El cazador de almas perdidas – Creepypasta 255.
De Secretos y Celos.
El sol ya se había levantado por completo, llenando la habitación con una luz cálida mientras Fabián y María se despertaban lentamente tras una noche de pasión intensa. Los dos seguían envueltos en las sábanas, compartiendo sonrisas y caricias perezosas. Fabián besó el cuello de María mientras ella soltaba una risa suave, disfrutando del momento.
—¿Y si nos quedamos aquí todo el día? —propuso María, cerrando los ojos con una sonrisa.
—Me parece perfecto, pero… —Fabián frunció el ceño de repente—. Siento que olvidamos algo importante. María lo miró, y de pronto, sus ojos se abrieron de golpe.
—¡El desayuno! ¡Invitamos a Drex, Tatiana y Julián! Ambos se levantaron de un salto, tratando de arreglarse a toda prisa. La risa de Fabián llenó la habitación mientras intentaban vestirse y preparar la casa en cuestión de minutos. —Después de la noche que tuvimos, no me sorprende que lo hayamos olvidado —dijo él, ajustándose la camisa, sin poder contener una sonrisa. María le lanzó una mirada juguetona mientras se apresuraba a ordenar la sala.
—La próxima vez, nos aseguraremos de poner una alarma. El timbre sonó antes de que pudieran prepararse del todo. Fabián abrió la puerta con una sonrisa nerviosa, y allí estaban Tatiana, Drex y Julián, observando la escena con miradas divertidas.
—¿Interrumpimos algo? —preguntó Drex, sonriendo con su característico tono burlón. Tatiana se unió a la broma, mirando la ropa desarreglada de sus anfitriones. —Parece que tuvimos una noche similar.
María se sonrojó, pero rápidamente recuperó la compostura y les hizo señas para que entraran. —Pasen, por favor. Estamos casi listos… solo… bueno, un poco retrasados. Drex y Tatiana compartieron una mirada cómplice. Era evidente que, como ellos, habían compartido una noche igual de salvaje, y ninguno parecía avergonzado por ello. Julián, por su parte, se acomodó en un sillón, con una expresión de camaradería y alivio. —Es bueno estar entre amigos que conocen la verdad de lo que somos y lo que hemos hecho. Sin máscaras —dijo Julián, sonriendo mientras miraba a sus compañeros.
La conversación se volvió amena, con risas y anécdotas sobre las misiones recientes. En medio de todo, el timbre sonó de nuevo. Julián se levantó para abrir la puerta, y esta vez, su rostro se iluminó con una sonrisa cuando vio a su hija.
—¡Laura! —exclamó, envolviéndola en un abrazo. Laura, que había llegado desde el Vaticano para sorprender a su padre y aprovechar las vacaciones, entró con una sonrisa radiante. Tatiana, Drex y María se acercaron para saludarla, con curiosidad en sus rostros.
—Un gusto conocerte en persona, Laura —dijo Tatiana, extendiéndole la mano—. Habíamos escuchado mucho de ti.
—Lo mismo digo. Mi padre me habla mucho de ustedes —respondió Laura, devolviéndole la sonrisa. Cuando María se acercó, Laura la saludó con cortesía, pero notó la mirada curiosa de Fabián y aprovechó para contarle algo.
—Fabián, me encontré con Valeria Dupont en el Vaticano. Me hizo una entrevista para su nuevo artículo, “El Redentor de los Desprotegidos”. María, que estaba escuchando, frunció el ceño al instante.
—¿Valeria Dupont? ¿La periodista que parece que siempre está metida en asuntos que no le competen? Laura no pudo evitar sonreír.
—Sí, esa misma. —Hizo una pausa, disfrutando un poco del cambio en la atmósfera—. Es una mujer muy inquisitiva. Dijo que estaba interesada en cómo los vampiros convertidos están encontrando su lugar en el mundo.
María soltó una risa sarcástica. —Claro que sí. Siempre busca algo que le dé un ángulo dramático. —Luego, miró a Fabián—. Esa mujer solo sabe cómo molestar.
Tatiana, consciente de la incomodidad de María, le puso una mano en el hombro.
—Bueno, María, al menos podemos aprovechar este momento para ignorar a las personas que nos molestan. —Le sonrió con complicidad.
Laura observó la escena con una leve sonrisa en sus labios. No podía evitar disfrutar de cómo estas emociones, que para ella parecían tan ajenas, se desplegaban en los demás.
Como vampira, y más aún como convertida, la política y las emociones humanas habían dejado de afectarla de la misma manera. Después de un desayuno lleno de conversaciones amenas y risas, Tatiana sugirió que se reunieran todos para un almuerzo más grande en un restaurante cercano, donde podrían compartir un tiempo más relajado con el resto del equipo.
En el restaurante, Óscar y Lía ya estaban esperándolos junto a Violeta, Andrés y Anuel. Cuando todos se reunieron, el ambiente se llenó de una calidez inusual. Tatiana y Drex se unieron al grupo, saludando a cada uno con una sonrisa. Drex, viendo la oportunidad, no pudo evitar hacer una broma.
—Veo que todos estamos aquí. Incluso la pequeña Violeta se está adaptando bien. —Drex miró a Lía de reojo con una sonrisa traviesa—. ¿Y esos celos, Lía? ¿Todo en orden? Óscar, riéndose, le dio un golpe ligero en el brazo a Drex.
—No estoy seguro si combatimos monstruos o si les damos vacaciones. —Luego, agregó con una sonrisa—. Porque el “Atormentador” parece disfrutar mucho de su descanso. Lía intentó disimular su molestia, pero terminó riendo.
—Es culpa de ustedes que esos rumores sigan creciendo. Ahora, en Oricalco te están llamando así: el Atormentador. Las historias de las pesadillas, los espectros, y lo de Puma Punku no ayudan. Y Anuel sigue preguntando cuándo puede ver al “monstruo”. Tatiana, con los brazos cruzados, soltó una risa. —Bueno, eso explica por qué Anuel siempre está cerca de Drex. —Dirigió una mirada a Lía con una sonrisa divertida—. Menos mal que esta vez el beso se lo llevó Óscar. Al menos te libraste esta vez, Drex. Lía rió y asintió. —Sí, me tocó a mí aguantarme. Al menos no fue nuestro “héroe” favorito esta vez. Las risas se mezclaron con las conversaciones animadas, y poco a poco, cada uno se acomodó en sus lugares. Mientras Tatiana se acercaba a Drex, lo tomó de la mano, mirándolo con ternura. —Parece que incluso los monstruos necesitan vacaciones —dijo en voz baja. Drex sonrió, apretando su mano con suavidad. —Y estos momentos son los que más valen la pena La luz del sol se filtraba suavemente a través de las ventanas mientras el grupo disfrutaba de su desayuno, ya un poco más relajados tras la sorpresa inicial.
La charla fluyó entre ellos, y pronto, el tema giró hacia el trabajo de Laura en el Ministerio de Vampiros Convertidos. Todos parecían interesados en cómo iba, especialmente Fabián, quien había ayudado a darle visibilidad en el evento que organizaron meses atrás. —El ministerio ha ido ganando reconocimiento desde el evento —comentó Laura, con una sonrisa—.
Muchos han empezado a considerar a los vampiros convertidos como algo más que meros peones. —Miró a Fabián, reconociendo su ayuda—. Y tú has tenido mucho que ver en eso. Tu discurso fue clave para que el Vaticano comenzara a vernos de otra forma.
Fabián asintió, satisfecho. —Eso me alegra, Laura. Era hora de que los convertidos tuvieran un espacio propio, un lugar donde no se les juzgara por lo que son. —Bueno, todo es un proceso —respondió Laura—, pero al menos hemos empezado a cambiar la narrativa. —Luego, miró a María y levantó una ceja en señal de curiosidad—. Por cierto, Valeria Dupont mencionó tu nombre en nuestra entrevista, María.
María, que había estado escuchando, se tensó de inmediato. —¿Valeria? —preguntó, en un tono que mostraba su evidente desagrado—. ¿Y qué quiere ahora esa mujer? ¿Fingir que le importan los convertidos cuando todos sabemos que su interés está en otra parte?
Laura sonrió con un toque de ironía. —Bueno, digamos que su artículo no se centraba tanto en el ministerio como en “El Redentor de los Desprotegidos”.
—Miró a Fabián con una mirada que sugería lo obvio. —Así que al final, no se trataba de los convertidos, sino de Fabián —comentó María, cruzando los brazos—. Sabía que esa mujer solo estaba buscando algo para hacer ruido.
—Se giró hacia Fabián, sus ojos reflejando una mezcla de celos y frustración—. Valeria siempre encuentra la forma de aparecer, ¿no? Fabián tomó la mano de María, apretándola suavemente. —No te preocupes por ella, María.
No hay nada que me importe más que tú. María lo miró, y aunque sus ojos todavía mostraban un atisbo de irritación, no pudo evitar sonreír. —Lo sé, pero sigue siendo molesto. Esa mujer no sabe cuándo dejar las cosas en paz. La conversación se relajó, y Laura aprovechó para cambiar de tema. —¿Y Andrés? —preguntó, con un tono que parecía más formal de lo normal—. ¿Cómo le ha ido? —Su mirada se volvió calculadora, como si evaluara las reacciones de los presentes.
Fabián, que entendía perfectamente la relación de Andrés con el Vaticano, respondió con franqueza. —Andrés está bien. Ha tenido que lidiar con algunos demonios personales, pero se mantiene firme.
Tatiana, que hasta ahora había escuchado en silencio, notó la manera en que Laura había formulado la pregunta. —¿Es interés genuino o una forma de asegurarte de que el regalo del Vambertoken sigue en funcionamiento? —dijo, medio en broma, medio en serio.
Laura no se inmutó; de hecho, sonrió. —Digamos que es un poco de ambos. El Vaticano siempre quiere asegurarse de que lo que recibe esté en perfecto estado. El grupo se relajó al darse cuenta de que Laura conocía la manipulación y las maquinaciones de Vambertoken.
Esa franqueza hacía que todos se sintieran más cómodos para hablar sin rodeos frente a ella. Drex, que había estado observando a Laura, se inclinó un poco hacia ella. —Nunca habías conocido a un licántropo, ¿verdad? —No, es la primera vez —respondió Laura, su curiosidad evidente mientras lo estudiaba con los ojos—. Y debo admitir que es fascinante.
—Levantó una mano como si quisiera tocar el aire entre ellos—. Eres diferente a lo que imaginé. Siempre me dijeron que los licántropos eran bestias indomables, pero aquí estás, tomando desayuno con nosotros.
Drex sonrió, mostrando un destello de sus colmillos. —Eso es solo parte de la historia. Hay mucho más que eso. —Le guiñó un ojo, y Laura le devolvió una sonrisa curiosa. —Bueno, espero aprender más.
—Se giró hacia Julián, quien observaba la interacción con una mezcla de orgullo y cautela—. Al final, todos somos un poco monstruos, ¿no? Julián asintió, sintiendo la camaradería en las palabras de su hija. —Sí, pero aquí, al menos, no tenemos que fingir ser otra cosa.
El grupo compartió algunas risas más antes de que Tatiana propusiera moverse al restaurante para el almuerzo con el resto del equipo. La conversación continuó mientras caminaban, y todos sentían que, a pesar de las tensiones, esos momentos de descanso los fortalecían más de lo que cualquiera de ellos admitiría.
El sol del mediodía era implacable mientras el grupo caminaba por las calles de Quito, dirigiéndose al restaurante para reunirse con el resto del equipo. Los vampiros del grupo —Lía, Óscar y Laura— tomaron precauciones para evitar la exposición directa al sol. Lía llevaba un sombrero amplio de ala ancha y unas gafas oscuras que cubrían sus ojos, mientras Óscar llevaba una gorra y una capa ligera para proteger su piel de los rayos solares.
Laura, siempre preparada, llevaba una sombrilla negra que la cubría completamente, mientras caminaba junto a su padre, Julián. Drex y Tatiana, sin preocuparse por la luz del sol, iban sin protección adicional. Tatiana observaba a los vampiros mientras caminaban, sonriendo al ver cómo se organizaban para evitar los efectos del sol. —Parece que nos toca llevar la sombra, ¿no? —comentó Tatiana en tono ligero mientras observaba cómo Óscar ajustaba su gorra para cubrirse mejor.
—Es un pequeño precio a pagar para no tener quemaduras mortales —respondió Óscar con una sonrisa, levantando su mano para saludar a Violeta, quien ya los esperaba en la entrada del restaurante con Andrés y Anuel.
Al llegar, se acomodaron en una mesa en el interior del restaurante, donde las luces eran tenues y las cortinas cubrían las ventanas, proporcionando la oscuridad que los vampiros necesitaban para estar cómodos.
Una vez sentados, Anuel, que nunca perdía una oportunidad para provocar, dirigió su atención a Lía y Óscar. —Bueno, parece que ustedes dos tuvieron una buena mañana —dijo, lanzándoles una sonrisa traviesa—.
Dime, Lía, ¿vas a tener celos de mí ahora como los tuviste de Violeta? Lía parpadeó, visiblemente sorprendida por la pregunta directa de Anuel, mientras Óscar intentaba contener una risa.
—Por favor, Anuel —respondió Lía, con una mezcla de irritación y vergüenza—. No todo el mundo está compitiendo por atención.
—Nunca se sabe —replicó Anuel, levantando las manos en un gesto de inocencia—. Una vez que empiezan los celos, es difícil detenerse. —Todo está en orden, Anuel —dijo Lía con un suspiro, aunque una pequeña sonrisa asomó en su rostro—. Solo tengo que recordarme de vez en cuando que no todos son como tú.
Tatiana intercambió una mirada cómplice con María. Ver a Lía en esa situación, tan distinta a su habitual serenidad, era entretenido. —¿Todo bien, Lía? —preguntó Tatiana, con un tono de humor en su voz.
—Perfectamente —respondió Lía, finalmente relajándose—. Supongo que debo aprender a soltar un poco. Óscar, tomando la mano de Lía bajo la mesa, añadió con una sonrisa. —Recuerda lo que te dije: si en nueve siglos esa soledad no te ha dado lo que buscas, tal vez sea hora de cambiar de enfoque.
Lía asintió, una chispa de agradecimiento brillando en sus ojos. —Quizá tengas razón. Mientras la conversación continuaba, Violeta, que había permanecido un poco callada, se veía un poco ansiosa. Laura, notando su incomodidad, le sonrió y le habló en un tono amigable.
—Este es un buen grupo, Violeta. No te preocupes, todos encontramos nuestro lugar aquí eventualmente. Violeta sonrió levemente, sintiéndose agradecida. —Gracias. Es difícil no sentirse nueva, pero poco a poco empiezo a acostumbrarme.
La conversación continuó y pronto salió el tema de Puma Punku. —Escuché las noticias sobre lo que pasó allí —dijo Laura, sirviéndose un poco de agua—. “El rugido de los Andes”, lo llamaron en los medios. ¿Qué fue lo que sucedió exactamente? —Digamos que mi lado salvaje salió un poco de control —respondió Drex, encogiéndose de hombros—.
El aullido se extendió por kilómetros. Fue más difícil de manejar de lo que esperaba. —Es imposible ocultar algo así —agregó Fabián—. Y por eso las leyendas en torno a Drex no han dejado de crecer.
Laura asintió, mostrando interés, pero su mirada se desvió hacia Andrés. —Y tú, Andrés… ¿cómo vas? —preguntó, su tono era amistoso, pero había una conexión más profunda en su voz—. ¿Las pesadillas han mejorado? Andrés sostuvo la mirada de Laura, sorprendido por la franqueza de su pregunta. —Mejor, sí. Asha hizo lo necesario para quitarlas, pero los recuerdos siguen siendo difíciles de manejar.
Laura asintió, comprensiva. —Lo entiendo. A veces, los recuerdos son las pesadillas que más pesan. El resto del grupo notó la interacción entre ellos, pero asumieron que Laura, en su rol como líder del ministerio, simplemente mostraba interés en sus compañeros. Sin embargo, para Andrés y Laura, la conexión era algo más profundo, una comprensión mutua que parecía ir más allá de las apariencias.
—Bueno, me alegra ver que todo está en calma por ahora —dijo Tatiana, mirando de reojo a Anuel—. Aunque con algunos accidentes en el pasado… Anuel rió. —¿Te refieres a ese beso que le robé a Drex? —preguntó con descaro.
—Exactamente —respondió Tatiana con una sonrisa, pero su tono indicaba que ya había dejado eso en el pasado—. Me alegra que esta vez no hayas encontrado la oportunidad.
—Óscar se me adelantó —respondió Anuel entre risas. El ambiente se llenó de risas, y poco a poco, todos se sintieron más cómodos. Violeta comenzó a integrarse más en la conversación, compartiendo sus impresiones y experiencias.
La mesa, protegida del sol, era un refugio donde vampiros y humanos podían relajarse y sentirse parte de algo más grande. Las conversaciones, las risas y las miradas cómplices fortalecieron los lazos entre ellos, recordándoles que, incluso en un mundo lleno de sombras, la unión y la lealtad eran su verdadera fortaleza.
El almuerzo llegó a su fin con una sensación de satisfacción y calidez para todos. Las risas y las conversaciones aún flotaban en el aire mientras se levantaban de la mesa, preparándose para despedirse.
Óscar y Lía fueron los primeros en marcharse, tomados de la mano y lanzando sonrisas a sus compañeros. Violeta, que se había sentido más integrada gracias a Laura y a la compañía de Andrés, se despidió con una sonrisa tímida, sabiendo que poco a poco estaba encontrando su lugar. Tatiana intercambió un abrazo con Fabián y María, y les agradeció por el tiempo compartido.
—Ha sido un buen día —dijo Fabián, sonriendo—. Nos vemos en la próxima.
—Eso espero —respondió Tatiana—. Disfruten de lo que queda de las vacaciones. Drex se despidió con un apretón de manos y sonrisas mientras el grupo se dispersaba por las calles de Quito, cada uno volviendo a sus propias actividades y descansos. Pero para Tatiana y Drex, la noche estaba lejos de terminar; tenían una última actividad planeada: la cacería con la manada.
Con el aire fresco de la tarde acariciándolos, caminaron juntos por las calles, dirigiéndose hacia las afueras de la ciudad. Tatiana observaba a Drex de reojo, y una sonrisa traviesa apareció en sus labios. —¿Estás listo para esto? —preguntó ella. —Siempre lo estoy —respondió Drex, con una sonrisa lupina en su rostro—. Después de lo de Puma Punku, lo necesito.
Tatiana asintió, entendiendo perfectamente lo que significaba esa conexión con la naturaleza para Drex. —Para mí, es un desafío diferente cada vez. Y con Olfuma todavía aprendiendo, se siente… —hizo una pausa, buscando las palabras—, emocionante.
Es como si cada cacería fuera una oportunidad para unirnos más. Drex la miró, sus ojos brillando con esa chispa salvaje que tanto le gustaba. —Tú entiendes lo que significa ser parte de una manada. —Dijo con un tono bajo y profundo—. Cuando empezamos con Olfuma, pensé que todo sería un recordatorio de lo que ella sufrió.
Pero ha sido todo lo contrario. Tatiana asintió, sintiendo la emoción crecer en su interior. —La manada es todo. Es lo que nos mantiene conectados, lo que nos hace más fuertes. —Hizo una pausa, disfrutando del momento—. Lo que me mantiene conectada contigo.
Drex le dedicó una mirada intensa y cómplice mientras se acercaban al claro del bosque, donde los demás ya los esperaban. Diana y Tiranus estaban preparando el terreno, y Olfuma, en su forma humana, se encontraba practicando bajo la guía de Diana, tratando de afinar sus sentidos.
Al ver llegar a Tatiana y Drex, la manada se reunió, lista para comenzar. Drex y Tatiana se acercaron a Olfuma, que cerraba los ojos y respiraba hondo, tratando de captar los aromas en el aire. —Hoy serás tú la que nos guíe —le dijo Drex con una sonrisa de aliento—.
Confía en tu olfato y en lo que has aprendido. Olfuma asintió con seriedad, pero había una chispa de emoción en sus ojos. —Lo haré, Drex. He estado practicando con Diana, y estoy lista. Diana, siempre calmada y sabia, sonrió, colocando una mano en el hombro de Olfuma.
—Recuerda, no es solo el olfato, es cómo sigues a tu instinto. Mientras Olfuma se concentraba, Drex se volvió hacia Tatiana, sin poder evitar una sonrisa.
—Hablando de olfato… parece que alguien aquí ha captado algo interesante —dijo, señalando a Olfuma que, con un gesto de confusión, fruncía el ceño.
—Huele a… —Olfuma se detuvo, y un rubor se apoderó de sus mejillas—. Es como… el olor de la caza, pero diferente. Más intenso.
Tiranus y Diana no pudieron evitar reírse, y Drex soltó una carcajada al ver cómo Olfuma, aún sin entender, captaba el rastro de la pasión que había quedado impregnada en Drex y Tatiana de la noche anterior. —Bueno, parece que alguien aún tiene el olor de la cacería… aunque no de esta —dijo Diana con una sonrisa traviesa.
Tatiana, sintiendo cómo el rubor le subía por las mejillas, se unió a las risas. —¿De verdad tiene que ser tan obvia? —preguntó, fingiendo una mueca de desaprobación. —Olfuma es talentosa, ¿qué se le puede hacer? —bromeó Drex—.
Lo bueno es que parece que su olfato está mejorando. Diana se acercó a Tatiana, dándole un ligero empujón en el hombro. —¿Sabes? Es fascinante cómo la conexión que has alcanzado con Drex, con el tótem y la bestia, es tan intensa que deja rastros como esos.
—Miró a Tiranus, que asintió—. A veces, parece que te has sincronizado tanto que ni en la intimidad se escapa. —Y viendo la cara de Drex, diría que es más salvaje de lo que huele —añadió Tiranus, lanzando una mirada divertida hacia las marcas de arañazos que aún eran visibles en ambos.
Las risas llenaron el claro mientras Tatiana fingía indignación, pero en el fondo, sabía que su conexión con Drex, esa sincronía salvaje y profunda, era lo que la hacía sentir más viva que nunca.
Drex se acercó a ella, sonriendo, y le susurró en voz baja. —Listos para una cacería de verdad esta vez. Tatiana asintió, con una chispa en sus ojos. —Siempre. Con un aullido de Drex que marcó el inicio, la manada se lanzó al bosque, unidos en su cacería. Aquello que antes fue una carga, un peso sobre sus hombros, ahora era un ritual de conexión y de fuerza.
Tatiana, sintiendo el aire frío en su piel y el olor de la naturaleza, se sintió libre, y mientras corrían, sabía que la manada, cada uno de ellos, estaba allí no solo por la cacería, sino por el lazo inquebrantable que los unía.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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