Julián caminaba junto a Fabián, tratando de asimilar la cantidad de noticias que acababa de recibir. El peso de cada palabra se sentía como un eco interminable en su mente. Sabía que Vambertoken y Asha controlaban cada rincón de la Purga, pero escuchar de primera mano los resultados de su influencia era distinto.
Finalmente, llegaron a una de las salas de entrenamiento. En el centro, una joven de cabello largo y expresión vacía permanecía de pie, sus ojos completamente apagados, como si hubieran arrancado todo lo que alguna vez fue.
—Ella es Violeta, —dijo Fabián en voz baja, sus ojos fijos en la figura inmóvil.
Julián asintió lentamente, reconociendo a la chica. La había conocido en la Purga, antes de su transformación. Había sido capturada y entregada por Andrés al Vaticano años atrás, y ahora, frente a él, estaba una versión sin alma de esa misma persona. Asha y Vambertoken la habían convertido en un cascarón vacío, como Olfuma.
—¿Cómo la dejaron así? —preguntó Julián, con un tono de incredulidad y rabia contenida.
Fabián suspiró. —Lo mismo que le hicieron a Olfuma. Borraron cada fragmento de su identidad. Para ellos, es solo otro experimento, otra marioneta sin pasado.
Julián observó la expresión perdida de Violeta y sintió una mezcla de compasión y culpa. Sabía lo que implicaba estar en manos de esos vampiros, y ver el resultado final le ponía un nudo en la garganta. —¿Qué haremos con ella?
Fabián lo miró con gravedad. —Por eso te traje aquí. Sé que conocías a Violeta, y que podría ser útil que vea un rostro familiar. Necesita algo que la ancle a esta realidad, algo que la ayude a reconstruirse, y tal vez tú puedas ser eso para ella.
Julián asintió, aunque la duda seguía presente en sus ojos. —Haré lo que pueda. Pero… ¿y Andrés?
Fabián suspiró. —Está destrozado, hermano. El rugido que desató Drex en Puma Punku lo quebró por completo. Lo que antes era un sueño de tortura se convirtió en algo que lo consumía. No tuvo otra opción que rogar a Asha que se lo quitara.
Julián frunció el ceño. Sabía que Andrés había llegado a la Purga con una misión, una que involucraba liberar al Vaticano del control de Vambertoken y Asha. —¿Lo borraron como a ella?
Fabián negó con la cabeza. —No. Asha le puso un sello de obediencia. Todavía recuerda todo, pero si intenta ir en contra de sus designios, el sello le devolverá el peor de los tormentos.
Julián sintió una mezcla de rabia y tristeza. Conocía a Andrés como un hombre fuerte, alguien que había soportado lo peor del Vaticano y había emergido con una fe inquebrantable. Saber que se había rendido lo golpeó. —Llévame con él. Necesito hablar con él.
En otra sala, Andrés estaba sentado, sus manos temblando mientras miraba el suelo. Los años de entrenamiento en el Vaticano le habían enseñado a ocultar sus emociones, pero en ese momento, su rostro era el de un hombre derrotado. Cuando Fabián y Julián entraron, Andrés levantó la vista, sus ojos llenos de una desesperación que Julián no le había visto antes.
—Fabián me dijo que querías hablar, —dijo Julián, tratando de mantener la calma.
Andrés asintió lentamente, pero se mantuvo en silencio por un momento. Finalmente, habló, su voz quebrada. —He fallado. Todo lo que creí que podría hacer, toda mi misión… —se detuvo, apretando los puños—. Estoy atrapado ahora. No hay forma de escapar de ellos.
Julián se sentó frente a él, su rostro lleno de seriedad. —Lo sé. Sé cómo operan Vambertoken y Asha. Pero no estás solo. No lo has estado nunca.
Andrés negó con la cabeza, su voz llena de amargura. —Eso no cambia nada. El sello que Asha me puso… me obliga a obedecer. Si intento rebelarme, será peor que el sueño que me torturaba.
Fabián intercedió, con un tono suave. —Es verdad. Pero mientras sigas aquí, seguiremos buscando una forma de liberarte. No hemos llegado hasta aquí para rendirnos.
Julián asintió, tratando de transmitir algo de esperanza. —No todo está perdido, Andrés. Pero primero, necesito que sigas adelante, que mantengas la calma y que seas paciente. Vambertoken y Asha juegan a largo plazo, pero nosotros también.
Andrés los miró con ojos llenos de desesperación, pero también con un rastro de esperanza, como si aquellas palabras fueran un ancla a la que aferrarse.
En uno de los salones de la sede de La Purga, Drex se encontraba con Óscar, Lía, Violeta (ahora solo un cascarón sin recuerdos), y Anuel. La sala, amplia y llena de sombras que se alargaban en las paredes, se sentía como el lugar perfecto para las tensiones no dichas que flotaban en el aire.
Anuel, con su natural franqueza, se inclinó en su silla, apoyando los codos en la mesa y observando a todos con esa mirada intensa que no dejaba espacio para las evasivas. Sabía que algo pesaba en la atmósfera, y no era una que se iba a dejar pasar.
—Entonces… —dijo Anuel, rompiendo el silencio mientras señalaba a Lía y Óscar—. ¿Qué fue lo que pasó en Puma Punku con Drex? Porque algo los tiene… —los evaluó por un instante, como si buscara la palabra adecuada—. Tensos. —Ladeó la cabeza y fijó su mirada en ellos, esperando una respuesta directa.
Lía y Óscar intercambiaron una mirada rápida. Lía, como líder de equipo, se esforzó en mantener una expresión neutral, pero Óscar no logró esconder la sombra que oscureció su rostro por un instante. La incomodidad se palpaba en el ambiente.
Drex los observaba en silencio, esperando lo que iban a decir.
Anuel, viendo que nadie se adelantaba, fue más directa. —Vamos, si vamos a trabajar juntos, necesito saber a qué me enfrento. ¿Qué fue eso que tanto los aterrorizó? —Se giró hacia Drex, sus ojos clavándose en él—. Y tú, ¿qué fue lo que desataste?
Drex suspiró, sabiendo que no era algo fácil de explicar, pero también comprendía que Anuel no iba a dejarlo pasar. —Activamos el quinto sello del collar de Tatiana en Puma Punku. —Hizo una pausa, y sus ojos se oscurecieron, como si recordara aquel momento con exactitud—. El poder del tótem se liberó por completo. Fue… algo que no se ha visto en siglos.
Óscar interrumpió, su voz baja, casi un susurro. —Eran lobos espectrales. —Las palabras salieron con una mezcla de asombro y temor—. Cada uno de ellos era tan poderoso como él.
Lía asintió, con una expresión más controlada pero igual de seria. —Y no eran solo lobos. Eran proyecciones de su misma bestia, como si el Drex que conocemos se multiplicara y se convirtiera en una manada de furia pura. La energía que emanaba era algo que nunca habíamos sentido.
Anuel miró a Drex, su expresión no era de miedo, sino de pura curiosidad. —¿Y qué sentiste tú, cuando eso pasó? —No había en su tono ni rastro de juicio, solo esa urgencia directa que la caracterizaba.
Drex entrecerró los ojos, los recuerdos de aquel momento volviendo a su mente como destellos. —Es como estar en medio de una tormenta. El poder del tótem te consume, pero… te da control, sobre todo. Sientes la bestia dentro de ti multiplicarse, dividirse y volverse todo a tu alrededor. Es una mezcla de fuerza, rabia y claridad. Y, cuando los espectros se liberaron… fue como ver todo mi ser en forma de manada.
Anuel asintió lentamente, procesando la información, sin dejar de mirar a Drex. —Entiendo. Y supongo que ver todo ese poder… —se giró para mirar a Lía y Óscar— …debe ser una experiencia… intensa.
Lía se cruzó de brazos. —Hemos visto de todo en la Purga, pero nunca algo como eso. La luz y los rugidos se sintieron en los huesos. Pero lo más aterrador no fue el poder en sí. Fue el control que tuvo. —Miró a Drex con respeto y algo de temor—. La capacidad de desatar esa furia y luego detenerla a voluntad… eso es lo que verdaderamente nos impactó.
Óscar agregó, —En esa forma, Drex podría… bueno, podría destruir un escuadrón entero de vampiros como nosotros sin pestañear.
Violeta, por su parte, permanecía sentada, ajena a la conversación. Anuel notó que su franqueza no parecía afectarla en absoluto. Era un cascarón, sin emociones que reaccionaran ante la realidad a su alrededor.
Anuel se recostó en su silla, como si hubiese llegado a una conclusión. —Así que… tenemos a un lobo capaz de desatar una tormenta y transformarse en su propia manada. —Lo miró, su expresión seria—. Solo espero que sigas estando de nuestro lado. Porque si eso se descontrola…
Drex no mostró emoción en su rostro, pero su mirada se endureció. —Mientras yo lo controle, lo estará.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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