 259.
El Consejo de los Antiguos.
La sede de La Purga estaba en un silencio absoluto, los agentes evacuaban la instalación, cumpliendo con las órdenes. En el centro de comunicaciones, Seraph Vambertoken Latshiktor y su esposa, Asha Vambertoken Latshiktor, esperaban pacientemente. En las pantallas aparecían las siluetas del Consejo de Ancianos Vampíricos, sus identidades cubiertas, salvo una: Zakfig Vambertoken, el padre de Seraph, cuyo rostro estaba visible.
Seraph, con su habitual porte firme y controlado, inició la reunión. —Ancianos, presento mis informes sobre las recientes operaciones en Ciudad de México. La purga se llevó a cabo con eficacia, eliminando las amenazas identificadas y asegurando el territorio. —Hizo una pausa breve—. En Quito, los avances han sido significativos, consolidando nuestra posición y desarticulando las células infiltradas.
Hubo un momento de asentimiento, pero entonces Zakfig Vambertoken tomó la palabra, su voz cortando el silencio. —Hijo, hablemos de lo que pasó en Puma Punku. —La pregunta cargada de intencionalidad llenó la sala.
Seraph mantuvo la compostura, pero era evidente que la pregunta no le sorprendía. Sabía que el tema de Puma Punku sería la verdadera prueba en esta reunión.
Antes de que Seraph pudiera responder, Asha intervino, mostrando una sonrisa suave que no escondía del todo la satisfacción que le producía esta situación. —Ancianos, si me permiten, aclaremos primero los rumores que han circulado. Fabiola, quien estuvo involucrada en la muerte de Olfum Latshiktor, ya ha sido purgada y reeducada bajo la supervisión de los Latshiktor. Mi padre, Adkaj Latshiktor, ha expresado su aprobación por el proceso y ha considerado el asunto resuelto.
Los murmullos en las sombras se calmaron ante las palabras de Asha. Nadie en el consejo osaría cuestionar la voluntad de Adkaj, uno de los líderes más influyentes de la familia. Sin embargo, Zakfig no desvió su atención del tema central. —Eso queda claro, pero no es lo que estamos discutiendo aquí. Puma Punku es una anomalía demasiado grande como para ser ignorada. ¿Cómo pudo Sergio Pedrosa invocar esas fuerzas?
Seraph, viendo la oportunidad de plantear su estrategia, tomó la palabra. —Es cierto, un brujo humano como Pedrosa no debería tener acceso a tales conocimientos ni recursos. —Su tono se endureció—. La única explicación plausible es que hay un traidor en el Consejo de Ancianos Vampíricos, alguien que ha proporcionado a Pedrosa los medios para acceder a esas fuerzas y artefactos antiguos.
La acusación de Seraph resonó en la sala. Las siluetas se movieron inquietas, y el murmullo de voces se hizo más intenso. La posibilidad de una traición en sus filas no era algo que se tomara a la ligera, y mucho menos en una organización tan secreta y poderosa.
—La evidencia que hemos recopilado muestra patrones que indican la mano de alguien con conocimiento interno y acceso a recursos a los que Pedrosa nunca podría haber llegado solo —continuó Seraph—. La Purga fue capaz de neutralizar la amenaza, pero para desmantelar por completo la red de Pedrosa y su alianza con Ragnarok, necesitamos un aumento en el financiamiento y recursos.
Una de las siluetas en la pantalla habló, su voz era profunda y cargada de autoridad. —Las pruebas que has presentado son contundentes, Seraph. La Purga ha demostrado ser eficaz en sus operaciones y resultados. Tendrás el financiamiento necesario para seguir la caza de Sergio Pedrosa y desmantelar su alianza con Ragnarok. —Hubo una pausa, y la voz se endureció—. Sin embargo, investigaremos a fondo la posibilidad de un separatista en nuestras filas. La traición, de confirmarse, no será tolerada.
Zakfig asintió, con una expresión grave. —Seraph, si tus acusaciones son ciertas, estamos ante un peligro mayor del que pensamos. El consejo no aceptará traiciones, ni siquiera entre los ancianos.
Seraph inclinó la cabeza en señal de respeto, ocultando su satisfacción. —Agradezco la confianza del Consejo. —Su tono se mantuvo firme—. Además, solicito la extensión de mi periodo como Arconte de La Purga. Con Sergio Pedrosa aún en movimiento y con el rastro que lleva a Ragnarok, se requiere continuidad para asegurar la desarticulación de estas redes.
Las siluetas en las pantallas volvieron a moverse, murmurando entre sí. El consejo sabía que la continuidad en el liderazgo de Seraph sería clave si querían erradicar una amenaza de tal magnitud.
—Si tus planes son sólidos y puedes garantizar resultados, apoyaremos la extensión de tu mandato —respondió otra voz desde las sombras—. Nos mantendremos vigilantes y esperamos ver avances concretos.
Seraph asintió, satisfecho con la respuesta. —No fallaré en cumplir con esta misión.
Asha, siempre en sintonía con él, esbozó una sonrisa tenue, una que no ocultaba del todo el control que disfrutaba ejercer. —Ancianos, confíen en que La Purga seguirá siendo un bastión de eficacia. No tenemos intención de fallar en este cometido.
La conexión se cortó y las siluetas se desvanecieron de las pantallas, dejando a Seraph y Asha solos en la sala. Un silencio denso quedó en el aire, pero ellos sabían que tenían la ventaja por ahora. La tormenta se acercaba, pero ellos controlaban las riendas, guiando el rumbo hacia su objetivo.
La sede de La Purga estaba en silencio absoluto. Los pasillos vacíos resonaban con ecos lejanos, mientras Seraph Vambertoken Latshiktor y su esposa, Asha Latshiktor Vambertoken, avanzaban con pasos seguros hacia los aposentos de ella. La oscuridad envolvía cada rincón de la sede, amplificando la sensación de desolación que la precedía. Al abrir las puertas de la cámara privada, un suspiro de satisfacción escapó de los labios de Asha. La sala estaba preparada: quince humanos, aún vivos, yacían en el suelo, inmovilizados y con sus miradas llenas de terror.
Los gritos ahogados y las súplicas de aquellos seres eran ignorados por los vampiros. Para ellos, esto no era más que el preludio de un ritual que ambos llamaban amor, uno que solo ellos entendían en su retorcida eternidad. Asha se acercó al primer humano, sus dedos acariciando la piel pálida y temblorosa de su víctima mientras se giraba para encontrar la mirada de su Seraph.
—Mi Seraph… —susurró con una sonrisa que era una mezcla de devoción y hambre insaciable.
Seraph, con una mirada oscura y llena de ansia, no esperó más. Sus colmillos emergieron y, con una fuerza brutal, se lanzó sobre la víctima. Asha lo siguió, sus colmillos rasgando la piel mientras los gritos se desvanecían en la penumbra. La sangre caliente brotó, llenando sus bocas y alimentando no solo su hambre, sino también el deseo que ardía entre ellos.
La cámara se llenó con el sonido de la carne siendo desgarrada y los jadeos de Asha, quien se contorsionaba bajo la intensidad del momento. Con cada mordida, su cuerpo se arqueaba, y su voz se elevaba, mezclando gemidos y palabras exaltadas. —¡Eres el amo y señor de todo, mi Seraph! —gritaba, mientras la sangre corría por sus labios, mezclándose con sus gemidos de placer—. Por toda la eternidad, te daré más… siempre más…
Seraph, perdido en el frenesí de la sangre y el deseo, la sujetó con fuerza, sus cuerpos entrelazándose en un acto que era tanto alimentación como pasión. —Dame más, mi Kadupul —ordenó, su voz un susurro cargado de hambre y poder.
Asha, consumida por el éxtasis, se aferró a su esposo mientras ambos se alimentaban de la vida de sus víctimas. Sus cuerpos se movían en sincronía, cada mordida, cada lamida de sangre amplificaba el placer compartido. Los gritos de los humanos se convertían en una melodía de fondo, mientras los vampiros se entregaban a su oscuro ritual, alimentándose no solo de la sangre, sino también de la energía de la desesperación y del dolor de sus presas.
—Te pertenezco… mi Seraph… —jadeó Asha, sus ojos llenos de un deseo oscuro mientras sus colmillos volvían a clavarse en la piel temblorosa de otra víctima—. Todo lo que soy… te lo entrego… cada día… cada noche…
Los cuerpos de las víctimas temblaban y se desangraban, mientras Seraph y Asha se sumergían más en su voraz éxtasis. Los colmillos de Seraph se hundían una y otra vez en la carne, pero sus manos, firmes y posesivas, se aferraban a Asha, arrastrándola más cerca de él en cada movimiento. La sangre cubría sus labios, sus cuerpos, mientras su devoción se convertía en un himno perverso.
—Eres mía, Kadupul, por siempre —susurró Seraph, sus ojos ardiendo con intensidad.
Los gemidos de Asha se elevaron al unísono con los gritos de las víctimas, sus cuerpos moviéndose con una furia y pasión que solo un amor oscuro y eterno podía engendrar. En el vacío de la sede de La Purga, los ecos de su acto resonaban como un canto retorcido, una promesa de que en su oscuridad, cada día se repetiría el ritual, alimentando no solo su sed de sangre, sino también el fuego de su eterna devoción.
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